Soy una millennial y estoy a una década de afrontar la famosa “crisis de la mediana edad”. Ese término lejano que he escuchado desde mi adolescencia es una insatisfacción existencial del ser humano al llegar a cierta edad, evaluar sus logros y darse cuenta de una carencia de propósito. En la época actual, el contenido de redes sociales, las habilidades de la inteligencia artificial y el constante tránsito de información son factores transformadores de nuestra rutina, expectativas y tiempo. Eso hace que la mediana edad se perciba como un heraldo que hace resonar una trompeta de depresión y ansiedad en nuestros treintas.
Para los millennials, la imagen de esta crisis dista mucho de la que tenían nuestros padres y de cómo ellos la enfrentaron. Lo que antes se entendía como una crisis de sentido ha sido transformado por las nuevas tecnologías y los valores cambiantes de nuestro mundo. Hoy todo se redefine con rapidez, incluidas nuestras nociones de identidad, éxito y propósito. Este artículo es una invitación a mirar hacia atrás para comprender el presente: vamos a explorar cómo las generaciones anteriores enfrentaron su tránsito hacia la mitad de la vida y qué distingue —para bien o para mal— la experiencia de nuestra generación.

En ese recorrido, veremos cómo la generación silenciosa asumió sus deberes sin ningún tipo de introspección, cómo los boomers abrazaron una supuesta “reinvención” en medio de la prosperidad, y cómo los millennials navegamos en un mar de incertidumbre con la brújula de la autenticidad como guía. Pero más allá de los datos o las tendencias, quiero proponer una mirada distinta, una que no termine en la terapia o en el algoritmo, sino que dirija la vista hacia lo eterno. Porque, aunque cada generación ha interpretado esta crisis desde sus propios códigos, una pregunta atraviesa los siglos: ¿en qué hemos puesto nuestra esperanza?
La imagen clásica de la crisis frente a la realidad millennial
Un estudio del gobierno del estado de St. Louis, Estados Unidos, afirma que la crisis se puede describir como una “turbulencia interna de dudas, evaluación de logros y aceptación de la mortalidad”. Créeme, no quiero ser pesimista, pero la realidad del envejecimiento llega más tarde que temprano cuando alguien se percata de la pérdida de lo tangible, es decir, al ver que la belleza, el potencial y la salud se están extinguiendo.
En otras palabras, la crisis de la mediana edad no viene por falta de sentido, sino porque analizamos aquello en lo que hemos invertido nuestra vida, lo estimamos de acuerdo con los valores que creemos, lo comparamos con lo que dice la sociedad y vemos el deficiente resultado. Debido a eso, percibimos que somos finitos y nos deprimimos, angustiamos o tomamos decisiones radicales para cambiar nuestro rumbo.

La crisis de la mediana edad de nuestros padres se veía más o menos así: un hombre de 40 y tantos años empezaba a sentirse atrapado en la rutina de un trabajo monótono. Entonces decidía reinventarse: empezaba a hacer ejercicio, iniciaba un pasatiempo, conseguía un nuevo auto y quizás se pintaba el cabello. Luego, abandonaba a su familia para entablar una relación con una novia más joven que su esposa. Dejaba sus responsabilidades porque supuestamente se daba cuenta de que su vida carecía de sentido y no dejaba que la vida le robara más tiempo, felicidad o satisfacción, como la que quizás experimentó en sus 20.

Pero esa imagen no se ajusta a la realidad de muchos millennials. Un estudio demuestra que el tiempo y los grandes eventos históricos —como las guerras, las crisis económicas, los movimientos sociales, las migraciones masivas y las crisis de salud— cambian la estructura familiar, la economía, las tasas de matrimonio, la carga laboral, los roles de hombres y mujeres. Nuestra definición de propósito también ha sido transformada por la educación, los valores, los conflictos y las prioridades del hombre. Estos factores nos han llevado a expectativas diferentes a las que tenían nuestros antepasados.
Sumada a esas circunstancias, ha habido una influencia determinante en nuestra cosmovisión: nosotros le dimos la bienvenida a la era digital a muy temprana edad. El consumo constante de información, las respuestas inmediatas y la dependencia a la virtualidad han tenido su efecto, y lo que daba sentido a la vida de nuestros padres o abuelos ha perdido fuerza. Por eso, para entender la crisis de la mediana edad en el presente y su desarrollo en el futuro, debemos revisar el contexto del hombre en el pasado.

La crisis de mediana edad de la generación silenciosa (abuelos de los millennials)
¿Qué ocurrió en el pasado para que hoy, al atravesar la crisis de la mediana edad, el hombre ya no solo quiera cambiar su conducta y hábitos? ¿Por qué ahora, para experimentar validación, identidad y propósito, se idolatra la atención terapéutica, la construcción de experiencias y la afiliación a un grupo que comparte los mismos valores? Probablemente no nos lo hemos preguntado porque nuestra generación tiene una hiperfijación en el “yo”.
Nuestros abuelos, la generación silenciosa (nacidos entre 1928-1945), no tuvieron mucho tiempo de pensar en una crisis de mediana edad porque su contexto los llevó a centrarse en las situaciones sociopolíticas y económicas a su alrededor, las cuales eran totalmente ajenas a las necesidades terapéuticas y se enfocaban en la supervivencia de sus familias. Esta generación recibió como herencia la posguerra, la migración y la depresión económica, circunstancias que cultivaron en la sociedad la disciplina y el deber moral. Su gran énfasis era el sacrificio como resultado del ejemplo del pasado, del temor del presente y de las oportunidades futuras.
El mayor propósito del hombre que vivió su adultez entre la década de los 60 y los primeros años de los 80 era establecer una familia a la que le pudiera ofrecer seguridad, protección y sustento. Su felicidad era “tener pan en la mesa”, generar estabilidad por medio de la compra de propiedades, crear una institución familiar y criar a las futuras generaciones, de tal forma que construyeran un mundo mejor. En medio de aquella sociedad occidental arraigada al cristianismo, en la que negarse a uno mismo para servir a otros era una virtud, la identidad de los abuelos de los millennials era la productividad laboral y familiar.

Para cuando esa generación llegó a la mediana edad, la siguiente tomó el relevo de la transformación cultural. Los boomers (nacidos entre 1946 y 1964) cuestionaron y desacreditaron los valores cristianos tradicionales y se volcaron a la independencia de la familia, a la revolución sexual, al movimiento de los derechos civiles y a la segunda ola del feminismo —que se caracterizó por la exigencia de los derechos sexuales y reproductivos, dando como resultado la píldora anticonceptiva—. Su lema “lo privado ahora es político”, catalogó como un sistema opresor a la creencia cristiana de “Dios, familia y patria”. Así, surgió un liberalismo de toda índole que cuestionó los entes de autoridad en nombre de la libertad.
La crisis de la generación silenciosa ocurrió cuando el pensamiento liberal quebró la unidad familiar por medio de la independencia. Otro factor fue la falta de reconocimiento público y privado del sacrificio laboral que estaban haciendo para otorgar seguridad a sus familias. Los cambios culturales incrementaron el sentimiento de soledad y pérdida al observar que la falta de comunicación y el enfoque en el deber los llevaron al aislamiento. Algunas de las preguntas que esta generación se hizo fueron: “¿Vale la pena tanto sacrificio si el mundo cambia tan rápido?” y “¿He trabajado lo suficiente por mi familia y quedará algo de mi esfuerzo para la posteridad?”.
La crisis de mediana edad de esa generación fue silenciosa y la verbalización de la salud mental quedó relegada al ámbito individual.

La crisis de mediana edad de los baby boomers (nuestros padres)
Los baby boomers, la generación de los padres de los millennials, heredaron un contexto sin ningún rastro de los terrores de la guerra ni de la escasez económica. Esta generación fue construída sobre el sólido fundamento de los valores y convicciones tradicionales. Su ética de trabajo los llevó a la prosperidad de la industrialización y a iniciar la globalización, la conectividad y la inmediatez.
La accesibilidad a la educación abrió mayores oportunidades de empleo, lo que impulsó la liquidez y la inversión. La felicidad y el propósito comenzaron a centrarse en el crecimiento personal a través del éxito profesional, mientras que los roles tradicionales del hombre y la mujer en el trabajo y el hogar empezaron a ser cuestionados. El consumismo se intensificó, y la búsqueda de bienes y estatus pasó a ocupar un lugar prioritario, incluso por encima de las relaciones familiares como fuente de seguridad y estabilidad.
Nuestros padres fueron testigos y receptores del efecto masivo de la publicidad y de la televisión, que redefinió el concepto de “felicidad” en la escala económica y social. Si en la generación anterior la identidad del hombre provenía de su servicio a otros e incluso del olvido de sí mismo, en esta procedía de la actividad laboral. Aunque la familia aún era importante, la realización personal con miras a la satisfacción individual tuvo consecuencias en el matrimonio, la crianza de los hijos y la percepción del individuo como marca personal. No bastaba con tener comodidad; se necesitaba destacar.

Entonces, los baby boomers se encontraron entre el éxito profesional de sus contemporáneos y un vacío existencial al ver que en sus cuarentas se encontraban en el mismo lugar de sus padres, es decir, con posesiones y familias. Pero, estaban insatisfechos y eran infelices, en especial porque se encontraron integrados al sistema que criticaron en su juventud. La tasa de divorcio, la frustración y la contradicción incrementaron.
Aquí se evidencian los primeros cambios de carrera y búsqueda de nuevos rumbos de vida completamente opuestos al estilo de vida invertido en sus veintes y treintas. Se desarrolló una tendencia a priorizar trabajos que brindaran satisfacción personal por encima de la solvencia económica. Esto se complementó con la búsqueda de reinvención a través de viajes, pasatiempos, ejercicio y cuidado personal. Muchos abandonaron a su familia o círculo social para relacionarse con personas más jóvenes, o bien cambiaron de entorno, intentando distanciarse de la imagen del trabajador promedio que pasa sus días en una oficina, regresa a casa, cena, duerme y repite la rutina. La aventura y el placer se convirtieron en los ídolos por los que valía la pena dejar todo atrás.
En esta época aparecieron los primeros estudios científicos sobre depresión, ansiedad, estrés y angustia mental. La mirada dejó de centrarse en la comunidad, el sacrificio y el trabajo como deber, para enfocarse en el individuo, el entretenimiento y la autogratificación. Ese cambio de perspectiva llevó a muchos a tomar decisiones radicales en nombre de la autoinvención y la búsqueda de felicidad.

Nuestra crisis como millennials
Respecto a nosotros los millennials, los estudios afirman que, contrario a generaciones pasadas, la nuestra vive en un ambiente radicalmente polarizado. Somos la generación de la conectividad, del nacimiento del Internet y de la globalización. Mientras en años pasados existía una angustiante reacción a la mortalidad, los millennials tendemos a verla como una evaluación de lo que hemos logrado en los últimos años.
Vivimos en una época en la que es más difícil alcanzar la estabilidad que prometían las generaciones pasadas. De hecho, con la inflación, el acceso a una gran cantidad de información, las millones de opciones, los cambios del mercado y las familias rotas, los millennials batallan con la toma de decisiones, la inseguridad y las deudas, al mismo tiempo que se ven en el espejo y dicen “estoy viejo”. Incluso teniendo todas las comodidades, nuestra generación no se siente ni se ve estable.
Durante la pandemia, muchos millennials sintieron que estaban atrapados en matrimonios infelices, otros se dieron cuenta de que no trabajaban en lo que deseaban y unos más quisieron hacerse muchos tatuajes o cambiar su vida de forma radical. Las sesiones de terapia nunca habían sido tan cotizadas ni los préstamos tan solicitados; querían escapar de su realidad. Para esta generación, la felicidad se define como “ser fiel a la esencia de uno mismo”, una declaración del posmodernismo que está en pleno auge y que se traduce a que no existe una verdad absoluta sino muchas verdades y que todas funcionan.

Al mismo tiempo, los millennials han escogido una perspectiva más optimista del futuro que no significa la ausencia de dudas o el deseo de estabilidad y seguridad, a pesar de las constantes crisis económicas que han afectado sus vidas. De acuerdo con una encuesta de Thriving Center of Psychology, el 81% de los millennials afirmó que no podía permitirse una crisis de mediana edad por su falta de estabilidad financiera. La jubilación de esta generación será mucho más difícil de alcanzar y disfrutar que la de sus padres o abuelos, pues ahora se encuentran con desafíos en cuanto al costo de vida, lidian con el temor al futuro y experimentan parálisis ante la incertidumbre.
Incluso, muchos de ellos no sienten que han alcanzado los hitos de la adultez que incluyen el formar su propia familia, criar hijos, comprar una casa, tener un trabajo que les “apasiona” y probablemente un perro o dos. Hay una sensación de “retraso” o “estancamiento” al compararse con generaciones anteriores. En muchos de mis círculos he escuchado la comparación que mis amigos hacen con sus padres: “¿Te das cuenta de que a mi edad mis papás ya tenían tres hijos y habían construido su casa?”. Esto genera frustración y una crisis de identidad en un mundo hiperconectado que da paso a una constante comparación con los logros de otros que “sí están teniendo éxito”.
Sin embargo, comparados con otras generaciones, los millennials han forjado un camino menos transitado en el que tienen más opciones de vida, de acuerdo con Chip Conley, fundador de la Modern Elder Academy. Muchos han decidido tomar un año sabático o hacer maestrías, y darle una espera al matrimonio y a tener hijos, o incluso considerar no tenerlos. Conley dice:
Los boomers y la generación silenciosa tenían un sentido de que tenían que vivir sus vidas bajo un conjunto de reglas, las de los padres. No creo que exista ese sentimiento en el que los millennials se despertarán un día y dirán: “¿De quién es esta vida?”

Después de la pandemia, muchos de los millennials se dieron cuenta de que no tenían que dedicar su vida a trabajar y que podían utilizar su tiempo en una clase de cocina, en un emprendimiento o en actividades flexibles y cambiantes. Una característica de esta generación es que quienes la integran constantemente se están reinventando y buscando “su lugar” en el mundo, procurando un balance entre vida y trabajo: la estabilidad material que buscaron sus padres no es la prioridad; ahora lo es la autenticidad. Esto se manifiesta con un estilo de vida minimalista, sesiones de autoconocimiento y conversaciones sobre salud mental, bienestar emocional e introspección.
Cabe recalcar que estudios muestran que los millennials han experimentado más ansiedad y depresión al no haber cumplido sus propias expectativas o las de la sociedad. Es común que busquen terapia, respuestas en redes sociales y entretenimiento en lo efímero.
La esperanza en medio de la crisis
Sí, la crisis puede ser inevitable. De hecho, como seres humanos viviremos varias a lo largo de esta vida. Sin embargo, hay esperanza. “Podemos ver la mediana edad como una oportunidad antes que una crisis” dice Hollen Reischer, profesora en la ciudad de Búfalo que estudia cómo las experiencias forman las conexiones con la identidad propia. “Si no nos damos cuenta dónde nos encontramos, será muy difícil saber hacia dónde vamos”.
Ver nuestra realidad bajo el lente de la soberanía de Dios y de Su perfecta sabiduría alimenta nuestra fe y nos lleva a ver el futuro con esperanza. Mientras que aquellos que no conocen el Evangelio encuentran seguridad en su realización personal, los creyentes hemos sido llamados a poner nuestros ojos en el Reino de Dios y a ser buenos administradores de aquello que Él nos ha encomendado. Debido a que Su propósito es divino y que fuimos creados para Su gloria, Su plan en nuestra vida nunca será frustrado, Sus propósitos nunca serán reemplazados y Su tiempo jamás será retrasado.

El ideal de la inmortalidad y el temor de experimentar el fin nos recuerdan, sin embargo, que Dios puso en el corazón humano un anhelo por lo eterno pero que, en esta vida, solo puede alcanzar experiencias pasajeras (Ec 3:11). La pregunta que el mundo hace es: “¿cómo esto me sirve a mí?”. La pregunta del creyente es: “¿cómo puedo servir a otros y morir a mí mismo?”. El camino del cristiano es diametralmente diferente al del secular, por eso tomamos en cuenta las palabras de Jesús: “Entonces Jesús dijo a Sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt 16:24, RVR1960).
Para la crisis de la mediana edad, la Biblia tiene las respuestas. Tanto nuestra identidad como propósito no vienen del ser humano per se, sino de Dios, Su creador. El trabajo que le ha sido encomendado al hombre no es para definir su valor o su identidad; es una oportunidad de servicio a Dios y al prójimo en cualquier área que nos encontremos. La existencia del empleo no es llenarnos, sino adorar. Finalmente, nuestra identidad no debería evaluarse por lo que hacemos sino en quién creemos. No hemos sido llamados a ser famosos, sino fieles; a olvidarnos de nosotros y a contemplar a Cristo mientras caminamos a Su encuentro un día a la vez.
Referencias y bibliografía
The midlife crisis is coming for millennials lol | VOX
Silent Generation | Britannica
The Silent Generation, “The Lucky Few” (Part 3 of 7) | Forbes
Work, Leisure, and Family: From the Silent Generation to Millennials | St. Louis Fed
Up to a fifth of adults have mental health problems in midlife | UCL News
Why the midlife crisis for Millennials looks different from elder generations | NPR
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