Los eventos de las últimas horas marcaron un nuevo punto de inflexión en el Medio Oriente: un misil balístico iraní impactó en una instalación médica en Tel Aviv. Por supuesto, esto provocó una rápida condena por parte de la comunidad internacional, a tal punto que hoy muchos se preguntan si Estados Unidos entrará en el conflicto. Esta es la muestra tangible de una realidad lamentable: la larga “guerra en la sombra” entre Irán e Israel ha concluido.
Durante décadas, la hostilidad se canalizó a través de terceros. Pero ahora, por primera vez, ambas naciones pelean en una confrontación directa y abierta, alterando drásticamente el equilibrio en la región y generando una profunda incertidumbre sobre el futuro del mundo entero. ¿Va a iniciar la Tercera Guerra Mundial? ¿Cuándo comenzarán a caer las bombas nucleares? ¿Qué tan “apocalípticas” son las proyecciones?
La Iglesia de Cristo en todo el mundo tiene un desafío particular: interpretar estos acontecimientos con una cosmovisión cristiana. En medio de un flujo constante de información y análisis geopolíticos que se actualizan minuto a minuto en todos los medios de comunicación, necesitamos tener pilares sólidos que nos ayuden a comprender el conflicto y a llevar una oración informada delante del Trono de la gracia.
En este artículo, pretendo proveer un marco de comprensión básico para el actual conflicto entre Israel e Irán. No busco predecir eventos futuros ni defender posturas. En cambio, quiero ofrecer una serie de verdades fundamentales de nuestra fe para alcanzar un discernimiento sereno de los hechos que transcurren actualmente. Con ese fin, el texto se organiza en dos secciones. Primero, expondré el contexto histórico y político indispensable para entender el conflicto. Segundo, presentaré herramientas desde una perspectiva bíblica para analizar la situación y responder a ella con sabiduría.

Una bomba de medio siglo
Para comprender la guerra abierta que hoy consume a Irán e Israel, es necesario retroceder más allá de los titulares incendiarios y las operaciones militares recientes. El conflicto actual no es una combustión espontánea, sino la detonación de una bomba de tiempo ensamblada meticulosamente a lo largo de casi medio siglo. Para entender por qué el mundo contiene la respiración, debemos analizar los antecedentes históricos que sembraron la enemistad, las causas directas que obligaron a la confrontación y las devastadoras consecuencias que ahora se ciernen sobre el orden global.
Antecedentes: guerra en la sombra
Hace casi 80 años, cuando recién se fundaba el estado de Israel, el mapa de alianzas en el Medio Oriente era radicalmente distinto. Bajo el gobierno del Sha Mohammad Reza Pahlavi, Irán mantenía una relación funcional, e incluso cordial, con Israel. Ambos, respaldados por Estados Unidos, actuaban como pilares de estabilidad prooccidental frente a la influencia soviética y el nacionalismo árabe.

Pero ese equilibrio se deshizo con la Revolución Islámica de 1979. La llegada al poder del Ayatolá Ruhollah Jomeini instauró una teocracia chiita cuya identidad se fundaba en el rechazo a la occidentalización, al autoritarismo del Sha y, de manera central, al sionismo. El nuevo régimen veía a Israel no como un vecino, sino como “el pequeño Satán”, una extensión ilegítima de la influencia estadounidense en tierra sagrada musulmana. Como uno de sus primeros actos diplomáticos, Irán rompió relaciones con Israel, clausuró su embajada en Teherán —su capital— y entregó el edificio a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), en un gesto que selló el inicio de una enemistad ideológica irreconciliable.
A partir de ese momento, comenzó una “guerra en la sombra” que definiría la geopolítica de esa región durante décadas. Incapaz de enfrentarse directamente al poderío militar israelí, Irán adoptó una estrategia de guerra asimétrica, tejiendo una red de proxies (aliados intermediarios) para hostigar a su enemigo: financió y armó a Hezbolá en el Líbano, a Hamás y la Yihad Islámica en los territorios palestinos, y al régimen de Bashar al-Assad en Siria.

Israel, por su parte, respondió con la misma moneda. Libró guerras directas contra estos grupos y llevó a cabo operaciones encubiertas contra Irán. El teatro de operaciones más visible fue Siria, donde las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) bombardearon sistemáticamente convoyes y bases iraníes para impedir la creación de un “corredor terrestre” que conectara Teherán con el Mediterráneo a través de Irak y Líbano. A la par de los enfrentamientos cinéticos, ambas naciones libraron una sofisticada y constante ciberguerra, atacando infraestructuras críticas del otro en un conflicto silencioso pero de alto impacto.
Esta guerra en las sombras se mantuvo hasta los años recientes. Pero la escalada que condujo a la guerra abierta comenzó a gestarse tras el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023. El apoyo iraní a la ofensiva en la que murieron unas 1200 personas —y 250 más fueron tomadas como rehenes— endureció la postura de Israel, que entonces intensificó sus operaciones contra la red de Teherán.
El pacto no escrito de no atacarse directamente se resquebrajó el 1 de abril de 2024, cuando Israel bombardeó un anexo del consulado iraní en Damasco, matando a altos mandos de la Guardia Revolucionaria. La respuesta de Irán, un ataque directo con cientos de misiles y drones, fue una demostración de fuerza sin precedentes, pero la mayoría de los proyectiles fueron interceptados. Tras una respuesta israelí limitada, el conflicto pareció quedar “en tablas”. Sin embargo, este intercambio no fue un fin, sino un peligroso precedente. Ambos bandos habían cruzado una línea roja, pero habían decidido, por el momento, no desatar una guerra total.
La maquinaria de la escalada siguió su curso. En los meses siguientes, Israel aumentó la presión drásticamente al eliminar a líderes clave de Hezbolá y Hamás, y al lanzar una devastadora ofensiva en el Líbano. El 1 de octubre de 2024, Irán volvió a responder con misiles directos a Israel, a lo que siguió otra ronda de ataques selectivos israelíes. Para finales de 2024, la guerra en la sombra no había terminado, pero estaba a punto de colapsar. Las reglas del juego habían cambiado para siempre. Los ataques directos, que antes eran tabú, se habían convertido en una nueva y volátil normalidad, dejando el terreno preparado para la confrontación definitiva que ha estallado en las últimas semanas.

2025: el umbral nuclear
Si bien la guerra de proxies y la escalada de los ataques fueron la antesala del escenario actual, la causa fundamental del primer ataque directo de Israel fue una sola: el programa nuclear iraní. Durante años, la comunidad internacional, liderada por Estados Unidos y las potencias europeas, intentó frenar las ambiciones nucleares de Teherán a través de sanciones económicas asfixiantes y complejas negociaciones. Israel, por su parte, optó por una estrategia más agresiva, utilizando sabotajes —como el ciberataque Stuxnet, que dañó centrifugadoras iraníes— y, según múltiples informes, llevando a cabo el asesinato selectivo de científicos nucleares.
Para Israel, la perspectiva de un Irán con armas nucleares no era una amenaza estratégica, sino existencial. Las declaraciones del líder supremo, el Ayatolá Ali Khamenei, afirmando que “Israel es un tumor canceroso que (...) será extirpado y destruido”, se interpretaban como una declaración de intención genocida. Un Irán nuclear no solo tendría la capacidad de atacar directamente, sino que su paraguas atómico protegería a sus proxies, permitiéndoles actuar con una impunidad mucho mayor.

El detonante final, según informes de inteligencia que circularon en las capitales occidentales a finales de 2024, fue un informe confidencial de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA). El documento confirmaba que Irán no solo había acumulado suficiente uranio enriquecido al 60%, a un paso del grado militar, sino que había comenzado a experimentar con la metalurgia de uranio y había restringido severamente el acceso de los inspectores a su instalación subterránea de Fordow. Para el gabinete de guerra israelí, esto significaba que Irán había cruzado todas las “líneas rojas”.
La “zona de inmunidad” —el punto en el que el programa nuclear iraní sería demasiado grande, disperso y fortificado para ser destruido militarmente— estaba a la vista. Desde la perspectiva de Israel, en junio de 2025, la diplomacia había fracasado y la contención era insostenible. Se tomó la decisión de lanzar la León Ascendente (Rising Lion), una campaña masiva y preventiva diseñada no solo para castigar, sino para aniquilar la capacidad de Irán de construir un arma nuclear.
La decisión de Israel de escalar el conflicto a una guerra total ha arrastrado al planeta a la posibilidad de una espiral de crisis interconectadas.
La primera y más inmediata consecuencia es económica. Con el inicio de las hostilidades a gran escala, el Estrecho de Ormuz, el cuello de botella por el que transita más del 20% del petróleo mundial, se ha convertido en una potencial zona de guerra. Si Irán decidiera bloquear este estrecho, el tráfico de petroleros se desplomaría, los seguros marítimos se dispararían y los precios del crudo superarían todos los récords. Esto desencadenaría una estanflación global —alta inflación y bajo crecimiento económico— que golpearía con especial dureza a las economías en desarrollo y amenazaría con una recesión profunda en Occidente. Además, Irán es un actor clave en el mercado de otros recursos, como el gas natural y diversos minerales, cuyas cadenas de suministro quedarían rotas.

Hay grandes preocupaciones en la dimensión humanitaria. Irán es una nación de casi 90 millones de personas. Una guerra total, con bombardeos sobre ciudades e infraestructuras, puede provocar un desplazamiento masivo de población. Huyendo de la violencia y el colapso económico, millones de iraníes buscarían refugio en los países vecinos y en Europa; habría una crisis de refugiados de una escala no vista en décadas, y se desestabilizaría aún más una región ya frágil, poniendo a prueba la capacidad de respuesta de la comunidad internacional. Al día de hoy, ya hay noticias de personas huyendo de Teherán hacia Turquía.
Finalmente, a nivel geopolítico, el conflicto amenaza con una escalada regional y mundial. Irán, como potencia chiita, es el centro de gravedad de una red de milicias y aliados en Irak, Siria, Líbano y Yemen. Un colapso del régimen en Teherán o una guerra prolongada podrían crear un vacío de poder, desatando a estos grupos y sumiendo a todo el Medio Oriente en el caos. Esto pondría a las superpotencias en una posición muy difícil. Estados Unidos se vería presionado (lo cual vemos ya en los últimos comunicados de Donald Trump) a defender a su aliado, Israel, mientras que Rusia y China, con fuertes lazos económicos y estratégicos con Irán, verían el conflicto como una agresión occidental y podrían intervenir para proteger sus intereses.
Por supuesto, el clímax de estas crisis potenciales es el riesgo de una confrontación directa entre potencias nucleares. Aunque parece improbable que esto suceda, el paso de introducir armas nucleares en el conflicto llevaría quizás a la mayor guerra en la historia humana. Así, frente a estos escenarios, ¿cómo tener una perspectiva cristiana prudente y equilibrada?

Anclas en la tormenta: verdades cristianas en tiempos de guerra
El estruendo de los misiles y la retórica del poder pueden ahogar fácilmente la voz de la conciencia y la reflexión. Para el cristiano que observa el conflicto entre Irán e Israel, la tentación es doble: ser arrastrado por las corrientes del análisis puramente secular o ser secuestrado por el pánico de una escatología sensacionalista.
Sin embargo, nuestra fe cristiana ofrece un conjunto de anclas teológicas que permiten navegar estas aguas turbulentas con sabiduría, compasión y una paz que el mundo no puede dar. No necesitamos revisar soluciones políticas, sino pilares fundamentales para el discernimiento que reorientan nuestra mirada desde el caos del presente hacia las realidades eternas de Dios. Propongo cuatro de estos pilares.
1. La teología como motor de la historia
El primer pilar es reconocer una verdad que el secularismo moderno se esfuerza por ignorar: la teología es un actor central en la historia. El conflicto actual no puede entenderse cabalmente a través de lentes meramente económicos o militares. En su núcleo, se enfrentan dos visiones del mundo profundamente teológicas: por un lado, la república islámica de Irán, una teocracia chiita cuyo propósito declarado es la expansión de su visión religiosa; por otro, el Estado de Israel, una nación definida por una identidad etnoreligiosa judía milenaria. Al respecto, el teólogo Albert Mohler señaló recientemente:
Los secularistas que declararon la teología como un factor obsoleto en los asuntos mundiales se enfrentan a tener que explicar cómo el régimen teocrático islámico y el Estado judío de Israel están ahora efectivamente en guerra. Ambas partes saben que la teología importa. A veces, es una cuestión de vida o muerte.

Este choque de teologías excluyentes no es una invitación para que los cristianos tomen partido en una guerra santa terrenal, sino una trágica demostración de la profunda necesidad del Evangelio que tienen ambas naciones.
La hostilidad se alimenta de identidades que se definen por la oposición al “otro”. El mensaje cristiano presenta una revolución a esta lógica. Proclama que en Jesucristo, la barrera divisoria ha sido derribada, creando una nueva humanidad donde “No hay judío ni griego (…) porque todos son uno en Cristo Jesús” (Ga 3:28). El conflicto, por tanto, se convierte en un sombrío telón de fondo que resalta con mayor claridad la belleza y la urgencia de un Evangelio que crea paz con Dios, la cual es la única base para una paz duradera entre los hombres.
2. La Iglesia en el ojo del huracán
El segundo pilar nos obliga a mirar más allá de los gobiernos y los ejércitos para ver los rostros de nuestros hermanos en la fe. Lejos de las cámaras y los centros de poder, en las salas de estar de Teherán, Isfahán y Shiraz, una revolución silenciosa está en marcha. Grupos de creyentes se reúnen clandestinamente para orar, estudiar la Biblia en farsi y adorar a Jesús. Este es el rostro de la Iglesia en Irán hoy: una red vibrante y descentralizada de iglesias domésticas que constituye uno de los avivamientos más extraordinarios del mundo contemporáneo.
Esta vitalidad florece en el terreno más hostil. Irán es uno de los lugares más peligrosos del planeta para un cristiano, un hecho confirmado por organizaciones como Puertas Abiertas, que ubica al país en el noveno lugar de su Lista Mundial de Persecución 2025. Y sin embargo, la Iglesia crece a un ritmo explosivo. De apenas unos 500 creyentes de trasfondo musulmán en 1979, Puertas Abiertas ofrece hoy una cifra conservadora de 800.000 creyentes, mientras otras organizaciones como Transform Iran y encuestas académicas como la del grupo GAMAAN sugieren que el número real supera el millón. Las estimaciones actuales varían, reflejando la naturaleza clandestina del movimiento, pero el crecimiento es innegable. ¿Cómo es posible?

La respuesta es una profunda paradoja: el propio régimen islámico, en su intento de imponer una visión totalitaria de la fe, ha cultivado un campo fértil para el Evangelio. Décadas de opresión, corrupción y falta de libertades han generado una profunda desilusión y un vacío espiritual, sobre todo en los jóvenes. Como expresó un líder cristiano iraní, “los corazones y las mentes del pueblo iraní han sido arados y preparados por el comportamiento del gobierno”.
Pero esta fe tiene un costo inmenso. El Estado iraní considera a los conversos una amenaza a la seguridad nacional. Ser descubierto en una iglesia doméstica puede significar el arresto, largas sentencias de cárcel bajo cargos ambiguos y tortura. La presión se extiende a la familia, donde un converso puede ser desheredado, y las mujeres enfrentan la amenaza de un divorcio forzado o la pérdida de sus hijos. Esta persecución se enfoca casi exclusivamente en este movimiento de conversos, ya que las iglesias étnicas históricas (armenias y asirias), aunque restringidas, son toleradas siempre que no evangelicen a musulmanes. El verdadero temor del régimen es a una fe viva, en el idioma del pueblo, que transforma corazones.
En Israel, la situación es distinta, pero no menos impactante. El foco se centra en los cristianos evangélicos árabes. Esta comunidad vive una realidad de “doble minoría”: son árabes en un estado judío y evangélicos en una comunidad árabe mayoritariamente no evangélica (musulmana o de ritos cristianos tradicionales como la ortodoxa o la católica). Como ciudadanos árabes, experimentan las tensiones inherentes del conflicto palestino-israelí y a menudo se sienten marginados. Como evangélicos, su teología y forma de adoración a veces los diferencia de su entorno cultural y religioso más amplio.

Su identidad principal, sin embargo, está en Cristo, lo que los conecta con la Iglesia global y les da una perspectiva única. Ante la guerra, no es de extrañar que su postura sea de profunda preocupación. Comparten el temor a la violencia con sus vecinos, pero su fe los llama a ser agentes de paz y reconciliación, orando por el bienestar de toda la región, una vocación urgente en una tierra tan dividida.
3. El valor de cada vida humana
El tercer pilar es la afirmación radical del valor de cada vida humana. En tiempos de guerra, la propaganda deshumaniza al enemigo; las bajas se convierten en estadísticas y el sufrimiento humano se vuelve abstracto. La cosmovisión cristiana se rebela contra esta tendencia. Anclada en la doctrina de la Imago Dei, afirma que cada ser humano, sea israelí o iraní, judío, musulmán o cristiano, está creado a imagen de Dios y posee un valor incalculable.
Por tanto, aunque las cifras de muertos en esta guerra abierta puedan parecer, por ahora, menores que en otros conflictos, el cristiano no mide la tragedia en números. Lloramos por cada vida perdida, por cada familia destrozada y por cada comunidad aterrorizada. Más aún, entendemos que la verdadera magnitud de esta tragedia reside en su potencial catastrófico. Un conflicto directo entre estas dos potencias regionales tiene una capacidad destructiva sin precedentes en su larga historia de enemistad. Cada misil lanzado es un desafío a la santidad de la vida. Nuestra postura, entonces, debe ser de un profundo lamento y una compasión que cruce las fronteras, orando por la paz y rechazando el odio que el espíritu de la guerra busca sembrar en nuestros corazones.

4. La seguridad inconmovible del creyente
Finalmente, ante el miedo existencial que un conflicto de esta magnitud —con su sombra nuclear— proyecta sobre el mundo, el cristiano está llamado a demostrar una seguridad sólida y sobrenatural. Esta seguridad no nace de un análisis político optimista ni de la negación del peligro, sino de una esperanza anclada en la soberanía de Dios y la victoria de Cristo. La tradición cristiana nos equipa para enfrentar precisamente estos momentos.
En una época en la que el nazismo amenazaba con acabar con la paz mundial, Dietrich Bonhoeffer, enfrentando la muerte desde una celda, hizo una distinción entre esta esperanza y la mera positividad: “El optimismo no es en modo alguno una cuestión de carácter; es más bien un signo de superficialidad. (...) Para el cristiano, la fe en la resurrección no es la solución al problema de la muerte. La victoria de Dios y la vida eterna son su certeza”. Nuestra confianza no se basa en que las cosas saldrán bien en este mundo, sino en que Dios tiene el control de la historia y ya ha asegurado la victoria final.
Alguno podría argumentar que Hitler no tuvo bombas atómicas (¡aunque casi!), pero aún en una era atómica la esperanza del cristiano permanece inamovible. C.S. Lewis abordó el pánico de su propio tiempo en Living in an Atomic Age (Viviendo en una época atómica). Su lógica es un bálsamo para nuestro tiempo:
¿Cómo vamos a vivir en una era atómica? De la misma manera que habríais vivido en el siglo XVI cuando la plaga visitaba Londres casi cada año (...). No nos dejemos engañar: la naturaleza siempre nos ha expuesto a la muerte. (...) Si todos vamos a ser destruidos por una bomba atómica, que esa bomba, cuando llegue, nos encuentre haciendo cosas sensatas y humanas: orando, trabajando, enseñando, leyendo, escuchando música (...) no acurrucados como ovejas asustadas y pensando en bombas. La bomba puede romper nuestros cuerpos, pero no necesita dominar nuestras mentes.

Esta es la postura cristiana: una calma desafiante que, reconociendo la gravedad del momento, sigue viviendo fielmente bajo la mirada de un Dios soberano que tiene el futuro en Sus manos.
Finalmente, San Agustín, escribiendo tras el saqueo de Roma, un evento que para muchos parecía ser el fin del mundo, nos recordó en Ciudad de Dios que los cristianos somos peregrinos. Pertenecemos a una ciudad celestial y eterna, por lo que la caída de los imperios terrenales no puede tocar nuestra verdadera patria ni nuestra herencia. “La Ciudad de Dios”, escribe, “considera a los buenos y a los malos como extranjeros en este mundo, pero tiene ciudadanos en el cielo”. Nuestra seguridad no está en la estabilidad de las naciones, sino en la fidelidad de nuestro Rey.
Conclusión: la victoria de un reino superior
La tensión entre Irán e Israel inevitablemente presiona al observador a elegir un bando, a sumarse al coro que anhela la victoria de uno sobre el otro. En medio de este clamor de posiciones encontradas, la fe cristiana nos llama a elevarnos por encima del tablero de la geopolítica terrenal y a reafirmar los valores innegociables de nuestro propio Reino.
Antes de cualquier análisis militar o político, estamos llamados a recordar la santidad de toda vida humana, creada a imagen de Dios, sea iraní o israelí. Antes de celebrar una estrategia exitosa, estamos compelidos a un amor activo y en oración por nuestros hermanos en la fe que sufren y son perseguidos en ambas naciones. Por encima del deseo de que prevalezca un país, se nos recuerda la urgente necesidad de la predicación de un Evangelio que es el único capaz de derribar muros de hostilidad y ofrecer una verdadera esperanza tanto a judíos como a gentiles.
Y finalmente, mientras el mundo es sacudido por el temor, debemos ser un testimonio de la paz que sobrepasa todo entendimiento, una seguridad anclada no en el poderío militar, sino en la soberanía de un Dios que gobierna sobre las naciones. Estos pilares —la vida, el amor, el Evangelio y la paz— son infinitamente más importantes que nuestros deseos de victoria para cualquiera de los bandos. La verdadera vocación del cristiano no es ser un comentarista más de la guerra, sino un embajador de un Reino que no tendrá fin, reflejando el carácter de un Rey cuya victoria final ya ha sido asegurada.
Referencias y bibliografía
El virus que tomó control de mil máquinas y les ordenó autodestruirse | BBC News
“A clear and present danger to Israel’s very survival” | WORLD
Iran Attacks Israel | Christianity Today
La Ciudad de Dios de Agustín de Hipona. Edición bilingüe (2013). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
Resistencia y sumisión: Cartas y apuntes desde el cautiverio (2017) de Dietrich Bonhoeffer. Salamanca: Ediciones Sígueme.
Viviendo en una época atómica. En Preocupaciones presentes: Ensayos periodísticos (2010) de C. S. Lewis. Madrid: Ediciones Rialp.
Irán - Sirviendo a los cristianos perseguidos | Puertas Abiertas
El cristianismo del siglo XX en Irán | Transform Iran
Cristianismo en Israel | Wikipedia
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