Para nadie es un secreto que la institución del matrimonio atraviesa una importante crisis en nuestros días. Mientras que en el pasado el matrimonio era la regla común y era anhelado por los adolescentes y los adultos jóvenes, hoy muchos prefieren la unión libre, tener parejas ocasionales o simplemente quedarse solos. Si bien la Biblia aprecia y promueve la soltería, aquellos que se quedan solos no lo hacen con la mentalidad misional que expone el apóstol Pablo.
En un estudio publicado en 2018 por la Oficina de Censos de los Estados Unidos mostró que el número de adultos jóvenes en ese país que vive en unión libre es mayor a aquellos que están casados: 9% vive con una pareja sin estar casados, mientras que solo el 7% vive con un su cónyuge. Esto contrasta con lo que sucedía 50 años atrás, pues en 1968 sólo el 0.1% de los adultos entre 18-24 años vivía así. Otro estudio publicado por Barna en 2010 le preguntó a un grupo representativo de adolescentes de todo Estados Unidos acerca de sus aspiraciones para el futuro. Uno de los resultados más notables fue que solo el 12% de estos jóvenes aspiraba a estar casado cuando tuviera 25 años y solo el 9% quería tener hijos.
En vista de la aversión creciente hacia el matrimonio, vale la pena revisar aquellas verdades que llevaron a otros cristianos en la antigüedad a enfrentar crisis similares. Este rechazo no es nuevo; el pecado ha corrompido toda la creación de Dios desde el principio, y el diseño original del matrimonio no es la excepción.
En el presente artículo trataremos algunas de las ideas más notables de El estado matrimonial, escrito por Martín Lutero. En su tiempo, este reformador también tuvo que enfrentar una gran aversión hacia el matrimonio, particularmente por parte de sacerdotes, monjas y religiosos en general que tachaban el matrimonio de ser una institución solamente carnal, laica, atada a pasiones temporales, y cuyo único propósito real era el de tener descendencia, aunque el mismo hecho de tener hijos era considerado una desventaja a la luz del trabajo ministerial.
Para definir lo que es el “estado matrimonial”, Lutero dice que los que creen en él son: “aquellos que firmemente creen que Dios mismo lo instituyó, unió al marido y mujer y les ordenó tener hijos y cuidarlos.” Aunque el lector puede disfrutar por sí mismo del escrito completo de El estado matrimonial, quiero tratar aquí 3 ideas que saltan a la vista y que resultan particularmente relevantes para nuestra situación actual.
1. Las actividades terrenales del matrimonio glorifican a Dios
Ya hemos hablado sobre la convicción escritural de que el matrimonio es la voluntad de Dios. Sin embargo, Lutero también se enfrenta a aquellos que afirman que el matrimonio tiene implicaciones prácticas que son ineficientes para el oficio de religiosos, como los sacerdotes y las monjas. En su tiempo, actividades como hacer los oficios del hogar, tener y criar hijos, y complacer al cónyuge eran consideradas como una pérdida de tiempo.
Hay varias características de estas actividades matrimoniales que hacen del matrimonio un medio para la gloria de Dios. Lutero comienza argumentando que el matrimonio es creación divina y constituye parte del orden natural de las cosas. Hablando sobre los religiosos que rechazan el matrimonio, dice:
Ellos no pueden jactarse de que lo que hacen es agradable a los ojos de Dios, como sí puede hacerlo una mujer en labor de parto… aún si su hijo ha nacido fuera del matrimonio. Digo estas cosas para que podamos aprender lo honorable que es vivir en el estado que Dios ha ordenado.
Así, argumenta Lutero, incluso la mujer que ha estado en pecado puede agradar a Dios al dar a luz a un hijo si se ha arrepentido y ha reconocido que el parto es parte natural de la existencia. Además, el matrimonio, continúa Lutero, es presentado por la Biblia misma: “Es una gran bendición para uno el tener el aval de la Palabra de Dios para que pueda hablar y decir a Dios, ‘Mira, esto has hablado, es Tu beneplácito.’ ¿Qué le importa a tal hombre si esto parece desagradable y ridículo para todo el mundo?”
Pero no solo son las actividades del matrimonio parte natural de la existencia humana y están avaladas, sino que también son absolutamente necesarias para cualquier persona. Lutero dice al respecto:
Nadie puede tener verdadera felicidad en el matrimonio si no reconoce con una fe firme que el estado matrimonial, junto con todas sus obras, por insignificantes que sean, es agradable a Dios y precioso a Su mirada. Estas obras son insignificantes y serviles; sin embargo, es de ellas de dónde trazamos nuestro origen, y todos tenemos necesidad de ellas. Sin ellas, ningún hombre existiría.
En conclusión, Lutero ve que el matrimonio y todas sus actividades son parte del orden natural ordenado por Dios, el cual es expuesto en su Palabra y es necesario para todas las personas. Si esto es así, entonces el matrimonio es agradable a Dios, y esa es razón suficiente para que las personas se casen.
Si bien en nuestro mundo actual es menos común que alguien evite casarse por razones religiosas, el matrimonio continúa siendo despreciado. Actividades como tener y criar bebés son vistas como obstáculos para lograr un desarrollo profesional y personal, pero como afirma Lutero, el Señor no espera que sus hijos le den prioridad a su desarrollo profesional por encima del matrimonio que Él creó y en el cual se agrada.
2. El matrimonio fue diseñado para enfrentar la fornicación
Lutero afirma que, aunque el matrimonio no se reduce al área sexual, “no es cosa pequeña que, en el matrimonio, la fornicación e impureza quedan en jaque y son eliminadas. Esto en sí mismo es un bien tan grande que solo eso debería ser suficiente para motivar a los hombres a casarse, y por muchas razones.” Vale aclarar que Lutero no anima a las personas a casarse solamente para evitar la fornicación, pero sí dice que la búsqueda de santidad tiene suma importancia y que vale la pena perseguirla.
Lutero nombra varias razones por las cuales deberíamos tomar la fornicación con seriedad, y tres de ellas son especialmente relevantes para nuestro tiempo. Primero, “la fornicación no solo destruye el alma, sino también el cuerpo, la propiedad, el honor y la familia también.” La fornicación, dice Lutero, hace que la vida se vuelva más costosa que el matrimonio en todo sentido, llevando a la persona a sufrir más en su cuerpo por causa de la vida licenciosa que lleva.
Segundo, una persona, a menos de que posea una gracia especial, no puede restringir sus deseos naturales: “(…) si esta función natural es restringida a la fuerza, necesariamente afectará la carne y la sangre y se convertirá en veneno, donde el cuerpo se enfermará, se enervará, sudará y apestará.” Esto concuerda con estudios actuales sobre la anatomía humana que dicen que un equilibrio hormonal requiere de una satisfacción regular de los deseos sexuales.
Tercero, es imposible mantener la pureza a través de una castidad inconstante. “Muchos creen que pueden evadir el matrimonio teniendo algún amorío por un tiempo y luego volverse justos. Mi querido, si uno en mil logra tener éxito en esto, eso sería una épica anomalía.” Lutero afirma que el pecado solo lleva a una inmoralidad creciente, por lo que es necesario evitarla desde el principio.
3. La economía no es razón suficiente para evitar el matrimonio
Lutero termina su explicación tratando con una objeción común en su día (y también en el nuestro): “Sí, nos dicen, sería muy bueno estar casado, pero ¿cómo he de mantenerme?” Por miedo a no tener los ingresos suficientes para sostener el hogar, muchos decidían no casarse. Pero Lutero afirma que quienes se preocupan por la provisión demuestran no tener fe en Dios:
Sin duda, este es el gran obstáculo para el matrimonio y es la más grande excusa para la fornicación. ¿Qué hemos de decir ante esta objeción? Revela falta de fe y duda de la bondad y verdad de Dios. No debe sorprendernos que donde falta la fe, lo único que sigue es la fornicación y todo tipo de infortunios.
Lutero cita dos pasajes de la Escritura que muestran cuán segura es la provisión de Dios para su pueblo. Primero, Mateo 6:25, 33: “Por eso les digo, no se preocupen por su vida, qué comerán o qué beberán; ni por su cuerpo, qué vestirán. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que la ropa? … Pero busquen primero Su reino y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.” Luego, Salmo 37:25, “Yo fui joven, y ya soy viejo, y no he visto al justo desamparado, ni a su descendencia mendigando pan.”
Meditando en estos pasajes, Lutero muestra cuál debe ser la actitud del cristiano frente a la falta de recursos: “Aquel que entre en el matrimonio como cristiano no debe avergonzarse de ser pobre y despreciado, o de hacer trabajo insignificante.” Si bien Dios no promete dar a sus hijos una labor que sea de su completo gusto ni darles riquezas, sí les promete darles lo que necesitan. Dos cosas del trabajo, pues, deben satisfacer al cristiano que tiene fe: “primero, que su estatus y ocupación agradan a Dios; segundo, que Dios le proveerá mientras él haga su trabajo al máximo de su capacidad y que, si no llega a ser escudero o príncipe, que sea un siervo.”
Esto es supremamente relevante para nuestra sociedad actual, la cual invita a los jóvenes a priorizar su desarrollo económico y laboral por encima del matrimonio. De acuerdo con Lutero, si el matrimonio es un medio para glorificar a Dios y guardar la santidad, vale la pena sacrificar un desarrollo económico. Incluso llama la atención, teniendo en cuenta su contexto, ver la opinión de Lutero sobre la edad en que las personas deberían casarse:
Un joven debe casarse, a más tardar, a los veinte y una joven entre los quince y dieciocho; aquí es cuando su salud está mejor y cuándo están más listos para casarse. Dejen que Dios se ocupe de cómo ellos y sus hijos se alimentarán. Dios crea a los niños; Él también los alimentará.
El estado matrimonial, por Martín Lutero
Tercera Parte
Aunque no se casó por amor, Lutero pronto llegó a tenerle gran estima a su esposa Katerina von Bora y a sus seis hijos. Contrario a la opinión mayoritaria durante la edad media de que el sexo era un acto bajo y sin valor, Lutero encontró en Génesis la justificación de que la pasión en el matrimonio es una expresión del poder y vitalidad creativos de Dios. Él se resistía a la espiritualización del ser humano, a través de la cual la vida del cuerpo era despreciada, y condenaba la glorificación de la virginidad y el celibato como una obra del diablo, que siempre trata de destruir el mundo al desvalorizar el estado matrimonial con un pervertido sentido de la santidad.
Lutero apreciaba el matrimonio como una gran escuela para la virtud, dentro de la cual uno aprenderá paciencia, caridad, fortaleza y humildad. Los padres deben ser prudentes y afectivos, aceptando a sus hijos como regalos de Dios mismo. El esposo y esposa deben ser amigos y amantes leales y amorosos el uno con el otro. Con vehemencia condenó el divorcio como un gran mal porque dejaba desprotegidas a las mujeres y él sostenía la opinión que el adulterio merece la pena de muerte. La gran estima de Lutero por el matrimonio y su compasiva preocupación por las mujeres y su bienestar, eran consideradas posiciones progresivas para esa época.
Para que podamos decir algo acerca del estado matrimonial que conduzca hacia la salvación del alma, debemos ahora considerar como vivir una vida cristiana y piadosa en ese estado. Guardaré silencio acerca del deber conyugal, el otorgar o restringirlo, dado que muchos sucios predicadores han perdido la vergüenza al punto de provocar disgusto. Algunos de ellos designan temporadas especiales para esto y dejan fuera las noches santas y a las mujeres embarazadas. Dejaré esto como San Pablo lo dejó cuando dijo en 1 Corintios 7:9[1], “…es mejor casarse que quemarse.”; y luego también, “No obstante, por razón de las inmoralidades, que cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido.” A pesar de que los cristianos casados no deben permitir dejarse gobernar por sus cuerpos apasionados por la lujuria, como Pablo le escribe a los Tesalonicenses[2], aun así, hemos de examinarnos a nosotros mismos para que nuestra abstención no nos exponga al peligro de la fornicación u otros pecados. Tampoco hemos de poner atención a días santos o de trabajo, o a otras consideraciones físicas.
De lo que debemos hablar más es del hecho de que el estado matrimonial ha caído universalmente en una terrible falta de estima. Existen muchos libros paganos que tratan de nada más que la depravación femenina y de la infelicidad del estado matrimonial, al punto que algunos han llegado a pensar que, si la Sabiduría fuera una mujer, esta no debería casarse. Un oficial romano antes debía motivar a los jóvenes a casarse (porque la nación estaba en necesidad de una gran población dada la gran cantidad de guerras). Dentro de otras cosas, les decía, “Mis queridos jóvenes, si solo pudiéramos vivir sin mujeres, nos salvaríamos de una gran molestia; pero como no podemos vivir sin ellas, cásense,” etc. Él fue criticado por algunos sobre la base de que sus palabras eran desconsideradas y solo servirían para desmotivar a los jóvenes. Otros, por el contrario, decía que Metellus era un hombre valiente que había hablado bien, porque un hombre honorable debía hablar la verdad sin miedo o hipocresía[3].
Así que concluyeron que la mujer es un mal necesario, y que ningún hogar puede prescindir de ese mal. Estas son las palabras de paganos ciegos, que ignoran el hecho de que el hombre y la mujer son creación de Dios. ¡Ellos blasfeman en contra de Su obra, como si el hombre y la mujer solo aparecieron espontáneamente! Me imagino que si las mujeres escribieran tales libros, dirían exactamente lo mismo acerca de los hombres. Lo que no han logrado expresar por escrito, sin embargo, lo expresan con su murmuración y reclamo cada vez que se juntan.
Cada día uno se encuentra con padres de familia que se olvidan de sus anteriores miserias porque, como el ratón, ya se han saciado[4]. Ellos alejan a sus hijos del matrimonio pero los motivan al monasterio y al convento, citando los muchos retos y tribulaciones de la vida matrimonial. Haciendo eso, llevan a sus hijos a casa con el diablo, como lo vemos diariamente; les proveen para la facilidad del cuerpo y el infierno para el alma.
Dado que Dios tuvo que sufrir tal desprecio por Su obra de parte de los paganos, también les preparó su recompensa, de la cual Pablo escribe en Romanos 1:24-28, y les permitió caer en la inmoralidad y un río de suciedad hasta que no solo abusaron de las mujeres carnalmente, sino también de niños y animales. Aún sus mujeres se abusaron a sí mismas y entre ellas mismas carnalmente. Porque blasfemaron la obra de Dios, Él les entregó a una mente depravada, de la cual los libros de los paganos están vergonzosa y descaradamente llenos.
Para que nuestro proceder no padezca de ceguera, sino que nos comportemos de manera cristiana, abracemos primero esta verdad: que el hombre y la mujer son obra de Dios. Mantén esto firme en tu corazón y en tus labios; no critiques Su obra, o llames malo aquello que Él mismo ha llamado bueno. Él sabe mejor que tú lo que es bueno y para tu beneficio, tal como dice en Génesis 2:18 “Entonces el Señor Dios dijo: ‘No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda adecuada.’” Allí ves que Él dice que la mujer es buena, una ayuda adecuada. Si consideras lo contrario, ciertamente es tu propia culpa, ni entiendes ni crees la palabra de Dios y Su obra. Date cuenta como con esta afirmación Dios de una sola vez tapa la boca de todos aquellos que critican y censuran el matrimonio.
Por esta razón los hombres jóvenes deben estar atentos cuando lean libros paganos y escuchen los reclamos comunes acerca del matrimonio, no sea que inhalen veneno. El estado matrimonial no le sienta bien al diablo, porque es la buena voluntad y obra de Dios. Esta es la razón por la que el diablo ha maquinado para que tanto se grite y escriba en el mundo en contra de la institución del matrimonio, para asustar a los hombres para que huyan de esta vida piadosa y amarrarlos en nudos de fornicación y pecados privados. Incluso, me parece que aún Salomón, aunque él ampliamente censura a las malas mujeres, habló contra estos blasfemos cuando dijo en Proverbios 18:22, “El que halla esposa halla algo bueno y alcanza el favor del Señor.” ¿Qué es este “algo bueno” y este favor? Veamos.
El mundo dice acerca del matrimonio, “Breve es el gozo, duradera la amargura.” Que digan lo que quieran; la voluntad de Dios y lo que Dios crea terminará siendo siempre un hazmerreír para ellos. Su consciencia estará agudamente consciente del tipo de gozo y placer que obtiene fuera del matrimonio. El reconocer el estado matrimonial es algo muy distinto de simplemente estar casados. Aquel que está casado pero que no reconoce el estado matrimonial no puede continuar en su matrimonio sin amargura, trabajo penoso y angustia; inevitablemente reclamará y blasfemará como los paganos y los ciegos irracionales. Pero aquel que reconoce el estado matrimonial, encontraré en él deleite, amor y gozo sin fin; como dice Salomón, “El que halla esposa, halla algo bueno…”.
Ahora aquellos que reconocen el estado matrimonial son aquellos que firmemente creen que Dios mismo lo instituyó, unió al marido y mujer y les ordenó tener hijos y cuidarlos. Para esto tienen la Palabra de Dios en Génesis 1:28 y pueden estar seguros de que Él no miente. Ellos podrán entonces también tener certeza de que el estado matrimonial y todo lo que va con él en manera de conducta, obras y sufrimiento es agradable a Dios. Ahora dime, ¿cómo puede el corazón tener mayor bien, gozo y deleite que en Dios, cuando uno tiene certeza de que su estado, conducta y obra agradan a Dios?
Eso es lo que significa hallar esposa. Muchos tienen esposas, pero pocos hallan esposas. ¿Por qué? Están ciegos; fallan en ver que su vida y conducta con sus esposas es la obra de Dios y es agradable a Sus ojos. Si lograran darse cuenta de apenas eso, entonces ninguna esposa sería tan odiosa, tan enojada, tan pobre, tan enferma que no les permita ver en ella el deleite de su corazón y siempre estarán reprochando a Dios por Su obra, creación y voluntad. Y porque ellos ven que esto complace a su amado Señor, ellos serán capaces de tener paz en tristeza, gozo em medio de la amargura, felicidad en medio de las tribulaciones… tal como los mártires lo tienen en su sufrimiento.
Nos equivocamos al juzgar la obra de Dios de acuerdo con nuestros sentimientos y cuando, en lugar de considerar Su voluntad, consideramos nuestro propio deseo. Esta es la razón por la que somos incapaces de reconocer Sus obras y persistimos en hacer malo lo que es bueno, y en amargar aquello que es placentero. Nada es tan malo, ni si quiera la muerte misma, sino que, cuando estoy seguro de que es agradable a Dios, lo convierto en dulce y tolerable. Por esto hace sentido cuando Salomón nos dice: “…y alcanza el favor del Señor.”
Ahora veamos que cuando nuestra razón natural, aquella astuta ramera que los paganos seguían al tratar de ser ellos más astutos, ve hacia la vida matrimonial, la ve con desprecio y dice: “¿En serio debo acurrucar al bebé, cambiar los pañales, hacer su cama, oler su excremento, quedarme despierto toda la noche, cuidarle cuando llora, sanarle cuando se irrita y lastima y encima de eso, cuidar a mi esposa, proveerle, trabajar en mi empleo, cuidar esto y aquello, hacer esto y aquello, soportar esto y aquello y cualquier otro trabajo penoso que sea parte de la vida casada? ¿Por qué debería yo convertirme en prisionero de mí mismo? Oh, tu pobre desgraciado, ¿te has casado? ¡Qué la maldición caiga sobre tal desgracia y amargura! Es mejor permanecer libres y llevar una vida en paz y sin preocupaciones; me convertiré en sacerdote o en monja y motivaré a mis hijos a que hagan lo mismo.”
¿Qué le dice la fe cristiana a todo esto? La fe abre los ojos y observa en el Espíritu todos estos deberes y actividades que muchos consideran desagradables, insignificantes y de mal gusto, y se da cuenta de que están adornadas con la aprobación divina tanto como las joyas y oro más caras. Nos enseña a decir, “Oh Dios, porque estoy seguro de que Tú me has creado como hombre y de mi cuerpo has engendrado este bebé, también tengo la certeza de que esto es concorde a tu perfecta voluntad. Te confieso que no soy digno de acurrucar al bebé o de cambiarle los pañales, o de que me confíes su cuidado y el de su madre. ¿Cómo es que, sin mérito alguno, tengo el honor de estar seguro de que estoy sirviendo a Tu criatura y Tu preciosa voluntad? ¡Oh con cuánto gozo lo haré, a pesar de que estas tareas sean consideradas tan insignificantes y despreciadas! Ni el frío o el calor, ni las penas o el trabajo, me disuadirán, porque estoy seguro de que esto es agradable a Tus ojos.”
Una esposa debe también considerar sus responsabilidades bajo la misma luz mientras amamanta al bebé, lo acurruca, lo baña y cuida de él de tantas formas, y mientras se ocupa de otros deberes y ayuda y se somete a su esposo. Estas son obras hermosas y realmente nobles. Esta es la forma de consolar y fortalecer a una mujer mientras está dando a luz, no repitiendo las leyendas de Santa Margarita[5] y otras tantas historias antiguas, sino diciendo lo siguiente: “Querida Greta, recuerda que eres una mujer, y que esta obra de Dios en ti es agradable a Él. Confía con gozo en Su voluntad, y deja que Él haga lo que desea contigo. Trabaja con toda tu fuerza para que el niño nazca. Si esto implica tu muerte, entonces deja esta tierra felizmente, porque habrás muerto haciendo algo noble y sirviendo a Dios. Si no fueras mujer, deberías ahora desear serlo por la causa de esta obra específica, para que puedas gloriosamente sufrir y aún morir mientras haces la obra y la voluntad de Dios. Porque aquí tienes la Palabra de Dios, que te ha creado de tal manera y ha sembrado en ti este extremo.” Dime, ¿acaso no es esto, como dice Salomón, “…hallará el favor del Señor.”, aun en medio de tales extremos?
Ahora dime tu, cuando un padre asume su rol y cambia pañales o realiza cualquier otra tarea para su bebé, y alguien lo ridiculiza como un tonto afeminado -aunque el padre está actuando en el espíritu que hemos descrito y en la fe cristiana-, mi querido hermano dime tu, ¿quién de estos dos está realmente dejando al otro en ridículo? Dios, con todos Sus ángeles y criaturas, está sonriendo -no porque el padre está cambiando pañales, sino porque lo hace en el espíritu de la fe cristiana. Aquellos que se burlan de él y solo ven la tarea y no la fe, están ridiculizando a Dios con todas sus criaturas…y lo hacen como los más grandes necios en la tierra. Ciertamente, únicamente se ridiculizan a ellos mismos; con toda su astucia, no son más que los tontos del diablo.
San Cipriano, aquel gran y admirable hombre y santo mártir, escribió que uno debe besar al recién nacido, aún antes de ser bautizado, en honor a las manos de Dios que permitieron que este bebé existiera y naciera[6]. ¿Qué crees que hubiera dicho acerca de un recién nacido bautizado? He allí un verdadero cristiano, que correctamente reconocía y considerada la obra y criatura de Dios. Esto me lleva a decir que todas las monjas y los monjes que carecen de fe, que confían en su propia castidad y en su orden, no son dignos de acurrucar un niño bautizado o de prepararle su papilla, aún que este fuera hijo de una ramera. Esto es porque su orden y forma de vida no tienen aval alguno en la Palabra de Dios. Ellos no pueden jactarse de que lo que hacen es agradable a los ojos de Dios, como sí puede hacerlo una mujer en labor de parto…aún si su hijo ha nacido fuera del matrimonio.
Digo estas cosas para que podamos aprender lo honorable que es vivir en el estado que Dios ha ordenado. En él encontramos la Palabra y el buen placer de Dios, a través del cual todas las obras, conducta y sufrimientos de ese estado se convierten santos, piadosos y preciosos, al punto que Salomón aún felicita a tal hombre y dice en Proverbios 5:18: “…regocíjate con la mujer de tu juventud…” y en Eclesiastés 9:9: “Goza de la vida con la mujer que amas todos los días de tu vida fugaz que Él te ha dado bajo el sol…” Sin duda, Salomón no habla aquí del placer carnal, dado que es el Espíritu Santo el que habla a través de él. Él está ofreciendo consuelo piadoso a aquellos que encuentra mucho trabajo penoso en el matrimonio. Él hace esto por la vía de la defensa en contra de quienes se mofan ante la divina ordenanza y, como los paganos, buscan, pero fracasan en encontrar algo en el matrimonio que vaya más allá del pasajero placer carnal.
En cambio, vemos lo deplorable que es el estado espiritual de los monjes y monjas por su propia naturaleza, porque carece de la Palabra y el beneplácito de Dios. Todas sus obras, conducta y sufrimientos no son cristianos, sino vanos y perniciosos, a tal punto que Cristo aún les advierte en Mateo 15:9, “Pues en vano me rinden culto, enseñando como doctrinas preceptos de hombres.” Entonces, no existe comparación entre una mujer casada que vive en fe y en el reconocimiento de su estado, y una monja enclaustrada que vive en incredulidad y en la presunción de su estado eclesial, de la misma forma en que no se comparan los caminos de Dios con los del hombre, como Él dice en Isaías 55:9, “Porque como los cielos son más altos que la tierra, así Mis caminos son más altos que sus caminos.” Es una gran bendición para uno el tener el aval de la Palabra de Dios para que pueda hablar y decir a Dios, “Mira, esto has hablado, es Tu beneplácito.” ¿Qué le importa a tal hombre si esto parece desagradable y ridículo para todo el mundo?
No debería sorprendernos que las personas casadas experimenten poco más que amargura y angustia durante su vida. Ellos no conocen la Palabra y voluntad de Dios acerca de su estado, y entonces son tan infelices como los monjes y monjas que carecen también del consuelo y seguridad del beneplácito de Dios. Por esta razón es imposible para ellos el aguantar la amargura y pena externa, porque es demasiado para un hombre el tener que sufrir amargura de adentro y afuera. Si a lo interno fracasan en darse cuenta de que su estado es agradable a los ojos de Dios, la amargura ya estará allí; si luego buscan algún placer externo, tampoco lo encontrarán. La amargura está unida a más amargura y de allí surgirán los ruidosos gritos y alegatos en contra de las mujeres y del estado matrimonial.
La obra y ordenanza de Dios debe y será aceptada y nacida de la fuerza de la Palabra de Dios y la seguridad que tenemos en ella; si no es así, entonces el daño se hace inaguantable. Por esta razón, Pablo matiza sus palabras de excelente forma cuando dice en 1 Corintios 7:28, “…ellos tendrán problemas en esta vida…”, o sea, amargura externa. Él guarda silencio, sin embargo, acerca del deleite interno y espiritual, porque la amargura externa es común tanto a creyentes como no creyentes; de hecho, es característica del estado matrimonial. Nadie puede tener verdadera felicidad en el matrimonio si no reconoce con una fe firme que el estado matrimonial, junto con todas sus obras, por insignificantes que sean, es agradable a Dios y precioso a Su mirada. Estas obras son insignificantes y serviles; sin embargo, es de ellas de donde trazamos nuestro origen, y todos tenemos necesidad de ellas. Sin ellas, ningún hombre existiría. Es por esta razón que son agradables a Dios, Quién las ha ordenado y a través de las cuales cuida de nosotros como una madre amorosa.
Dense cuenta de que hasta ahora no les he dicho nada acerca del estado matrimonial excepto aquello que el mundo y la razón en su ceguera le rehúye y se burla como un modo de vida servil, infeliz y problemático. Hemos visto como todas estas flaquezas de hecho están formadas de nobles virtudes y verdadero deleite si uno ve únicamente la Palabra y voluntad de Dios y allí, reconoce su verdadera naturaleza. No mencionaré otras ventajas y deleites implícitos en un buen matrimonio -donde esposo y esposa se atesoran, se vuelven uno, se sirven y bendicen con otras atenciones-, no sea que alguien me amordace diciendo que estoy hablando de algo que no he experimentado[7], y que hay más hiel que miel en el matrimonio. Mis comentarios se sustentan en las Escrituras, que son para mí más seguras que cualquier experiencia y nunca me mentirán. Quien encuentra aún más beneficios en el matrimonio, obtiene mayor ganancia y debe mostrarse agradecido con Dios. Aquello que Dios llama bueno debe, por necesidad, ser siempre bueno, a menos que los hombres no lo reconozcan o lo mal usen perversamente.
Entonces, obviaré el bien o mal que la experiencia nos cuenta y me confinaré al bien que la Escritura y la verdad le adscriben al matrimonio. No es cosa pequeña que, en el matrimonio, la fornicación e impureza quedan en jaque y son eliminadas. Esto en sí mismo es un bien tan grande que solo eso debería ser suficiente para motivar a los hombres a casarse, y por muchas razones.
La primera razón es que la fornicación no solo destruye el alma, sino también el cuerpo, la propiedad, el honor y la familia también. Vemos como una malvada y licenciosa vida no solo trae consigo gran desgracia, sino también es una vida pródiga, más cara que vivir en matrimonio, y que las parejas ilícitas necesariamente hacen sufrir al otro mucho más que quienes se han casado. Todo esto más allá de que se consume el cuerpo, se corrompe la carne y la sangre, la naturaleza y la constitución física. A través de tal variedad de terribles consecuencias vemos a Dios tomar una posición rígida, como si a través de ellas Él alejaría a las personas de la fornicación y hacia el matrimonio. Sin embargo, pocos son convencidos o convertidos.
Algunos, sin embargo, han dado al asunto mucho pensamiento y a través de lo aprendido por su propia experiencia, han acuñado un excelente proverbio, “Rápido al despertar y rápido al casar, para que no pueda renegar.” ¿Por qué? Bueno, porque de allí vienen personas que mantienen un cuerpo sano, una buena consciencia, propiedad, honor y familia, todo lo que se arruina y disipa por la fornicación que, una vez perdido, es prácticamente imposible recuperarlo -escasamente uno en cien tendrá éxito. Este era el beneficio citado por Pablo en 1 Corintios 7:2, “No obstante, por razón de las inmoralidades, que cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido.”
El estado matrimonial, sin embargo, redunda para el beneficio no solo del cuerpo, propiedad, honor y alma del individuo, pero también para el beneficio de ciudades y naciones enteras, en tanto permanecen exentos de las plagas impuestas por Dios. Sabemos demasiado bien que las plagas más terribles han caído sobre tierras y personas a causa de la fornicación. Este pecado fue citado como la razón por la cual el mundo fue ahogado en el diluvio (Génesis 6:1-13) y por la que Sodoma y Gomorra fueron enterradas en llamas (Génesis 19:1-24). La Escritura también cita muchas otras plagas, aún en el caso de hombres santos como David (2 Samuel 11-12), Salomón (1 Reyes 11:1-13), y Sansón (Jueces 16:1-21). Vemos ante nuestros propios ojos que Dios aún ahora nos envía más plagas nuevas[8].
Muchos creen que pueden evadir el matrimonio teniendo algún amorío por un tiempo y luego volverse justos. Mi querido, si uno en mil logra tener éxito en esto, eso sería una épica anomalía. Aquel que desee llevar una vida casta, debe iniciar temprano, y obtenerla con sino sin fornicar, ya sea por la gracia de Dios o a través del matrimonio. Vemos muy claramente qué tan bien lo logran cada día. Podríamos verlo como que se están lanzando a la inmoralidad en lugar de crecer en madurez. Todo esto es obra del diablo y con ello ha acuñado terribles frases como “Al menos una vez en la vida debemos hacernos los locos”; o “Quién no lo hace de joven, lo hará de viejo.”; o “Santo joven, viejo diablo.” Tales son los sentimientos del poeta Terencio[9] y otros paganos. Esto es diabólico, hablan como demonios, así es, como el diablo mismo.
Es un hecho comprobado de que quien rehúsa a casarse caerá en la inmoralidad. ¿Acaso puede ser de otra forma dado que Dios ha creado al hombre y a la mujer para producir semilla y reproducirse? ¿Por qué no adelantarse a la inmoralidad vía el matrimonio? Porque si la gracia especial no protege a la persona, su naturaleza debe y lo empujará a producir semilla y reproducirse. Si esto no ocurre dentro del matrimonio, ¿cómo ocurrirá sino a través de la fornicación y otros pecados secretos? Pero, ellos nos dicen, ¿supongamos que no estoy casado, ni soy inmoral, sino que me someto a permanecer casto? ¿Acaso no has escuchado que la abstinencia es imposible sin la gracia especial? Porque la Palabra de Dios no conoce de abstinencia; ni tampoco miente cuando dice, “Sean fecundos y multiplíquense…” (Génesis 1:28). No puedes escapar ni abstenerte de ser fecundo y multiplicarte; Dios así lo ha ordenado y así sucederá.
Los médicos no se equivocan cuando dicen: si esta función natural es restringida a la fuerza, necesariamente afectará la carne y la sangre y se convertirá en veneno, donde el cuerpo se enfermará, se enervará, sudará y apestará. Aquello que debió ser emitido en fecundidad y propagación debe ser absorbido dentro del cuerpo mismo. A menos que haya terrible hambre, inmenso trabajo o la suprema gracia, el cuerpo no puede soportarlo; necesariamente el cuerpo enfermará. Por esta razón, vemos cuán débiles y enfermas son las mujeres estériles. Aquellas que son fecundas, sin embargo, son más sanas, limpias y felices. Y aún si llegan a parir hasta quedar exhaustas -o hasta la muerte- eso no duele. Que tengan hijos hasta la muerte. Este es el propósito por el cual viven. Es mejor tener una vida breve con buena salud, que una larga vida con constante enfermedad.
Pero el mayor bien de la vida matrimonial, aquello que hace que el sufrimiento y el trabajo valgan la pena, es que Dios otorga hijos y nos manda a que los criemos para adorar y servirle. En todo el mundo esta es la más noble y preciosa labor, porque para Dios no hay nada más hermoso que salvar almas. Ahora, dado que todos estamos destinados a sufrir la muerte, si fuera necesario, para poder traer una sola alma a Dios, vemos cuán rico en buenas obras es el estado matrimonial. Dios le ha confiado a su seno almas engendradas de sus propios cuerpos, sobre quienes podamos derrochar todo tipo de obras cristianas. Con certeza papá y mamá son apóstoles, obispos y sacerdotes para sus hijos, porque son ellos quienes les dan a conocer el Evangelio. En resumen, no hay autoridad más grande o noble en la tierra que aquella de los padres sobre los hijos, porque esta autoridad es tanto espiritual como temporal. Aquel que enseña el Evangelio a otro es verdaderamente su apóstol y obispo. La mitra, el báculo y grandes territorios producen ídolos, pero la enseñanza del Evangelio produce apóstoles y obispos. ¡Vean cuán buena y grande es la obra y ordenanza de Dios!
Aquí dejaré el asunto descansar y dejar a otros la tarea de buscar más beneficios y ventajas del estado matrimonial. Mi propósito era solo enumerar aquellos que un cristiano puede tener al conducir su vida matrimonial de manera cristiana, para que, como dice Salomón, él pueda encontrar su esposa a los ojos de Dios y obtener el favor del Señor (Proverbios 18:22). Al decir esto no quiero hacer de menos la virginidad, o motivar a nadie a abandonar su virginidad por el matrimonio. Que cada uno actúe según su capacidad, según sienta que le ha sido dada por Dios. Simplemente quería señalar a esos agoreros del miedo que denigran el matrimonio y lo colocan tan por debajo de la virginidad que hasta se atreven a decir: Aún si los niños fueran santos (1 Corintios 7:14), el celibato es mejor. No se debe considerar ningún estado mejor, ante los ojos de Dios, que el estado matrimonial. En un sentido mundano, el celibato quizás sea mejor, dado que tiene menos preocupaciones y ansiedades. Esto es verdad, sin embargo, no por su propio mérito sino para que el célibe pueda mejor predicar y cuidar la Palabra de Dios, como enseña Pablo en 1 Corintios 7:32-34. Es la Palabra de Dios y la predicación que hacen del celibato -como el de Cristo y Pablo- mejor que el estado matrimonial. En sí mismo, sin embargo, la vida célibe es muy inferior.
Finalmente, tenemos ante nos otros una gran y fuerte objeción a la que hemos de responder. Sí, nos dicen, sería muy bueno estar casado, pero ¿cómo he de mantenerme? No tengo nada; toma una esposa y vive sobre eso, etc. Sin duda, este es el gran obstáculo para el matrimonio y es la más grande excusa para la fornicación. ¿Qué hemos de decir ante esta objeción? Revela falta de fe y duda de la bondad y verdad de Dios. No debe sorprendernos que donde falta la fe, lo único que sigue es la fornicación y todo tipo de infortunios. Les falta esto, que quieren asegurarse primero de sus recursos materiales, comida, bebida y vestido (Mateo 6:31). Sí, quieren sacar su cabeza del nudo de Génesis 3:19, “Con el sudor de tu rostro comerás el pan…”. Quieren ser unas sabandijas, haraganes y codiciosos que no necesitan trabajar. Entonces, solo se casarán si pueden conseguir esposas que son ricas, bellas, piadosas, bondadosas -está bien, espera, te dibujaremos una.
Que tales paganos sigan su camino; no discutiremos con ellos. Si llegan a tener la suerte de tener tales esposas, sus matrimonios no serían cristianos y serían faltos de fe. Ellos confían en Dios mientras sepan que no lo necesitan y que tienen suficientes recursos. Aquel que entre en el matrimonio como cristiano no debe avergonzarse de ser pobre y despreciado, o de hacer trabajo insignificante. Debe sacar satisfacción de esto: primero, que su estatus y ocupación agradan a Dios; segundo, que Dios le proveerá mientras él haga su trabajo al máximo de su capacidad y que, si no llega a ser escudero o príncipe, que sea un siervo.
Dios ha prometido en Mateo 6:25 y 33, “…no se preocupen por su vida, qué comerán o qué beberán; ni por su cuerpo, qué vestirán /…/ Pero busquen primero Su reino y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.” Luego, en el Salmo 37:25, “Yo fui joven, y ya soy viejo, y no he visto al justo desamparado, ni a su descendencia mendigando pan.” Si un hombre no cree esto, ¿hemos de sorprendernos cuando sufra hambre, sed, frío y mendigue pan? Mira a Jacob, el santo patriarca, que cuando estaba en Siria no tenía nada y simplemente cuidaba ovejas; el recibió tal cantidad de posesiones que sustentó cuatro esposas con un gran número de siervos e hijos, y, aun así, tenía suficiente[10]. Abraham, Isaac y Lot también se volvieron ricos, como tantos otros santos hombres en el Antiguo Testamento.
Con seguridad, Dios nos ha mostrado hasta la saciedad en el primer capítulo de Génesis como nos provee. Primero creó y preparó todo en el cielo y en la tierra, junto con las bestias y todas las cosas que crecen, antes de que creara al hombre. A través de eso demuestra como Él ha provisto suficiente comida y vestido, aún antes de que se lo pidiéramos. Todo lo que necesitamos hacer es trabajar y evitar la haraganería; entonces con certeza estaremos alimentados y vestidos. Pero una patética incredulidad se rehúsa a admitirlo. El incrédulo ve, comprende y le da igual que aún si se preocupa hasta morir sobre esto, no puede producir ni mantener un solo grano de trigo en el campo. Él sabe también que aún si sus bodegas estuvieran llenas a reventar, él no podría hacer uso de un solo grano a menos que Dios lo sostenga en vida y salud y le preserve sus posesiones. Ni siquiera esto produce efecto en su vida.
En resumen: quien no se sienta apto para el celibato debe rápidamente buscar en qué trabajar y ocuparse; que salga a trabajar en nombre de Dios y se case. Un joven debe casarse, a más tardar, a los veinte y una joven entre los quince y dieciocho; aquí es cuando su salud está mejor y cuándo están más listos para casarse. Dejen que Dios se ocupe de cómo ellos y sus hijos se alimentarán. Dios crea a los niños; Él también los alimentará. Si Él fallara en exaltarte y a ellos aquí en la Tierra, quédate con la satisfacción de que Él te ha dado un matrimonio cristiano, y ten la seguridad que Él te exaltará allí; y se agradecido por Sus regalos y favores.
Con esta exaltación de la vida matrimonial, sin embargo, no he querido adscribirle a la naturaleza una condición de santidad. Al contrario, he dicho que la carne y sangre, corrompidas a través de Adán, han sido concebidas y nacidas en pecado, tal como lo dice el Salmo 51:5. El acto sexual nunca es sin pecado; pero Dios lo excusa por Su gracia porque el estado matrimonial es Su obra y Él preserva dentro y a través del pecado todo lo bueno que ha implantado y bendecido en el matrimonio.
Traducción del texto a español: Juan Callejas
[1] Todas las citas bíblicas tomadas de la Nueva Biblia de las Américas
[2] 1 Tesalonicenses 4:5
[3] Esta historia, a la que Lutero se refería frecuentemente, es tomada del texto “Noches Áticas” de Aulo Gelio I.vi.1-6. Metellus Numidieus era un censor romano en el año 102, a.C.
[4] Esta variación de Lutero del antiguo proverbio acerca del ratón saciado puede parafrasearse así: “Para el estómago lleno, toda carne es mala."
[5] Por siglos, Margarita de Antioquía fue ampliamente venerada como la santa patrona de las mujeres embarazadas. De acuerdo con la tradición ella fue torturada y martirizada por negarse a renunciar a su fe y casarse con el prefecto romano Olibrio. Aunque no se tiene certeza de la fecha de su martirio, se cree que fue durante la persecución de Diocleciano (303-305, d.C.). Dentro de las leyendas de su martirio, está la historia de su oración, justo antes de ser decapitada, cuando dijo “cuando sea que una mujer en labor de parto invoque su nombre, el niño nazca sin ningún problema.”
[6] Cipriano, obispo de Cartago, martirizado en el año 258, d.C., fue el autor de numerosas cartas, incluyendo la que Lutero hace referencia. En su carta a Fido acerca del bautismo de infantes (Ep. LXIV.4), Cipriano escribió, “En el beso de un infante, cada uno de nosotros debe, por piedad, pensar en las manos de Dios que acaban de estar allí, que estamos besando de alguna forma, en esta recién formada y nacida persona, cuando abrazamos aquello que Dios ha hecho.”
[7] Cuando escribió esto, Lutero aún no estaba casado.
[8] En tiempos de Lutero, existía un grave problema de sífilis en la población. Su repentina propagación el final del siglo XV dio origen a la leyenda de que esta enfermedad fue traída del Nuevo Mundo por los marineros de Colón.
[9] Lutero citaba esta frase frecuentemente del poeta cómico romano Terencio (c.190-c.159, a.c.): “Créeme, no es un crimen para un joven el ir con prostitutas.”
[10] Génesis 28-33, especialmente 32:10
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