Aunque su historia es poco conocida hoy, Grubb fue conocido en su tiempo como “el Livingston de Sudamérica” debido a su valiosa labor pionera en el interior de territorio. Con una gran disciplina y carácter soportó muchos sacrificios por la obra misionera, dejando un legado que perdura hasta hoy.
Wilfrid Barbrooke Grubb nació el 11 de agosto de 1865, en los suburbios de la ciudad de Edimburgo, Escocia. Su familia era cristiana, aunque más por costumbre que por convicción, por lo que no tenía mayores pretensiones para su futuro que convertirse en médico y formar una buena familia. Cuando entró a la Universidad para estudiar ciencias de la salud, aún no estaba muy seguro de cuál carrera seguir. Fue en esta época que se replanteó su vocación y llegó a conocer a Dios de una manera más personal.
Estando en la Universidad de Edimburgo, participó del ministerio de Henry Drummond, quien se dedicaba a trabajar entre los estudiantes del país. Allí participó de grandes campañas y llegó a conocer a figuras evangélicas importantes de la época, como Dwight L. Moody. El evangelista norteamericano había realizado su primer viaje a Inglaterra en 1872, y estaba de vuelta en 1883 para una gran campaña en la capital escocesa. Estos fueron los meses cruciales en su vida, donde se fue gestando su llamado y su futuro.
El llamado al ministerio y sus primeros años
Como resultado de estas campañas, Barbrooke Grubb sintió un fuerte llamado a participar del ministerio, y en especial, en las misiones. Con tan solo 19 años se ofreció como voluntario a la Sociedad Misionera de Sud América (SAMS por sus siglas en inglés). El obispo que lo entrevistó vio gran entusiasmo en él, pero era demasiado joven y tenía muchas cosas por aprender. Le ofreció recibir un discipulado en su propia iglesia, al sur de Inglaterra, que le serviría como preparación para el ministerio y luego el mismo obispo estaría dispuesto a recomendarlo a la SAMS.
Grubb aceptó y se trasladó al paraje rural de Chobham, en el condado de Surrey, algunos kilómetros al sur de Londres. En la pequeña villa se dedicó a asistir al obispo en sus labores pastorales y el mantenimiento del edificio. Los 15 meses que pasó en Chobham fueron de gran utilidad y crecimiento para su vida y al finalizar el periodo fue recomendado a la SAMS, que lo aceptó para enviarlo de capellán a la misión en la isla de Tierra del Fuego.
Partió en 1886 rumbo a Sudamérica, haciendo una escala de dos meses en la ciudad de Montevideo. El 7 de julio de ese mismo año llegó a la base de Keppel (Isla Vigía), en las Islas Malvinas. Su tarea era oficiar los servicios religiosos a las personas que trabajaban en la base y realizar catequesis a los aborígenes yaganes que eran traídos a la isla durante algunos meses. Pero Grubb deseaba emprender un proyecto pionero, pensando en primer lugar en la selva amazónica, región a la que finalmente nunca fue, aunque siempre estuvo en su corazón. A mediados de 1889, Grubb recibió la encomienda de comenzar una obra en el Chaco paraguayo, hacia dónde partió ese mismo año.
Trabajo pionero en el Chaco paraguayo
El Gran Chaco es una región geográfica que abarca mayormente los actuales territorios de Paraguay, Bolivia, Argentina; una pequeña parte de Brasil (Mato Grosso do Sul) también puede considerarse parte de la región. El Río Paraguay al este y las sierras subandinas al oeste marcan los límites del Gran Chaco, que para esos años permanecía impenetrable debido a su espesa vegetación y su clima tan adverso.
Un misionero llamado Adolfo Henriksen había realizado los primeros viajes río arriba por el Paraguay, tratando de alcanzar a las tribus de los Lenguas del sur, también llamadas Enxet. Henriksen tenía el deseo de aventurarse, pero sabía que su edad no le permitía enfrentar los esfuerzos que requería la tarea. Pidió la ayuda de la Sociedad Misionera de América del Sur, que no dudó en enviar al joven Grubb.
La región del Gran Chaco contaba con una mala reputación por algunos casos trágicos habían sucedido en la zona, como la muerte del explorador francés Crevaux, asesinado años antes por tribus del Río Pilcomayo. Grubb tenía conocimiento de esto, pero no se dejaba amedrentar; luego de tres años trabajando en Tierra del Fuego, tenía experiencia relacionándose con nativos de Sudamérica. Se propuso ser firme y demostrar autoridad entre los nativos, sabiendo que aquellos solo respetaban a los fuertes; ser respetuoso de las costumbres y creencias locales, pero sin permitir que los nativos se aprovecharan de él y lo atropellaran con sus demandas (situación que había visto y vivido en Tierra del Fuego).
Ni bien llegó a Paraguay, recibió malas noticias: Henriksen había muerto pocos meses atrás. Ahora se encontraba a cargo de una misión nueva, en un país desconocido y sin un contacto confiable. Se había improvisado una base misionera en una isla del río Paraguay, donde desembocaba el Riacho Fernandez, a la altura del paraje de Carayá Vuelta. Esta pequeña base, 40 km al norte de Concepción, servía como punto de partida para viajes al interior. El lugar estaba atestado de mosquitos y el calor húmedo resultaba insoportable, pero a pesar de esto, Grubb se sentía muy entusiasmado y seguro de que ésta era la tarea que siempre había deseado emprender.
Los primeros meses de 1890 se dedicó a organizar la pequeña base-puerto y distribuir tareas entre algunos nativos y mestizos que se acercaban dispuestos a convivir. Quiso trabajar con estas personas, pero resulta que aquellos aborígenes que no tenían miedo de acercarse hasta el río, en realidad se dedicaban a comerciar. Sencillamente no deseaban nada más que negociar, mayormente para obtener alcohol a cambio. Grubb estaba convencido que para tener éxito en su plan misionero, debía trasladarse al interior.
Durante meses navegó por los ríos Paraguay y Verde con la misión de reconocer y mapear la zona, hasta que en septiembre de 1890 realizó su primer viaje a pie, para llegar hasta las aldeas del interior. Todos lo que oían de sus planes le recomendaban contratar guardias del gobierno que le sirvan como escoltas, o al menos llevar un arma él mismo, para su defensa personal. Pero Grubb pensó que esto no era coherente con el mensaje de paz que deseaba llevar, e incluso sería perjudicial para la obra misionera.
Gracias a algunos contactos con nativos que se acercaban a la base-puerto de Riacho Fernández, pudo conocer algunas aldeas del interior, donde intentó dar a entender sus planes con palabras sueltas o señas, pero en general fue bastante inútil. Al menos pudo establecer un vínculo inicial y trazar caminos en su cuaderno de notas.
En abril de 1891 logró el permiso de una de las tribus para permanecer algunas noches con ellos y convivir cortos periodos. Viendo que todo avanzaba bien, intentó vivir de forma permanente en dicha aldea, cercana al Río Verde. Conoció algunos jóvenes interesados y muy capaces, a quienes llamó Philip y Poet. A ellos dedicó gran parte de sus esfuerzos evangelísticos, al notar que tenían el interés.
Durante dos años intentó vivir entre los nativos, pero debía viajar a la base de Riacho Fernández constantemente, o incluso hasta Concepción cada vez que necesitaba víveres. Estos viajes le tomaban varios días, lo que no era nada práctico para sus planes, por eso cuando recibió la visita de unos enviados de la Sociedad Misionera les pidió el envío nuevos voluntarios que puedan administrar la base-puerto de Riacho Fernández, mientras él se instalaba de forma definitiva en la aldea de Río Verde.
En 1893, luego de que algunos jóvenes llegaran desde Inglaterra para ayudar en la misión, Grubb pudo vivir en Río Verde, siendo el único europeo entre los nativos. Al principio fue bien recibido, aunque no tener nadie con quien expresarse libremente hacía la convivencia muy difícil. Con el pasar de las semanas empezó a conocer el lado oscuro de la aldea. Los chamanes intentaron varias veces envenenar su cantimplora, o realizar alguno de sus hechizos en su contra.
En cierta ocasión escuchó gritos y llantos en la aldea, y decidió acercarse para conocer qué sucedía. Una mujer había muerto y como parte de su ritual funerario, iban a enterrarla con su bebé que aún estaba vivo. Este fue la primera experiencia de Grubb ante una de las prácticas más habituales entre los nativos del Chaco paraguayo: el infanticidio. El misionero se sintió en aprietos, porque entendía que impedir el ritual significaba dejar a la madre sin compañía en “la otra vida”, de acuerdo a las creencias de los nativos. Pero su conciencia no le permitía dejar que esto sucediera, ahora que conocía la situación. Se enfrentó a los chamanes, y hasta el mismo padre de la criatura, para impedir que el niño fuera enterrado vivo. Logró salvar al bebé, pero su relación con el resto de la aldea de Río Verde empeoró desde entonces.
En 1895, el desbordamiento del Río Paraguay provocó la inundación de varias aldeas, incluso de la base misionera de Riacho Fernández, que quedó totalmente arrasada por la crecida. Grubb y su pequeño equipo recibieron la ayuda de unos comerciantes ingleses de Buenos Aires, quienes tenían tierras cerca de la ciudad de Concepción. Una porción fue cedida a la misión para construir una base más estable y mejor equipada, en la boca del Riacho Negro, sobre el margen oeste del río Paraguay y enfrente de Concepción. Este sería el puerto definitivo de la misión en Paraguay y el nexo de estaciones misioneras en el interior del Chaco con el resto del mundo.
La aldea nativa de Río Verde también había sido afectada por las inundaciones, así que ya no era un lugar adecuado para trabajar. De todos modos, Grubb se había ganado la enemistad de los jefes durante el último tiempo, aunque algunos jóvenes decidieron seguirle. Lo mejor sería imitar las costumbres autóctonas y fundar una aldea propia junto a los nativos que le seguían, más otras familias más que se encontraran sin hogar. Caminaron hacia el sur del Río Verde, hasta encontrar un terreno adecuado para comenzar un asentamiento. Llamó al lugar simplemente “Estación Central”, y desde allí buscó camino por tierra hasta la base en Riacho Negro, para evitar tener que navegar cada vez que necesitara vívieres, o por cualquier urgencia. Aunque el monte era espeso, lograron trazar un camino terrestre y ahorrar varios días de viaje, al tener ahora una línea directa entre la Estación Central y la base-puerto de Riacho Negro.
En este mismo año la salud de Grubb decayó notablemente. Los mosquitos eran más de lo habitual, debido a las inundaciones, y el terreno pantanoso hacía más duros los viajes. Grubb llevaba varios años acumulados en servicio, y las condiciones hacían sentir el agotamiento. En marzo de 1896, la Sociedad Misionera le exigió tomarse la licencia que le correspondía, pero que había estado aplazando para avanzar la obra. Grubb había dejado su país en 1886, con solo 20 años. Estuvo cuatro años en la solitaria isla Keppel, en las Islas Malvinas, y seis años como pionero en el Chaco paraguayo; era su primer descanso en una década, lo que ilustra muy bien la entrega y disciplina del misionero escocés.
Intento de asesinato y expansión de la obra
Durante su año en Gran Bretaña disfrutó de un merecido descanso de un mes, mientras que el resto del tiempo se dedicó a recaudar fondos y promover la obra en América del Sur. Regresó a comienzos de 1897, con nuevos reclutas. Durante los siguientes cuatro años, el trabajo misionero logró fortalecer la Estación Central, que lucía bastante como una aldea nativa. El equipo misionero que acompañaba a Grubb se dedicó a trabajar en la lengua Enxet, escribiendo un primer diccionario y una descifrando su gramática. Grubb continuó viajando al interior, con dirección oeste, entre los ríos Verde (al norte) y Montelindo (al sur).
En uno de estos viajes, con la intención de alcanzar a los pueblos chorotes del sur, sufrío un intento de asesinato de parte de uno de sus primeros “convertidos”, el joven llamado Poet. Este joven nativo logró engañar al equipo que estaba de viaje, para quedarse solo junto al misionero. Apenas cruzaron el río Montelindo, Poet se veía muy nervioso pero el escocés jamás imaginó lo que sucedería. El joven se retrasó un poco y le disparó una flecha por la espalda a Grubb, que cayó herido al suelo pensando que había sido un disparo accidental, pero Poet simplemente lo abandonó llorando. Grubb estaba confundido y se descompensó por unas horas. Cuando se levantó recién pudo procesar lo sucedido y comprendió que había sido un intento de asesinato. Como pudo, se quitó la flecha de la espalda, soportando una agonía intensa, y cruzó el río unas cuatro veces, según recordó más adelante. Prefirió tomar un camino alternativo de regreso, pensando que Poet estaría cerca vigilando que haya muerto. Camino en la noche, con su camisa llena de sangre y agua, totalmente exhausto. Personas de una aldea vecina lo encontraron al otro día y lo llevaron hasta la Estación Central.
También Poet había regresado a la Estación Central para dar la noticia al resto de los misioneros, pero según su versión Grubb había sido atacado por un yaguareté. Un grupo salió a buscar a Grubb pero no pudieron hallarlo. Cuando llegaron a la aldea que habían encontrado al misionero, estos les dieron las novedades, por lo que el grupo volvió a la Estación Central. En medio de todo el alboroto, Poet sabía que su mentira sería desbaratada y esa misma noche que Grubb llegó, decidió escapar sin rastro ni aviso. Tiempo después se supo que otra aldea encontró a Poet y lo condenaron a muerte por su crimen, un triste final para alguien a quien los misioneros habían dedicado tanto esfuerzo.
Grubb viajó a Buenos Aires para ser atendido en el hospital inglés y asegurarse de que no hubiera complicaciones a causa de la herida. Aunque no hubo consecuencias graves, su salud sí quedó resentida desde entonces. La flecha había chocado contra una costilla, lo que evitó que la herida sea más grave y profunda, pero la costilla partida dañó su pulmón derecho. El doctor envió a Grub un mes a las sierras de Córdoba, para disfrutar del aire limpio de la zona, un tratamiento usual por aquella época. Luego de este tiempo, regresó a Paraguay para continuar la tarea.
En octubre de 1898 comenzaron a construir la primera iglesia nativa en Estación Central, imitando la típica arquitectura inglesa, pero con materiales y detalles autóctonos. Algunos jóvenes nativos empezaron a reunirse de forma espontánea para orar y pedir la salvación de sus familias, lo que dejó asombrados a los misioneros. Era evidente que Dios estaba dando los primeros frutos a la misión, luego de casi 10 años de trabajo. En 1899, dos jóvenes nativos, conocidos como Philip y James, fueron admitidos para el primer bautismo de la misión. Se realizó en el puerto-base de Riacho Negro, frente a la ciudad de Concepción. Grubb se sentía entusiasmado con lo que estaba sucediendo, por lo que volvió a Gran Bretaña para informar acerca de la obra, recaudar más fondos y sumar nuevos reclutas al equipo. Regresó a Paraguay en julio de 1900, con siete voluntarios y un nuevo plan.
Grubb había gestado dos ideas para el futuro de la misión. Primero, su intención de penetrar en el Gran Chaco región desde otros lugares, siempre deseando comenzar nuevas obras. Segundo, que los nativos puedan integrarse a la “vida civilizada”, trabajando los recursos naturales de sus tierras y comerciando, de tal forma que puedan vivir de un modo autónomo. Grubb quería imprimir una faceta más agraria e industriosa a la obra, tratando de evitar que los nativos sean sometidos a trabajar para otros, a medida que estancieros y empresarios también penetraban en el territorio.
1901 era el año para iniciar este giro en la misión, pero por soberanía divina nada salió según lo planeado. Algunos misioneros que llevaban años trabajando en el lugar decidieron volverse a causa del desgaste natural de la tarea, mientras que muchos nuevos reclutas desertaron la misión por las duras condiciones. Varias estaciones misioneras tuvieron que cerrarse por falta de equipo, perdiendo el contacto con varias aldeas nativas. Luego de unos buenos años de frutos, Dios decidió frenar el crecimiento y poner a prueba a los misioneros.
Las colonias cristianas del Chaco
En 1901 Barbrooke Grubb y Mary Bridges pudieron casarse, después de 13 años de compromiso que cada uno atravesó en la obra misionera. Mary vivió los primeros meses en la base-puerto de Riacho Negro, mientras Grubb viajaba constantemente hacia la Estación Central y otras estaciones misioneras en el interior. En 1902 finalmente se mudaron a una estación misionera que llamaban “El paso”, que Grubb consideraba como la estación más agradable para vivir y formar la familia.
En agosto de este año sucedió otro hito para la obra misionera y la iglesia autóctona, que ya contaba con varios miembros nativos desde su primer bautismo, tres años atrás. Esta vez había 20 candidatos al bautismo y el equipo misionero tomó la decisión de incluir a los líderes de la iglesia autóctona para evaluar a los candidatos. La intención era comprometer a los nativos con el cuidado y gobierno de su propia iglesia, para que dependiera cada vez menos de los misioneros y desarrollar así a líderes locales. De alguna manera, consistió en el primer concilio de la iglesia nativa, para establecer los parámetros para admitir personas a la membresía y, en definitiva, qué significa ser un cristiano.
En 1903 una epidemia de viruela azotó la zona; el brote obligó a Grubb a clausurar algunas estaciones misioneras más al oeste de la región y hacer regresar a algunos misioneros a la Estación central, para evitar el contagio a más indígenas. La viruela y otros contratiempos en el avance hacia el interior dirigieron a Grubb en pensar una refundación de la Estación central. A pocos kilómetros inició una colonia donde vivirían jóvenes nativos, para aprender oficios y alejarse de las viejas costumbres animistas. Cada familia tendría su casa y huerta, con calles bien demarcadas y edificios civiles. Grubb buscaba desarrollar una colonia agrícola protestante, donde familias nativas aprendieran la vida sedentaria y se integraran a la sociedad occidental. Ningún misionero viviría allí, aunque habría visitas constantes.
Para 1906 la Colonia contaba con más de 150 habitantes; la Estación Central tuvo que cerrarse porque los jóvenes se habían trasladado a la Colonia y los más viejos volvieron a sus clanes o aldeas originales. Con el paso del tiempo, la Colonia sirvió como atractivo para colonos paraguayos, a medida que crecía el comercio en el territorio. Se abrió un camino estable hacia Concepción, donde finalmente se trazó el primer recorrido para la actual ruta 5, Gral. Bernardino Caballero.
Nuevas obras en el norte de Argentina
En 1909, Grubb entró en contacto con una empresa estadounidense con campos en el norte argentino, que estaba dispuesta a permitir una obra misionera dentro de sus tierras. Viajó hasta San Pedro de Jujuy y desde allí por Yacuiba, en el límite con Bolivia, hasta llegar a Santa Cruz de las Sierras. Su intención era reconocer la zona y encontrar el mejor lugar para fundar una base misionera desde la cual adentrarse al interior del Gran Chaco.
Finalmente recibió el permiso de instalar una base en la zona de Urundeles, al norte de San Pedro de Jujuy, donde viviría junto a los tobas y matacos que se dedicaban a la zafra (cosecha de los campos de azúcar). Grubb y un equipo de seis personas se instalaron allí, tratando de aprender el idioma y congeniar con los trabajadores. Pero el lugar no resultó la mejor decisión, pues en su mayoría eran hombres que trabajaban de sol a sol. Cuando se cumplía el tiempo de la zafra, regresaban a sus familias y tribus en el interior del Chaco. Si los misioneros realmente querían tener frutos, debían ir más adentro y vivir entre ellos.
En 1912 volvió a Inglaterra para proponer un nuevo plan a la Sociedad Misionera: comenzar una nueva obra a orillas del Bermejo y seguir el curso del río hasta su desembocadura en el Paraguay. El plan era peligroso, pues la zona entre el Pilcomayo y el Bermejo era reconocida por la muerte de quienes se animaban a explorar. Grubb logró el apoyo de la Sociedad misionera y de voluntarios dispuestos a ir, gracias a que existía un plan del gobierno argentino de construir una vía de tren en ese mismo recorrido. La misión se encargaría de ir evangelizando a medida que se extendía el ferrocarril.
Los años siguientes, Grubb se dedicó mayormente a viajar, alternando entre ambas misiones en el Chaco y Gran Bretaña. En 1921 dio por terminada su labor misionera y regresó a Escocia junto a su familia. La obra misionera en el Chaco tuvo gran crecimiento en los siguientes años, con una gran cantidad de iglesias rurales que aún hoy permanecen, bajo el liderazgo de líderes locales.
Apenas un año después de su regreso definitivo falleció su esposa Mary, quedando él junto a dos hijas. Grubb se convirtió en una figura reconocida y respetada por su trabajo pionero en Sudamérica, participando en el comité de la Sociedad Misionera de Inglaterra. Sus últimos años los pasó junto a su familia en Escocia, hasta su muerte en 1930, a los 65 años de edad.
Controversias y legado
En las últimas décadas muchas críticas se han hecho a las misiones del siglo XIX, especialmente a las misiones dirigidas al interior de cualquier territorio. Mientras los misioneros de aquella época buscaban llevar el evangelio por amor a los perdidos, también abrían camino a la explotación comercial que deseaba llegar a nuevos recursos naturales, algo que fue sucediendo con el paso de los años. Grubb sabía que el avance de los grandes intereses económicos llegaría a las tribus del Gran Chaco, por eso buscaba llegar primero y enseñarles a integrarse con dignidad al sistema económico. Su convicción era: si la iglesia no lo hace, los empresarios inescrupulosos lo harán.
Con todos sus errores y efectos no deseados, la misión en el Chaco paraguayo-argentino tuvo una clara intención de evangelizar y mejorar la forma de vida de los habitantes nativos, teniendo mucho cuidado de no imponer por la fuerza o crear una dependencia hacia el equipo misionero. Prueba de ello es la “iglesia protestante nativa” que aún se mantiene en las provincias argentinas de Salta y Formosa y goza de bastante independencia. Grubb nunca fue ingenuo sobre las transformaciones que se producirían, sabía que enfrentarse a prácticas como el infanticidio, los médicos-chamanes y otros rituales nativos significaba enfrentarse a las creencias y cosmovisión que apoyaban dichas prácticas.
Las misiones podrán ser blanco de críticas para muchos historiadores, antropólogos y académicos, pero Dios, que conoce los corazones y las intenciones, será quién se levante a juzgar al final de los tiempos. Siervos entregados como W. Barbrooke Grubb entrarán al gozo de su Señor y recibirán su recompensa.
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FUENTES
Grubb, W. B. (1925) An unknown people in an unknown land. An account of the life and costumes of the lengua indians of the paraguayan chaco, with adventures and experiences during twenty years’ pioneering and exploration amongst them. 4th ed. Seeley, Service & Co. Limited. Londres
Hunt, R. J. (1932) The Livingston of South America. The life and adventures of W. Barbrooke Grubb among the wild tribes of the Gran Chaco in Paraguay, Bolivia, Argentina, the Falkland Island and Tierra del Fuego. Seeley, Service & Co. Limited. Londres.
Cargo, M. Uncovering the “Real” Barbrooke Grubb: A Case Study in the Difficulties of Reading Missionary Literature [artículo de página web]. [consultado el 26/08/2021]