En los enclaves coloniales de Shanghai y Hong Kong, donde la murmuración entre los extranjeros era común, “volverse nativo” causaba cierta indignación y hasta risa. Así que cuando los trabajadores de la Misión Interior de China adoptaron por primera vez la vestimenta tradicional china, a otros expatriados les pareció como si se estuvieran poniendo la ropa del enemigo, “imitando la vestimenta y los modales chinos”. Los trajes occidentales, decían los diplomáticos, ofrecían protección y prestigio.
Hoy por hoy, nos parece muy sencillo adoptar “el traje del país” en el que somos extranjeros como una especie de cortesía hacia los anfitriones. Pero esta política “simple” de Hudson Taylor y su ministerio tuvo algunas ramificaciones sorprendentes.
La “vestimenta china completa” fue una de las reglas más duras y controvertidas de Taylor, un símbolo de su intención de crear una iglesia nativa china desprovista de adornos extranjeros. Alguna vez, el propio Taylor dijo sobre este tema: “La vestimenta extranjera y el porte de los misioneros... la apariencia extranjera de las capillas, y de hecho el aire extranjero impartido a todo lo relacionado con su trabajo, ha obstaculizado seriamente la rápida difusión de la verdad entre los chinos”.
En una sociedad jerárquica como la china, sin embargo, donde cada botón, cada pluma, cada rizo de seda denotaba el estatus de una persona, ponerse ropa china no era una cuestión sencilla. ¿Cómo elegir el atuendo adecuado? Los misioneros no querían ser confundidos con sacerdotes budistas con túnicas color azafrán, ni con eruditos confucianos de clase alta. Este fue el primer gran obstáculo con el que tuvo que lidiar Taylor al instaurar su política.
Entonces la CIM (China Inland Mission) decidió que sus misioneros se vistieran como profesores de escuela pobres, un traje humilde que se ajustaba a su objetivo de llevar el evangelio a los chinos empezando de abajo hacia arriba en la escala social. Tal vestimenta, afirmaban, ofrecía una especie de pasaporte espiritual al corazón y a la mente de las personas.
De hecho, este traje le permitió a los pioneros de la CIM realizar algunas de las exploraciones más prodigiosas y peligrosas en el interior de China. En 1875, por ejemplo, dos hombres y un evangelista chino atravesaron el país a salvo tan solo unos meses después de que un funcionario británico llamado Margary, vestido con uniforme blanco y con una guardia de soldados, fuera asesinado.
Problema divisivo
No obstante, la vestimenta china fue un tema profundamente divisivo. Los misioneros varones odiaban “la cola”, la trenza de cabello que llevaban los hombres chinos. Esta costumbre había sido impuesta por la dinastía “bárbara” Qing (o manchú), que había conquistado China en el siglo XVII, como señal de sumisión china. Por lo tanto, cortar la cola era un signo de sedición, castigado incluso con la muerte.
Además, tener una cola implicaba afeitarse la parte delantera de la cabeza todos los días, y hasta que les crecía el cabello, los misioneros no tenían otra opción que usar gorros con una cola falsa colgando por la espalda.
Para las misioneras, la vestimenta china también era un verdadero reto. Aunque Mary Dyer, la primera esposa de Hudson Taylor creció en China, se negó a usar ropa tradicional hasta que se convirtió en líder de la CIM y tuvo que dar ejemplo a las mujeres más jóvenes. “Cuanto más nos acerquemos a los chinos en su aspecto exterior”, les dijo, “más severamente se criticará cualquier infracción de la corrección según sus normas. En lo sucesivo, nunca debo ser culpable, por ejemplo, de tomar el brazo de mi marido fuera de nuestra casa”.
Las mujeres solteras también encontraron prejuicios particulares. Dependiendo de lo que vistieran, corrían el riesgo de ser confundidas con cortesanas o cantantes o, peor aún, con hechiceras o “artistas” de mala reputación que ofrecían sus servicios en bodas y funerales.
Occidente se pone de moda
En la primera década del siglo XX, China estaba cambiando rápidamente, mientras el gobierno de Qing avanzaba hacia la revolución. Eran tiempos del reloj, del dólar y la bicicleta; las cosas occidentales estaban de moda. Incluso los eruditos confucianos llevaban bombines (sombreros occidentales). Los misioneros de las grandes ciudades chinas empezaban a notar que “un extranjero con vestimenta empezaba a ser objeto de burla... y un obstáculo para el trabajo”. ¿Cuál era el problema principal?: La cola.
La CIM debatió el problema durante todo un año, sondeando a los miembros de la misión en toda China. Si se cortan las trenzas, sería una “desviación radical de un rasgo distintivo” de la misión. También, “a los ojos de la clase oficial, tenderían a ser identificados con el movimiento anti dinástico”. Finalmente, D. E. Hoste, director de la CIM, decidió que la vestimenta china fuera opcional según las circunstancias locales.
En 1911, cuando la nueva República China prohibió “la cola”, podemos imaginar el alivio de los hombres de la antigua CIM cuando se unieron a cientos de millones de chinos comunes para eliminar el odiado signo de la esclavitud. Las calles, según testimonios, estaban llenas de montones de coletas trenzadas.
Este artículo fue escrito originalmente en la revista Christian History en el año 1996. Fue traducido y adaptado por el equipo de BITE en 2021.