¿Por qué la Iglesia católico-romana tiene siete sacramentos, mientras que los protestantes solo dos? Aunque el listado de los siete parece un hecho incuestionable dentro del catolicismo, no siempre fue así. Para comprender el camino que llevó a esta diferencia es necesario volver a las raíces: a qué dice la Biblia sobre este tema, cómo cambió su significado durante la Edad Media y cómo la Reforma buscó recuperar su sentido original.
Este recorrido histórico-teológico no pretende ser exhaustivo, sino aclarar un asunto que, con frecuencia, se asume sin conocer su trasfondo. Solo así podremos comprender no solo una diferencia entre tradiciones, sino también la riqueza y el propósito con que Dios dotó a Su Iglesia de estos signos visibles de Su gracia.

¿Qué es un sacramento?
Para empezar, es clave definir el término. El consenso de la cristiandad es que un sacramento es una señal visible de una gracia invisible; es un elemento material que representa la obra creadora del Padre, significa el mandato salvador del Hijo y contiene la gracia santificadora del Espíritu Santo. En esencia, los sacramentos son medios a través de los cuales Dios se ofrece a Su Iglesia.
Sin embargo, si retrocedemos en la historia hasta la época patrística, la palabra “sacramento” —del latín sacramentum o griego mysterion— no poseía una definición técnica y estricta. Los padres de la Iglesia la empleaban para referirse a una amplia gama de realidades sagradas. Por ejemplo, para Cipriano de Cartago, la unidad de la Iglesia o la oración eran “sacramentos”; para Hilario de Poitiers, lo eran la cruz y el sufrimiento de Cristo. Incluso, realidades del Antiguo Testamento como la circuncisión y el Sabbath hacían parte de los sacramentos para Agustín de Hipona.

Pero, a pesar del diverso uso de la palabra —fruto de cierta imprecisión en su significado—, sí había en el centro de la práctica cristiana dos ritos que se destacaban. En el siglo III, Tertualino argumentó que solo el Bautismo y la Cena del Señor tenían este estatus especial. De igual modo, en el siglo IV, Ambrosio de Milán dedicó algunos de sus tratados doctrinales a explicar ambas ordenanzas como los sacramentos centrales de la fe.
Pero, ¿qué pasa con la mención que hicieron hombres posteriores como Isidoro de Sevilla en el siglo VII o Pascasio Radberto en el XIX acerca del “Bautismo, la unción, y el cuerpo y la sangre del Señor”? La explicación es que, en la Iglesia primitiva, la “unción” con aceite sagrado no se consideraba un sacramento independiente, sino una parte integral y conclusiva de la ceremonia del Bautismo, todo dentro del mismo proceso de iniciación cristiana. Por tanto, es un hecho notable que durante el primer milenio, pocos o ningún padre de la Iglesia haya afirmado que la penitencia, la unción de los enfermos, el matrimonio o la ordenación sacerdotal fueran sacramentos. Eran “ritos sagrados”, pero no estaban al mismo nivel que el Bautismo y la Eucaristía.

¿Qué dice la Biblia sobre los sacramentos?
El criterio fundamental por el cual posteriormente los reformadores afirmaron solo dos sacramentos es que estos debían cumplir con tres condiciones bíblicas: haber sido instituidos directamente por Jesucristo, tener un elemento físico visible asociado, y estar acompañados de la promesa del Evangelio. Así pues, solo el Bautismo y la Santa Cena cumplían los requerimientos de forma inequívoca.

El Bautismo fue instituido por Jesús después de Su resurrección, en lo que se conoce como la Gran Comisión. En el Evangelio de Mateo dice: “Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado” (Mt 28:19-20a). Allí, Cristo estableció todos los elementos del sacramento: ordenó el acto de bautizar, designó el elemento físico (el agua); proveyó la fórmula (en el nombre de la Trinidad); y definió el propósito, que es hacer discípulos.

Ahora bien, la Santa Cena o Eucaristía fue instituida por Jesús durante la última cena, en la víspera de su crucifixión. Al evocar Sus palabras, el apóstol Pablo subraya el mandato explícito de repetirlo:
Porque yo recibí del Señor lo mismo que les he enseñado: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: “Esto es Mi cuerpo que es para ustedes; hagan esto en memoria de Mí”. De la misma manera tomó también la copa después de haber cenado, diciendo: “Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre; hagan esto cuantas veces la beban en memoria de Mí” (1 Co 11:23-25).
Al decir “hagan esto”, Jesús ordenó el acto, estableció los elementos del pan y el vino, y definió su significado, que esencialmente es el recuerdo de Su sacrificio y del nuevo pacto.

¿Cuándo y por qué la Iglesia católico-romana pasó de dos sacramentos a siete?
Los siete sacramentos se consolidaron progresivamente durante la Edad Media y respondían a prácticas comunes dentro de la Iglesia católica. Pero el punto de inflexión ocurrió en el siglo XII, cuando el teólogo Pedro Lombardo, en su influyente obra Las Sentencias, enumeró una lista definitiva: el Bautismo, la confirmación, la Eucaristía, la penitencia, la extremaunción, la orden sacerdotal y el matrimonio. Esta ganó aceptación oficial en los siglos siguientes y terminó siendo reconocida en el Segundo Concilio de Lyon (1274).
Pero es necesario agregar que este desarrollo estuvo ligado a cambios en la comprensión de la justificación. La palabra griega dikaioo, que quiere decir “declarar justo”, fue traducida al latín como justificari, que se entendía como “hacer justo”. Este cambio llevó a que la justificación se entendiera como un proceso continuo. En este contexto, los siete sacramentos llegaron a ser considerados los medios por los que Dios “hace justo” a alguien.

Con la doctrina de la transubstanciación, la Eucaristía se volvió central y fue confirmada en el Concilio Lateranense IV (1215). La penitencia, por su parte, surgió de interpretaciones de la Vulgata que traducían “arrepentíos” como “haced penitencia”. La teología medieval de la justificación como un proceso de “ser hecho justo” extendió su lógica más allá de la Eucaristía y la penitencia.
Con el supuesto fin de proveer gracia en cada etapa de la vida, la confirmación se definió como el sacramento de la madurez, el matrimonio como el de la vida familiar, y la ordenación sacerdotal como el que creaba ministros para dispensar los otros sacramentos. De este modo, Pedro Lombardo articuló un sistema que él entendía como coherente, en el que cada rito clave se convertía en un canal de gracia indispensable para un continuo proceso de salvación del creyente.

¿Qué pensaban los reformadores de los siete sacramentos?
El movimiento protestante buscó revertir lo que consideraba adiciones históricas y doctrinales que se habían desviado de las raíces bíblicas y patrísticas. Basándose en su lectura de la Escritura y en el testimonio de la Iglesia primitiva, los reformadores insistieron en que la Biblia solo habla de dos sacramentos. Como reacción, el Concilio de Trento afirmó dogmáticamente que los siete sacramentos completan la doctrina de la justificación.
Pero, contrario a lo que se podría pensar, los otros cinco ritos no fueron eliminados por los protestantes, sino redefinidos como prácticas útiles y edificantes. Casiodoro de Reina, el traductor de la Biblia del Oso, lo expresó con gran claridad en su Confesión de fe cristiana: “...aunque los tenemos y observamos por ritos sacros y necesarios, instituidos de Dios, no los llamamos ni tenemos por sacramentos”.
En resumen, la diferencia en el número de sacramentos es el resultado de un proceso histórico en el que la Iglesia católica consolidó como tales siete ritos durante la Edad Media. En cambio, el protestantismo optó por adherirse a la práctica más limitada de dos sacramentos, que estaba más alineada con la Iglesia del primer milenio y, claramente, con la Escritura.
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