Las historias de Santa Bárbara y San Jorge, que son parte de la hagiografía católica, tienen un factor en común: Nicomedia.
Santa Bárbara fue una joven llevada a la muerte por su propio padre a causa de su fe cristiana. San Jorge fue torturado de varias formas terribles por no querer negar sus creencias. Aunque los detalles y precisiones de estas narraciones tienden a difuminarse hasta el punto de convertirse en leyendas, se dice de ambas ejecuciones que ocurrieron en Nicomedia, una urbe en la que murieron muchos mártires más. Con el tiempo, llegó a ser conocida como “La ciudad mártir”.
Sin embargo, ¿cómo es que esta ciudad terminó convirtiéndose en la sede de una de las más grandes herejías que han azotado al cristianismo?
El cristianismo y las ciudades
En la actualidad, Nicomedia es conocida como İzmit, una ciudad ubicada en Turquía; su nombre original proviene del griego antiguo. Fue una urbe de Anatolia, capital del Reino de Bitinia, fundada entre el 264 y el 263 a.C. por el rey Nicomedes I de Bitinia, de quien tomó el nombre. Es probable que estuviera situada cerca de donde se encontraba la antigua ciudad de Olbia, que algunos han asociado con la ciudad de Ástaco –una colonia de Megara ubicada en el golfo de Ástaco–.
Nicomedia se menciona repetidamente en las epístolas de Plinio el Joven a Trajano durante su mandato como gobernador de Bitinia. En ellas menciona varios edificios públicos de la ciudad como una casa del senado, un acueducto, un foro, presuntamente un templo de Cibeles, y otros. También se registra un gran incendio en el 111 d.C., durante el cual el lugar sufrió graves daños.
Diocleciano convirtió a Nicomedia en la capital del este del Imperio Romano en el 286, cuando introdujo el sistema de tetrarquía, esto fue significativo porque se convirtió en la capital oriental y más antigua del Imperio Romano. Más tarde, Constantino el Grande estableció allí su residencia. Con estas transformaciones, la ciudad adquirió aún mayor relevancia: se transformó en el centro jurídico y en donde el concilio provincial se reunía para celebrar las ceremonias del culto imperial.
Es conocido el hecho de que, en sus primeros años, el cristianismo no tuvo facilidades para desarrollarse, en especial en los territorios romanos. De hecho, fue proscrito y perseguido. Sin embargo, gracias a múltiples testimonios, se sabe que la expansión del cristianismo se dio principalmente en las urbes. Uno de esos testimonios lo entregó Luciano (más tarde conocido como Luciano Mártir), quien fue director de la escuela exegética de Antioquía, y que en el año 311 se dirigió hacia el emperador Maximino para defender al cristianismo con las siguientes palabras:
Casi la mitad del mundo, ciudades enteras, urbes integræ, prestan ya adhesión a la verdad. Y si este testimonio te pareciera sospechoso, pregunta a la muchedumbre de los campesinos, que no sabe mentir, y te dará testimonio de esto que digo.
En relación al mismo asunto, Eusebio señaló en su Historia Eclesiástica que en Edesa no se adoraba más que a Cristo, y lo mismo ocurría en Apamea de Frigia. También el filósofo Porfirio, furioso adversario del cristianismo, atribuyó la epidemia que sufría una ciudad al abandono de los dioses antiguos:
Ahora os extrañáis de que la enfermedad haya invadido la ciudad desde hace tantos años, cuando ni Esculapio ni ningún otro dios tienen entrada en ella. Desde que Jesús es honrado, nadie ha recibido beneficio público de los dioses.
Al encontrar ciudades enteras convertidas al cristianismo, sus opositores se enfrentaron a un dilema: se resignaban o redoblaban sus esfuerzos por perseguirlo. En el caso de Nicomedia, las autoridades se volcaron a una persecución feroz.
La ciudad mártir
La ciudad estuvo en el centro de la persecución que ocurrió bajo Diocleciano y César Galerio. Según registran las crónicas, el 23 de febrero de 303 d.C., durante la fiesta pagana de Terminalia, Diocleciano ordenó que se demoliera una iglesia recién construida en Nicomedia, se quemaran sus Escrituras y se incautaran sus piedras preciosas. Al día siguiente emitió su “Primer edicto contra los cristianos”, con el cual ordenó que se tomaran medidas similares en las iglesias de todo el Imperio.
Sobre aquellos días, Lucio Cecilio Firmiano Lactancio, un escritor latino y apologista cristiano, nos ofrece un registro:
Estos suplicios que había experimentado, empleándolos con los cristianos, llevado por la fuerza de la costumbre, llegó a aplicarlos a todo el mundo. Ninguna pena le parecía pequeña: ni el destierro en una isla, ni la cárcel, ni los trabajos forzados en las minas; por contra el fuego, la cruz, las fieras eran para él algo sencillo y cotidiano. A los servidores y a los funcionarios se les liquidaba con un golpe de lanza.
La destrucción de la iglesia de Nicomedia provocó pánico en la ciudad. Además, al final de ese mes, un incendio destruyó parte del palacio de Diocleciano. Dieciséis días después hubo otro incendio. Aunque se hizo una investigación sobre las causas, no se acusó oficialmente a ninguna parte, pero Galerio insistió en culpar a los cristianos. Por eso, el emperador mismo supervisó la ejecución de dos eunucos de palacio, quienes, según él, conspiraron con los cristianos para iniciar el fuego. A ello se sumaron seis ejecuciones hasta fines de abril del 303. Al poco tiempo, el emperador declaró que Nicomedia era insegura y se dirigió hacia Roma. Luego lo siguió Diocleciano.
Sin embargo, el cristianismo siguió creciendo, hasta que Nicomedia se llegó a identificar como una ciudad cristiana. Pero, en febrero del 305, fue sitiada por un pequeño ejército que ofreció perdonar la vida de quienes abandonaran de manera voluntaria la ciudad. Ellos rechazaron la oferta, pues la consideraron equivalente a la apostasía. Al contrario, permitieron la entrada de los soldados, quienes quisieron obligar a los cristianos a ofrecer sacrificios a los dioses. Todos se negaron, y por eso los encerraron en el edificio de la iglesia principal y le prendieron fuego. De acuerdo al relato de Eusebio y Lactancio, todos los habitantes de Nicomedia murieron entre las llamas e invocando a Jesucristo.
Debido a este episodio, Nicomedia fue conocida como la ciudad mártir.
El Edicto de tolerancia de Nicomedia
La historia de los perseguidores con Nicomedia no había terminado, pero dio un giro muy inesperado. El mismo emperador que prácticamente ordenó su desaparición, dictó un Edicto de tolerancia. Este fue importante por varios motivos: se reconoció la existencia legal de los cristianos, se les dio la libertad para celebrar reuniones y la posibilidad de construir templos, aunque se precisó que sus actividades no debían alterar el orden público. Además, muchos de los cristianos fueron liberados de sus prisiones como consecuencia inmediata.
Pero el edicto también incluía algunas obligaciones, como que los cristianos orasen por el bien público y el del Emperador. Esto último, comenta la filóloga María Fernández Rei, puede ser interpretado como una tentativa de integración de los cristianos y de su instrumentalización con fines políticos.
Aunque el documento original no fue encontrado, su texto se conoció a través de la transcripción en latín del mismo efectuada por Lactancio en su libro Sobre la muerte de los perseguidores, una descripción de los sucesivos destinos de los emperadores que persiguieron a los cristianos. De acuerdo a Fernández Rei: “El emperador Galerio, implacable represor e impulsor de las persecuciones, además de los emperadores Licinio y Constantino, ordena por motivos de clemencia y oportunidad política el cese de las persecuciones anticristianas”.
A continuación, presentamos el texto disponible del Edicto de Tolerancia de Nicomedia:
Entre todo lo otro que por el bien y la prosperidad de la cosa pública dispusimos, quisimos en el pasado armonizar todas las cosas con el derecho y el orden público romano tradicional. También buscamos que, incluso los cristianos, que habían abandonado la religión de sus ancestros, se reintegrasen a la razón y al buen sentido.
En efecto, por algún motivo, la voluntad de los cristianos fue por su propia obra plagada de tal manera y fueron presa de tal tamaña estupidez, que abandonaron las instituciones ancestrales, que quizás sus mismos antepasados habían instituido. En su lugar, por su propio capricho y como bien les pareció, adoptaron y siguieron leyes propias congregándose en varios lados como grupos separados.
Así, cuando con tal finalidad pusimos en vigor nuestras leyes para que se conformasen a las instituciones tradicionales, muchos se sometieron por el miedo, otros fueron incluso abatidos.
Aun así muchos perseveraron en su propósito y constatamos que no observaban la reverencia a los dioses de la religión debida ni tampoco aquella del Dios de los cristianos. Habida cuenta de nuestra gran clemencia e inveterada costumbre de indulgencia que ejercitamos frente a todos los hombres, creemos que debemos extenderla también a este caso. De tal modo pueden nuevamente los cristianos reconstituirse así como sus lugares de culto, siempre que no hagan nada en contra del orden público.
Por medio de otra carta indicaremos a los magistrados cómo deben conducirse. En razón de esta, nuestra benevolencia, deberán orar por nuestra salud y la del Imperio, para que el Imperio pueda continuar incólume y para que puedan vivir en seguridad en sus hogares. Este edicto se dicta en Nicomedia a un día de las calendas de mayo en nuestro octavo consultado y en el segundo de Máximo Lactancio.
Cuando el emperador Galerio decidió promulgar el Edicto de Nicomedia, estaba enfermo de cáncer. Falleció cinco días después de la promulgación. Su estado de salud en sus últimos días fue interpretado por muchos cristianos como evidencia del castigo divino. De acuerdo al escritor Lactancio, padeció durante un año los más horribles sufrimientos y, pudriéndose en vida, al parecer reconoció a Dios. Según registró, entre sus espantosos dolores, el César habría prometido a gritos que reconstruiría la iglesia que había ayudado a demoler.
En la actualidad, a partir del análisis de los síntomas descritos, se estima que aquella enfermedad pudo haber sido un cáncer colorrectal, una gangrena o una gangrena de Fournier. Es altamente probable que sus padecimientos y conciencia le hayan impulsado a arrepentirse de sus terribles acciones pasadas hacia los cristianos, por lo que el Edicto pudo haber sido un intento de reconciliarse con los cristianos y su Dios. Sin embargo, dado que no tenemos su propia visión, esta idea queda en el marco de las inferencias.
Lo evidente es que con el Edicto de Nicomedia se detuvo cualquier penalización del cristianismo y esta adquirió así, según Fernández Rei, el estatuto de religión permitida (religio licita) en las provincias del Danubio y de los Balcanes. Así pues, sirvió de precedente al de Constantino I y al de Licinio (313), conocido como el Edicto de Milán, que consagró totalmente la libertad de cultos. Todo esto puso al cristianismo en un pie de igualdad con las otras religiones del Imperio.
Sede del arrianismo
Cuando Licinio fue derrotado por Constantino en la batalla de Crisópolis (Üsküdar) en el 324, el destino de Nicomedia cambió: dejó de ser la capital oriental del Imperio romano. Aunque Constantino residió principalmente allí, la estableció solo como su capital interina, hasta que en el 330 declaró a otra ciudad cercana, Bizancio, como la nueva capital, y cambió su nombre por Constantinopla (que en la actualidad se conoce como Estambul).
Pero el vínculo de Constantino con Nicomedia no se diluyó del todo: de hecho, falleció en una villa real cercana a ella en el 337. Asimismo, la ciudad tampoco dejó de tener influencia, pues era un punto de convergencia de las rutas que conducían a la nueva capital, y por eso conservó su importancia estratégica.
Sin embargo, Nicomedia vino a ser especialmente notable por su importancia teológica: la ciudad se convirtió en la sede principal del arrianismo, postura que, en palabras simples, niega la divinidad de Cristo. Allí se dio el Concilio de Nicomedia, que se realizó a comienzos del 339, y tuvo como objetivo reemplazar a Eusebio, antiguo obispo de aquella ciudad, debido a que había sido trasladado a Constantinopla.
El origen de este concilio se encuentra en el Concilio de Nicea, llevado a cabo unos años antes. Dicho encuentro tuvo como principal objetivo debatir, y especialmente definir, posiciones teológicas respecto a la controversia teológica desatada por Arrio y sus seguidores. Sobre dicho evento, el escritor Tim Challies relata:
El debate duró desde el 20 de mayo hasta el 19 de junio, momento en el que el Concilio elaboró un formato inicial del Credo de Nicea que afirmaba explícitamente la posición del Cristo engendrado y condenaba el arrianismo. Todos los asistentes, excepto dos, votaron a favor y, esos dos, junto con Arrio, fueron excomulgados y desterrados a Iliria. Todos los escritos de Arrio fueron confiscados y quemados.
Sin embargo, Arrio se refugió en Cesarea, donde fue bienvenido por el famoso apologista e historiador Eusebio, quien a su vez solicitó el apoyo de Eusebio de Nicomedia para la causa arriana.
Pero ¿quién fue Eusebio de Nicomedia? Fue discípulo de Luciano el Mártir en Antioquía, y en esa escuela aprendió las doctrinas arrianas. Después se convirtió en obispo de Berito y, según una enciclopedia católica, “por motivos ambiciosos se las ingenió para ser transferido, contrario a los cánones de la Iglesia primitiva, a la sede de Nicomedia, residencia del emperador oriental Licinio, con cuya esposa, Constancia, hermana de Constantino, gozaba de gran favor”.
Eusebio de Nicomedia se transformó en líder de quienes apoyaban a Arrio; de hecho, escribió muchas cartas apoyándolo. Por ejemplo, se conserva una dirigida a Paulino, obispo de Tiro, gracias a lo cual se conocen las creencias de Eusebio en ese tiempo: “el Hijo, no se genera de la substancia del Padre, sino que Él es otro en naturaleza y poder; fue creado, y esto no es inconsistente con su filiación, pues los malvados son llamados hijos de Dios y así son iguales las gotas de rocío, y fue engendrado por la libre voluntad de Dios”.
Hasta el final de sus días, Eusebio de Nicomedia, abogó por la causa del arrianismo. Tenía como objetivo deshacer la obra de Nicea, y lograr la completa victoria del arrianismo.
La influencia del pensamiento de Arrio sobre las creencias y acciones del obispo Eusebio es más que evidente. Además, ambos formaron sus discípulos, que enseñaron a otros, incluidos futuros misioneros. Por ello, lamentablemente, el arrianismo no se quedó solamente en Nicomedia; más tarde se difundió entre los bárbaros germanos y llegó hasta los confines del Imperio: a los ostrogodos, vándalos y longobardos.
Nicomedia: una exhortación para la iglesia actual
En la actualidad, las ruinas de Nicomedia están enterradas debajo de la ciudad moderna densamente poblada de İzmit. Como lo describió un viajero:
Por mucho que recorremos la ciudad no encontramos nada que huela a antiguo. Nicomedia nos esquiva continuamente; al rato empezamos a sospechar que la antigua capital de Bitinia yace sepultada bajo esa abigarrada aglomeración urbana llamada Izmit sin ningún resto de su pasado esplendor a la vista.
En 1999, la tierra tembló durante 37 segundos en el noroeste de Turquía. El epicentro estuvo situado en la región de Kocaeli, cuya capital es Izmit (es decir la antigua Nicomedia). El terremoto dañó gravemente la mayor parte de la ciudad, aunque también condujo a importantes descubrimientos de la antigua Nicomedia durante las labores de limpieza de escombros. Fue así como, de acuerdo a crónicas periodísticas, se descubrieron una gran cantidad de estatuas antiguas de personajes como Hércules, Atenea, Diocleciano y Constantino.
Cuando se estudia y analiza la historia, no se pierde el asombro. Y el caso de Nicomedia nos presenta una larga historia con varios giros sorprendentes, pero en particular destacamos uno: el de una ciudad perseguida y mártir, a una ciudad que se transformó en la sede de una de las herejías cristológicas más extendidas en el tiempo y el espacio. Por consiguiente, el caso de esta ciudad nos confronta a vivir en nuestras ciudades manteniendo el testimonio hacia los no creyentes, como así también a no descuidar el estudio de la teología entre los creyentes.
Referencias y bibliografía
La leyenda de San Jorge y el dragón de Aitiana Palomar | National Geographic
Historia eclesiástica de Rufino, IX, 6
Historia eclesiástica de Eusebio, II, 1, 7; VIII, 11
Graecarum Affectionum Curatio (La curación de las enfermedades griegas) de Teodoreto de Ciro, capítulo 13.
Diez lecciones sobre el martirio, Paul Allard. Fundación GRATIS DATE, Pamplona, 2002.
Sobre la muerte de los perseguidores de Lactancio, 22: 2, 3.
Instituciones divinas de Lactancio, v. 11.
¿A qué se llamó el 'Edicto de la tolerancia de Nicomedia' de María Fernández Rei | Muy interesante
Edicto de Tolerancia de Nicomedia | Biosphera 21
El Primer Concilio de Nicea de Tim Challies | Volvamos al evangelio
Eusebio de Nicomedia | Enciclopedia Católica
Eusebio de Nicomedia | Enciclopedia Católica Online
Descubriendo Asia Menor. Día 1. Nicomedia | Aeternitas Numismatics
Ancient underground city in İzmit excites archaeology world | Daily News
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