Cada vez que llega diciembre, muchos cristianos nos enfrentamos a una paradoja dolorosa: mientras el calendario marca la celebración de uno de los eventos más gloriosos de la historia —la encarnación de Cristo, el gran milagro que trajo salvación a la humanidad—, el mundo que nos rodea parece decidido a perderse en un frenesí de consumismo.
Sí, no podemos negar la bondad particular que trae esta época. El tiempo de descanso, el reencuentro familiar y la generosidad son regalos de la gracia común. Sin embargo, para el creyente que busca meditar en el pesebre, existe una profunda y constante distracción producida por el afán desmedido de comprar, la presión social de dar y recibir, y la exigencia de cumplir con los estándares materialistas de la temporada.
Esta no es una simple percepción pesimista. Las cifras confirman que la Navidad moderna se convirtió, ante todo, en un evento económico de proporciones desorbitadas. Por ejemplo, según una encuesta de NerdWallet, en Estados Unidos se estima que cada persona gastará en promedio 1107 dólares en diciembre de 2025. Lo más alarmante es que el 74% de los consumidores planean usar tarjetas de crédito para sus compras, a pesar de que muchos de ellos siguen luchando para pagar el endeudamiento de las fiestas del año anterior.

El panorama en Latinoamérica no es muy distinto: en Colombia, una encuesta de Fenalco reveló que el 54% de las personas gastó entre 200.000 y 800.000 pesos (50-200 dólares) en regalos. Aunque parece una cifra baja en comparación con Estados Unidos, el ingreso promedio de un colombiano es 6 veces menor. Esto alimentó un uso intensivo de tarjetas de crédito que preocupó a los expertos financieros por el endeudamiento prolongado que genera. Son recursos inmensos que, en vez de haber sido consumidos por la ansiedad del “regalo perfecto”, podrían haber tenido un propósito mucho más eterno.
En este contexto, es bastante alentador saber que no somos la primera generación de cristianos que se siente abrumada en medio del ruido comercial y que enfrenta la dificultad de recordar a Cristo en medio de una cultura que lo ignora. Como nos recuerda el apóstol Pedro, debemos resistir firmes en la fe, “sabiendo que las mismas experiencias de sufrimiento se van cumpliendo en sus hermanos en todo el mundo” (1 P 5:9). Hoy podemos compartir estas luchas con la Iglesia histórica y recibir consejo de quienes caminaron antes que nosotros.

En este sentido, vale la pena visitar las agudas reflexiones de C. S. Lewis acerca de la Navidad. En su tiempo, él describió de manera brillante el esfuerzo del cristiano por celebrar la verdadera Buena Noticia en medio del caos consumista de mediados del siglo XX. Tanto su crítica a la sociedad de su tiempo como su ánimo a perseverar en la celebración de la encarnación nos pueden dar luces hoy para navegar esta época, a menudo “oscurecida” por el bombardeo de luces, los centros comerciales abarrotados y la incansable propaganda comercial.

Demasiado cansados para el día de Navidad
Para diagnosticar la fiebre que nos consume en diciembre, Lewis recurrió a su afilado ingenio literario. En su sátira titulada Exmas y Crissmas, incluida hoy en la colección Dios en el banquillo, el autor adopta la voz del antiguo historiador griego Heródoto para describir las extrañas costumbres de una tribu insular: los habitantes de Niatirb (un anagrama evidente de Britain, es decir, Gran Bretaña).
Para entender la crítica de Lewis, debemos detenernos en su juego de palabras, el cual se pierde en la traducción al español. Él distingue entre dos festivales: Exmas y Crissmas. Por un lado, Exmas suena igual a “Xmas”, la abreviatura estándar y de uso común para referirse a la Navidad. Por otro lado, Crissmas es una grafía que suena fonéticamente idéntica a la palabra original para Navidad, ‘Christmas’. Lewis utiliza esta coincidencia sonora para exponer una ironía fundamental: aunque varias festividades suenen igual al oído y ocurran bajo nombres que suenan igual, son en realidad dos eventos distintos.

En la historia, los habitantes de Niatirb celebran un festival durante cincuenta días de preparación agonizante, conocidos como “La fiebre de Exmas” (Xmas Rush). Lewis describe un escenario casi bélico: las calles se vuelven intransitables, atestadas de carruajes que bloquean el paso, mientras una niebla oscura envuelve la ciudad. ¿Por qué? Durante este tiempo, los ciudadanos, con rostros pálidos y ojerosos, se ven obligados a precipitarse de tienda en tienda a comprar regalos, cargando pesados paquetes y luchando contra el agotamiento físico.
Y una de las torturas más particulares de esa temporada es el “ritual de las tarjetas”. Lewis narra con humor sombrío cómo los ciudadanos compran cuadrados de papel costosos para enviarlos a todos sus conocidos, agotando sus últimas energías en escribir las mismas frases vacías una y otra vez. Pero el verdadero terror llega al final del día de Exmas: exhaustos, los niatirbianos regresan a sus casas esperando descansar, solo para encontrar en su correo tarjetas de personas a las que olvidaron enviarles una. Esto provoca gemidos y desesperación, obligándolos a ponerse de nuevo las botas, salir al frío y a la multitud, y comprar otra tarjeta para reparar la ofensa social.

El resultado final es evidente: el día del festival, la mayoría de los ciudadanos están tan agotados física y mentalmente por la “fiebre” que apenas pueden levantarse de la cama antes del mediodía, sumidos en un estupor de cansancio.
En contraste, en la misma isla existe una pequeña minoría que celebra el “Crissmas”. Estos se levantan temprano, con rostros radiantes, para asistir a una fiesta sagrada y celebrar un misterio antiguo, ajenos a la melancolía y el cansancio de sus compatriotas. Mientras que los devotos de Exmas yacen en sus camas hasta el mediodía, recuperándose de la extenuación física de la temporada, los seguidores de Crissmas se reúnen frescos y vigorosos. Para ellos, el día no marca el final de una tortuosa maratón de obligaciones, sino el punto culminante de una alegría genuina.
Lewis destaca que este grupo se congrega para compartir un banquete y vino, conversando animadamente, libres de la ansiedad por el intercambio de mercancías. Lo más incomprensible para el narrador es que esta minoría parece haber escapado ilesa a la “fiebre”; al no someterse al ritual de los cuadrados de papel ni a la compra compulsiva de ofrendas, han logrado llegar al día festivo con su espíritu —y sus ahorros— intactos.

Lo que Lewis subraya aquí no es un desprecio puritano por los regalos en sí mismos. De hecho, en su ensayo Lo que la Navidad significa para mí, reconoce con pragmatismo que el intercambio de bienes es un motor necesario para la economía moderna. El problema no es el objeto, sino la obligación social que tiraniza al individuo y le roba el gozo. La versión comercial de la festividad debe ser rechazada porque “da, en general, mucho más dolor que placer”. La mayoría de las personas llegan al 25 de diciembre “físicamente agotadas por semanas de lucha diaria en tiendas abarrotadas” y “mentalmente agotadas” por el esfuerzo de recordar a los destinatarios correctos, pareciendo más sobrevivientes de una larga enfermedad que celebrantes de una fiesta.
Esta observación sociológica de Lewis resuena profundamente con la sabiduría bíblica. El vacío que deja el Exmas —ese cansancio del alma tras haber gastado todo— es la confirmación empírica de que el materialismo es un dios incapaz de satisfacer. El apóstol Pablo ya advertía a Timoteo que a los ricos de este mundo se les debe mandar “que no sean altaneros ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, el cual nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos” (1 Ti 6:17). Del mismo modo, el libro de Proverbios nos recuerda que “Mejor es poco con temor del Señor, que gran tesoro con turbación” (Pr 15:16).

Pero entonces, mientras tenemos claro cuál es el proceder agotador de este mundo durante Exmas, surge la pregunta vital: ¿de qué se trata realmente Crissmas? ¿Cuál es esa realidad superior que celebraban aquellos pocos niatirbianos de rostros radiantes?
Satisfechos con el milagro
Una de las críticas más grandes del mundo secular —e incluso de algunos creyentes, aunque quizás no lo acepten— es que pasar demasiado tiempo meditando en la doctrina de la encarnación nos hace desaprovechar la oportunidad de simplemente “disfrutar”. ¿No debería dejarse la religión “pesada” para la Semana Santa y usar diciembre solo para el descanso, las compras y la gratitud familiar? Pareciera que la narrativa cristiana es un aguafiestas. Sin embargo, en otros dos ensayos de la misma colección, Lewis demuestra magistralmente por qué, a diferencia del consumismo rampante que nos deja vacíos, la historia de la encarnación es la única capaz de llenar el corazón y traer plenitud real.
En primer lugar, está el argumento de El mito se hizo realidad (The Myth Became Fact). Lewis aborda aquí una crítica intelectual común: la idea de que el cristianismo no es original, sino que es simplemente una copia de antiguos mitos paganos sobre un “dios que muere y resucita” para traer vida a la tierra —como las historias de Balder en la mitología nórdica o de Osiris en la egipcia—. Pero el autor, lejos de asustarse por esta similitud, argumenta que esto es precisamente lo que deberíamos esperar. Si Dios es el autor de la realidad, es natural que la imaginación humana, en sus mejores momentos poéticos, haya intuido fragmentos de esa verdad.

Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre esos mitos y la Navidad: Cristo es el mito que se hizo realidad. Mientras que Balder y Osiris mueren en un tiempo indeterminado, en el “cielo de la leyenda”, Jesucristo murió en un lugar geográfico específico y bajo el decreto histórico de Poncio Pilato. Lewis nos invita a ver que la encarnación tiene toda la poesía y la belleza literaria de los grandes mitos que mueven las emociones humanas, pero con la contundencia de un hecho histórico.
Y aquí radica nuestra verdadera satisfacción: lo “físico” de la Navidad comercial —el banquete, el regalo, la decoración— tiene una apariencia de realidad, pero es efímero. En cambio, la Encarnación es la irrupción de la Realidad misma en nuestra historia. Nuestra felicidad no proviene de una fábula abstracta ni de un objeto comprado en una tienda, sino del hecho concreto de que el Mito Verdadero caminó sobre nuestra tierra, comió nuestro pan y sufrió nuestra muerte. Eso es sustento real para el alma.
En segundo lugar, encontramos la respuesta al dolor humano en El Gran Milagro. La Navidad Exmas intenta a menudo actuar como un sedante, tapando la fealdad del mundo con luces de colores y villancicos alegres, fingiendo que todo está bien y que la temporada es solo felicidad. Pero todos sabemos que, al apagar las luces, la realidad persiste; vivimos en un universo que parece territorio ocupado por el enemigo, lleno de guerras, enfermedades, hambrunas, dolor y muerte. ¿Cómo tiene sentido este caos si fuimos creados por un Dios bondadoso y omnipotente?

Lewis explica que la Encarnación no es simplemente una historia bonita para reconfortarnos, sino la pieza central, el capítulo interpretativo que le da sentido a todo el rompecabezas de la naturaleza y la historia. Sin este evento, el sufrimiento parece cruel y azaroso; con él, comenzamos a vislumbrar un plan de rescate.
Para ilustrar cómo la Encarnación no ignora el mal, sino que se sumerge en él para derrotarlo, Lewis utiliza una analogía inolvidable: la del buzo. Nos invita a imaginar a un hombre que se prepara para una inmersión profunda y que, para eso, primero, debe despojarse de sus vestiduras, quedándose vulnerable para lanzarse al agua. El descenso es progresivo: primero pasa por el agua verde, cálida y traspasada por el sol, donde todavía hay luz y belleza. Pero su misión lo obliga a bajar más, atravesando la oscuridad negra y fría, descendiendo bajo una presión inmensa que amenaza con aplastarlo, hasta llegar finalmente a lo más bajo: al fango viscoso y al lodo del fondo marino, donde la vida parece imposible.
Jesús hizo precisamente eso. No se quedó en la comodidad del cielo; se despojó de Su gloria para descender a lo más profundo de la miseria humana, a la muerte misma y a la corrupción de nuestra naturaleza caída. Pero no bajó simplemente para quedarse allí, sino para rescatar algo precioso que se había perdido en el lodo: la naturaleza humana. Y así como el buzo, con los pulmones a punto de estallar, se dispara hacia arriba llevando consigo el objeto rescatado; Cristo resucitó, llevando a la humanidad de vuelta a la luz y al aire de la vida eterna.

Esta es la razón por la que podemos estar verdaderamente satisfechos. No celebramos una evasión de la realidad, sino un rescate heroico. Mientras que el consumismo nos ofrece juguetes para distraernos del abismo, la Encarnación nos ofrece los brazos de Aquel que bajó al abismo y nos sacó de él.
La alternativa superior
No debería extrañarnos que hoy muchos cristianos luchen intensamente contra la corriente del consumismo. Tal como en la historia de Niatirb, ya no se trata de una fecha en el calendario, sino de una temporada agotadora que se extiende por casi dos meses. Desde el estruendo comercial del Black Friday, el mundo entra en una compulsión frenética por gastar. Es fácil para el creyente dejarse encantar por la ilusión de que participar en todas las compras, intercambios de regalos y envíos de tarjetas es lo que finalmente llenará el corazón y validará su celebración.
Sin embargo, la advertencia de Lewis sigue vigente y es más necesaria que nunca: el ruido del Exmas es tan abrumador que logra distraer incluso a los pocos que desean celebrar el Crissmas. La actividad febril no solo agota el bolsillo, sino que adormece el espíritu, dejándonos sin fuerzas para contemplar el pesebre.
Por eso, es necesario hacer un ejercicio intencional y contracultural para luchar contra la ilusión. Debemos recordarnos diariamente que la celebración de la Encarnación, ese Gran Milagro histórico y real, es la única fuente que tiene la capacidad de traer verdadera salvación, energía renovada y felicidad profunda al corazón de aquel que cree.

La solución que propone Lewis, y a la que nos adherimos hoy, no consiste necesariamente en un aislamiento monástico ni en una cruzada amarga para reformar la sociedad de Niatirb prohibiendo el intercambio de regalos. No se trata de despreciar la alegría de la temporada —por más ilusoria que pueda resultar—, sino de reordenar nuestros amores. Mucho más importante que cambiar la cultura, la Iglesia debe aprender a sostener con gozo y orgullo santo aquello que es sencillamente superior. Mientras el mundo corre agotado tras una sombra comercial, nosotros tenemos el privilegio de detenernos, descansar y celebrar que la Alegría verdadera ya ha venido a este mundo.
Nota del editor: este artículo fue redactado por David Riaño y las ideas le pertenecen (a menos que se especifique explícitamente lo contrario). Para elaborarloo, ha utilizado herramientas de IA como apoyo. El autor ha revisado toda la participación de la IA en la construcción de su texto, y es el responsable final del contenido y la veracidad de este.
Referencias y bibliografía
2025 Holiday Spending Report | NerdWallet
Resultados Encuesta de Navidad 2024 | Fenalco
“Exmas y Crissmas” en Dios en el banquillo de C. S. Lewis. Madrid: Ediciones Rialp.
“¿Qué significa para mí la Navidad?” en Dios en el banquillo de C. S. Lewis. Madrid: Ediciones Rialp.
“El Gran Milagro” en Dios en el banquillo de C. S. Lewis. Madrid: Ediciones Rialp.
“Mito hecho realidad” en Dios en el banquillo de C. S. Lewis. Madrid: Ediciones Rialp.
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