En una tranquila esquina de Sevilla, donde el bullicio de la ciudad apenas se percibe, se alzan los muros del convento de Santa Paula, que fue fundado en 1473 por doña Ana de Santillán con el propósito de dedicarlo a la alabanza y al estudio de las Sagradas Escrituras. Asentado en la collación de San Marcos y perteneciente a la Orden de San Jerónimo, este monasterio o cenobio se convirtió en un símbolo de devoción religiosa bajo la atenta supervisión de los frailes y la entrega de las monjas jerónimas.
Pero, en los últimos años de la década de 1530, el convento sevillano experimentó una transformación inesperada que marcó una huella importante en su historia: un respetado canónigo llamado Egidio comenzó a predicar sobre los méritos de Cristo y la justificación por la fe. El efecto fue tal que, al principio, sus enseñanzas se acogieron como si fueran verdades reveladas.
Así mismo, la vida espiritual de otras mujeres, tanto religiosas como laicas, fue impactada por las doctrinas reformadas; ellas no solo las adoptaron, sino que también las promovieron. Adicional a eso, tuvieron que enfrentar persecución e incluso, ante la presión de la Inquisición, algunas se retractaron o delataron a otras creyentes. En este artículo, haremos un breve esbozo de cómo vivieron algunas mujeres este tiempo de oposición a cualquier intento de reformar la fe.
El efecto de las enseñanzas de Egidio
El doctor Egidio, cuyo nombre era Juan Gil, tuvo contacto con Constantino de la Fuente y Francisco de Vargas, quienes pertenecían a los círculos heterodoxos sevillanos. Los sermones que compartía no solo en Santa Paula, sino también en el convento de Santa Isabel, estaban impregnados de enseñanzas reformadas y cuestionaban la práctica del culto a las imágenes, pues estas solo entorpecían el contacto directo con Dios. Además, pregonaba que la acción salvadora de Cristo era suficiente para la redención, sin necesidad de obras, ceremonias o intercesiones de santos.
Las doctrinas presentadas por Egidio impactaron profundamente a las religiosas de Santa Paula, quienes comenzaron a abandonar las estaciones de oración en el claustro y las devociones tradicionales a los santos. Inmersas en la convicción de que Egidio era un verdadero siervo de Dios, compartían entre ellas el entusiasmo por sus palabras.
Sin embargo, todo cambió tras la primera detención de Egidio: la confianza en él comenzó a fracturarse. Muchas, según se relata, pasaron del fervor inicial al rechazo de sus ideas. Entre las monjas de aquel convento, solo una fue encausada directamente por el tribunal: Leonor de San Cristóbal, quien abjuró de vehementi (renunció públicamente o de manera formal). En su carta de confesión, relató que durante los sermones del doctor Egidio escuchó condenas contra el culto a las imágenes, consideradas ídolos, y contra las ceremonias. Aunque su delito específico no se detalló en la correspondencia del tribunal, su adhesión a doctrinas impregnadas de las enseñanzas de Juan de Valdés y de reformadores alemanes reflejó el impacto de las prédicas de Egidio en el convento.
A pesar de la creciente desconfianza por la primera detención de este canónigo, su influencia continuó expandiéndose más allá de los muros de los conventos y llegó a notables figuras de la ciudad, quienes asistían con frecuencia a sus sermones en Santa Paula. Sin embargo, debido a las confesiones de diferentes personas, los inquisidores descubrieron la participación de algunas mujeres en estas reuniones, entre ellas, las mártires protestantes María de Bohórquez y María de Virués.
La beata que cedió a los efectos de la tortura
María de Bohórquez, conocida como la “beata”, era una joven de 26 años, hija natural de un importante caballero sevillano, Pedro García de Jerez y Bohórquez. Destacaba por su dominio del latín y el griego, y su capacidad para recitar de memoria fragmentos de las Sagradas Escrituras. Sus interpretaciones se alineaban con las doctrinas luteranas, lo cual desafiaba las enseñanzas de la Iglesia romana. La correspondencia del tribunal la calificaba como “beata”, término que en la Sevilla del siglo XVI podía referirse tanto a una terciaria de alguna orden como a una mujer bajo la dirección espiritual de un confesor, o a alguien que, como María, vestía hábito por iniciativa propia, sin depender de un director de conciencia.
De Bohórquez poseía numerosos libros luteranos y, según los inquisidores, había sido influenciada por discípulos de Egidio, como Gaspar Baptista, su criado. También frecuentaba las reuniones de Casiodoro de Reina, quien impartía enseñanzas a los círculos de don Juan Ponce de León. En este ambiente, María consolidaba sus creencias.
En su juicio, sostuvo sus convicciones reformadas al enfrentarse a los frailes con sus conocimientos de las Sagradas Escrituras —reinterpretadas bajo una óptica luterana— como base. Sin embargo, tuvo un final trágico: tras un largo suplicio en las cárceles inquisitoriales, no soportó la tortura y delató a su hermana Juana, quien fue arrestada y murió en prisión pocos meses después. María, sin embargo, fue quemada en el auto de fe celebrado en Sevilla el 24 de septiembre de 1559, condenada como “hereje dogmatizadora de la secta luterana y pertinaz hasta el tablado”.
En vida, la fe de De Bohóquez en las enseñanzas proclamadas por Egidio la unió a otras mujeres de Sevilla, como su amiga María de Virués, Isabel de Baena y María Cornejo, quienes participaban de “conventículos” (juntas ilícitas y clandestinas de personas) y ceremonias reformadas. Algunas de las reuniones se realizaban en sus propias casas, lo que terminó en la destrucción de la vivienda de De Baena como castigo por las supuestas actividades heréticas.
Este grupo de mujeres llegó a unirse a otras en Sevilla, como a las hijas de Catalina de Villalobos, quienes también fueron discípulas de Egidio y adoctrinadas por Gaspar Baptista. Sus familias huyeron a Ginebra para evitar la persecución inquisitorial.
Egidio no era el único reformador en acción
En cambio, el doctor Egidio fue radical en el convento de Santa Paula. Las cartas de confesión de las jerónimas revelan cómo sus enseñanzas transformaron la vida espiritual en el monasterio, y dejan constancia de su incidencia y la de sus discípulos en la diseminación de ideas reformadas. Sin embargo, su actividad y la de otros predicadores en Sevilla no se limitó a ese recinto. En esa época, otros cenobios femeninos en ciudades como Valladolid se convirtieron en centros de predicación de los reformadores, especialmente bajo la influencia de figuras como Agustín de Cazalla, quien siguió el modelo de Egidio en Sevilla.
También se sabe que Juan González, otro predicador vinculado a la familia González de Palma de Micergilio en Córdoba y licenciado en Teología en Sevilla, influyó en el movimiento heterodoxo local. González defendía la justificación por la fe sin la necesidad de obras o penitencia, y cuestionaba la confesión auricular, promoviendo una relación directa con Dios sin intervención sacerdotal. Además, se cree que González estaba vinculado con el Colegio de la Doctrina, que a su vez estaba asociado al movimiento heterodoxo hispalense.
Mujeres en la Reforma española
Podemos concluir que, en la Reforma protestante española, las mujeres también tuvieron un papel crucial al procurar mantener y defender ideas reformistas en medio de un contexto tan hostil como el del siglo XVI. Al desafiar las tradiciones católicas, las monjas del convento de Santa Paula y las laicas como María de Bohórquez cuestionaron el orden religioso establecido y, con ello, enfrentaron hostigamiento y, en algunos casos, sufrimiento hasta la muerte.
Que enseñanzas como la justificación por la fe, el rechazo al culto de imágenes y la búsqueda de una relación directa con Dios las impactaran, es muestra de las necesidades espirituales más apremiantes de la época. Por eso, aunque conllevó una lucha por la libertad de conciencia y la fe, la Reforma en España era tan necesaria.
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