Por Nicolás Osorio
Hace unos días Mark Zuckerberg, el empresario tecnológico y CEO de Meta, sorprendió a todo el mundo anunciando, no solamente el cambio del nombre de una empresa famosa, sino el plan para construir todo un universo, que él ha llamado el “metaverso”. Su presentación parecía salida de un episodio de Black Mirror, o de la película Blade Runner, mostrando personas que a través de un casco o unas gafas podían interactuar en un mundo virtual perfecto de asombrosas experiencias de entretenimiento, aprendizaje, comunidad y productividad. Su propuesta es básicamente la construcción de una realidad mejor que la física, en donde el ser humano pueda disfrutar de experiencias que no puede tener en este mundo, en donde pueda tener mayor control y dominio sobre las cosas, donde todo se ve perfecto y sin defecto. En otras palabras, lo que hizo Mark Zuckerberg fue demostrarle al mundo su anhelo por el cielo.
El anhelo por volver
Este anhelo no es algo nuevo en realidad. Desde que salimos del jardín nuestro deseo más profundo ha sido regresar a él. Eso es lo que vemos en Génesis 11, cuando una comunidad avanzada para su tiempo decidió hacer una torre que les permitiera llegar al cielo, que les diera la fuerza, la autoridad y la capacidad para dominar el mundo, sin ser esparcidos por la tierra. Lo que Dios le dejó claro a la humanidad en la Torre de Babel es que el hombre no puede llegar al cielo por sus propios medios, de hecho sería necesario que el cielo descendiera a la tierra para darnos acceso a él. Solo cuando Dios se hizo hombre el reino de los cielos se acercó a la humanidad. El “metaverso” no es más que otro intento por obtener una realidad como la que ofrece el Señor en pasajes como Isaías 11 y 65 o en Apocalipsis 21 y 22. Una realidad de perfecta paz, justicia, amor y gozo creciente. Una realidad en la que la productividad del ser humano será completa, sin el obstáculo del pecado y la maldad. Una realidad en la que las relaciones personales serán profundas y totalmente satisfactorias, sin egoísmos y envidias. Una realidad en la que tendremos dominio sobre la tierra tal como era el diseño original, cuando Adán fue designado como el vicerregente de la creación llamado a señorear la tierra conforme a la imagen de Dios. Es un anhelo perfectamente entendible, natural e innato en el ser humano. Pero lamentablemente el “metaverso” será, como sucedió con la Torre de Babel, un enorme fracaso.
Lo que Zuckerberg no entiende
Lo que el cofundador de Facebook no entiende es que hasta que el pecado del ser humano no sea quitado definitivamente ningún universo estará libre de maldad. Ya que el pecado está en el ser humano (Romanos 7) como parte de su propia naturaleza, todo lo que toque el hombre, cualquier mundo en el que interactúe, se verá contaminado por él. De manera que aún cuando la presentación del “metaverso” pueda sonar como algo perfecto y glorioso, rápidamente veremos cómo la maldad comenzará a tener dominio sobre esa nueva realidad virtual. Pronto será usada para el mal, terminará destruyendo al ser humano, y eso sin profundizar del potencial que tiene el metaverso para deshumanizar a la humanidad.
Pero además de esto, hasta que el pecado no sea quitado definitivamente el ser humano no podrá estar satisfecho completamente. Este mundo caído siempre nos recordará que no estamos en el cielo aún, que fuimos creados para algo mejor, más excelente y glorioso, sin pecado. De manera que no pasará mucho tiempo después del lanzamiento del “metaverso” para que el hombre se de cuenta de que eso tampoco sacia, tampoco lo llena completamente, así que necesitaremos más. Lo que Zuckerberg no ve es que el corazón del hombre solo encontrará esa plena y absoluta satisfacción en la presencia de Dios, porque finalmente fuimos creados para Él, para vivir y habitar en Su presencia y disfrutar de Su gloria. Todo en este mundo es una sombra de Él, pero nosotros fuimos creados para habitar en la realidad, no en la sombra.
Finalmente, Zuckerberg no entiende que para acceder a esa realidad perfecta, de relaciones personales totalmente satisfactorias, de productividad completa y de gozo absoluto y creciente no necesitamos tecnología, necesitamos a una Persona. El medio para poder vivir en una realidad perfecta no es unas gafas o un casco, es un Rey. Solo cuando Jesucristo regrese para gobernar sobre este mundo, cuando Él regrese para destruir definitivamente el pecado en la tierra, solo cuando Él regrese para tomar control sobre nuestra realidad, cuando “venga Su reino y se haga su voluntad en la tierra así como en el cielo”, entonces podremos disfrutar de un mundo lleno de asombro y gloria que no hemos experimentado hasta hoy, que será completamente satisfactorio e incorruptible. La buena noticia es que ya avanzamos el paso fundamental para esa realidad: Jesús ya vino por primera vez, venció al pecado y la muerte en la cruz, y resucitó mostrándonos un adelanto de cómo será esa realidad gloriosa y perfecta cuando Él vuelva. De manera que por medio de la fe en Él, por medio de la confianza en Su obra y Su suficiencia podemos tener la esperanza de un día vivir en esa nueva realidad que nuestro corazón anhela con tanta fuerza.
Tenemos que estar preparados
No sabemos qué va a pasar en los próximos años; no sabemos cuánto tiempo será necesario para que el metaverso comience a funcionar. Seguramente sucederá lo que ha sucedido con otras tecnologías que parecían increíbles y ahora son parte habitual de nuestra rutina diaria. Pero lo importante es que como creyentes estemos listos para responder a los profundos anhelos del ser humano con el evangelio de Jesucristo. El metaverso no es más que otro intento, otra esperanza para salir de este mundo caído. La iglesia de Jesucristo debe estar preparada para seguir mostrando a este mundo en dónde está la verdadera esperanza para llegar a un mundo mejor.
La Iglesia en el Metaverso: un intento fallido de eclesialidad
Por David Riaño
¿Puede existir una iglesia en la virtualidad? ¿O esto va en contra de lo que significa una iglesia?
En el artículo anterior, el pastor Nicolás Osorio discutió cómo el proyecto de Meta Platforms Inc., el nuevo nombre de la compañía anteriormente llamada Facebook Inc., el cual busca desarrollar el “Metaverso”, demuestra el anhelo innato que existe en el hombre de volver a un mundo perfecto: al paraíso, siendo la tecnología el medio redentor y no el Hijo de Dios.
Desde el anuncio de Marck Zuckerberg, el “Metaverso” ha estado en boca de todos los medios y en la mirada de muchas empresas e instituciones. Hoy son famosas las formas preliminares del Metaverso, como la aplicación de Horizon Worlds, lanzada en su forma “Beta” en diciembre de 2021 por el mismo Zuckerberg. Corporaciones, instituciones educativas, artistas y toda clase de creadores de contenido están al acecho de encontrar un lugar dentro de este nuevo mundo virtual. Y, por supuesto, las iglesias no han sido la excepción en esta tendencia.
Siendo «Metaverso” una de las palabras más populares en los últimos meses, las iglesias del mundo virtual han adquirido una mayor fama. Un ejemplo de ello es “VR Church” (en español: “iglesia de realidad virtual”), una iglesia que solo existe en las plataformas digitales de interacción social, con presencia en aplicaciones como Altspace VR, VRChat y RecRoom. Esta hizo un seminario virtual en febrero de 2022 sobre cómo crear una “iglesia” en el Metaverso en solo tres días. Así como VR Church, muchas personas están creando “iglesias” en estas plataformas, buscando alcanzar personas con discapacidades físicas, con creencias diversas y a aquellos que simplemente no desean congregarse presencialmente.
De este fenómeno surge una pregunta: ¿es posible formar una iglesia local-bíblica que solo exista en el Metaverso? Estoy convencido de que no, y quisiera sustentarlo en este artículo. Creo que es importante que la Iglesia cristiana se prepare para afrontar este fenómeno inminente.
Haciendo justicia al Metaverso
Pero antes de hablar de los problemas que presenta una iglesia en el Metaverso, quiero hacer un poco de justicia a este fenómeno en relación con el cristianismo en general.
En primer lugar, considero que el Metaverso per se no debería satanizarse. Este, con toda su complejidad, es simplemente una expresión más avanzada de lo que ya estamos viviendo. El mundo se dirige hacia allá y no podemos condenarlo por parecer algo muy “futurista”. Nuestros antepasados jamás imaginaron que hoy tendríamos avanzados “smartphones”, con los que podemos contactar a nuestra familia al otro lado del mundo y comprar comida real sin siquiera tocar el dinero con nuestras manos. En los últimos años tuvimos que aprender que el trabajo y la educación eran posibles solo con una pantalla, una cámara y un micrófono.
El día de mañana estaremos en un universo virtual, haciendo compras, trabajando, estudiando, viendo una película y haciendo alguna actividad al aire libre virtual. Por supuesto, digo esto sin ignorar todos los peligros que vivimos hoy en la virtualidad y que aumentarán con el Metaverso, como el acoso sexual y el fraude (entre otros). También lo digo reconociendo que el Metaverso no será un mundo perfecto y nunca traerá la absoluta satisfacción ilimitada que promete.
En segundo lugar, considero que el Metaverso constituye una nueva herramienta que puede ser utilizada para la evangelización y la educación cristiana. En el pasado habría sido impensable que, con unos cuantos toques en una pantalla que llevamos en el bolsillo, pudiésemos acceder a la Escritura en cientos de idiomas o a millones de recursos cristianos en línea.
Quienes leen este artículo están en diferentes países, unos usando un teléfono y otros un computador. En todo el mundo hay cristianos siendo edificados con predicaciones pregrabadas, libros de lectura en línea, seminarios virtuales y conferencias en Zoom. Los futuros creyentes se capacitarán en los seminarios y en las conferencias del Metaverso, donde también seguirán accediendo a recursos cada vez más amplios.
Congregación y cuidado mutuo
Habiendo hecho justicia al Metaverso, reitero que considero que una iglesia local no puede existir en este.
La principal razón es que una “iglesia local” es la congregación de creyentes que se reúne presencialmente para adorar. Eso por definición es imposible en un metaverso. No niego que por medios virtuales podamos edificarnos unos a otros, pero congregarse implica una reunión presencial. La Biblia describe la iglesia local del primer siglo como un grupo de creyentes que se reunía presencialmente a partir el pan, escuchar la enseñanza apostólica y estimularse al amor y las buenas obras (Hch 20:7, 1 Co 11:18, Heb 10:25).
Es clave recordar que la congregación de la iglesia local es diferente a una simple conferencia. Muchas personas pueden reunirse para escuchar a un pastor y ser edificadas, incluso de manera virtual, pero si no hay una hermandad y una relación de cuidado mutuo entre ellas, es imposible que exista una iglesia. Mateo 16:13-19 muestra que la iglesia está fundada en la reunión presencial de creyentes que confiesan a Cristo, reconociendo los unos la fe de los otros.
Ahora bien, alguno dirá que también es posible ejercer cuidado mutuo y fe en la virtualidad. Pero no estoy de acuerdo, y esto me lleva a mi segundo argumento para decir que la iglesia en el Metaverso no puede existir. Sin duda alguna, yo puedo aprovechar las herramientas virtuales para edificar a aquel hermano que ya conozco en mi congregación; lo que no puedo hacer es conocer a un hermano solo por medio de la virtualidad.
Para que haya una relación de cuidado mutuo, de exhortación y de supervisión de la fe, tal y como la describe Mateo 18:15-20 al hablar de la exhortación y disciplina eclesial, es necesario conocer a la otra persona de manera personal. Los avatares del Metaverso pueden vestirse como quieran, vivir en el “lugar” (virtual) que quieran, decir lo que quieran, y teletransportarse de un lugar a otro según lo quieran. Pero, ¿cómo conocer el hogar, la conducta y la doctrina de personajes virtuales que pueden crearse solo usando una nueva cuenta de correo electrónico? Así, el cuidado mutuo en el Metaverso tiene tan poco sentido como el exhortar a alguien que recién conocí en una mega conferencia dada en Zoom, utilizando la herramienta del chat, por sus malas conductas matrimoniales.
En cuanto a las fachadas, es cierto que, incluso en la presencialidad, muchas personas dirán que son creyentes cuando en verdad no lo son, y muchos mostrarán a sus hermanos una vida que no tienen. Como dice Juan, muchos aparentan ser de nosotros (1 Jn 2:19). Sin embargo, esa es una situación específica donde unas personas deciden engañar a otras. Eso es diferente al Metaverso, en donde sencillamente es imposible comunicar una identidad real netamente por medio de lo virtual.
Vale la pena añadir que, si hay una persona con discapacidades físicas para asistir presencialmente a la iglesia y tomar la Santa Cena (ordenada por el Señor en Mateo 26:26-29), la solución es que sus hermanos de la congregación vayan hasta ella y la sirvan. Pero ¿qué pasa si no tienen una iglesia? ¡Pues, hay que plantar más! Los medios virtuales nos pueden ayudar a alcanzar a estas personas, pero siempre con el objetivo final de unirlas a una iglesia presencial y no a recluirlas en su habitación con una pantalla.
Conclusión: una eclesialidad fallida
Quienes hoy intentan construir la iglesia virtual, quizá con las mejores intenciones, no hacen más que distorsionar la verdad. Aunque haya un buen corazón detrás de estos proyectos, la historia de la Iglesia los condena. Cada vez que se arriesgaron principios bíblicos en pro de alcanzar a más personas, evitar conductas pecaminosas y lograr otros objetivos con un carácter aparente de piedad, siempre nacieron herejías y doctrinas desviadas.
En fin, una iglesia que se reúne presencialmente y usa la virtualidad para edificar a sus miembros, se ha adaptado correctamente al mundo actual. Pero una iglesia que solo existe en el Metaverso no es más que un intento fallido de eclesialidad y, peor aún, de espiritualidad.