Hace algunas semanas tomé un vuelo de cuatro horas, tiempo suficiente para ver en las opciones de entretenimiento el resumen de Amores materialistas, una película sobre una neoyorquina de 30 y tantos años que trabaja en el negocio de las citas. Ella empareja a solteros que eligieron priorizar la carrera y el éxito sobre el matrimonio y la familia, pero que, habiendo llegado a una edad madura, desean tener una relación estable. Cumplir ese deseo ahora parece imposible y por eso necesitan su ayuda. ¿Será este un retrato de la realidad o solo es una historia más de ficción?
Un estudio de Morgan Stanley, una de las firmas financieras y de inversión más grandes e influyentes del mundo, concluyó que el grupo demográfico de mujeres solteras sin hijos es una fuerza económica decisiva para esta generación. La estimación es que un 45% de mujeres entre 25 y 44 años de Estados Unidos no estarán casadas ni tendrán hijos para 2030. Sumado a esto, según el investigador social británico-estadounidense Richard Reeves, para los hombres de hoy, el matrimonio representa un riesgo que no están dispuestos a tomar.

Así pues, a diferencia de la película —que aparentemente mostró un interés igualitario entre hombres y mujeres por casarse—, parece que hay un incremento en el número de solteras con altas expectativas respecto al matrimonio y un descenso en la cantidad de hombres dispuestos a dar ese paso. Pero esa no es una realidad exclusiva de la sociedad secular: el mismo panorama se ve hoy en la Iglesia. Esto podría recordarnos el juicio profético de Isaías 4:1 sobre Jerusalén: “Siete mujeres echarán mano de un hombre en aquel día, diciendo: ‘Nuestro pan comeremos y con nuestra ropa nos vestiremos; tan sólo déjanos llevar tu nombre; quita nuestro oprobio’”.
Con el propósito de entender la perspectiva que la generación actual tiene del matrimonio, exploraremos las causas del desinterés masculino por este vínculo, la incidencia de las prioridades de las mujeres en la reducción de matrimonios y el panorama que hay en la Iglesia respecto a este tema.

¿Cómo llegamos aquí?
Virgil Walker, director ejecutivo de operaciones en G3 Ministries, observa que hoy en día el matrimonio ya no es el que ofrece los beneficios exclusivos de antes:
La disponibilidad sexual, la comodidad doméstica e incluso la compañía se buscan ahora en la cohabitación, la cultura de los encuentros casuales o el escapismo digital. No se trata de la agonía de “los hombres que no pueden conseguir mujeres”. Es el frío cálculo de los hombres que ven devaluada una relación de pacto.

Incluso, ahora se habla de los “casi algo”, un tipo de relación con falta de claridad y de propósito que busca los beneficios de un compromiso sin las implicaciones del mismo. En otras palabras, actualmente tanto la incertidumbre como la desconfianza envuelven el corazón de hombres y mujeres. Precisamente, esos dos grupos han sido arrastrados por algunas cosmovisiones sociales hacia lugares de comodidad temporal y sentido de pertenencia, aunque haber sido arrastrados no les quita su parte de responsabilidad en la realidad actual. ¿Cuáles podrían ser esas influencias ideológicas?

Feminismo como la punta del iceberg
Hablé con Sofía Nuevo, la primera matchmaker (casamentera) ecuatoriana que se dedica, con gran éxito, a emparejar personas entre los 30 y los 60 años. Su trabajo le permite afirmar que las probabilidades de casarse se reducen cuando las mujeres —influenciadas por la corriente del feminismo— prefieren buscar independencia económica, educación y crecimiento profesional antes que casarse y construir una familia. En consecuencia, sus estándares terminan volviéndose más exigentes.
La aparición del feminismo es una responsabilidad compartida entre el hombre y la mujer. La Biblia nos muestra que la sociedad matrimonial surge del compañerismo de ambas partes con el fin de reflejar juntos el carácter y el gobierno de Dios en sus respectivos roles: en representación de Dios, el hombre es cabeza del hogar y de la sociedad, pues fue comisionado como administrador de la creación; y la mujer es su compañera de misión, su ayuda idónea frente a la construcción de la sociedad a partir de la familia.

Génesis 1-2, Proverbios 31 y 1 Pedro 3:7 nos muestran esta relación en la que el hombre ejerce un cuidado amoroso y comprensivo, mientras que la mujer aporta la ayuda complementaria de respeto, dignidad y fortaleza. Sin embargo, cuando el pecado entró en el mundo, transformó el compañerismo en conflicto, el cuidado en dominio o en pasividad evasiva y la ayuda en control e independencia.
La historia muestra que el feminismo moderno, que surgió entre el siglo XIX y principios del XX, fue una respuesta a la industrialización, que desplazó gran parte del trabajo masculino fuera del hogar y lo puso en las fábricas. Esto alteró profundamente la dinámica familiar: la atención de los varones se orientó cada vez más hacia la producción económica y el éxito individual, lo cual fue reduciendo significativamente su presencia en la crianza y la vida doméstica.

Debido a esto, las mujeres terminaron cargando prácticamente solas con la crianza de los hijos, incluyendo su formación espiritual y emocional; fue estereotipada como el “ángel del hogar”. Cuando se desataron las dos guerras mundiales, millones de hombres fueron al frente por su patria mientras que las mujeres ocuparon sus trabajos en sectores industriales, científicos y logísticos. Así, en vez de vivir su llamado como ayuda idónea y de cumplir el mandato divino del hogar y familia, muchas empezaron a ver en las plazas laborales una especie de fuente de dignidad, propósito y significado en la sociedad.
La migración masiva y el crecimiento acelerado de las ciudades visibilizaron los problemas dentro de los hogares. En ese clima sociocultural se comenzaron a desvalorizar la religión y la familia como núcleo de estabilidad y entraron a jugar tanto la secularización como ideologías marxistas o existencialistas, que más tarde redefinieron el género, el cuerpo y el rol social. Esto creó un terreno fértil para los movimientos de reacción que reclamaron para las mujeres los mismos derechos civiles de los hombres, pero también su rol e incluso su llamado divino de proveedor, protector y líder.

La iglesia comenzó a perder influencia y, para la década de los 60 y 80, la cultura de autonomía y realización debilitó el modelo familiar que alguna vez se había basado en la responsabilidad espiritual y el liderazgo masculino. Esto nos lleva a la era moderna, donde entra otro factor que afecta el deseo del matrimonio y de la familia: la fuerza económica.
Una fuerza laboral diferente
Sofía Nuevo explica que, para las grandes corporaciones, las mujeres trabajadoras no representan solamente mano de obra. Al recibir ingresos, representan uno de los segmentos de consumo más altos a nivel mundial en industrias como la belleza, la salud y la moda. Esto lo confirman varias investigaciones.
Un estudio de Morgan Stanley y el Institute of Family Studies dice que las mujeres contribuyen un estimado de 7 trillones de dólares anuales al producto interno bruto de los EE. UU. El Center for American Progress menciona que, según encuestas del consumidor hechas por la firma MRI-Simmons —que analiza hábitos de consumo y actitudes del mercado—, las mujeres son las principales compradoras del 72% de los recursos del hogar. Además, el Grupo Nielsen evidenció que las mujeres controlan o influyen entre el 70 y el 80% de las decisiones de compra.

Lauren Cassel, analista de renta variable del sector minorista en Estados Unidos, lo confirma: “Debido a que las mujeres ahora contribuyen significativamente más al ingreso del hogar que las generaciones anteriores y siguen siendo las principales compradoras en la mayoría de los hogares, su influencia ha aumentado tanto en naturaleza como en grado”. Ella añade que, aunque las decisiones de gasto sí varían según el estado civil, esto aplica tanto para solteras como para casadas.
Respecto a las solteras (sin pareja ni hijos), el Bureau of Labor Statistics (BLS) afirma que suelen disponer de mayores recursos económicos para sí mismas y presentan un nivel de gasto significativamente más alto en comparación con mujeres casadas o con responsabilidades familiares. Además, no destinan sus ingresos al sustento del futuro de la sociedad en el núcleo familiar o la vivienda, sino a ocio, viajes, cuidado estético y otros gastos personales.

En este sentido, si la participación femenina en la fuerza laboral disminuyera, la economía se vería afectada. Por eso el mercado invierte activamente en mantener a la mujer como consumidora principal. Cassel señala: “Encontramos que las mujeres solteras gastan más que el hogar promedio, desplazando los perfiles de consumo hacia categorías que más probablemente se beneficien del crecimiento demográfico de mujeres solteras con ingresos en aumento”.
Ahora bien, aunque históricamente el hombre ha representado la fuerza laboral activa, su participación en los últimos 50 años —especialmente la de los que no tienen educación universitaria— ha decaído de forma sostenida, mientras que las tasas de matrimonio entre mujeres con educación se han mantenido alrededor del 70% por décadas. A pesar de esta diferencia, las mujeres con título universitario no han abandonado el matrimonio y sí se casan con hombres sin título, pero que representan estabilidad económica y emocional, ambos considerados factores claves para la formación de una familia.

The Institute of the Family muestra que la caída del empleo masculino es una causa primaria para la disminución de matrimonios. Sin embargo, las tasas de fertilidad se mantienen, solo que ahora las mujeres tienen hijos fuera del compromiso nupcial. Esto ha aumentado a largo plazo los problemas sociales en los hijos de hogares monoparentales, quienes tienden a tener inestabilidad emocional, adicciones, ciclos de pobreza intergeneracional y son más propensos a cometer crímenes. El análisis evidencia que muchos hombres han quedado rezagados en áreas clave como el empleo, la educación y la participación familiar, lo que contribuye a la inestabilidad social actual.
El BLS y The Pew Center resaltan que el porcentaje de hombres de entre 25 y 54 años fuera de la fuerza laboral pasó del 3% en 1950 a entre el 11 y 12% en 2023, mientras que los salarios de aquellos con títulos universitarios han caído entre un 10 y un 20% desde 1980. Los trabajos masculinos han disminuído por la automatización de procesos, la competencia global y la inteligencia digital que agiliza las tareas y la desindustrialización. Lamentablemente, muchos hombres no saben cómo transicionar hacia las competencias que demanda el nuevo sistema laboral, y las estadísticas muestran por qué: el mercado actual valora habilidades que históricamente no estuvieron asociadas al trabajo masculino tradicional, lo que los deja en desventaja competitiva.

Un estudio de Harvard muestra que, debido a la falta de oportunidades laborales, los hombres presentan una peor salud mental, relacionada con la ansiedad y el aislamiento social. Mientras que el consumo femenino crece, un alto porcentaje de hombres invierte su tiempo en actividades pasivas y aisladas de una comunidad, que están relacionadas con el consumo digital antes que con voluntariados, estudios, ahorros a largo plazo o la familia. Los gastos se dirigen significativamente al consumo inmediato y escapista que otorga tecnología, el “scrolling infinito” en redes sociales, videojuegos, suscripciones digitales y pornografía, una de las peores armas contra la familia. Esto aminora el incentivo para asumir el esfuerzo y vulnerabilidad que implica un vínculo real.
Teniendo en cuenta este contexto, es entendible que los hombres sientan que no pueden “cumplir” con el rol “tradicional” de proveedor o que no van a ser elegidos como pareja. Reeves propone una solución práctica para la reconstrucción económica del hombre: fortalecer programas de formación técnica en áreas como tecnología aplicada, mecánica, construcción, entre otras, que ofrezcan incentivos y una reinserción laboral rápida para empleos manuales.

A la par, como sociedad debemos responsabilizarnos en reforzar el desarrollo del carácter masculino por medio de la creación de proyectos de servicio y la apertura de espacios de acompañamiento, mentorías y discipulado entre hombres maduros y jóvenes que afirmen el rol que Dios les ha dado desde la creación. La comunidad intencional y planificada es esencial para el cambio.
Ahora bien, mencioné que actualmente los hombres están invirtiendo su tiempo en actividades digitales, así que es necesario darle una mirada a este tema como otra de las causas por las que quienes hacen parte de esta generación no se están casando.
Era digital, redes sociales, pornografía e ideales
El inicio de la era digital no solo permitió accesibilidad a la información; también produjo una cultura de consumo pornográfico masivo y dirigido a los hombres, lo cual destruye matrimonios y los lleva al divorcio. Estudios confirman que los jóvenes que consumen pornografía son menos propensos a comprometerse en una relación, pues esta produce expectativas irreales de la mujer y un concepto erróneo de que ella es un producto en vez de una compañera de vida, igual en dignidad y valor.
La sustitución de la comunidad por el entretenimiento ha generado un aislamiento de espacios donde antes se podían producir amistades que daban paso a una relación romántica. Enrique Gómez(*), un joven en sus 20 que ama a Dios pero que ha visto los efectos adversos de las redes sociales en su perspectiva del matrimonio, afirma:
Es más fácil abrir TikTok y despejar la mente que tener una conversación con otra persona. Lo primero solo requiere que abras tu aplicación, lo segundo toma planificación, traslado, dinero y tiempo. Es una inversión más grande a corto plazo que me ha traído consecuencias a largo plazo. Yo tengo una idea de la mujer con la que me quiero casar y, si las redes afirman esa idea, es más fácil romantizarla, pero es más difícil encontrarla en la realidad porque no existe. Está construída con mis preferencias egoístas y aprobada por el algoritmo, mas no por el estándar de Dios.

Las redes sociales han generado una nueva realidad: ahora se crean microintimidades con likes selectivos, coqueteo en chats privados sin la integridad que producen las enseñanzas de la Palabra, y sin la confianza en un modelo de discipulado de hombres con hombres y mujeres con mujeres que ayuden a tomar buenas decisiones. Esto es sutil y peligroso tanto para los jóvenes solteros como para los matrimonios.
Cecilia Alvarado(*) también observa cómo las redes sociales y las aplicaciones de citas la engañaron con una sensación de que existe un “mercado infinito” de opciones que alimentan la idealización del “hombre perfecto” sin exigir mucho esfuerzo en las relaciones reales:
Pienso que las redes te prometen un amor sin conflicto. Soy creyente y mi estándar no va hacia lo exterior sino a una compatibilidad perfecta del liderazgo de mi futuro esposo como de mi respeto y sumisión. Sin embargo, debo tener mucho cuidado de no permitir que la imagen idealizada de “Mr. Darcy” se convierta en el filtro o el criterio que me lleve a rechazar a un candidato real que desea construir una vida con propósitos semejantes.

Esto me recuerda que la casamentera de la película que mencioné al principio les pide a sus clientes que diligencien un formulario con sus preferencias físicas, económicas, familiares y sociales, junto con detalladas descripciones de un estilo de vida conforme a sus expectativas. Las entrevistas con los clientes parecían una orden de McDonald’s, pero para pedir una pareja ideal conforme a sus deseos. Las mujeres querían a alguien que pudieran admirar, un protector romántico y proveedor que las entendiera. Una de ellas dijo:
Quiero a alguien que gane aproximadamente 30.000 dólares al año, con un trabajo estable, que tenga buena familia, sea independiente, vaya al gimnasio, coma saludable, sea culto y no coma con la boca abierta. Que me escuche, sea romántico, me entienda y hable profundamente de sus sentimientos. También que sea detallista, que tenga un buen sentido del humor y se vista bien.
Los hombres, por su parte, preferían a mujeres físicamente atractivas y más jóvenes, sin importar si tenían trabajo o no; que quisieran tener hijos, supieran cocinar y fueran un estímulo intelectual; que se llevaran bien con su familia y supieran traer paz y descanso a sus vidas. La juventud y la belleza eran lo más cotizable.

Ausencia de referentes y aumento del divorcio
En su libro Hombres: por qué el hombre moderno lo está pasando mal, por qué es un problema a tener en cuenta y qué hacer al respecto, Reeves observa que las principales razones por las que ellos evitan el matrimonio son el temor al fracaso, la inseguridad económica y la desconfianza en la durabilidad de las relaciones matrimoniales. La falta de ejemplos estables y la creciente tasa de divorcio son factores que no pasan desapercibidos ante sus ojos y que representan el inminente riesgo de una pérdida futura. En muchos casos, el divorcio deja a los hombres especialmente vulnerables: tienen un contacto limitado con sus hijos, se aíslan y enfrentan un fuerte deterioro emocional.
Reeves muestra que los hombres ya no saben lo que significa la masculinidad. La escasez de modelos masculinos los lleva a informarse de otras fuentes, lo cual genera desorientación en medio de una cultura que invierte cada vez menos en relaciones profundas. Adicionalmente, no abundan los modelos femeninos que reflejen la plenitud y gozo en el rol de la relación conyugal y de la maternidad.
La popular frase “el 50% de los matrimonios termina en divorcio” se consolidó en la segunda mitad del siglo XX, cuando la generación boomer (1970–1980) presenció un aumento sin precedentes en las separaciones matrimoniales, primero en la generación de sus padres y luego en la suya propia, la mayoría de ellas en nombre de buscar la felicidad personal por encima del deber. Esto provocó una erosión en la transmisión intergeneracional de modelos de estabilidad conyugal.

Al mismo tiempo, la revolución sexual entre los años 60 y 80 trasladó a la sociedad beneficios que antes pertenecían exclusivamente al ámbito matrimonial: la cohabitación y la experimentación sexual desligada de la relación conyugal fueron normalizadas. Al matrimonio se le dejó de percibir como una unión con legado y propósito, como una institución familiar y económica, y se le empezó a evaluar principalmente en términos de qué tanto satisface deseos personales y sexuales, convirtiéndolo en un termómetro de satisfacción individual. Consecuentemente, el divorcio pasó a ser la nueva normalidad. Por eso, muchos hombres temen invertir en algo que podría desmoronarse.
Otra causa de la falta de modelos matrimoniales es la disminución de las comunidades locales que antiguamente formaban y sostenían las normas del matrimonio mediante la mentoría y el apoyo práctico a las parejas jóvenes. Las dinámicas culturales de nuestra generación han desplazado la sabiduría de los mayores, ahora buscamos orientación principalmente en nuestros iguales. Al igual que el rey Roboam, desechamos el consejo de quienes poseen experiencia y acudimos a la opinión de nuestros contemporáneos cuyos pasos y decisiones están basados en el ímpetu y la volubilidad de la juventud, sin considerar el peso de la responsabilidad, las consecuencias a largo plazo ni la disciplina e integridad que solo los años y la exposición a la Palabra de Dios pueden producir.
También hemos seguido modelos de influenciadores y celebridades que rara vez muestran relaciones duraderas y sacrificiales. Muchos de ellos celebran la separación, la infidelidad o una noción de libertad fuera del compromiso, lo que disminuye el “estigma social” del divorcio. Por otro lado, algunos idealizan tanto su estilo de vida que generan en sus seguidores el deseo de replicar sus relaciones, familias, iglesias o matrimonios, sin comprender que estas imágenes suelen ser construidas, superficiales o inalcanzables en la realidad.

¿Es diferente en la Iglesia?
Al conversar con varias personas de diferentes lugares de Latinoamérica, es notorio que la realidad de las iglesias no es diferente a la mencionada. Muchas veces he escuchado frases como “no puedes bajar tus estándares” y, cuando he preguntado a qué estándares se refieren, he escuchado algo similar a la orden de McDonald’s secular, pero con ideales cristianos y espirituales.
Por una parte, las mujeres cristianas toman el matrimonio como un proyecto de realización personal. Es común que dentro de la Iglesia exista una presión que las lleve a anhelar un nuevo estado civil sin una madurez espiritual, y con la falsa expectativa de que tendrán plenitud emocional y un ascenso social. En Latinoamérica se sigue considerando que casarse es sinónimo de una vida “completa” en la que el esposo es la principal fuente de felicidad y validación, ambas sostenidas por la conexión emocional. Esto está ligado al miedo de “quedarse atrás” por el fracaso de relaciones previas o la falta de opciones.
Por otra parte, los hombres cristianos buscan a una mujer incondicional, con una fe sólida y madura, que muestre respeto, sin emociones intensas ni conflictos. El aspecto físico y la admiración son esenciales para que consideren una relación.

Lamentablemente, el feminismo y los muchos otros factores también han ingresado sutilmente al cuerpo de Cristo. Las mujeres toman la iniciativa de preguntar a los hombres si desean algo más que una amistad sin esperar y honrar el liderazgo que Dios les ha dado a ellos. Así pues, constantemente tienen el deseo de usurpar las tareas que Dios le ha dado al varón, cuando deberían —con oración y consejo— diferenciar sus responsabilidades de sus capacidades, preparación y dones.
Por su parte, los hombres cristianos también prolongan el compromiso por desconocimiento, temor e incertidumbre laboral, emocional y familiar. Coquetean con las amistades femeninas sin límites claros ni discipulado comunitario. Simplemente no están listos. Al conversar con el pastor Luis Méndez de la iglesia Gracia sobre Gracia en Florida, su perspectiva es que los pastores y hombres maduros necesitan discipular continuamente a los jóvenes. La inversión práctica, que más allá de un estudio bíblico es un mentoreo de vida, es un medio que impulsa a la madurez de todo creyente. Lo vemos en el ejemplo de Pablo con Timoteo, de Elías con Eliseo y de nuestro Señor con sus doce amigos.

También tengamos en cuenta que, tanto en el mundo secular como en nuestras congregaciones, las mujeres solteras prevalecen. Las estadísticas demuestran que las mujeres cristianas oran, sirven, se comprometen y son mucho más constantes que los hombres. Incluso, son las que mayoritariamente estudian teología y consejería, y las que históricamente han ido más al campo misionero.
Las mujeres han percibido más este fenómeno cultural. En redes sociales, varios perfiles ofrecen consejos cristianos para conseguir pareja, pero la mayoría se enfoca en el comportamiento antes que en el corazón y el compromiso con el estudio de la Palabra. En el entorno se escucha “no hay hombres” y, como respuesta a la falta de oportunidades, se han abierto aplicaciones de citas que prometen oportunidades para los jóvenes y que tienen un trasfondo teológico reformado.
En el episodio ¿Es relevante el matrimonio hoy? del programa Entendiendo los tiempos, el pastor Peña afirma que, cuando se saca a Dios de la ecuación, el matrimonio se considera una institución obsoleta y anticuada, y el hombre —endiosado— quiere hacer las cosas a su manera. Es una tendencia natural que adaptemos nuestra cosmovisión a nuestras preferencias, personalidades y gustos sin informarlos según los principios de la Palabra, incluso al momento de buscar pareja. De la misma manera, tratar al hombre y a la mujer como iguales en responsabilidad ya atenta contra el diseño matrimonial, porque el resultado de borrar los roles es la competencia. El problema radica en la crianza de mujeres independientes y de hombres que tienen una visión romántica superficial (se quedan enamorando jovencitas); esto sin duda lleva a un fracaso del pacto nupcial.

La búsqueda del matrimonio se ha vuelto, entonces, una elección según nuestras preferencias, sin el costo del sacrificio ni la enseñanza bíblica, la cual pone una fuerte carga de las expectativas femeninas en las espaldas de los hombres y una demanda en las bocas de las mujeres. Martín Manchego, pastor de la Iglesia Bíblica Gracia y Verdad en Lima, afirma:
Aunque las expectativas irreales deben ser descartadas, esto no significa que las mujeres deban ignorar los principios fundamentales de la Escritura. Una mujer piadosa no debería unirse a un hombre holgazán, inmaduro, lujurioso o indiferente a la iglesia.
Sin embargo, necesita reconocer qué es verdaderamente importante y qué no lo es. Si una mujer encuentra a un hombre que ama sinceramente a Dios, que honra Su Palabra, que sirve a la iglesia dentro o fuera, que trabaja con responsabilidad y que sabe pedir perdón y concederlo, entonces ha encontrado a un verdadero creyente.
El problema no es tener estándares, sino tener los equivocados. Dios mira el corazón (1 S 16:7), no la plataforma, la elocuencia, los logros o la visibilidad. Por eso, la invitación es a buscar primero el carácter espiritual, no la estética del liderazgo ni de la apariencia. Lo mismo deben hacer los hombres respecto a las mujeres. El estándar bíblico es claro: el verdadero valor está en el carácter, no en la imagen.

Esperanza para una realidad desalentadora
Aunque esto suene decepcionante y desesperanzador para aquellos que queremos casarnos y formar una familia, debemos recordar la soberanía de Dios y Su perfecta providencia en todas las generaciones. Sin la realidad de Cristo en el trono de la historia como Soberano Creador, tanto de las galaxias como de todos los escenarios de nuestras vidas, el matrimonio se vuelve una carga que cumplir; una presión que, cuando no se da, se hace más pesada con el tiempo, y se torna en culpa por los errores pasados.
Pero Dios nos ha dado Su Palabra para informar todos los aspectos de nuestra realidad y se ha revelado a Sí mismo como el director y guionista por excelencia. A algunos los prepara para una vida de celibato y soltería, y a otros para una unión conyugal, todo con el propósito de conocerle y servir efectivamente en Su reino. Él nos ha redimido y nuestra esperanza se encuentra en que, con el tiempo, Él nos cambia y capacita para nuestro llamado. Nuestra respuesta debería ser confianza, arrepentimiento y obediencia.

El tiempo, las etapas y las distancias no son un problema para Su amoroso plan, que está perfectamente cronometrado para llevarnos al asombro de Su gracia. Por ejemplo, en Génesis observamos que Su divina providencia llevó al siervo de Abraham a confiar en que hallaría una esposa para su amo, y antes de que terminara de orar, Dios le había contestado (Gn 24). En Rut vemos que la mano de la Providencia orquestó el encuentro entre ella y Booz; el consejo de Noemí la invitó a tomar una acción y la gracia divina ató cada hilo para procurar su unión.
Entonces, la esperanza de esta generación no está en el matrimonio per se, sino en el Dios que ama Su diseño y a las familias. Richard Baxter llamó al matrimonio una “misericordia de tener un amigo fiel, un ayudante para tu alma y un instrumento para avivar la gracia de Dios en nuestra vida”. Otros como Lutero, G. K. Chesterton, C. S. Lewis y Calvino, quienes inicialmente no consideraron el matrimonio como elemental para sus vidas, se casaron con mujeres que no necesariamente cumplían sus estándares terrenales pero sí sus expectativas eternas, pues eran fieles a Dios en su rol y llamado. La unidad y la satisfacción con la que describieron sus matrimonios es un incentivo hacia la santidad.

La responsabilidad del creyente
En resumen, los estudios muestran que el rechazo a la institución matrimonial está relacionado con diversos factores más allá del feminismo. Uno de ellos es la cultura digital que, entre otras cosas, ha generado falta de oportunidades laborales, un consumismo exacerbado con tal de hallar un supuesto bienestar terapéutico, y la búsqueda de autorrealización centrada en el poder económico y en metas profundamente individualistas. En este entorno, muchos hombres experimentan una pérdida de propósito y estabilidad, lo cual los conduce a una apatía creciente hacia responsabilidades como la provisión y el cuidado de un hogar.
Así, para el varón la respuesta no viene a partir de una actitud apática a la inmadurez o del comportamiento informado por un liderazgo cultural, sino de un corazón dependiente de las Escrituras que busca ser manso y humilde, como el de Su Salvador. Antes de buscar esposa, es importante que se comprometan con su iglesia, con el servicio a otros creyentes y con la apertura a otras voces masculinas que afirmen y guíen su llamado. El corazón del hombre, las expectativas y los deseos sólo pueden ser afinados y transformados por la exposición al amor de Cristo con Su novia, la Iglesia.

Paralelamente, las mujeres tienden cada vez más a asumir la iniciativa y a que el desarrollo de su carrera profesional oriente su propósito e identidad. Ahora, para las mujeres cristianas, la respuesta no es dejar de prepararse o de trabajar ni esperar sentadas, sino buscar conocer a Dios. ¿Cómo? Aprendiendo de Su Palabra y amándola, permitiendo que ella informe nuestros estándares antes que la cultura, mientras confiamos en el perfecto plan que nuestro Señor ha creado para cada una de nosotras desde antes de que llegáramos a este mundo. Walker recalca:
La Iglesia debe recuperar el valor de discipular a las mujeres como mujeres, no como hombres con maquillaje, no como influencers con Biblia, sino como coherederas de Cristo que personifican la fortaleza serena de Sara, la resiliencia de Rut y la fe de María. Esto no es un llamado a reprimir a las mujeres, sino a recuperar la feminidad bíblica: santidad por encima del espectáculo, servicio por encima del protagonismo, fidelidad por encima de la fama. No necesitamos más hijas que sepan cómo crear una marca personal; necesitamos hijas que sepan cómo edificar hogares. No necesitamos más buscadoras de aplausos; necesitamos portadoras de la cruz.

Tenemos la responsabilidad de tratar nuestros corazones y servir en un cuerpo local donde podamos aprender de otras mujeres y de matrimonios con más experiencia, y donde crezcamos en madurez, sabiduría y respeto. En una sociedad que promueve la competencia entre sexos y la igualdad de roles, la Palabra nos muestra que, así como somos portadoras de la imagen de Dios, también debemos ser aliadas y no adversarias de Su diseño. El rol de la mujer no es reemplazar al hombre sino caminar junto a él en la misión que Dios le ha otorgado, mientras valora la masculinidad piadosa y edifica su hogar sin desprecio.
Finalmente, la Iglesia es la institución responsable de promover matrimonios sólidos para una sociedad sólida. También es la defensora y portavoz del Evangelio, el cual destruye todo argumento del feminismo radical, la cosificación del hombre, la cultura anti-familia y la ideología de la gratificación instantánea e individual.

Hace algunos meses recibí el consejo del pastor Martín, a través de uno de los mejores artículos que he leído para toda una generación cristiana que ha seguido la metodología del mundo para buscar “el idóneo” o “la idónea”:
Algunas jóvenes anhelan encontrar en un solo hombre lo que normalmente toma décadas formar: la madurez espiritual de un pastor, la profundidad bíblica de un teólogo, la estabilidad económica de un hombre de 50 años y el carácter probado de un líder consolidado. Pero olvidan que ninguno de esos atributos aparece de la noche a la mañana; se forjan con tiempo, gracia y obediencia. Y para llegar a esa madurez, estos hombres necesitan una ayuda idónea.
Así como algunas jóvenes desean en un hombre cualidades que tardan años en formarse, también muchos jóvenes buscan en una mujer lo que suele ser fruto de un proceso largo y profundo: la madurez emocional de una esposa experimentada, la sabiduría espiritual de una mujer piadosa, la estabilidad y el orden de un hogar ya construido, y la virtud formada por años de caminar con Dios. Pero también ellos necesitan recordar que ninguna mujer nace siendo todo eso: esas cualidades crecen con el tiempo, con el carácter, con la gracia de Dios y muchas veces, con la guía amorosa de un esposo que camina a su lado.
¿Cómo se involucra la Iglesia en el desarrollo de una perspectiva tanto de matrimonio, como noviazgo y amistad? Por medio del estudio de la Palabra, de la oración, de un discipulado intencional, del mentoreo a hombres y mujeres y la enseñanza de la colaboración conjunta de ambos para el Reino de Dios. Cuando la mujer abraza su diseño los hombres se motivan, los hogares se estabilizan y las comunidades se fortalecen. Ahora bien, la crisis de la masculinidad no se resuelve con más ideología, activismo o empoderamiento, sino con discipulado, comunidad y dependencia del Señor por medio de Su Palabra.
Sea o no el matrimonio el llamado que Dios tiene para una persona, es vital procurar el enfoque en la misión general del Evangelio: hacer discípulos de todas las naciones por medio de la predicación de la Palabra, recordando que tenemos la salvación de Cristo y Su ejemplo para caminar sobre las etapas y retos de nuestro tiempo.
(*) Los nombres han sido cambiados para mantener la privacidad de los entrevistados.
Referencias y bibliografía
Rise of the SHEconomy | Morgan Stanley
Education, Income, and 'Marriageable' Men | Institute for Family Studies
The power of parity: How advancing women’s equality can add $12 trillion to global growth | McKinsey
Beauty and Personal Care | Euromonitor
Household spending by single persons and married couples in their twenties: a comparison | BLS
For Women, It's Past Time to Be Seen | Nielsen
The Employment Situation | BLS
As Video Games Get Better, Young Men Work Less and Play More | Chicago Booth Review
The Female/Male Digital Divide | Nielsen
Women generally more religious than men, but not everywhere | PewResearch
¿Es RELEVANTE el MATRIMONIO hoy? | Entendiendo Los tiempos
1-in-3: A Record Share of Young Adults Will Never Marry | Institute for Family Studies
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