Lo dicho será suficiente acerca de la falsa fanfarronería y orgullo de los judíos, quienes harían que Dios los considere como su pueblo con absolutas mentiras. Ahora hemos llegado al asunto principal, el pedido por el Mesías que éstos le hacen a Dios. Aquí finalmente se muestran a sí mismos como verdaderos santos y devotos hijos. Ciertamente no desean ser considerados como mentirosos y blasfemos en este punto sino profetas confiables, asegurando que el Mesías no ha llegado aún pero que no obstante llegará. ¿Quién hará que entren en razón en cuanto a este error o malentendido? Aun si todos los ángeles y el propio Dios declararán públicamente en Monte Sinaí o en el templo de Jerusalén que el Mesías ha llegado ya hace mucho tiempo y que no ha de ser esperado, Dios y todos los ángeles no podrían ser considerados más que demonios. Tan convencidos están estos sagrados y confiables profetas de que el Mesías no ha llegado aún pero que no obstante llegará. Tampoco nos escucharán. Se convirtieron en un oído sordo para con nosotros en el pasado y no han dejado de serlo, a pesar de que varios excelentes eruditos, incluyendo algunos de su propia raza, los han refutado tan a fondo que hasta la piedra y la madera, si dotadas de una partícula de razón, tendrían que rendirse. Aún así despotrican a sabiendas contra la verdad aceptada. Sus rabinos malditos, que de hecho saben mejor, envenenan desenfrenados las mentes de sus pobres jóvenes y la del hombre común y los desvían de la verdad. Pues creo que si éstos escritos fueran leídos por el hombre común y por los jóvenes, lapidarían a todos sus rabinos y los odiarían más violentamente de lo que nos odian a nosotros cristianos. Pero estos villanos impiden que se fijen en nuestras sinceras opiniones.
Si yo no hubiera adquirido experiencia con mis papistas, me resultaría increíble que la tierra abrigara gente tan vil que a sabiendas desafiara la manifiesta y pura verdad, o sea, a Dios mismo. Pues nunca imaginé encontrar en ningún pecho humano mentes tan endurecidas, sino sólo en el del diablo. Sin embargo, ya dejó de asombrarme la ceguera, terquedad, y malicia de los turcos o los judíos, ya que he tenido que ser testigo de lo mismo en los más sagrados padres de la iglesia, en papas, cardenales, y obispos. ¡Oh tú terrible ira e incomprensible juicio de la sublime Majestad Divina! ¿Cómo puedes ser menospreciado de tal forma por los hijos de hombres ante los cuales no temblamos de miedo ante Ti? Que espectáculo insoportable dais, también ante los corazones de los hombres más sagrados, como lo observamos en lo escrito por Moisés y los profetas. Aun así estos corazones de piedra y almas de hierro se burlan de ti tan desafiantemente.
Fragmento del capítulo 4 de Sobre los Judíos y sus Mentiras, de Martín Lutero.
Escoger una cita tiene un diabólico peligro: el sesgo. Nada más infernal que tomar las palabras de otro, sacarlas de contexto y hacerlas decir lo que yo quiero. Sin embargo, la persona que quiera defender a Martín Lutero y hacerlo decir cosas bellas sobre los judíos, no puede descontextualizar una de sus citas de Sobre los Judíos y sus Mentiras para defenderlo. Es imposible (enhorabuena para el lector del presente texto). Cada pequeña línea de ese libro tiene poderosas declaraciones contra los judíos. No hay que mirar más allá de la cita que acabamos de poner y ver de qué maneras el reformador llama a este pueblo: “Orgullosos, mentirosos, fanfarrones, blasfemos, envenenadores, malditos, villanos, viles, endurecidos, ciegos, tercos, burlones” y otros varios que se me escapan. ¡Todo eso en tan solo los dos párrafos de arriba!
Parece un chiste tratar de contradecir las acusaciones de antisemitismo contra Lutero hablando sobre un libro titulado Sobre los Judíos y sus Mentiras, pero creo que es una buena apuesta: si logramos desenmascarar las verdaderas intenciones detrás de ese tratado, definimos el asunto de una vez por todas. Ahora, muy fuera del tema, creo que es absurdo pensar que los nazis, cuando citaban a Lutero en su propaganda antisemita, en verdad estaban del mismo lado de los que creían las verdades que Lutero nos enseñó a todos sobre Cristo, la fe y la justicia. O sino, que le pregunten al pobre Bonhoeffer. En fin, ahora sí a lo que vinimos…
Los dos párrafos en cuestión son los primeros del cuarto capítulo del libro, el cual comienza diciendo “Lo dicho será suficiente acerca de la falsa fanfarronería y orgullo de los judíos.” La frase ‘lo dicho’ se refiere a su punto principal en los tres capítulos anteriores: demostrar que los judíos se enorgullecen por cosas absurdas y que ello merece desprecio. En cada uno de los capítulos Lutero ha mostrado que los judíos se consideran superiores por un motivo específico. En el primero, argumenta que ellos se sienten superiores por el hecho de ser ‘judíos’, lo cual los hace una nación más noble y especial. Lutero los contradice al mostrar que, en términos de la carne, cualquier persona es corrompida desde su nacimiento y esa tal “especialidad” que tienen los judíos solo la adquirían por medio de la circuncisión. Además, dice Lutero, toda la Escritura muestra que la vanagloria es detestable ante Dios y que es ridículo esperar de él salvación solo por tener sangre hebrea, como si eso los condenara menos por sus delitos.
En el segundo capítulo, Lutero dice que ellos se sienten superiores por el hecho de ser ‘circuncisos’, y los contradice mostrando que las Escrituras dicen que la circuncisión pertenece a muchos otros pueblos, cuyo primer ejemplo es Ismael, y que a ninguno se le da ningún privilegio de santidad. Además, desde la Ley misma Moisés hace énfasis en que Israel debía concentrarse en buscar una circuncisión de corazón, sin la cual la de la carne sola no tenía validez alguna (cf. Deuteronomio 10:16). En el tercer capítulo Lutero muestra que los judíos se sienten superiores por haber recibido la Ley, lo cual es absurdo, dice él, pues ningún otro pueblo ha desobedecido a esa Ley y ha sido condenado en ella tanto como los mismos judíos. Por su bien se les dio el ser judíos, circuncisos y tener la Ley, pero de nada les sirvió al no actuar como pueblo de Dios.
Hasta aquí ya podemos ver el corazón de Lutero en este escrito: odia la idea de que alguien se crea superior o santo por cualquier motivo. Por eso, reitero, es tan absurdo pensar en que el fascismo alemán del siglo pasado en realidad concuerde en algún punto con la fe de la Reforma. El supuesto antisemitismo en que parece haber algo en común no es sino la coincidencia de que Lutero esté rechazando el fascismo primigenio que estuvo mucho antes en los judíos que en los alemanes. En otras palabras, Lutero hace este escrito para luchar por el pobre y necesitado alemán del siglo XVI que es engañado por los fascistas judíos y papistas de su tiempo.
Pero en este cuarto capítulo Lutero da un paso más allá y dice que el asunto en que los judíos tienen la mayor vanagloria es en la venida del Mesías. Ellos, según Lutero, se creen “profetas confiables” con respecto al mensaje del Salvador, afirmando que aún no ha llegado y que la esperanza del mundo está en el momento en que él venga. Su orgullo reside en el hecho de que, aunque muchos estudiosos, comenzando por “sus propios rabinos”, los han contradicho en este tema, ellos aún insisten en su creencia de un Mesías que aún no viene a la tierra y así enseñan a “sus pobres jóvenes” de manera dogmática, “desviándolos de la verdad.”
Esta idea de Lutero en el primer párrafo de nuestra cita nos muestra cuál es su verdadero corazón. ¡Su contienda con los judíos se da en el contexto de la doctrina! En otras palabras, poco le importa lo que ellos sean o dejen de ser como raza. Su problema es que ellos estaban enseñando a los creyentes de su tiempo que el Mesías aún no había venido y que la única forma de salvarse implicaba acogerse a sus enseñanzas.
Pongámonos por un momento en los zapatos de Lutero. Toda su vida espiritual ha girado en torno a la idea del glorioso descubrimiento de que en Cristo somos justificados y que ya no hay que llevar la terrible carga de no poder corresponder a la justicia de la Ley, pues Él ha vivido a favor de nosotros la vida perfecta que nosotros no pudimos vivir y nos ha dado paz absoluta con el Padre. Esta idea lo ha movido a enfrentarse en una lucha a nivel continental en contra del catolicismo que dominaba sobre Europa. Su salvación y ministerio de toda la vida reposaban sobre la idea de que Cristo ha venido a la tierra a hacer la justicia disponible por medio de la fe.
¿No es acaso lógico que al final de su vida Lutero se oponga tan fuertemente a un grupo de gente que se sentía superior por tener un Mesías que aún no llegaba? ¿No es lógico que se oponga a aquellos que hacían desviar las almas para las que él entregaba su vida? Este sentimiento de Lutero no hace sino recordarnos al apóstol Pablo cuando, hablándoles a los Gálatas sobre las herejías de los judíos, decía “Pero si aún nosotros, o un ángel del cielo, les anunciara otro evangelio contrario al que les hemos anunciado, sea anatema.” Si Pablo llamó anatema a los judíos, quienes predicaban esto, no sorprende que Lutero los tilde de ‘fanfarrones.’ La doctrina judía se oponía en todo sentido a sus más amadas creencias y esfuerzos.
Por esto mismo Lutero dice en el segundo párrafo de nuestra cita que, junto a los judíos, están a la par “los papistas”, que con su doctrina católica saturada de indulgencias desviaban a los pobres creyentes de la fe que justifica en Cristo. Las “mentes endurecidas” de judíos y papistas no deberían encontrarse “sino en el diablo”, pero Lutero muestra que están también en “pechos humanos.” Hablando a la “sublime Majestad Divina”, Lutero se lamenta de que los hombres la desprecien con tales creencias en donde hombres se crean superiores a otros por razón de doctrinas falsas y contradictorias a la Escritura.
Así pues, reitero, es completamente absurdo pensar que Lutero es antisemita en el mismo sentido del fascismo alemán. Nuestro problema es que vemos estos escritos a la luz de la historia moderna de occidente, en la cual los judíos como raza fueron pisoteados por un endemoniado pueblo alemán opresor. Aunque entiendo el corazón de dicha crítica, creo que es una interpretación que se descacha por varios siglos en su forma de leer a Lutero.
Pero no quisiera concluir dejando en la mente del lector a un Lutero idealizado y perfecto. Su error, podemos decir sin temor a equivocarnos, no fue el atacar la doctrina de los judíos. Su error fue utilizar más de 20 adjetivos en tan solo dos párrafos que remarcan más el desprecio hacia la gente y no hacia sus ideas. Aunque eso parezca una idea moderna, sin duda a Lutero le faltó amor en sus palabras, quizá el mismo amor con el que el mismo Pablo dijo sobre los judíos herejes del primer siglo, “(…) desearía yo mismo ser anatema, separado de Cristo por amor a mis hermanos, mis parientes según la carne. Porque son israelitas, a quienes pertenece la adopción como hijos, y la gloria, los pactos, la promulgación de la ley, el culto y las promesas” (Rom. 9:3-4).
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