¿Para qué sirven las empresas? Esta es una pregunta importante, dada su ubicuidad y su impacto en el mundo. Sin embargo, las preguntas sobre el propósito pueden ser difíciles de responder, y todos estamos familiarizados con lo contradictorias que pueden ser a veces nuestras propias motivaciones individuales. En 2019, la Business Roundtable (Mesa redonda de negocios), una asociación de directores ejecutivos de las principales empresas de Estados Unidos, publicó con bombos y platillos una declaración según la cual el propósito de las empresas es ofrecer valor a sus grupos de interés: clientes, empleados, proveedores, comunidades y accionistas. Algunos elogiaron el aparente momento damasceno de la organización, llegando a afirmar que, tras décadas de primacía de los accionistas, “hoy, eso cambia”. Otros se mostraron un poco más escépticos sobre la esencia de esta experiencia de conversión, e incluso sobre si fue una buena idea en primer lugar.
Aquellos que se preocupan por el enfoque inadecuado de las empresas en el rendimiento financiero suelen señalar el trabajo de Milton Friedman. En un famoso ensayo de hace más de medio siglo para el New York Times, citaba un libro que había escrito anteriormente: “hay una y solo una responsabilidad social de las empresas: utilizar sus recursos y realizar actividades destinadas a aumentar sus beneficios”. Es muy posible que no le hubiera gustado ver el legado de muchos ejecutivos que han adoptado este planteamiento de forma unilateral, sobre todo cuando han ignorado los matices de sus argumentos. Sin duda, en años posteriores admitió que los ejecutivos de las empresas podrían tener deberes para con el público que podrían prevalecer sobre los deberes para con sus accionistas. No obstante, una base friedmaniana puede servir, sin duda, como punto de partida para plantearse la pregunta: “Aparte de la búsqueda de beneficios, ¿qué responsabilidades pueden tener las empresas para con la sociedad?”. Y, como cristianos pensantes (1Co 2:16), ¿qué pruebas bíblicas podemos ofrecer para justificar cualquier respuesta que se nos ocurra?
Ahora bien, sería útil si se pudiera extraer directamente de las Escrituras una definición clara de la responsabilidad de las empresas, tal vez en la línea de “la avaricia es idolatría” (Col 3:5; Ef 5:5) o de la explicación más completa que hace Pablo del concepto de amor (1Co 13). Sin embargo, el concepto de corporación no surgió sino muchos siglos después de la finalización del Canon. Por tanto, no es de sorprender que la Biblia guarde silencio sobre la idea y sus implicaciones. Más bien, debemos recurrir primero a la definición que da el mundo del concepto de responsabilidad corporativa, “ansiosos por entenderlo” como dijo John Stott, antes de volver a las Escrituras.
El término “responsabilidad de las empresas” se ha utilizado de diversas formas, frecuentemente contradictorias, y se superpone en gran medida con muchos otros términos relacionados. A veces se utiliza indistintamente con “responsabilidad social corporativa” (o CSR, por sus siglas en inglés) y es casi un sinónimo del término más antiguo “ciudadanía corporativa”, basado en la idea de pensar en una empresa como una persona. Más recientemente, su significado se ha transferido, al menos parcialmente, al término “sostenibilidad corporativa”, y está estrechamente vinculado a la terminología del ESG (“ambiental, social y de gobernanza” por sus siglas en inglés).
Uno de los decanos de este campo, Archie Carroll, ofrece una historia útil del uso del término en su artículo de 1999 para la revista Business & Society (Negocios y Sociedad). Aunque reconoce que el concepto es más antiguo, retoma la historia a mediados del siglo XX en Norteamérica, cuando surgió un creciente reconocimiento de que los líderes empresariales tenían ciertas responsabilidades sociales. Estas responsabilidades incluían actuar de forma “deseable en términos de los objetivos y valores de nuestra sociedad”. En los años siguientes, el mundo académico se fue involucrando cada vez más en el floreciente campo y empezaron a surgir definiciones relacionadas.
El lado de “responsabilidad” del término se vinculó con la “responsabilidad pública”, que podría derivar en el “servicio público”; la “responsabilidad social” podría conducir a la “receptividad social” y/o la “acción social”; y las cuestiones medioambientales se incluyen con frecuencia bajo la etiqueta “social” en la terminología. En una cultura obsesionada por las mediciones, no es sorprendente que el desempeño social de las empresas se convirtiera en una forma de hablar sobre cómo cumplen realmente las empresas con sus responsabilidades sociales.
Otros dos términos relacionados son ESG y sostenibilidad. “Medioambiental, social y de gobernanza” constituyen una mezcla poco útil de aspectos muy diferentes de los procesos y el rendimiento de las empresas. A pesar de lo problemático del acrónimo, ESG se ha vuelto casi universal en los círculos de inversión y se utiliza ampliamente para describir a las empresas con un rendimiento medioambiental y social superior. La sostenibilidad es otro término similar a un saco de lona en el que se pueden meter todo tipo de cosas. Aunque la definición de Brundtland probablemente no pueda mejorarse, Carroll, en un ensayo reciente, observó astutamente que los empresarios parecen verla como un sinónimo de CSR, ya que muchos informes de CSR han cambiado su nombre por el de informes de sostenibilidad, sin ningún cambio material en su contenido.
Nuestro interés no es principalmente histórico, ni tampoco definitorio por sí mismo. Para nuestros fines basta con ser conscientes de que existe una terminología complementaria y superpuesta; y para una definición de trabajo de la responsabilidad de las empresas podemos apoyarnos por ahora en la formulada por Herman Aguinis: “las acciones y políticas organizacionales específicas del contexto que tienen en cuenta las expectativas de los accionistas y el triple resultado económico, social y medioambiental”. Aquí expresa la responsabilidad en términos de las cosas que las empresas hacen y dicen que hacen, en respuesta a lo que quieren actores como las comunidades y los empleados. También reconoce que los resultados de las acciones de las empresas no se limitan al ámbito financiero.
1. Justificación bíblica de la responsabilidad empresarial
Algo debería decirse sobre el “por qué” de la responsabilidad de las empresas; ¿por qué las empresas deberían comportarse de forma responsable desde el punto de vista social y medioambiental? A nivel individual y cristiano, estas preguntas son relativamente fáciles de responder. El medio ambiente es importante porque Dios lo creó en el principio: la tierra sobre la que vivimos y los cielos bajo los que vivimos (Gn 1:1; Hch 4:24). No solo eso, sino que, al haber declarado “buena” Su creación (Gn 1:10, 12, 24, 31), podemos suponer que las acciones que dañan esta buena creación probablemente las considere “malas” —sobre todo porque parece que crear en cierto sentido le costó esfuerzo a Dios (Gn 2:2-3), y quizá también porque parece que Dios, al menos en un momento dado, disfrutaba pasando tiempo en Su creación—.
Dios creó también a los hombres, que constituyen la sociedad en la que hoy vivimos; hechos como estamos a Su semejanza (Gn 1:27), cabe suponer que las acciones que dañan a la sociedad denotan una cierta falta de respeto a la persona de Dios, al menos en la medida en que Su existencia se refleja en los habitantes de este planeta (ver Gn 9:6). Ni siquiera hace falta salir del primer capítulo del primer libro de la Biblia para descubrir que Dios también impone responsabilidades a los seres humanos: reproducirse y poblar la tierra, y gestionar la vida en esa tierra.
Así pues, se puede argumentar rápidamente que los cristianos deben ser social y ambientalmente responsables. Pero ¿las empresas? El desafío obvio que hay que afrontar es que el concepto de empresa está, en general, ausente de las páginas de las Escrituras. Las sociedades de responsabilidad limitada, tal como las conocemos hoy, no existían en la época bíblica, aunque había estructuras como el peculio, por el que los bienes podían ser transferidos de un amo a un esclavo, o de un padre a su hijo. Sin embargo, es alentador que en la Biblia aparezcan temas relacionados con la empresa comercial, en los que nos basaremos para gran parte de lo que sigue.
Un segundo reto yace en la medida en que la enseñanza bíblica puede aplicarse al contexto empresarial moderno (occidental). No se trata de cuestionar la relevancia de la Biblia para el mundo actual, ni de discrepar de las famosas palabras de Kuyper en su discurso de inauguración de la Universidad Libre en 1880: “no hay un centímetro cuadrado en todo el dominio de nuestra vida humana del que Cristo, que es Soberano de todo, no grite: '¡Mío!'”. La cuestión aquí es cómo la guía y la instrucción proporcionadas por Dios a Su pueblo pueden desplegarse en la esfera pública, y más concretamente lo que esta guía e instrucción significan para los directores y ejecutivos, de cualquier fe o falta de ella, que dirigen las corporaciones de hoy en día. Volveré a este tema después de considerar la evidencia bíblica.
Una serie de ideas pueden extraerse de las relaciones entre empleadores y empleados, un tema que suele considerarse parte de la responsabilidad empresarial. El libro del Éxodo relata cómo los capataces egipcios crearon deliberadamente duras condiciones de trabajo para los obreros israelitas (Éx 1:11, 13-14; 5:6-9). Se consiguió el resultado previsto: la ruptura psicológica (Éx 6:9). A modo de contraste, Dios estableció posteriormente una estructura de trabajo y descanso que esperaba que se aplicara no solo a Su pueblo, sino por parte de Su pueblo a quienes trabajaban para él, aunque el empleado no fuera israelita (Éx 20:8-11; 23:12; 31:12-17; Dt 5:12-15). La pauta del día de reposo se extiende a la forma en que deben llevarse a cabo las actividades agrícolas, en favor de los pobres e incluso de los animales salvajes. También se entiende claramente que algunos empleados son más vulnerables a los abusos que otros, por lo que se establecen normas para su protección. Existe una diferencia de poder entre empresarios y empleados, pero esto no justifica la opresión de los trabajadores (Is 58:3, 6-7; Jer 22:13; Ef 5:9; Col 4:1).
También hay un rango de instrucciones que Dios ha dado a su pueblo que tienen implicaciones directas sobre cómo llevar a cabo los negocios. “No robarás” (Éx 20:15; cf. 23:4) excluye las prácticas comerciales fraudulentas, y la corrupción inducida por sobornos está explícitamente prohibida. “No levantarás falso testimonio contra tu prójimo” (Éx 20:16) prohíbe la publicidad comparativa falsa. Los impuestos deben pagarse como es debido (Mt 22:15-22; Ro 13:6-7). En términos más generales, se deben respetar todas las estructuras de gobierno y cumplir sus requisitos (Ro 13:1-5; 1Pe 2:13-17). Se dan otras instrucciones para proteger al público contra riesgos indebidos de daños corporales o económicos como consecuencia de la realización irresponsable de actividades agrícolas y de otro tipo (Éx 21:28-32, 33-36; 22:5; Dt 22:8). Se esperan normas de higiene con respecto a la eliminación de los excrementos humanos (Dt 23:12-14). También se reconoce que el saqueo irresponsable de los recursos de la tierra es un error y que deben explotarse de forma sostenible (Dt 22:6-7). Los préstamos que se conceden, y en particular los que se conceden a los pobres, no deben gestionarse de manera extorsiva y opresiva (Dt 24:10-13). Se condenan rotundamente las prácticas comerciales duras y abusivas (Am 2:6-8; 8:4-6; Mi 2:1-2; Hab 2:12; Mal 3:5).
También se puede argumentar a favor de la filantropía empresarial, basándose en la presencia aparentemente permanente de la pobreza, en el requerimiento de ser generoso con los recursos disponibles y en ejercer los dones que a uno le han sido dados. Esa filantropía no tiene por qué adoptar la forma de limosnas, sino que puede consistir simplemente en evitar la eficiencia despiadada en la maximización del beneficio, creando así oportunidades de que los pobres sobrevivan. Hay indicaciones en las Escrituras de que esta filantropía debe basarse en la comprensión de la necesidad y la dignidad (1Ti 5:9-16).
En la práctica, esa filantropía ha ido acompañada durante mucho tiempo de una agresiva campaña de relaciones públicas o publicidad para que la empresa sea bien vista, lo cual contradice el planteamiento en el que insistió Jesús, al menos a título personal (Mt 6:1-4). La codicia no es buena, nos dice la Biblia (Pr 1:18-19; Ec 5:10-12; Is 5:8). De hecho, como señalamos anteriormente, Pablo equipara la avaricia con la idolatría, “la máxima expresión de la infidelidad a Dios” en palabras de Brian Rosner. Las prácticas comerciales agudas pueden generar ganancias a corto plazo, pero no a largo plazo (Pr 20:17; 21:6-7). Es probable que la generosidad sea recompensada (Pr 19:17; cf. 31:20). La riqueza mal habida puede no dar los resultados esperados (Pr 10:2). Las malas acciones dañan la reputación (Pr 10:9), por muchas vueltas que se le dé (ver Pr 10:19).
Entonces, lo que tenemos es un cuerpo de enseñanza bíblica que podría, en principio, aplicarse en un contexto corporativo. Los departamentos de recursos humanos podrían ajustar las políticas de la empresa para adaptarlas a las expectativas bíblicas. La función de auditoría interna podría centrarse en erradicar el soborno y la corrupción. El responsable de inversión social de la empresa podría destinar fondos a aliviar el sufrimiento humano. La cuestión que debemos considerar ahora no es, por tanto, si esta enseñanza bíblica podría aplicarse, sino hasta qué punto debería aplicarse en los contextos empresariales.
2. El caso contra la responsabilidad social de las empresas
Hay un problema obvio aquí, y se presenta cuando intentamos aplicar esta enseñanza a una situación corporativa donde las decisiones no son tomadas por cristianos. Es fácil hacer un llamado a los líderes empresariales cristianos para que se ajusten a los puntos de vista revelados por Dios sobre la responsabilidad: Dios claramente espera obediencia de Su pueblo (Dt 10:12-13; Jn 14:15, 21) y, después de todo, Dios es el dueño principal de todo. Como parte de la motivación para tales líderes, hay indicios de que tal obediencia dará lugar a recompensas, quizá tanto en este mundo como en el otro, que le vaya bien al hacer el bien, y la desobediencia llevará a la pérdida (Job 20:19). En última instancia, por supuesto, el comportamiento de los líderes empresariales cristianos debería estar determinado por su temor a Dios, más que por la búsqueda desenfrenada de recompensas económicas (ver Neh 5:1-13).
Cuando una empresa es dirigida y es propiedad de un cristiano, o de cristianos, la guía de las Escrituras que hemos analizado anteriormente parece ser ampliamente aplicable. De hecho, hay empresas, pasadas y presentes, que podrían asignarse a tal categoría. En este mundo post Edén, sin embargo, tales situaciones son inusuales. Ante la ausencia de datos fidedignos convenientemente disponibles, sugeriría que pocos estarían en desacuerdo con que la mayoría de las empresas del mundo están dirigidas por no cristianos, y que la mayoría de las empresas no son propiedad de cristianos.
Entonces, ¿cómo se toman las decisiones con respecto a la responsabilidad corporativa cuando los responsables de la toma de decisiones de una empresa no comparten la misma fe? E incluso en la maravillosa situación en la que tanto los ejecutivos como la junta directiva están compuestos por cristianos, ¿qué pensarían los accionistas no cristianos e institucionales de estos ejecutivos y de la junta si empezaran a dar “su” dinero a los pobres? ¿No podrían esos accionistas acusar con razón a esos cristianos de intentar servir a dos beneficiarios opuestos? Una situación típica es que una empresa sea propiedad de una serie de accionistas individuales e institucionales y esté gestionada por ejecutivos en su mayoría no cristianos y gobernada por un consejo de administración en su mayoría no cristiano. ¿Tiene algo que decir la Biblia sobre el alcance y la naturaleza de la responsabilidad de la empresa con el medio ambiente y la sociedad?
En otra ocasión he argumentado que hacer afirmaciones normativas simplistas como “las empresas deberían hacer más CSR” no proporciona una plataforma útil para comprometerse con los líderes empresariales. En el mismo artículo ofrecí algunas ideas preliminares sobre los argumentos que los cristianos podrían desplegar en una apuesta por influir en los líderes empresariales, fieles o no, para que dirijan sus empresas de una manera más responsable. Estos argumentos tenían una base pragmática y pretendían en gran medida sugerir a los líderes que tener en cuenta el desempeño no financiero de la empresa podría tener un efecto positivo en su desempeño financiero.
Sin embargo, estas reflexiones no abordan una cuestión fundamental: desde nuestra perspectiva cristiana, ¿tienen las empresas alguna responsabilidad ante la sociedad? Algunos responderían ciertamente “sí” a lo siguiente: “Una empresa que explota el medio ambiente es una empresa que no actúa de acuerdo con la responsabilidad que Dios le ha dado de cuidar la creación”. Pero a riesgo de quedar ensordecido por gritos bienintencionados de corrección, cuando no de herejía, me gustaría sugerir que la respuesta es “no”. Las empresas no tienen esa responsabilidad.
Los argumentos bíblicos a favor de la responsabilidad individual de los cristianos ante la sociedad se han expuesto anteriormente y son, en mi opinión, inequívocos. Pero ¿qué es una empresa? Es “un cuerpo de personas combinadas para un objeto común (especialmente comercial)”. Ahora bien, es cierto que la Biblia tiene mucho que decir sobre las responsabilidades sociales de un cuerpo particular de personas que se han combinado para un objetivo común. Pero este cuerpo se llama la iglesia, y de ninguna manera debe ser equiparado o confundido con las empresas que nos ocupan aquí.
También es cierto que ha habido ocasiones en las que Dios ha juzgado en masa a cuerpos de personas por su irresponsabilidad social. Un ejemplo es el de Edom. En la profecía de Abdías (1:1-9) leemos que a la nación le iban a suceder cosas realmente malas. La causa de estas calamidades era el comportamiento gravemente antisocial de la nación (1:10-14). Tal vez se podría argumentar que, del mismo modo que Dios ha pedido y pedirá cuentas a los grupos nacionales de personas por su comportamiento irresponsable, también pedirá cuentas a los grupos de personas que constituyen las empresas.
Es posible. Pero permítanme hacer dos observaciones que debilitarían tal argumento. En primer lugar, las responsabilidades de los líderes políticos son diferentes de las de los líderes empresariales. La descripción del cargo de los primeros incluye que deben gobernar la sociedad (Ro 13:1-6; 1Cr 18:14). Cuando los líderes políticos no cumplen el mandato que Dios les ha dado (Ro 13:1-7), las sociedades pueden sufrir las consecuencias de este hecho. Aunque es posible que empresas como la Compañía de las Indias Orientales tuvieran mandatos que incluían el gobierno de las sociedades, y por supuesto se puede debatir si tales mandatos eran apropiados, hoy en día son una minoría cada vez más pequeña.
En segundo lugar, también se puede discernir una diferencia de tipo entre los conceptos de “nación” y “empresa”. La idea de nación contiene varios elementos, uno de los cuales es la tierra: se considera que las naciones tienen fronteras y podemos representarlas en atlas. Otro elemento es que se trata de una entidad jurídica: las naciones pueden celebrar y celebran acuerdos contractuales con otras naciones, con particulares y con empresas. Pero, cuando pensamos en una nación, lo que nos viene a la mente es sobre todo su gente. Cuando oramos para que la salud salvadora de Dios sea conocida entre todas las naciones, no nos referimos a entidades jurídicas ni a extensiones de tierra, sino a personas. Cuando Jesús fue acusado de pervertir una nación (Lc 23:2), era al pueblo judío al que se referían los dirigentes.
Y aunque, como hemos señalado, una empresa está formada por personas, al menos en Occidente, cuando pensamos en una empresa, lo primero que nos viene a la mente es su personalidad jurídica, antes de pensar que está formada por personas individuales. Si hablamos, por ejemplo, del modo en que las empresas dañan el medio ambiente, no solemos pensar en los rostros de quienes hacen el daño. Es aún más claro cuando hacemos afirmaciones como “las empresas deberían ser más justas con sus empleados”, estableciendo una distinción entre la propia empresa y las personas que trabajan para ella.
Las empresas no van al cielo ni al infierno (a pesar de lo que algunos activistas puedan desear). Y por mucho que muchos de nosotros deseemos asignarles responsabilidades sociales, esto no tiene sentido. Podemos y debemos hablar de las responsabilidades sociales y medioambientales de los directores y gerentes de las empresas. “El desarrollo, el fortalecimiento y la multiplicación de los hombres de negocios con mentalidad social es el problema central de las empresas”. Estas no son palabras de un comentarista de izquierdas reciente, sino que aparecieron en 1927 en las páginas de la muy pragmática Harvard Business Review (Revista de Negocios de Harvard). Las palabras que elegimos importan. Hablar de las inexistentes responsabilidades sociales de una empresa nos resta capacidad para comprender e influir en los mecanismos que inciden en los resultados sociales de la empresa.
Tenemos una tendencia natural a antropomorfizar a las empresas. Al menos en parte, esto se debe a que, para los fines del sistema jurídico, las empresas se consideran personas. Con ello, los tribunales han creado lo que se conoce como una ficción legal. Esto no significa que, en lo que respecta al sistema jurídico, las empresas no existan. Las ficciones jurídicas son muy reales. Se crean para obtener las consecuencias jurídicas deseadas al tiempo que se evitan las indeseables. Estas ficciones son útiles en derecho, entre otras cosas, porque se supone que quienes las utilizan no caen en la trampa de creer que son ciertas. Es cuando una ficción jurídica se toma demasiado en serio cuando puede resultar peligrosa. Esto es lo que ocurre con demasiada frecuencia cuando utilizamos un lenguaje antropomórfico para referirnos a las empresas. Al olvidar que la personalidad de las empresas no es más que una cómoda ficción jurídica, empezamos a igualar esa personalidad con la humanidad. Los seres humanos tienen responsabilidades sociales; seguramente las empresas, “personas” al fin y al cabo, ¿también las tienen? Pero hablar de la responsabilidad social de las empresas es hablar de un concepto ficticio mucho menos útil que la ficción jurídica de la misma empresa.
Esto no significa, sin embargo, que las empresas no tengan ninguna responsabilidad. Las empresas se rigen por la ley. Esto es totalmente apropiado, ya que es el sistema legal el que crea estas empresas en primer lugar. Por lo tanto, se puede prohibir a las empresas que participen en actividades nefastas tan diversas como emplear a menores y conceder préstamos de día de pago a tasas de interés exorbitantes. Estas prohibiciones pueden hacerse cumplir mediante la amenaza de sanciones como multas o la pérdida de la licencia para operar. Pero no se trata de responsabilidad social corporativa, sino de cumplimiento (o incumplimiento) de la legislación corporativa.
¿Qué impide a las jurisdicciones legislar la responsabilidad? Nada en absoluto. Algunos países como la India lo han hecho. Pero son las autoridades políticas y reguladoras las que ejercen la responsabilidad, no las empresas. Para las empresas, se trata de una mera cuestión de cumplimiento de la ley, no de un noble ejercicio de beneficencia social, digno de relaciones públicas. Las empresas no son personas humanas con responsabilidades sociales y medioambientales, sino personas jurídicas con responsabilidades jurídicas. Por lo tanto, no puede haber una teología útil de la responsabilidad social y medioambiental de las empresas.
3. Conclusión
A primera vista, podría parecer que se llega a una conclusión desoladora. ¿Significa esto que no es realista y, de hecho, ni siquiera apropiado pedir cuentas a las empresas por sus resultados no financieros, por su impacto en el medio ambiente y la sociedad? ¡De ninguna manera!
Parecería bastante obvio que, si queremos cambiar un determinado comportamiento, primero deberíamos averiguar qué factores lo determinan. Aseverar con estridencia que las empresas deben comportarse de determinada manera insta la pregunta “¿por qué?”. Con demasiada frecuencia la respuesta es “porque las empresas tienen responsabilidades sociales y medioambientales”. Y, puesto que hemos demostrado que no es así (excepto cuando entendemos por tales responsabilidades el mero cumplimiento de la ley) no debería sorprendernos que las empresas se comporten de formas que parecen irresponsables. Es probable que un diagnóstico incorrecto dé lugar a intervenciones inapropiadas, que conduzcan a resultados subóptimos.
Los líderes políticos tienen responsabilidades sociales; para eso están. Pablo insiste en que Dios ha puesto en su lugar a las autoridades gobernantes, y que están ahí para nuestro bien (Ro 13:1-4). Al escribir esto, es de suponer que tenía en mente una instrucción anterior que subraya que los poderes de los reyes no deben utilizarse para su propia gratificación (Dt 17:16-20), y los diversos proverbios que señalan el impacto positivo que un buen rey puede tener en sus súbditos (por ejemplo, Pr 29:4). Lo cierto es que, con demasiada frecuencia, los líderes políticos no cumplen con sus responsabilidades sociales. Desde las políticas opresoras de un líder egipcio fallecido hace mucho tiempo (Éx 1:18-22) hasta los páramos de la Siria moderna, el camino de la irresponsabilidad social política está bien trillado. Sin embargo, un mal historial no niega el propósito original. Pensemos en la Constitución estadounidense: “Sus tres primeras palabras, 'Nosotros, el pueblo', afirman que el gobierno de Estados Unidos existe para servir a sus ciudadanos”.
Si queremos que la actuación social de las empresas cambie, una palanca crucial de la que hay que mover es la de influir en los líderes políticos para que cambien las reglas del juego en las que operan estas empresas. El modo exacto de ejercer esa influencia puede depender del sistema político nacional o supranacional que sea apropiado para el caso en cuestión. No obstante, son estos líderes quienes determinan y aplican las leyes que esperamos que cumplan las empresas.
Ciertamente, también es posible cambiar la actuación social de las empresas mediante actos directos e indirectos de activismo, un tema sobre el que he escrito en otra ocasión. Pero este activismo no debe basarse en la idea de que la empresa tiene responsabilidades sociales. Se trata simplemente de cómo influir en su junta directiva y en sus gerentes, que son quienes toman las decisiones que determinan los resultados sociales de la empresa. En los casos especiales en que las empresas están dirigidas y/o son propiedad de cristianos, una forma de ejercer dicha influencia es recordar a dichos líderes y dueños sus propias responsabilidades sociales, aspectos que ya hemos considerado. En otros casos, es probable que las apelaciones se basen en el interés propio, aunque no se formulen en esos términos.
Como cristianos, debemos preocuparnos por el orden creado y por los seres humanos creados que viven en él y lo disfrutan. Esto significa que debería importarnos cuando vemos que las empresas dañan la sociedad y el medio ambiente. Algunos podemos oír el llamado de Dios a hacer algo al respecto. Pero es probable que nuestros esfuerzos se vean frustrados si basamos nuestras acciones en un mito, el de que son las mismas empresas las que tienen responsabilidades sociales. Un punto crucial de compromiso es a nivel político, donde estas responsabilidades sociales sin duda existen. Las empresas deben ser reguladas en beneficio de la sociedad, y debe exigirse su cumplimiento. Un segundo punto de compromiso es a nivel de directores y gerentes de empresa, donde podemos intentar persuadirles de que puede beneficiarles a ellos y a las empresas a las que sirven ir más allá del cumplimiento legal para reducir el daño social y proveer beneficios sociales.
Una teología de la responsabilidad social personal es posible, y espero haber arrojado algo de luz sobre los pasos que podrían darse en ese camino. Las teologías de la responsabilidad política y el compromiso cívico también son posibles, aunque este artículo no sea el lugar adecuado para ellas. Pero, puesto que las empresas no tienen tales responsabilidades ante la sociedad, una teología de la responsabilidad social corporativa no es posible ni deseable. Esta conclusión nos lleva a reconocer dónde reside realmente esa responsabilidad, y a no perder el tiempo persiguiendo quimeras.
Este artículo fue traducido y ajustado por María del Cármen Atiaga. El original fue publicado por Gary J. Cundill en The Gospel Coalition. Allí se encuentran las citas y notas al pie.
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