Por Nicolás Osorio
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¿Qué es una ironía?
La ironía. Estoy seguro de que todos tenemos alguna noción de lo que es ironía. Sabemos que no tiene nada que ver con la ira, como lo propuso alguna vez un congresista de nuestra nación diciendo que estaba “irónico”. Posiblemente la sensación que algunos tengan de la ironía sea algo negativo (ya que se puede parecer al sarcasmo); una persona irónica o sarcástica no es fácil de querer. A todos nos causa gracia una persona sarcástica, excepto cuando la ironía es hacia nosotros.
Sin embargo, no es de esa clase de ironía de la que quiero hablar, sino de un mecanismo literario muy importante, que, estoy convencido, nos ayudará a ver la gloria de Dios en su Palabra si nos entrenamos en percibirla. La ironía es un mecanismo literario, es decir, es una estrategia o una forma de expresar algo en una historia. Pero lo que la caracteriza es lo inesperado. La ironía invierte nuestras expectativas, de manera que crea resoluciones inesperadas al final de una historia, ya sea que nos hagan reír o llorar, y normalmente una buena ironía en una historia es satisfactoria. Mi propuesto para ustedes es que, si aprendemos a ver la ironía en la Biblia, la gloria de Dios resplandecerá de una forma fresca y asombrosa ante nuestros ojos.
Cómo se ve una ironía
¿Cómo se ve la ironía en una historia? Creo que una buena forma de explicarlo es como lo hace Jonathan Pennington en su libro Leyendo los Evangelios Sabiamente (Pennington, 2012, p. 175). Imaginen un partido de baloncesto. Ustedes saben que cuando suena la alarma del final del juego, el jugador puede lanzar el balón y anotar un punto si encesta.
Entonces imaginen que nuestro equipo es un equipo débil que ha luchado incansablemente por llegar a la final de un torneo, y ahí está en el partido final; digamos que ese es el conflicto de la historia. Nuestro equipo va perdiendo por dos puntos y suena la alarma. Entonces el jugador que tiene el balón lanza la pelota desde la mitad de la cancha (si lo encesta ganamos). La pelota va en el aire y se detiene la imagen: ese momento es lo que llamamos el clímax de la historia. ¿Entrará o no la pelota?
Si estamos leyendo una comedia entonces la pelota entra y todos gritan de emoción y están felices. Si estamos leyendo una tragedia, la pelota pega en el aro y sale, de manera que nuestro equipo pierde, y hay lecciones qué aprender y en las cuales reflexionar. Si estamos leyendo una obra nihilista, al estilo de Nietzche, entonces justo antes de que el balón llegue a la cesta, pasa un tornado y se lleva a todo el mundo, de manera que nada sirvió para nada.
Ahora pensemos, ¿qué pasa si es una ironía? Bueno, tal vez una ironía tendría más elementos. Una buena ironía sería que el que tiene el balón es el peor jugador de nuestro equipo, y está jugando solo porque los demás están lesionados y tocó meterlo a jugar. No hay ninguna esperanza en él, y los jugadores del equipo contrario ya se dan por ganadores. Este torpe jugador ni siquiera lanza el balón intencionalmente, sino que se tropieza y el balón sale volando mientras suena la alarma (algunos hasta se están burlando de él). El balón golpea la esquina del tablero, sale impulsado hacia arriba y encesta. La gente no lo puede creer; no solo se emocionan por la victoria, sino que les da risa la manera como ganaron. Es una victoria épica. Una historia siempre será más satisfactoria con una buena ironía.
Ironía en la Biblia
Pero la mejor ironía que existe es cuando podemos ver a Dios tras bambalinas orquestando todo irónicamente, de tal manera que casi que nos podemos imaginar al Creador de todas las cosas, sentado en Su trono, en Su santo templo, “toteado de la risa” por cómo la historia dio giros que nadie esperaba. Y ahí es cuando en la ironía de Dios podemos ver su gloria. Entre más irónica sea la situación, más grandioso se ve nuestro Dios.
Pero ¿de verdad hay ironía en la Biblia? Sí, sí la hay. De hecho, hay varias, y si aprendemos a verlas, la gloria de nuestro Dios puede resplandecer en maneras que de pronto no lo hemos visto antes.
Éxodo 1
Tal es el caso de Éxodo 1. Jacob y su familia llegaron a Egipto por el hambre, y se establecieron ahí. Pasaron muchos años, siglos de hecho, y el faraón de turno ya no conocía a José ni recordaba lo que había pasado Israel y su familia. Pero ahora Israel ya no era simplemente una familia, ahora era todo un pueblo, y dice el texto que crecieron y se hicieron poderosos en la tierra de Egipto. Entonces al faraón se le ocurre una estrategia: “Vamos a someterlos, vamos a hacerlos nuestros esclavos para evitar que sigan multiplicándose y fortaleciéndose”. Suena como una buena estrategia, pero entonces el texto dice literalmente: “Pero cuanto más los oprimían, más se multiplicaban y más se extendían, de manera que los egipcios llegaron a temer a los hijos de Israel”. Ahí es cuando les digo que tenemos que aprender a ver la ironía en el texto. Podemos comenzar a imaginarnos a Dios con una pequeña risita burlona.
Entonces el faraón diseña una segunda estrategia: “Que las parteras que atienden a las hebreas maten a todos los varones que nacen. Así evitaremos que se sigan multiplicando y fortaleciendo”. Suena como una buena estrategia, pero casualmente entre todas las parteras que podía haber en Egipto, escogieron a Sifra y a Puá, que casualmente temían a Dios, y no obedecieron la orden del faraón. El Faraón llama a las parteras: “¿qué pasa? ¿por qué no están matando a los niños?” – “Es que las hebreas son más robustas y fuertes, y dan a luz antes de que lleguen las parteras”– respondieron las parteras. Y literalmente el texto dice: “Y Dios favoreció a las parteras; y el pueblo se multiplicó y llegó a ser muy poderoso”. Ya podemos ver a Dios con una risa un poco más grande. Pobre faraón: las cosas no le salen como esperaba.
Finalmente, a Faraón se le ocurre una última estrategia que no puede fallar. “Todo varón recién nacido será echado al Nilo”. Ya no es labor de las parteras; ahora todos tienen que obedecer y echar al Nilo a los recién nacidos. Ahí acaba el capítulo uno. Parece que esa estrategia sí va a funcionar: el pueblo de Dios no va a poder continuar multiplicándose, hasta que en el capítulo dos aparece un bebé al que se le da un nombre interesante. Su nombre es Moisés. ¿Por qué se llama Moisés? Porque fue sacado de las aguas (¡del Nilo!). El Faraón de pronto está satisfecho por su última estrategia que no puede fallar, pero lo que no sabe es que Dios estaba usando esa estrategia para levantar al libertador de Israel, Moisés. Podemos imaginarnos la sonrisa de faraón pensando que lo logró, y Dios moviendo la cabeza de forma burlona a sus espaldas.
Eso es ironía, y se vuelve como una ventana para ver con mayor nitidez el poder, la sabiduría y la gloria de Dios.
La ironía del Evangelio
Así hay muchas en la Biblia. Las ironías en los jueces, como Sansón matando a los filisteos; la ironía en Samuel al escoger a David como rey; la ironía en Ester de Dios protegiendo a Su pueblo del exterminio. Necesitamos entrenarnos para ver la ironía de Dios, pero no hay una mayor ironía que necesitemos ver que la ironía del Evangelio.
“Hermanos, presten atención a su salvación. Que no hay entre ustedes muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles, sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios. Lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a los fuertes. Lo vil y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es para deshacer lo que es, de manera que nadie se jacte en Su presencia. Y por obra Suya ustedes están en Cristo Jesús, quien se hizo para ustedes sabiduría, justificación, santificación y redención, para que como está escrito, el que se gloría que se gloríe en el Señor”. (1 Corintios 1:26-31)
No es sino a través de la ironía de la salvación, la ironía del Evangelio, que podremos ver nítidamente la gloria de nuestro gran Dios y Su Hijo Jesucristo, y entonces podremos entender qué significa gloriarnos en Él. La gloria de Dios se ve a través de la ironía de Dios.
Bibliografía:
Pennington, J. (2012). Reading the Gospels Wisely. Grand Rapids. Baker Academic. P. 175.
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