En un artículo anterior sobre qué es la tradición reformada escribí acerca de varias características de esta tradición. Aunque no traté la característica de la diversidad en sí misma, sin embargo, esta pudo reflejarse en algunas de las características mencionadas, como en la de la confesionalidad. La tradición reformada no ha suscrito una sola confesión de fe, ni ha elevado una por encima de las demás, sino que ha abrazado una variedad de confesiones a lo largo de su historia.
Pero la característica de la diversidad se refleja con más claridad en la teología de la tradición reformada, particularmente en su expresión del periodo de la escolástica reformada (c. 1565-1725 según el Dr. Richard Muller). En este tiempo “posreforma” ya no están alrededor los viejos reformadores (Calvino, Vermigli, Bullinger, etc.), sino una nueva clase de teólogos reformados: los escolásticos reformados, que fueron los grandes sistematizadores de la teología reformada. Me refiero a hombres como Zacarías Ursino, Girolamo Zanchi, William Perkins, Thomas Cartwright, Richard Hooker, Franciscus Gomarus, Johannes Maccovius, John Davenant, Gisbertus Voetius, Thomas Manton, John Owen, David Pareus, Cornelius Burges, Francisco Turretini, Wilhelmus à Brakel y Herman Witsius (entre muchos otros).
Durante dicho periodo hubo diversas disputas internas entre estos teólogos: acerca de cristología, teología pactual, soteriología, eclesiología, sacramentología, etc., las cuales manifiestan una rica diversidad teológica en la tradición. Con el fin de probar el punto de esta diversidad, mencionaré brevemente varias disputas intrareformadas para luego terminar con algunas reflexiones de las mismas. No entraré en los detalles argumentativos de estas disputas, sino que simplemente me limitaré a mencionarlas de paso para brindar una idea general.
Según los investigadores Mark Jones y Richard Muller, algunas de estas disputas teológicas, o al menos las más llamativas, fueron: la disputa sobre la eficacia regenerativa del bautismo, especialmente del bautismo de infantes. Había hasta siete posturas diferentes. Algunos de los teólogos involucrados fueron el mencionado Voetius, Witsius y Maccovius. Asimismo, en el Sínodo de Dort hubo debates acerca del orden lógico de los decretos de elección de Dios en relación con la caída. Dos posturas emergieron: el supralapsarianismo y el infralapsarianismo, siendo esta última la mayoritaria. Del lado minoritario del supralapsarianismo estuvieron teólogos como Franciscus Gomarus y Maccovius. Disputas eclesiológicas sobre el gobierno de la Iglesia: presbiterianismo, episcopalismo y congregacionalismo (Cartwright, Hooker y Owen fueron representantes de estas escuelas, respectivamente). Disputa sobre el alcance de la expiación de Cristo. Hubo varias formas de universalismo hipotético, entre ellas la más célebre fue la del anglicano reformado Davenant. Esto en contraste con la forma de redención particular o expiación limitada de Owen y otros. Disputa sobre el número de los pactos: si son dos (obras y gracia) o tres (obras, mosaico y gracia). De hecho, solo sobre la condición del pacto mosaico hubo una disputa: si era un pacto independiente o dependiente en relación con los otros. Disputa sobre la adoración de Cristo: si se adoran ambas naturalezas o solo la divina. Disputa sobre las imágenes de Cristo: si su composición es lícita. Disputa sobre el día de reposo y el espacio de la recreación en este. Disputa sobre la liturgia: qué tanto debía ser prescrito por la Escritura y qué ceremonias eran lícitas. Disputa sobre la oferta libre del evangelio. Disputa sobre escatología: milenialismo y amilenialismo. Disputa sobre la recompensa de Adán: si terrenal o celestial. Disputa sobre la obediencia activa de Cristo (si esta es imputada o no). Disputa sobre la justificación: si es un único acto o si hay una continuidad en un estado de justificación (y cómo). Disputa sobre la justificación eterna: si esta ocurre desde la eternidad o en el momento de creer. Disputa sobre las vocales hebreas del Antiguo Testamento: si son inspiradas o no. Disputas sobre la santificación. Disputas sobre la necesidad de la expiación. Disputas sobre el libre albedrío. Disputas sobre el pecado mortal y venial. Disputas sobre la visión beatífica. En fin, creo que se entiende la idea.
El punto de todas estas disputas no son ellas en sí mismas, sino la diversidad teológica que implican. O mejor dicho, implican que la tradición reformada no contiene una teología rígida que trata de vetar cada punto de debate. Además, revelan que esta diversidad teológica ha estado presente desde el principio de la tradición reformada, por lo que es un rasgo fundacional e histórico de la misma. Estos hechos deberían ser suficientes para hacernos considerar los siguientes puntos reflexivos:
1. Dado que la tradición reformada no es una unidad monolítica, su historia no debe ser contada de manera reduccionista, como si fuera la historia de una corriente estrecha y exclusiva. Más bien la historia de esta tradición es la historia de varias tradiciones o subtradiciones.
2. Tampoco debe reducirse su alcance a un autor o a una doctrina o a una corriente específica. Ni a Calvino ni a la predestinación ni a los presbiterianos. Ni a Owen ni a la teología del pacto ni a los puritanos. La tradición reformada no fue el proyecto de un autor o una corriente, ni se confinó al tratamiento de una doctrina.
3. Hay que reconocer las similitudes y diferencias que existieron entre los diversos autores y corrientes teológicos, así como la continuidad y discontinuidad teológicas entre estos. En pocas palabras, hay que reconocer la pluralidad de esta tradición como un todo.
4. Se debe mantener siempre el acuerdo en lo fundamental. La diversidad explicada aquí existía dentro de una gran unidad teológica esencial, la cual no se restringía de forma muy estrecha, pero tampoco se extendía demasiado como para permitir herejías o errores graves.
5. Para lograr lo anterior hay que hablar de una diversidad intraconfesional, esto es, una diversidad que se encuentra dentro de los límites ortodoxos de las confesiones históricas de la tradición reformada. Sin embargo, esto no significa que solo se pueda discutir sobre cuestiones que traten las confesiones. En realidad, varias de las disputas mencionadas eran sobre cuestiones no tratadas en las confesiones, pero a la vez se mantenían dentro de los límites ortodoxos de estas confesiones al no oponerse a sus declaraciones fundamentales.
Lamentablemente, la característica de la diversidad de la tradición reformada es una que suele ser ignorada o despreciada. Esto se debe en parte a que la historiografía y la literatura popular sobre esta tradición ha tendido a presentarla como una uniformidad rígida (sin embargo, esto ha ido cambiando en los últimos años). Y en parte a que nos tiende a gustar las cosas simplificadas. Hablar de diversidad nos produce una sensación de complejidad. Es más fácil simplificar esta tradición a una postura teológica (sobre todo a la preferida) que considerar las varias posturas involucradas, ya que esto último requiere objetividad, estudio y caridad. Pero que se entienda bien: no se trata de promover un mero relativismo teológico. Eso también sería una forma de simplificación. Más bien se trata de disfrutar con discernimiento y criterio una gran riqueza teológica que se encuentra depositada en el acaudalado banco de la tradición reformada. Si como reformados aprendemos cómo hacer uso de esa riqueza, con seguridad sacaremos mucho provecho de ella.
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