Puede que algunos lectores modernos le llamaran un “adicto al trabajo”, o simplemente se le debería catalogar como un hombre muy dedicado. El inglés Francis Asbury era ciertamente un hombre con los números a su favor: se calcula que recorrió unas 300 000 millas a caballo y en carruaje durante sus 45 años de ministerio en Norteamérica. También pronunció unos 16 500 sermones. Su fama fue tan grande que era común que se enviaran cartas dirigidas al “Obispo Asbury, Estados Unidos de América”, y estas llegaban fácilmente a su destino.
Asbury estaba convencido de que él era un misionero que seguía el ejemplo de los discípulos de Jesús en el capítulo 10 del Evangelio de Lucas. A los primeros discípulos se les ordenó que aceptaran las noticias del Reino de Dios, pero que no llevaran ningún equipaje. Debían confiar en la hospitalidad de los demás y en la provisión de Dios.
Todo este trabajo y filosofía ministerial lo convirtieron a la postre en el padre del metodismo americano.
Un ministro ordenado rápidamente
Asbury nació el 20 de agosto de 1745 en Hamstead, Birmingham, Reino Unido en una familia anglicana de clase trabajadora. No obstante, abandonó la escuela a los 12 años para convertirse en aprendiz de herrero.
La madre del pequeño Francis asistía a reuniones metodistas y solía llevar a sus hijos. La conversión de Asbury llegaría cuando era un adolescente de 14 años. En ese momento, según contó posteriormente, fue “despertado” a la fe cristiana. Tan pronto como se convirtió comenzó a predicar.
Pero Asbury recibió una educación muy limitada, no obstante fue autorizado a predicar en su área local. A los 21 años, fue admitido en la Conferencia Wesleyana. Fue predicador itinerante durante cuatro años en Inglaterra, hasta que se ofreció para servir en Norteamérica.
La historia cuenta que el propio John Wesley, ministro anglicano y el principal fundador de la iglesia metodista, pidió ayuda en agosto de 1771 en una reunión, diciendo: “Nuestros hermanos en Norteamérica piden ayuda en voz alta. ¿Quiénes están dispuestos a ir y ayudarlos?”. Asbury se ofreció como voluntario.
Entonces, Asbury sería enviado por el propio John Wesley como joven predicador laico desde Inglaterra a América. Previamente, la Conferencia Metodista Británica había solicitado el envío de Asbury a petición de los metodistas laicos que se estaban organizando en “sociedades”, que más tarde se convertirían en congregaciones. En la década de 1770, fue uno de los seis jóvenes misioneros que fueron enviados a las colonias. A la larga, Asbury sería el único que sobrevivió a la Revolución Americana.
En América había 600 metodistas cuando Asbury llegó a Filadelfia en octubre de 1771. El joven entusiasta comenzó a predicar a los pocos días. Aunque se esforzó tanto que cayó en un agotamiento profundo en el invierno siguiente. Este fue el comienzo de un patrón: durante los siguientes 45 años, sufrió resfriados y tos, fiebres y fuertes dolores de cabeza. También desarrolló un reumatismo crónico. No obstante, nunca se detuvo y siguió predicando.
Con sus sencillos sermones sobre el amor y el perdón de Dios a través de Jesucristo, el joven misionero inglés encontró un público abierto a su mensaje. El modelo de las “sociedades” metodistas, una de las primeras formas de grupos pequeños, proporcionaba apoyo comunitario e interpersonal. Esto fue un desarrollo bienvenido tanto en las áreas urbanas y especialmente en las rurales, donde vivía la mayoría de la población.
Aunque Asbury y sus amigos predicadores laicos no habían sido comisionados oficialmente como misioneros, ni ordenados inicialmente como miembros del clero, eran evangelistas dedicados. Asbury creía que era su deber ordenado por Dios compartir el evangelio de la salvación a través de la fe en Jesucristo. Él quería llegar a todas las personas, sin importar la edad, la raza o el origen.
La independencia
Ya que Asbury se declaró políticamente neutral durante la Guerra de la Independencia, tuvo que esconderse durante varias semanas para evitar tener que firmar un juramento negando su lealtad a Inglaterra y para evitar el reclutamiento americano. Escribió que algunos lo consideraban “un enemigo”. A pesar de ello, al final de la guerra había mantenido su credibilidad entre los americanos victoriosos y pudo continuar con su ministerio entre ellos.
Luego de la independencia de los Estados Unidos, John Wesley nombró y envió a Thomas Coke, un inglés, como superintendente americano. Coke, a su vez, ordenó a Asbury en la “Conferencia de Navidad” de Baltimore, en el invierno de 1784. Esta conferencia es muy importante, ya que ese día se fundó la Iglesia Metodista Episcopal Americana. Asbury fue ordenado el día de Navidad como diácono y anciano al día siguiente, también se convirtió en superintendente en la misma conferencia. Finalmente, Coke regresó a Inglaterra luego de seis meses y Asbury se hizo cargo del metodismo americano.
Un hombre organizado
Asbury era un organizador dotado. Debido a este don creó “distritos”, que eran un conjunto de iglesias. Cada distrito sería atendido con “jinetes de circuito”, que básicamente eran predicadores que viajaban de una iglesia a otra para predicar y ministrar, especialmente en las zonas rurales. A finales del siglo XIX, el 95% de los estadounidenses vivían en zonas con menos de 2 500 habitantes. Esto significaba que la mayoría de los estadounidenses no tenían acceso ni a un pastor, ni a una iglesia.
Entonces, la principal misión de Asbury era salvar almas. Sus misioneros empezaron a cabalgar cada vez más lejos hacia la frontera occidental.
Su trabajo realmente fue muy exitoso, pero a pesar de ello Asbury estaba preocupado por la incapacidad de mantener suficientes “predicadores itinerantes” a caballo para atender el creciente movimiento. El salario de un jinete de circuito era tan bajo que los hombres casados no podían mantener a sus familias. Entonces Asbury tuvo que dejar en ocasiones a sus mejores predicadores y a los misioneros más eficaces en ubicaciones fijas como regidores episcopales. Así podían también establecerse y formar una familia.
Los misioneros metodistas empezaron a ir hacia las fronteras de Tennessee y Kentucky, a pesar de que su vida corría constantemente peligro por los ataques de los indios y las enfermedades. Según su biógrafo Ezra Tipple, la predicación de Asbury era más ferviente que el arte y muy efectiva. Tipple escribió que hubo ocasiones en que “bajo la prisa de su expresión, la gente se ponía de pie como si fuera convocada al tribunal de Dios”.
No obstante, Asbury no compartía el entusiasmo de Thomas Coke y otros predicadores más jóvenes por las misiones a Canadá y el Caribe. Estas áreas se dejarían para que la Iglesia Metodista Británica las evangelizara. Él siempre se centró en su país de adopción.
Impacto de la esclavitud
Pero la labor de Asbury no se limitó a la predicación y a la administración, ya que estaba en contra de la esclavitud y solicitó al mismo George Washington una legislación antiesclavista. Escribió al respecto:
Mi espíritu está afligido por la conducta de algunos metodistas que alquilan esclavos en lugares públicos al mejor postor para cortarles la piel y matarlos de hambre.
Sus convicciones al respecto lo llevaron a predicar tanto a audiencias blancas como negras, así como a hombres y mujeres a lo largo de su tiempo en el ministerio. En ocasiones trabajó con los propietarios de plantaciones blancas del Sur para que los metodistas pudieran predicar a sus esclavos.
Asbury estaba decidido a terminar con el flagelo de la esclavitud, pero el metodismo estadounidense estaba dividido, apesar de que tanto John Wesley como el propio Asbury condenaron esta práctica. Una evidencia de esto es que la práctica de la esclavitud había sido declarada inelegible para la membresía metodista en la conferencia de 1784. A pesar de esto, las fuerzas económicas no tardaron en superar la controversia y la esclavitud seguiría atormentando el alma de la iglesia hasta dividirla en dos ramas en la década de 1840. La unificación de la iglesia no fue posible sino hasta 1939.
A pesar de su firme posición e contra de la esclavitud, Asbury nunca abogó por una reforma social puntual. Aunque pidió a George Washington que liberara a sus esclavos y abogó por la abolición, nunca lideró una cruzada antiesclavista. Tampoco la generación de Asbury, que incluía a los metodistas norteamericanos, estuvo muy involucrada en ningún esfuerzo de alcance social como sí lo estuvo John Wesley en las Islas británicas. Podría haber sido, como sugieren algunos historiadores, porque la cultura y la iglesia estadounidense no estaban preparadas para abordar los problemas sociales, lo harían hasta mediados del siglo XIX.
Últimos días
Asbury, que a menudo tenía una salud frágil y se mostraba constantemente enfermo, continuó con su labor misionera a largo plazo hasta bien entrada su vejez. En 1815, asistió a ocho conferencias anuales. El 24 de marzo de 1816, predicó su último sermón en Richmond, Virginia, pero estaba tan débil que tuvo que ser llevado de vuelta a su carruaje después de predicar.
Francis Asbury falleció en el condado de Spotsylvania, Virginia, el 31 de marzo de 1816. Fue enterrado en una granja. Su cuerpo fue sepultado de nuevo en Baltimore por orden de la Conferencia General de 1816. John Wigger, historiador, escribió que entre 20 000 y 35 000 personas siguieron el féretro hasta su nueva tumba el 10 de mayo de 1816.
Su legado
Cuando Asbury llegó a Norteamérica, sólo había tres casas de reunión metodistas en América y 300 comulgantes, pero después de su muerte, el metodismo contaba con 214 235 miembros en los Estados Unidos, organizados en 412 sociedades metodistas. Su legado fue continuado por los más 4 000 predicadores metodistas que habían sido ordenados. Para la Guerra Civil, la población metodista estadounidense había alcanzado el millón y medio de miembros.
A lo largo de más de 40 años de circuitos a caballo, el obispo se convirtió en una celebridad, a menudo se le llamaba “el santo americano”.
Pese a su fama, Asbury no tenía casa episcopal, ni hogar de ningún tipo, ni oficina, ni personal, ni equipaje eclesiástico. Cuando se hizo mayor, poseía unos pocos libros y varios caballos, que montaba o que tiraban de su carruaje a lo largo de los miles de kilómetros que recorrió en las colonias americanas de Inglaterra y más tarde en los Estados Unidos. Económicamente dependía de la amabilidad de extraños y amigos. También cruzó los Montes de Allegheny de Virginia Occidental al menos sesenta veces y recorrió una media de 8 000 kilómetros al año a caballo.
Asbury escribió una entrañable carta a los metodistas americanos tres años antes de su muerte. Era un homenaje adecuado a sus talentos y responsabilidades. Se centraba principalmente en la organización y estructura del metodismo en el futuro. Aconsejaba que la iglesia estadounidense tuviera tres obispos que estuvieran siempre disponibles para predicar, viajar y supervisar la denominación.
Asbury siempre fue un misionero y creía que los ministros y evangelistas debían desplazarse siempre. Él veía la vocación misionera siguiendo un camino a lo largo de su propia tierra.
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