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A lo largo de la historia, muchos le han dado interpretaciones distintas al significado del “reino de Dios”. Comenzando por el esfuerzo de los católicos romanos por conquistar Europa, pasando por el sueño puritano de una nación cristiana en el Nuevo Mundo, y llegando hasta las promesas de abundancia del evangelio de la prosperidad, incontables cristianos han creído y trabajado para que el pleno cumplimiento del reino se vea manifestado en la sociedad de su tiempo.
Pero, ¿es eso lo que Jesús dijo acerca de Su reino? ¿Qué significa que hoy clamemos fervientemente “venga Tu reino”? ¿Cuáles son las implicaciones de que nosotros seamos siervos del Rey?
“El reino” de la Iglesia católica
El año 313 d.C. marcó un antes y un después en la historia de nuestra civilización. Para miles, el reino de Dios finalmente había llegado a la tierra. Todo empezó cuando el emperador romano Constantino I afirmó, en el 312 d.C., previo a la batalla del Puente Milvio, que tuvo una visión. Según algunos relatos, escuchó las palabras “En este signo vencerás” mientras veía las primeras dos letras griegas de la palabra “Cristo” superpuestas. Este símbolo fue pintado en los escudos de sus soldados y ganó la batalla.
Constantino, también llamado “el Grande”, se convirtió en el primer gobernante romano en abrazar el cristianismo. El año siguiente promulgó el Edicto de Milán, en el cual se declaró la tolerancia religiosa a los adscritos a esa fe. Así, para muchos, la era de la persecución había acabado y la del reino de Dios había comenzado. Pero el decreto abrió las puertas a uno de los periodos más intrigantes de nuestra historia: después de ser perseguidos, los cristianos se convirtieron en perseguidores.
En las siguientes décadas se formó la llamada “Iglesia católica romana”, haciendo referencia a la “iglesia universal” que se institucionalizó en Roma. El poder eclesiástico se mezcló poco a poco con el político y el militar, lo cual desató un programa de conquista territorial masiva. Bajo la premisa de “extender el reino de Dios”, se comenzaron a cometer abusos evidentes, a organizar persecuciones y a satisfacer ambiciones. Incluso, se usaban y malinterpretaban pasajes del Antiguo Testamento para justificar esas conductas.
El ostentoso programa de construcción de iglesias en Europa es una muestra de este fenómeno, pues se tenía en cuenta el formato del Templo de Salomón para desarrollarlo. Denis McNamara, arquitecto católico, ha estudiado extensamente el diseño de esas edificaciones y ha concluido que existe una importante relación con el Templo: las grandes catedrales y basílicas tienen un atrio, seguido por el lugar santo, y en el fondo el lugar santísimo, en donde hay un altar para celebrar la “eucaristía”, es decir, el sacrificio de Jesús por los suyos. McNamara argumentó que las catedrales debían “absorber el templo judío y la sinagoga judía”.
Sumado a eso, los cristianos católicos empezaron a adjudicarse el distintivo de “pueblo de Dios” que era propio de Israel y a verse como parte de Su reino en la tierra. Hasta la Edad Media, los reyes y emperadores eran ungidos por el Papa en función, tal y como sucedía cuando los profetas del Antiguo Testamento ungían a los reyes de Israel. Además, la Iglesia católica diseñó todo un sistema sacerdotal que se asemejaba al levítico y creía que así estaba expandiendo el reino de Dios en la tierra.
Con el pasar de los siglos, Europa cayó en un caos religioso y político que se intensificó cuando se dio la Reforma protestante, la cual expuso los problemas de una iglesia que gobernaba a la sociedad con sus propias reglas, alejada de la centralidad de la Biblia. Pero, aún con el despertar teológico que trajo la Reforma, continuaba una confusión en la sociedad acerca del significado del reino de Dios en la tierra.
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“El reino” del Nuevo Mundo
Una vez que la Iglesia católica comenzó a perder su poder en el siglo XVI, fue evidente para los cristianos que el reino de Dios no era lo que habían imaginado en Europa. Sin embargo, con el descubrimiento del Nuevo Mundo, se abrió un universo de posibilidades.
Solo cien años después de la Reforma, en 1620, un grupo de separatistas ingleses salió de Europa para establecer su propia colonia en lo que hoy es Estados Unidos. Ellos estaban escapando de la persecución por parte de las Iglesias anglicana y católica; buscaban practicar su fe sin la presión de las formas tradicionales europeas. A bordo de la legendaria embarcación Mayflower, viajaron para formar una nación pura: querían ser el verdadero pueblo de Dios en la tierra.
William Bradford, el líder de este grupo y eventual gobernador de Plymouth, Massachusetts, sentía que ellos eran la nueva y mejor expresión del reino de Dios. Estaban convencidos de que eran el verdadero Israel y que la nación que estaban por formar sería la Tierra Prometida. Veían al rey de Inglaterra como el Faraón de Egipto, el océano Atlántico como las aguas del mar Rojo, las tierras de Norteamérica como la Nueva Jerusalén, y su éxodo como el narrado por Moisés. Fue tal la convicción de que aquel era el reino de Dios, que el grupo estuvo a tan solo un voto de aprobar el idioma hebreo como la lengua oficial de su colonia.
Estos peregrinos les dieron nombres bíblicos a ciudades, montañas, ríos y bosques, de forma que aún hoy es posible visitar Salem, Massachusetts, ciudad que tiene ese nombre por Jerusalén. Más puritanos llegaron de Inglaterra con el paso del tiempo y fundaron las universidades más prestigiosas del mundo. Por ejemplo, la de Yale tiene hasta nuestros días la frase “Urim y Tumim” en su logo, haciendo referencia a los elementos que el sumo sacerdote portaba en su pectoral según el Antiguo Testamento. Los diez mandamientos estaban en las escuelas y centros de justicia, su Constitución y moneda hacían referencia a Dios, y los presidentes hasta nuestros días juran con la mano derecha puesta sobre una Biblia.
En resumen, al igual que sucedió con la Iglesia católica en Europa, los cristianos de las colonias en Norteamérica habían “absorbido” a Israel. Pero, ¿a eso se refería Jesús cuando dijo “el reino de los cielos se ha acercado”? ¿En efecto Estados Unidos es la Tierra Prometida, gobernada solamente alrededor de la voluntad de Dios en la Biblia? Sin duda alguna no es así.
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“El reino” de la prosperidad y la política
La confusión acerca del verdadero reino de Dios sigue hasta nuestros días. El deseo de ver un reino físico perfecto en la sociedad actual, antes de la Segunda Venida, aún persiste entre muchos cristianos, y una de las formas en que se ha evidenciado esto es a través del llamado “evangelio de la prosperidad”. Las congregaciones que lo pregonan dan un mensaje de bendición y riqueza que retumba en los oídos de los que menos tienen recursos; transmiten un mensaje “bíblico” confuso al prometer bienestar, riqueza y sanidad a quienes estén dispuestos a unirse a su causa. Allí, el reino de Dios se expresa a través de lo material.
Ahora, también están quienes piensan que la mezcla entre fe y política representa una oportunidad para volver a un estado de redención. En varias naciones esta idea cautiva a una gran mayoría de votantes de pensamiento conservador, quienes son seducidos con promesas políticas que tienen tinte religioso. En los Estados Unidos de los años 90, se formó una coalición de evangélicos que buscaba poner a sus candidatos en importantes puestos de poder popular. Se denominaban a sí mismos “la mayoría moral” y buscaban la promoción de valores conservadores, especialmente en temas como la oposición al aborto, el apoyo a la familia tradicional y la promoción de la moralidad en la sociedad.
El movimiento de la “mayoría moral” alcanzó su punto álgido en la década de 1990 con líderes prominentes como el evangelista cristiano Jerry Falwell y el activista político Pat Robertson. Estos líderes abogaron por la participación activa de los evangélicos en la política y buscaron influir en la toma de decisiones para alinearlas con sus valores morales y éticos. En ambos casos, tanto en el evangelio de la prosperidad como en la llamada “política evangélica”, la búsqueda es la misma: crear condiciones favorables en la tierra. Los dos grupos buscan una clase de utopía terrenal, formando y viviendo el reino de Dios en la tierra.
La perspectiva bíblica
¿Cuál es el problema con estas maneras de ver el reino de Dios? Que no son lo que Jesús predicó. En Juan 18:36, Él dijo: “Mi reino no es de este mundo”. Esto quiere decir que no hay sistema social que manifieste Su gobierno, el cual trasciende las barreras de la política. Se trata, más bien, de Su deseo incansable de morar con Sus ciudadanos en la tierra que Él hizo, con Él como nuestro Rey. La iglesia –no una nación– es la expresión del reino de Dios en la actualidad.
No nos referimos a una estructura o edificio, según la visión católica medieval; tampoco a la creación de una nación que favorezca el cristianismo como la de los puritanos; y mucho menos la consideramos una condición favorable para nosotros en la tierra, como el evangelio de la prosperidad y la política evangélica enseñan. En cambio, el reino de Dios se expresa en la relación del Rey con los ciudadanos, es decir, aquellos que son salvos, creyentes, rescatados. Ellos lo reflejan a través de su conducta cristiana: imitan a Jesús, obedecen Sus mandamientos y tienen el Sermón del Monte como su Constitución… son “vidas del reino”.
Los cristianos somos portadores de la imagen de Dios que le muestran Su gloria a un mundo oscuro. No necesitamos grandes catedrales o basílicas porque somos el templo mismo de Dios, y ahora Su Espíritu está en nosotros para fortalecernos en nuestro amor a Él y para que hagamos las buenas obras que Él preparó de antemano. Esto significa que el reino de Dios está en cualquier lugar en donde estén sus ciudadanos.
Nos amamos entre nosotros, nos perdonamos y edificamos, nos ayudamos; cantamos, comemos y damos gracias juntos; expandimos el reino con nuestras vidas y nuestras obras. Ayudamos al pobre, al huérfano, al desvalido; somos la sal de la tierra y la luz del mundo, somos un pueblo especial, diferente, único en su clase, pero no superior.
Somos parte del verdadero Israel: compartimos sus promesas, nos sometemos al Rey Jesús en sumisión y obediencia, estudiamos Sus palabras y las proclamamos a todos. Vemos Su reino extenderse en cada nación. Cada domingo, en cada rincón del planeta, millones de ciudadanos nos reunimos para escuchar las Palabras de nuestro Rey, y luego salimos a ponerlas en práctica. El reino de Dios es aquí y ahora: hacemos nuestra parte para traer el cielo a la tierra, dejando de pensar que “iremos a Su reino cuando muramos” y orando más fervientemente en el tiempo presente “que venga Tu reino”.
Nuestra oración debe ser que los creyentes expandan el reino de Dios en la tierra, pues para eso fuimos creados. Sabremos con certeza de qué se trata y cómo vivirlo en nuestro día a día al entender mejor las enseñanzas de Jesús y todo el plan bíblico.
¿Qué crees que deberíamos hacer hoy para no desviarnos de lo que nos enseñan las Escrituras sobre el reino de Dios? ¿Hay otras formas equivocadas de ver el reino de Dios en la historia y en la actualidad además de las mencionadas? ¿Por qué se originan estas perspectivas terrenales?
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