Escucha esta entrevista en formato podcast:
Conversamos con Juan Carlos de la Cruz, un ingeniero químico y teólogo que ha dedicado su vida y formación académica al ministerio. Recientemente, publicó una Biografía de Jonathan Edwards en español, en la cual retrata la vida de este filósofo, pensador, predicador, misionero, pastor y teólogo del siglo XVIII, que dejó huella en la historia del protestantismo.
De la Cruz es maestro en Teología y Doctor en Filosofía del Southern Baptist School, en donde actualmente dirige el área de español. También tiene una Maestría en Arte (MA) de la Southeastern Baptist Theological Seminary. Es pastor en la Iglesia Bautista Nueva Jerusalén, en Bonao, República Dominicana, y es fundador y rector del Seminario Teológico Bíblico Las Américas.
A continuación, lee la entrevista que le hicimos a este estudioso de la vida, obra y ministerio de Jonathan Edwards.
¿Por qué en el siglo XXI nos debería importar la vida de Jonathan Edwards, un teólogo, pastor y ministro del siglo XVIII, proveniente de un pueblo muy pequeño en los EE.UU. y miembro de una pequeña parroquia de migrantes ingleses?
Para empezar, porque a los humanos siempre nos ha interesado saber de las personas que lograron algo importante en el pasado. Independientemente de que Edwards provenía de una zona rural, de un espacio no tan importante en su época, se le dio el título de “el pensador más grande de América”. Eso es mucho qué decir. Un pensador de ese nivel, un pastor que prácticamente vivió toda su vida como un ministro, tiene un gran impacto en el pensamiento cristiano todavía hoy.
Juan Carlos, hablemos un poco del contexto social, político y cultural de la Norteamérica en la que nació, creció y desarrolló su ministerio Jonathan Edwards.
Desde 1590, el Reino Unido había hecho incursiones hacia América, aunque no con objetivos colonialistas. Pero, a partir de 1620 se estableció formalmente la colonia con la llegada de los ‘Peregrinos puritanos’ ingleses, quienes salieron huyendo de Holanda debido a las persecuciones, en su mayoría religiosas. Eso sucedió menos de un siglo antes del nacimiento de Edwards, a quien se le considera uno de los padres fundadores de la nación americana. Estamos hablando de una tercera generación local en la Nueva Inglaterra que, dicho sea de paso, veinte años después de la muerte de Edwards, en 1776, se rebeló e independizó para formar los Estados Unidos de América.
Entonces, eran ingleses en el extranjero, pero no de cualquier tipo sino, por un lado, bucaneros (o corsarios) que venían a Virginia, buscaban tesoros y mejores tierras. Los primeros grupos se perdieron, pero algunos llegaron a las costas de Connecticut, de Boston, etc. Mezclado con los bucaneros, estaba también un grupo importante de personas que buscaban libertad: los puritanos ingleses, que eran disidentes o separatistas perseguidos. Con ellos llegó la fe protestante a Norteamérica. De hecho, en 1620 se fundó la primera iglesia de esa corriente cristiana en suelo americano.
Ese mismo año también llegaron varios grupos de colonos. Pronto comenzó Harvard, no como la conocemos ahora, sino como un Instituto para entrenar clérigos. En 1701, inició Yale. En 1703, nació Edwards y, en 1717, entró a estudiar a Yale. O sea, estamos hablando de ‘un padre fundador’. Ese era el contexto: uno colonial, de conquista. Cuando llegaron los colonizadores, había muchos imperios indígenas en suelo americano, tal vez cuatro, y todo el Oeste y Sur de lo que hoy es Estados Unidos ni siquiera perteneció a las colonias originales porque, un siglo antes de que llegaran los ingleses, ya estaba en manos de los españoles. Ese era el contexto geopolítico.
Jonathan Edwards nació en una tradición congregacionalista y creció en una tradición familiar muy fuerte en el ministerio. Precisamente, estudió en Yale para irse por ese camino. ¿Cómo eran su ministerio y su trasfondo antes de aquel famoso sermón del cual hablaremos más adelante?
Era un ministerio exuberante. De hecho, comenzó como ministro habiendo terminado su MA en Yale, pero antes de presentar su tesis sobre la justificación por la fe. Él debía ser pasante o tener como tutor a algún pastor. Una iglesia presbiteriana en New York se había dividido y él fue hizo su pasantía allí durante un año, en el cual escribió sus famosas 70 resoluciones. Parte de su diario, un manuscrito que podemos prorratear quizás por tres años, pero muy interrumpido, nada muy formal ―diferente al de Benjamin Franklin u otros que sí tuvieron uno muy formal―, deja ver que Él tenía intención de ser ministro.
Su padre Timothy lo había sido en East Windsor, Connecticut; su abuelo y otros ancestros lejanos también; el padre de su esposa lo había sido en la primera iglesia de New Haven. Es decir, Edwards venía de un contexto clerical. De hecho, su carrera base en Yale fue para ser maestro, como su papá, y su maestría fue enfocada en estudios teológicos formales (artes). Aunque, para entonces, una licenciatura para ser maestro era más teología que cualquier otra cosa. Pero él venía de un contexto netamente ministerial, era lo que conocía.
Él llegó a ayudarle a su abuelo en Northampton. ¿Cómo sucedió aquello?
Primero, estuvo un año en New York. Luego, regresó a East Windsor, a casa de sus padres, donde duró un período corto. De ahí, fue a Bolton, Connecticut, quizás por diez meses. En ese punto, Yale lo llamó como tutor (profesor o catedrático), estuvo allí más de dos años (mayo de 1724 - agosto/septiembre de 1726). En ese momento, su abuelo materno, ya anciano, y la Iglesia de Cristo de Northampton, Massachusetts, lo solicitaron como estudiante.
Sin embargo, terminó ese año en Yale como tutor, y se mudó a Northampton en febrero de 1727, en donde fue ordenado al santo ministerio por su abuelo Stoddard el 15 de ese mes. Jonathan y Sarah se habían casado precisamente en septiembre del año anterior, habiendo acelerado un poco la boda justamente para que él llegara casado [un requisito para la ordenación]. Esa fue más o menos la dinámica de su entrada. Allí duró 23 años aproximadamente, hasta junio de 1750.
Hablemos sobre el avivamiento producto de este famoso sermón en el pequeño poblado de Northampton. ¿Qué fue lo que sucedió?
Mira, hay un error histórico. Enfield, Connecticut, es un lugar que está como a 15 kilómetros de South Windsor, donde Edwards creció. También está relativamente cerca de Northampton, Massachusetts, y toda esa área es parte del denominado Valle del río Connecticut. Él y otros predicadores viajaban por toda esa zona a caballo predicando y enseñando. Entonces, cuando Jonathan predicó su sermón Pecadores en la mano de un Dios airado en su iglesia (Northampton), no pasó nada. Eso fue en junio de 1941. Pero un mes después, en Enfield, ¡bum!, un avivamiento, un mover extraño de lo divino.
Hay historias, no sabemos si reales, de que cuando Edwards predicó ese sermón en Enfield no estaba muy bien de salud y simplemente lo leyó. Había estado ayunando por tres días, sin comer ni beber nada, y orando, pidiéndole al Señor: “quiero que América sea para Cristo”. Algunas historias dicen que cuando él terminó de predicar, las personas ni se podían subir a sus caballos, a otros les temblaban las rodillas. Pero hay que entender que él no entendía un avivamiento como ese asunto de que se mueven cosas y hay temblores, aunque él entendía que eso suele ser parte de lo que conocemos como avivamientos.
¿Por qué ese sermón es tan influyente?
Edwards ya tenía cierta fama como escritor. En 1731, había predicado un sermón que se publicó en Harvard. Cinco años después, había escrito La sorprendente obra del Espíritu de Dios en Northampton entre 1734 y 1736, que se publicó en Londres, en 1737. Ese fue un relato sobre cómo ocurrió el avivamiento previo al Gran Despertar. Pero, como en ese momento había un avivamiento general en la región y como en Enfield hubo elementos sobrenaturales, tras publicar aquel sermón, empezó un avivamiento en la iglesia de Northampton. En alrededor de 60 años, era la sexta ocasión en la que algo así sucedía.
Edwards entendía por avivamiento las ocasiones en las que se convertía un grupo relativamente importante de personas, probablemente ochenta. Por ejemplo, el primer avivamiento que recordaba en la iglesia de su papá, en South Windsor, ocurrió cuando él tenía alrededor de 10 años. Se convirtieron doce personas y los lunes por la tarde iban entre quince y cuarenta a reunirse con el pastor en su oficina, con el interés de conocer al Señor.
De hecho, su abuelo llamaba a estos sucesos “cosechas” y se refería a cuando la congregación tenía, digamos, mil personas y pasaba a tener cien o doscientas más en un año. Al estudiar esos avivamientos puntuales se ha sabido que eran de periodos cortos, normalmente de un año desde el momento cero, llegando al pico y luego en el valle al final de la curva. Después pasaban 10, 12 o 15 años y volvía a suceder, por lo menos en el caso de Northampton.
En ese entonces se generó el Gran Despertar y, para muchos, ese fue el inicio del evangelicalismo. ¿Por qué Jonathan Edwards es importante en ambos sucesos?
El Gran Despertar se extendió a toda la colonia y a tierras extranjeras. Inglaterra tenía un siglo de aridez espiritual y, de repente, comenzaron a convertirse personas y a interesarse por la oración y la vida piadosa. Se dio en la década de los 40 y se extendió hasta la del 50 en algunos lugares. No obstante, en Northampton y en el Valle de Connecticut, empezó un declive en 1742 y comenzó un fenómeno extraño que se daba después de los avivamientos: vino un periodo de escepticismo e impiedad muy profundo.
Entonces, Edwards, que en esencia fue uno de los padres del evangelicalismo, le imprimió ortopraxis a la ortodoxia. O sea, al cerebro frío, pensante del teólogo y del cristiano ortodoxo, reformado o incluso puritano per se, le añadió un elemento pragmático, de ―vamos a decirlo así― espiritualidad. La ortodoxia les decía a las personas que necesitaban conformarse a la Confesión, ese era el patrón; el evangélico les decía que tenían que convertirse y entregar su vida a Jesucristo. Básicamente, eso fue lo que detonó dicho movimiento.
Aquello no era nuevo, porque los luteranos en Europa, especialmente en Alemania, se llamaban “evangélicos” desde los días de Lutero. Además, mucho antes del Gran Despertar, Philipp Spener había inaugurado el renombrado “pietismo”, que es, en cierto sentido, el precursor del evangelicalismo; es el escapismo de la ortodoxia fría, que no afectaba la praxis en el mundo luterano. Así, la teología de Edwards (la Nueva Teología o Nueva Luz) es “puritanismo colonial británico”, al que él le añadió una notable porción de pietismo evangélico.
Antes, los Tennent (reformados) habían hecho algo así en los predios de New Jersey y Pennsylvania. Esto fue copiado en parte por los Wesley, los bautistas de Carolina del Norte, etc. Sin embargo, Edwards es tan importante para el evangelicalismo porque él fundó y lideró el movimiento colonial ‘Nuevas Luces’, que surgió en el seno de la Iglesia de Cristo (o Iglesia Congregacional de Nueva Inglaterra). De hecho, dividió esa denominación en dos facciones contrarias. A la otra, ‘Viejas Luces’, la dirigía el pastor Charles Chauncy de Boston, quien terminó siendo unitario.
Entonces, Nuevas Luces comenzó a vender la idea de que los esclavos y los indígenas podían convertirse y ser parte de la iglesia; mientras que en el tradicionalismo, solo los europeos y los colonos podían hacerlo. Los otros debían permanecer al margen y en las tradiciones aprendidas. Aunque George Whitefield, John Wesley, los Edwards, Joseph Bellamy, etc., fueron propietarios de esclavos, increíblemente fueron precursores del antiesclavismo en las colonias. De hecho, el Dr. Samuel Hopkins, el más aventajado discípulo de Edwards (tanto que a veces al ‘edwardsismo’, la Nueva Teología o la Nueva Luz se le nombra ‘hopkinismo’), hizo una incansable campaña antiesclavista.
Aparte de su predicación, de sus experiencias como pastor y de las conversiones, los escritos de Edwards fueron fundamentales para el nacimiento y la formación del evangelicalismo. ¿Por qué fueron tan influyentes?
Porque él escribió los relatos de los sucesos, de su vida, la de su iglesia, una panorámica general. Muchos críticos dicen que en Avivamiento de la religión en Northampton entre 1740 y 1742, Jonathan habló de la experiencia de avivamiento de Sarah, su esposa. Esos escritos breves y narrativos fueron claves. Mandó a Boston el primer relato a un amigo, pastor y editor, el Dr. William Cooper. Era una carta larga, quizás de unas 20 a 25 páginas. Cuando Cooper la recibió, le dijo: “tienes que ampliarla, hay que publicarla” y la mandó a Londres. En Londres, vieron el relato otros pastores, entre ellos, John Newton.
Los editores dijeron: “esto es oro, hay que publicarlo”. Así que Edwards amplió el material, lo reenvió, y lo publicaron primero en Londres (1737), luego en Boston (1738). Whitefield lo leyó ―así como Wesley y todo el mundo de habla inglesa― y eso lo motivó a ser un predicador eufórico. La difusión de esa literatura narrativa y llana tuvo mucho que ver en su influencia. Edwards redactó casi todos sus escritos, libros, tratados, etc. hacia el final de su ministerio, y más de la mitad de ellos fueron publicados 20 y 30 años post mortem. Otros, 100, y algunos hasta 150 años después de su fallecimiento.
Cuando Whitefield vino al Nuevo Mundo, uno de sus deseos era conocer a Edwards.
Ellos se llegaron a comunicar a través de cartas y amigos en común. Edwards lo había invitado de antemano y predicó una cantidad estrepitosa de sermones, creo que fueron 70 en cuestión de tres o cuatro semanas. Unos cuantos de esos fueron predicados justamente en la iglesia de Edwards. Ya te mencioné que Whitefield había leído a Edwards años atrás, especialmente el relato de La sorprendente obra del Espíritu Santo de Dios en Northampton entre 1734 y 1736.
Mencionaste que Edwards era un hombre muy dotado para registrar eventos. Él tomó el diario de un misionero muy famoso llamado David Brainerd, lo publicó y probablemente es su libro más vendido. Háblanos un poco de la relación entre ellos.
Brainerd había sido un predicador itinerante, un misionero entre los indígenas americanos, lo cual llamó mucho la atención de Jonathan Edwards y de su hijo homónimo. David había estudiado en Yale, ―allí guió al Dr. Hopkins a Cristo―, pero lo expulsaron por revoltoso en el sentido espiritual, precisamente por haber defendido la Nueva Teología y los avivamientos. Edwards tenía una relación estrecha con la universidad, pero sabiendo el porqué de su retiro forzoso, se interesó mucho más por la vida y el ministerio de este misionero, aunque no lo conocía a fondo.
Joseph Bellamy, pastor en Bethlehem, en el Valle de Connecticut, y mejor amigo de Edwards, tenía también una estrecha amistad con Brainerd. En sus manos estaban algunos manuscritos de su diario; Jonathan lo sabía, se los pidió y los trabajó. Además, el misionero vivió sus últimos días en la casa de los Edwards. Jerusha, una de las hijas de Jonathan y Sarah, fue prácticamente su enfermera y falleció poco tiempo después que él porque también contrajo tuberculosis. Me imagino que cuando se pasan meses con una persona en esa condición, llegas a conocerla bastante.
Jonathan Edwards termina siendo misionero, igual que Brainerd, ¿por qué?
Primero, se quedó sin trabajo; o sea Northampton lo despidió en malos términos, por decirlo de algún modo...
¿Cuál fue la razón de que lo despidieran?
Fue esencialmente la mentalidad de Edwards de que la Iglesia de Cristo debe ser pura, tan sencillo como eso; creía que debía parecerse a lo que fueron los puritanos en la primera generación. La congregación de Northampton ya no estaba dispuesta a retroceder. A finales del siglo XVII se aprobó entre los congregacionalistas de Nueva Inglaterra, una resolución que se llamó El pacto de medio camino, el cual flexibilizaba la forma en que un individuo se hacía miembro de la comunidad.
La Iglesia Congregacional original había sido rígida en esto, tenía un principio de que la comunidad, tanto sus miembros como sus clérigos, debían ser puros y santos. Había formas visibles de cerciorarse de eso: debían dar testimonio público de conversión personalmente, era necesario que algún familiar cercano aprobara lo que se decía como verdad, y un grupo de ancianos filtraba esa información y daba su veredicto. El pacto de medio camino quitó la cuestión de la obligatoriedad del testimonio, así que, si el grupo de ancianos estaba de acuerdo, pues se hacía miembro al candidato. ¡Listo!
Su abuelo, Solomon Stoddard llegó más lejos que eso, porque él veía que de los asistentes a la congregación, solamente el 13 % podía participar de la Santa Cena, y dijo: “esto es un desastre, aquí hay un problema matemático”. Entonces, se podía ser miembro y no estar apto para participar de la Santa Cena porque un comité decidía si por tu testimonio público podías participar. Solomon dijo: “Ah, eso es una tontería, la Cena del Señor es un medio de gracia y puede llamar a los incrédulos al arrepentimiento. Así que aquí van a participar de la Cena del Señor todos los que quieran ser parte de la iglesia”.
Eventualmente, eso le chocó a Edwards. No le cuadraba esa doctrina del abuelo, pero por medio de él había llegado a ser pastor. Sin embargo, no pudo aguantar más su conciencia. Cuando murió su primo benefactor John Stoddard, un líder fuerte de la congregación y juez de aquella región, decidió hablar con los ancianos de la iglesia y les expuso su caso. Les dijo que debian volver a sus orígenes; si no lo hacían, podrían terminar muy mal. La respuesta fue que el cambio era imposible, que él estaba loco… y ahí vino la debacle.
¿Y Edwards fue, al igual que Brainerd, misionero entre los indígenas?
Bueno, se quedó sin trabajo, pero tenía muchas opciones. Lo llamaron de Escocia, de Gales, de muchos lugares. Todo el mundo lo quería, menos Northampton; no se entiende por qué después de 23 años de gloria ministerial de aquel hombre allí. Él estimó que, para su tranquilidad y sus perspectivas de ponerse a escribir ―porque no podía dedicarle mucho tiempo a ello cuando pastoreaba Northampton,― era mejor una comunidad más rural, más misional.
Decidió irse al Sureste de Massachusetts, a Stockbridge, a trabajar con los indígenas housatónicos (los mohicans, los mohawks, etc.) y ahí duró casi siete años. Terminó como presidente del Colegio de New Jersey (hoy Princeton), aunque murió menos de dos meses después de haber llegado.
El periodo en el que fue misionero, fue el más prolífico para él literariamente hablando, ¿no es cierto?
Sí, en ese período escribió casi todos los best sellers. De hecho, el diario de Brainerd lo escribió en el año en que lo despidieron de Northampton (1749). Poco antes (1746), había redactado su libro Los afectos religiosos y nadie lo ha superado en ese tema hasta el sol de hoy. Ese trabajo, de hecho, es un precursor de la psicología. Estando en Stockbridge escribió, La libertad de la voluntad; y también La razón por la que Dios hizo al mundo.
Esos cuatro trabajos han sido éxitos en ventas y lo siguen siendo hoy en el mundo angloparlante. De The Freedom of the Will (La libertad de la voluntad en español), Sproul dijo que en el mundo evangélico del continente nunca se ha escrito un libro tan importante como ese, teológicamente hablando. Entonces, Edwards pensaba bien y sabía comunicar.
Sé que has estudiado por años la vida, el ministerio y la teología de este hombre, así que eres un experto. ¿Qué aspectos de su vida personal, de su rol como papá o esposo, o de él como pastor te llamaron la atención y crees que vale la pena resaltar hoy?
Él era un hombre de resoluciones, no solo de palabra o de escrito. Así que yo me inclinaría por su firmeza y su integridad, según mi análisis, yo no sé de nadie que siquiera se le acerque en la historia evangélica y cristiana. Eso lo transmitió a su familia, era así de rígido. Estudiaba un promedio de 12 horas al día, dedicaba una hora a los estudios de sus hijos. Tenía dos encuentros diarios con ellos (quienes eventualmente llegaron a ser once), normalmente en el desayuno y en el almuerzo y aprovechaba para instruirlos.
Aparte, salía a caminar casi todos los días con su esposa. Por las tardes se iban cabalgando a una región cercana. Esa era su vida. Edwards era un hombre muy piadoso, y de inusitada integridad y constancia. Un ejemplo digno de imitar.
Edwards murió muy joven, quizá por un error de haber querido contribuir con la ciencia.
Sí, a los 54 años.
En ese tiempo esa era una edad casi normal para morir, la expectativa de vida era mucho menor. Pero ¿qué hubiera pasado si él hubiera vivido hasta los 80 o 90 años? ¿Qué imaginas que hubiera sucedido?
Una transformación de los currículos de enseñanza superior y de todos los órdenes. A él le preocupaba mucho esa cuestión y casi lo arrastraron a Princeton. Él no estaba interesado en esas cosas, pero escribió Historia de la redención (terminada, editada y publicada post mortem) y justo así era como él veía la teología. La escribió, aunque hubo que editar y terminar algunas partes luego. Él amaba poner sobre el tapete las cuestiones de fondo y reformarlas. Si hubiera vivido al menos 20 años más, su exaltación, logros e incidencia serían mucho mayores, y la educación teológica habría sufrido muchos cambios para bien.
Juan Carlos, tú escribiste una biografía sobre Jonathan Edwards. ¿Por qué crees que es importante que hoy se conozca más sobre él?
Bueno, déjame decirte de entrada que se trata de un libro más, aunque es el primero en español, pero de tal carácter hay ‘edwardsiólogos’. El individuo que más genera estudiosos de un carácter, por lo menos de este lado del mundo, es Jonathan Edwards. Yale tiene una facultad que se llama Centro Edwards y allí hacen doctorados sobre él, pero no es la única. En Estados Unidos hay tres y todas egresan doctores en este personaje emblemático.
Él ha causado tanta impresión en la historia humana que un montón de gente se encarga de estudiarlo. Entonces, yo simplemente estoy haciendo algo cercano a eso. Es la primera biografía que se piensa y se escribe en la lengua de Cervantes sobre el gran Jonathan Edwards. No estoy haciendo nada extraordinario porque se pueden encontrar, probablemente, 100 biografías de él, y muchas de ellas muy buenas. Algunas de ellas, como la de Marsden o la de Miller, incluso han ganado premios de los más exaltados en literatura.
¿Y qué hace tu libro diferente a los que ya hay publicados?
Pensar desde esta perspectiva, o sea, casi todos los ‘edwarsiólogos’, son o han estado en los Estados Unidos, son americanos (la mayoría) o ingleses. Pensar desde este lado hace diferente esta investigación. Además, yo tomé una avenida diferente a las habituales en mi presentación. Por ejemplo, George Marsden contrastó a Edwards con Benjamin Franklin (en su Short Biography). Eso sí, de una manera elegante y muy agradable.
Perry Miller lo puso a pugnar con los otros descendientes de su abuelo Stoddard, especialmente los Williams, que eran sus primos por el lado materno, como si fueran rivales. Yo no lo veo así necesariamente. Me aventuré a usar diferentes medios para tratar de entrar a su mente. Déjame decirte que me costó hasta la salud porque es muy complicado penetrar en su pensamiento.
Juan Carlos, ¿cuál es el mayor legado de Jonathan Edwards para la iglesia de hoy?
Piedad… todos lo definen a él como “un hombre de inusitada piedad”. Es verdad que la vida de Edwards apasiona, enamora, su método te engancha. Él incluso llevaba papelitos para que no se le escapara nunca un pensamiento y, si iba cabalgando y pensaba en algo, lo escribía porque no confiaba en su memoria. Pero su piedad motiva. Ojalá muchos de nuestros clérigos pudieran tomar un sorbo de ella e imitarle en eso. Creo, modestia aparte de su propia persona, que él es apto para decir con el apóstol Pablo: “Imitadme a mí como yo a Cristo”. Es alguien fascinante.
Con tan solo leer cualquier cosa de Edwards o sobre él, como que te infiltra piedad. Giovanny, yo no sé si estoy hablando cosas extrañas aquí, pero realmente su piedad enamora, y el resto de cosas que hacía estaban permeadas por eso. Fue el mejor esposo del mundo, dicho por su esposa, de sus propios labios. Los hijos, ¿para qué hablar? De hecho, hasta la cuarta generación de sus descendientes, toditos sin uno por el medio, fueron cristianos muy piadosos y hombres de mucha reputación en la historia de los Estados Unidos: jueces, abogados de renombre, vicepresidente, no llegó ninguno a ser presidente… pero hubo clérigos, misioneros, etc. ¡Increíble! Hasta hoy. Así fue Edwards, esa fue su vida, su obra y su entorno.