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La felicidad se ha convertido, desde hace algunas décadas, en uno de los temas de mayor relevancia social. La publicidad, los negocios, las películas, la economía, las escuelas, los deportes, y muchas otras áreas de la vida, hoy incluyen a la felicidad en sus discursos. Esta omnipresencia de la “felicidad” ha diluido su valor en un mar de mensajes y eslóganes vacíos. Hoy la felicidad suena a publicidad engañosa.
A pesar de ser un tema tan repetido, no parece que las personas la hayan encontrado. Las tasas de suicidio han crecido en las últimas décadas. Según datos de la OMS, cada 40 segundos se suicida una persona 1. Aunque existen mayor cantidad de casos en países con ingresos bajos o medios, la tasa de suicidios por cantidad de habitantes es más alta en países de altos ingresos. Una buena economía y bienes materiales parecen no ser la solución a este drama humano.
Vivimos en la época de los mayores adelantos técnicos, las mejores condiciones materiales y la más alta esperanza de vida, pero aún así, la felicidad sigue siendo esquiva para gran parte de la población.
El largo debate sobre la felicidad
La felicidad es uno de los temas más antiguos en la historia del pensamiento humano. El autor del libro de Eclesiastés lo trataba en sus páginas. También la filosofía griega se ocupó de ella. De hecho, las diferencias entre epicúreos y estoicos estuvo estrechamente ligado al tema de felicidad humana. Desde entonces, muchos pensadores se han dedicado al tema, desde Agustín de Hipona a los filósofos del idealismo alemán, llegando a la ciencia moderna de la psicología.
La búsqueda humana de la felicidad ha sido un tema recurrente en la historia. Sin embargo, en nuestros días parece haber alcanzado una centralidad y una presencia que nunca antes había tenido. La “felicidad” se ha transformado en el indicador para evaluar toda actividad humana y social, incluso las vidas individuales deben medirse con la felicidad. La regla de vida parece ser: “si te hace feliz”.
La mayoría de las corrientes de pensamiento, de la religión a la filosofía, coincidían en entender la felicidad como producto de un proceso, la meta de un largo recorrido. Sin embargo, hoy se ha transformado en una urgencia del momento, en un imperativo.
Las personas están obligadas a ser felices, a tener pasión todo el tiempo y en todo lo que hagan. Se vive una especie de “dictadura de la felicidad” 2. Se les exige a las personas estar motivadas y felices todo el tiempo, a tal punto que quienes no se sometan a este imperativo son etiquetadas de “enfermas”. Un pequeño atisbo de tristeza o nostalgia es considerada peligrosa para el individuo y una amenaza para toda la sociedad.
Características de esta nueva “felicidad”
Este nuevo concepto de felicidad tiene algunas características que la diferencian de las históricas reflexiones en los campos de la filosofía y la religión. Aunque es cierto de que se nutre de ellas, se ha despegado bastante perdiendo riqueza y profundidad. La felicidad actual puede distinguirse como hiper-individualista y utilitarista 3.
En primer lugar, la felicidad ha quedado reducida a un puro acto de la voluntad individual. Cada persona puede y debe decidir ser feliz, porque depende solamente de su conciencia. Las circunstancias tienen muy poca o ninguna injerencia porque todo se define en una decisión privada. Esto es llevar el individualismo al extremo. Incluso se anima a las personas a desvincularse de todo lo que sea catalogado como negativo. Todo los “no” están prohibidos por más realistas que sean, pues solo hay espacio para la actitud optimista. Cualquier persona negativa debe evitarse si se quieren cumplir los sueños, aunque se trate de padres o cónyuges. Todos aquellos que no crean en tí y en tus sueños, deben desaparecer de tu entorno.
El individuo se queda solo, flotando en una nebulosa de optimismo, donde solo se le permite sonreír. De esta manera, la exigencia de felicidad se convierte en una peligrosa ingenuidad que se sostiene hasta las últimas consecuencias. La sociedad se vuelve un conjunto inconexo de individuos que se hacen a sí mismos. Se trata de la perversión de los valores liberales y protestantes, que habían recuperado la libertad del individuo, pero ahora llevados a un extremo dañino.
La segunda característica preponderante de esta nueva concepción de felicidad es su utilitarismo, entendida como la preponderancia de la utilidad por sobre cualquier otra cualidad. Históricamente, la felicidad consistía en un largo camino que involucraba situaciones buenas y malas, con ganancias y pérdidas. Incluso hasta hace unos años era bien recibida la teoría del psicólogo Abraham Maslow, quien propuso una “pirámide de necesidades” que se popularizó en los ámbitos empresariales. En dicha pirámide, a medida que las necesidades y deseos más básicos se cubrían, las personas buscaban satisfacer deseos más “altos”, como el reconocimiento y la autorrealización.
Con todos sus errores y críticas, la pirámide de Maslow tenía la virtud de reconocer que la felicidad requería que otras necesidades sean previamente satisfechas. Nadie podría ser feliz si era sometido a jornadas agobiantes de trabajo, a cambio de un sueldo miserable. Se necesitaba un mínimo de buena salud, bienes materiales básicos y relaciones sanas, antes de pretender alguna forma de satisfacción.
Pero el nuevo modelo de felicidad se las ingenia para invertir la pirámide. La felicidad, ahora que ha sido reducida a una simple decisión personal, se convierte en un requisito previo para alcanzar todos los demás deseos y necesidades. Este modelo vende la idea de que las personas felices “atraen” el éxito en los demás ámbitos de la vida. Por ejemplo, hay quienes se animan a asegurar que “estar bien con uno mismo” puede vencer el cáncer, entre otras barbaridades del mismo calibre.
Cuando la felicidad se convierte en un medio útil para alcanzar otras cosas, pierde su valor y sentido. Como puede ser producida a voluntad, gracias a una serie de ejercicios de visualización, se convierte en la primera exigencia de vida. Lo que históricamente fue entendido como un momento cúlmine de la vida (ser feliz), hoy se demanda como el primer paso. Quienes no rinden en el trabajo, gozan de mala salud o depresión, o no son capaces de cumplir sus sueños, son culpables de su propia situación porque simplemente no quieren ser felices.
Las raíces del actual optimismo mágico
Contra todo pronóstico, esta felicidad hiper-individualista ha sido rápidamente acogida en una gran parte de la sociedad. Realmente no hay ámbito que no haya asimilado este discurso de la “felicidad”; desde las artes a las ciencias, de la publicidad a la educación, desde la tecnología hasta las religiones. Por esta razón muchos sociólogos hablan de una “dictadura de la felicidad”, por su tiránica omnipresencia.
Este modelo puede vincularse a diferentes corrientes de pensamiento a lo largo de la historia, pero sus lazos más directos apuntan a dos movimientos en particular. En primer lugar, al clima espiritualista que surgió en los Estados Unidos a comienzos del siglo XIX. Las bases cristianas y calvinistas que habían guiado la ética de la nación habían llegado a un punto de agotamiento. La severidad y la austeridad puritana ya no tenían sentido en un país en pleno crecimiento que invitaba a nuevos aventureros a vivir “el sueño americano”. Ralph Waldo Emerson fue uno de los filósofos destacados de la época y figura de este quiebre. Emerson mezcló la doctrina evangélica unitarista con el idealismo alemán, fundando junto a otros hombres el trascendentalismo, una filosofía que privilegiaba la intuición y el individualismo místico.
Una especie de pensamiento mágico fue tomando fuerza en la cultura popular. Otra figura destacada fue el sanador y pseudo-científico Phineas Quimby, quien ganó mucha fama por usar métodos de mesmerismo e hipnosis. La particularidad de Quimby radicó en su esfuerzo por asegurar bases científicas y médicas para sus prácticas sanadoras. Quimby ha sido llamado el padre del “Nuevo Pensamiento”, un movimiento que ha tenido una fuerte influencia en el pensamiento popular de los Estados Unidos. Desde entonces han surgido todo tipo de teorías con supuestos respaldo científico, como la “ley de la atracción”, las vibraciones positivas y una versión popular de la física cuántica.
Una de las discípulas de Quimby dio una vuelta de rosca a sus enseñanzas. Mary Baker Eddy, hija de un severo predicador fundamentalista, había llegado a Quimby buscando ayuda. Mary había sufrido una caída que le provocó una parálisis, según cuenta, pero logró sanarse ella misma tan solo tres días después, gracias a que había descubierto el mismo método que usaba Jesús para sus milagros: someter la materia, mediante el poder de la fe y la mente. Ella estaba convencida de que cualquier enfermedad podía sanarse con este método.
Ambas corrientes de pensamiento, tanto la pseudo-cristiana de Mary Baker Eddy, como la pseudo-científica de Quimby, sostienen el mismo principio mágico: la mente sobre la materia. Según estas corrientes, la mente tendría el poder de curar y hasta de modificar la realidad misma. Tal vez la figura que mejor sintetizó esto fue la del predicador y escritor Norman Vincent Peale. Su exitoso libro “El poder del pensamiento positivo”, introdujo el pensamiento positivo, tanto en las iglesias como en el resto de la sociedad. Gracias a él, la idea de que los pensamientos tienen poder para transformar la realidad empezó a hacerse muy popular luego de la segunda guerra mundial.
Desde entonces, un ejército de motivadores inundaron las librerías, iglesias y programas de televisión. Surgieron programas de cinco pasos para todo, recetas para la felicidad y fórmulas para el éxito sospechosamente sencillas. Proliferaron todo tipo de ideas, como el pensamiento positivo, la homeopatía, la ciencia “alternativa”, la teología de la prosperidad; todas cabezas de una misma criatura. Un pensamiento mágico que se esparció a toda velocidad en la cultura popular estadounidense durante los siglos XIX y XX.
Finalmente, en la década de 1990, este pensamiento mágico popular dio el gran salto a las ligas mayores. La psicología abrazó los postulados del pensamiento positivo y le dio el respaldo académico y científico que le faltaba. En 1996, Martin Seligman se convirtió en el nuevo presidente de la influyente Asociación Americana en Psicología (APA), iniciando una verdadera renovación del campo. Según él, la psicología había hecho demasiado énfasis en la depresión, las patologías y los trastornos; era tiempo para tener una mirada más positiva.
Seligman fundó la psicología positiva, encargada de estudiar la fórmula científica de la felicidad humana y cosas por el estilo. De esta manera, aseguró una incorporación masiva de nuevos pacientes, pues ahora no solo los “enfermos” necesitaban tratamiento, sino todas las personas. La nueva enfermedad era no ser “feliz”, y la falta de motivación, el sentido crítico o la incertidumbre eran algunos de sus síntomas. Seligman recibió grandes donaciones para financiar sus investigaciones sobre la felicidad, pues muchas empresas estaban interesadas en fomentar este modelo, más atractivo para sus intereses.
El apoyo de la psicología fue la consagración final de este modelo de felicidad. Una felicidad barata que prometía hacer a las personas más productivas y menos preocupadas por las circunstancias.
Consecuencias de la “felicidad”
En la actualidad, no existe ámbito que escape a la influencia de este modelo. Los negocios, la educación, la política, todos los ámbitos se han llenado de lenguaje positivo y eslóganes de felicidad. Se convirtió en el verdadero espíritu de la época, que muy pocos se animan a cuestionar.
Los primeros resultados de esta “fiebre de la felicidad” fueron prometedores, las personas parecían más productivas cuando se las mantenía motivadas y perseguían su propia felicidad. Pero en dos décadas este modelo empezó a resquebrajarse. Se perdió el sentido crítico y la precaución; una actitud optimista era motivo suficiente para contraer compromisos fuera de las posibilidades. Esta ingenua búsqueda de la felicidad fue una de las razones de la recesión económica que afectó al mundo en 2008. Ante esto, las empresas recurrieron a despidos masivos que dejaron una enorme tasa de desempleo entre 2009 y 2010. El desempleo y la pérdida del poder adquisitivo se maquillaban con cursos motivacionales, que invitaban a ver los despidos como “oportunidades”.
En cuestión de años, la felicidad se transformó en cómplice del abuso ejercido por los grandes intereses económicos. La felicidad era la forma de escapar a la difícil situación, sin cuestionar nada, ni apuntar a los verdaderos culpables. Sobre los hombros de cada individuo pesaba la responsabilidad de ser feliz, no quejarse y ser positivo contra toda adversidad. Finalmente, esta presión terminó provocando efectos contrarios: periodos largos de depresión, estrés y culpa. Aunque cada vez más gente buscaba ayuda en el pensamiento positivo, la mayoría terminaba más desgastada que al principio 4. Una sociedad desahuciada se escondía detrás de las mágicas fotografías de Instagram.
El mecanismo consiste en vender una felicidad muy seductora pero irrealizable, no por falta de voluntad sino porque se trata de un modelo muy reducido. Pero en realidad, el estado de satisfacción depende de varios factores y no simplemente de la voluntad individual. Este régimen de felicidad puede llegar a ser agobiante, pues su constante demanda termina provocando una profunda infelicidad.
Conclusiones
La respuesta a este problema no es el pesimismo o el abandono de cualquier deseo de ser feliz. La felicidad realiza valiosos aportes en el ámbito de la salud o el trabajo, y muchos buenos estudios recomiendan una actitud optimista frente a ciertas adversidades. El problema no es el deseo de ser feliz, sino este modelo puramente individualista y utilitario, propio de una sociedad materialista y de consumo. La felicidad no puede ser reducida a un sencillo acto de la voluntad, como la psicología positiva ha intentado argumentar. Aunque la salud mental y los factores personales son importantes, la felicidad no se encuentra en uno mismo.
Las Escrituras a lo largo de sus páginas dejan en claro que no existe felicidad fuera de Dios, como lo expresa el salmista: “En tu presencia hay plenitud de gozo, delicias a tu diestra para siempre” (Sal 16:11). La relación con Dios es todo el gozo del hombre, la plenitud de su vida. Justamente para eso vino Jesús al mundo, para restaurar esa relación que el pecado había roto. En esto consiste la vida eterna, en conocer al único Dios verdadero y a su hijo.
Este ha sido el mensaje de la iglesia desde el inicio, anunciado por medio de los apóstoles y sostenido a lo largo del tiempo. Con diferentes matices, la misma verdad ha sido defendida por Agustín de Hipona, la confesión de Westminster (primera pregunta), C.S. Lewis y John Piper en nuestros días. La misma verdad que repetía el viejo coro, “solo Dios hace al hombre feliz”.
Referencias
1- La OMS ha publicado varios comunicados de prensa (2019 y 2021) que tratan la respecto de suicidio y su prevención. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/suicide
2- La idea de una “dictadura de la felicidad” ha sido extensamente desarrollada en el libro de E. Cabanas y E. Illouz: Happycracy. How the science of happiness controls our lives, (2018).
3- Gran parte de este artículo recoge las ideas del clásico libro de B. Ehrenreich: Smile or die. How positive thinking fooled America and the world, (2010).
4- Gruber, J., Mauss, I. B., & Tamir, M. (2011). A Dark Side of Happiness? How, When, and Why Happiness Is Not Always Good. Perspectives on Psychological Science, N° 6(3), pp.222–233.
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