Teocentrismo es una palabra grande e imponente que significa simplemente “centrado en Dios”. Ser teocéntrico significa que Dios mismo es el núcleo de todo lo que crees y la fuerza gravitatoria que gobierna todo lo que haces. Y, a mi juicio, nadie en la historia reciente ha encarnado mejor esta perspectiva de la vida que el difunto J.I. Packer (1926-2020), especialmente en su clásica obra: Knowing God (Conocer a Dios en español).
James Inell Packer es, de forma justificada, conocido por muchas cosas. Su articulación rigurosa y completamente bíblica de la expiación penal sustitutoria, su defensa inquebrantable de la inerrancia bíblica y su penetrante visión de la contribución de los puritanos son solo algunas de las muchas cualidades por las que se le recuerda. Pero cuando a él mismo le preguntaron: “¿Qué es lo mejor de la vida, lo que proporciona más alegría, deleite y satisfacción que cualquier otra cosa?”, no dudó en responder: el conocimiento de Dios.
Cristianismo pigmeo
Packer tenía poca paciencia con los que hablaban de la vida cristiana o la espiritualidad sin tener en cuenta la centralidad de Dios. Para que haya calor vivificante en los afectos del corazón, primero debe haber luz bíblica impartida a la mente. Esta era la forma en que Packer nos recordaba que una comprensión cognitiva bíblicamente informada de la revelación de Dios y sus atributos es fundamental para todo en el cristianismo. Permitir que Dios “se vuelva remoto”, decía Packer, “mirar a Dios, por así decirlo, a través del extremo equivocado del telescopio, reduciéndolo a proporciones pigmeas”, sólo puede dar como resultado “cristianos pigmeos” que no llegan a crecer en la plenitud de Cristo Jesús.
¿Exageró Packer sus argumentos? ¿Es esto poco más que una hipérbole teológica? Difícilmente. Packer dio en el clavo cuando dijo:
Somos crueles con nosotros mismos si intentamos vivir sin conocer al Dios al cual este mundo pertenece, y quien lo dirige. Para aquellos que no conocen a Dios, el mundo se convierte en un lugar extraño, loco y doloroso, y la vida en él en un oficio decepcionante y desagradable. Ignora el estudio de Dios, y te condenas a ir dando tumbos por la vida con los ojos vendados, por así decirlo, sin sentido de la orientación y sin comprender lo que te rodea. Así puedes malgastar tu vida y perder tu alma.
Packer fue siempre diligente en recordar a sus lectores que conocer a Dios no es un medio para alcanzar un fin más elevado, más último, más satisfactorio para el alma. No perseguimos el conocimiento de Dios “para que…” ―para ser llenados con algún objetivo menor, como un sentido más robusto de autoestima o más poder y respeto en la iglesia local o mayor riqueza terrenal―. La oración de Packer por todos los que se esforzaron en leerle es idéntica a la del apóstol Pablo, quien rogó que los efesios recibieran “el Espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él” (Efesios 1:17), es decir, en el conocimiento de Dios y de todo lo que Él es para nosotros en Jesucristo.
Conocer a Dios
¿Con exactitud, qué significa e implica conocer a Dios?
Empieza, según Packer, escuchando la palabra escrita e infalible de Dios, mientras el Espíritu Santo arroja luz sobre la naturaleza de nuestro Creador y Redentor. Pero escuchar es solo el principio. Después de escuchar sigue la aplicación gozosa y voluntaria de las verdades sobre Dios a nuestra forma de vivir y pensar y a lo que valoramos y apreciamos.
Conocer a Dios exige que exploremos con diligencia las formas multifacéticas en que Él se ha revelado en las Escrituras. Implica un estudio minucioso y sincero de sus atributos y acciones, que a su vez da como fruto la comunión con Él, y la adoración y celebración apasionadas por quién es y por lo que ha hecho.
Packer no sugirió en modo alguno que podamos, de este modo, contribuir o proporcionar a Dios una gloria de la que de otro modo carecería. Más bien, en su libro Praying dijo:
Celebramos su grandeza y así lo exaltamos y le rendimos homenaje con nuestra alabanza, con nuestra obediencia directa y tratando siempre de hacer aquello que, de todas las opciones que se nos presentan, calculamos que le agradará más. Así le glorificamos. Las tres nociones se funden en una: amar a Dios, agradar a Dios y glorificar a Dios, el objetivo compuesto de la vida del cristiano.
Aunque Packer no empleó la terminología explícita del hedonismo cristiano, sin duda abrazó sus verdades fundamentales. El fin último de Dios en toda su actividad es su propia gloria. Dios “no existe para nosotros, sino nosotros para Él”, expresó en su publicación Hot Tub Religion. Existimos para glorificarlo, disfrutando de Él para siempre. Packer continuó diciendo:
Si está bien que el hombre tenga como meta la gloria de Dios, ¿puede estar mal que Dios tenga la misma meta? Si el hombre no puede tener un fin más elevado que la gloria de Dios, ¿cómo puede tenerlo Dios? Si es incorrecto para el hombre buscar un fin menor que éste, también sería incorrecto para Dios. La razón por la que no puede ser correcto que el hombre viva para sí mismo, como si fuera Dios, es porque no es Dios. Sin embargo, no puede ser malo que Dios busque su propia gloria, simplemente porque es Dios. Quienes insisten en que Dios no busque su gloria en todas las cosas, en realidad están pidiendo que deje de ser Dios. Y no hay mayor blasfemia que querer que Dios deje de existir.
Adorando Sus Atributos
Ningún libro, ni todos los libros del universo, podrían pretender identificar y definir todos los atributos de nuestro Dios infinito. Por eso, Packer se limitó a centrarse en aquellas características de Dios que se destacan especialmente en las Escrituras y que son esenciales para todo cristiano que busca madurar en su conocimiento de Él.
Se hace eco, una vez más, de los sentimientos de Pablo en Filipenses 3:7-10, donde el apóstol dijo que consideraba las cosas que perdió como “basura” o “estiércol”. Packer nos recordó que la intención de Pablo no es simplemente decir que tales cosas carecen de valor, sino que “él no vivía con ellas constantemente en su mente: ¿qué persona normal pasa su tiempo soñando nostálgicamente con estiércol? Sin embargo, esto es, en efecto, lo que muchos de nosotros hacemos. Demuestra lo poco que tenemos de verdadero conocimiento de Dios” (Knowing God).
Uno lamenta el hecho de que para muchos cristianos profesantes, algunos de los atributos de Dios ejerzan poca influencia práctica en su vida cotidiana. Pero para Packer, toda verdad sobre Dios es espiritualmente transformadora. Así, dirigió nuestra cuidadosa atención a realidades como la inmutabilidad divina, la gloriosa y tranquilizadora promesa de que Dios, en su carácter más fundamental, siempre será quien es eternamente.
También dedicó capítulos a Su majestad, a Su insondable sabiduría, y a Su amor y gracia. Dios no sería Dios si no fuera inquebrantablemente justo y santo. Y aunque hoy en día muchos se inclinan por vaciarlo de su ira, Packer creía que un Dios que no se enfada por el pecado no puede ser digno de adoración y devoción.
Uno de sus capítulos más esclarecedores y contraintuitivos se refiere a los celos divinos. “¿Por qué?”, preguntarás. Porque el propio nombre de Dios es “Celoso” (Éxodo 34:14), que es la forma que Él tiene de decir que “exige de aquellos a quienes ha amado y redimido una lealtad total y absoluta, y reivindicará su derecho actuando severamente contra ellos si traicionan su amor con la infidelidad”.
Busca su rostro
Quienes aún no hayan profundizado en El conocimiento del Dios santo deben saber que Packer nunca previó su efecto en el mundo cristiano. En el prefacio a la edición de 1993, se maravilla de que haya vendido más de un millón de ejemplares y haya sido traducido a más de una docena de idiomas, y eso fue hace casi treinta años.
Se podría decir mucho más sobre este clásico de la fe cristiana, y aun así, difícilmente se le podría hacer justicia. Así que permítanme terminar con las palabras con las que el propio Packer concluye su libro.
“Tú has dicho: 'Buscad mi rostro'. Mi corazón te dice: ‘Tu rostro, Señor, busco’” (Salmo 27:8 RSV). Si este libro mueve a alguno de sus lectores a identificarse más estrechamente con el salmista en este punto, no habrá sido escrito en vano.
Este artículo fue traducido y ajustado por el equipo de redacción de BITE. El original fue publicado por Sam Storms bajo el título Knowing God en Desiring God.
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