Cuando del pensamiento se trata, ha habido paladines que han ayudado a formatear la manera de pensar cuasi universal. Entre los diez más sobresalientes de la historia tenemos, sin duda alguna, a Charles Darwin. La transformación del pensamiento global de antaño tuvo que ver más con teorías y conceptos que han forjado cosmovisiones, que con técnicas concretas e invenciones útiles.
A pesar de que Darwin existió y expresó sus ideas en la época victoriana (siglo XIX), sus tesis y teorías han calado tanto en el pensamiento moderno que han desconfigurado por completo la concepción histórica de la realidad. Él no es el único postor ni el padre de la teoría de la evolución, mucho menos el principal opositor de cualquier idea o postura creacionista. Las bases teóricas de su postulado fueron el uniformismo y la teoría de la lucha por la supervivencia (y de clases).
Sin embargo, Darwin sí popularizó la teoría evolutiva de los orígenes con su obra El origen de las especies, y sentó el estándar académico actual en materia de la cosmovisión científica, especialmente en el renglón que concierne a la premisa historicista del pensamiento científico. En este breve esbozo biográfico procuro narrar cómo Darwin llegó a sus conclusiones y trabajos, además de expresar la debida crítica a sus conclusiones y el debido asombro por el alcance de sus pensamientos.
Notas generales de la vida de Darwin
Charles Robert Darwin nació en Shrewsbury, Inglaterra, el 12 de febrero de 1809 y falleció en Down House, en Downe, Inglaterra, el 19 de abril de 1882. Fue hijo del doctor Robert Darwin y de la Sra. Susannah, quien murió cuando Darwin tenía 8 años. Fue un naturalista inglés, reconocido por ser el científico más influyente de los que plantearon la idea de la evolución biológica a través de la selección natural –y el primero que compartió tal logro de forma independiente con Alfred Russel Wallace–. Justificó su propuesta en su obra El origen de las especies con numerosos ejemplos extraídos de la observación de la naturaleza.
En cuanto a su religión, nunca se declaró ateo. De hecho, esperó mucho tiempo para publicar algunos de sus trabajos más tendientes al ateísmo (incluidos El origen de las especies y La descendencia del hombre) por temor religioso y respeto. Por mantener un estatus, creció como anglicano, aunque varios de sus familiares eran unitarios en la práctica, postura con la que Darwin mismo comulgaba. Cuando terminó su carrera en el seminario para ministros Christ’s College, su fe todavía era de tendencia cristiana; también durante sus viajes con el Cap. FitzRoy, aunque los pensamientos de Lyell y de otros comenzaron a horadar sus convicciones cristianas, algo muy semejante a lo acontecido con Karl Marx. Eventualmente, Charles se decantó por el unitarismo y murió profesando esa fe.
En 1839, se casó con su prima Emma Wedgwood con quien engendró nueve hijos, dos de los cuales murieron recién nacidos. Anne, su segunda hija y delirio de sus ojos, murió de una enfermedad estomacal crónica a los diez años.
El título completo de su principal obra es: El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. Vale la pena notar que se trata de una especie de dialéctica de lucha de clases sociales, pero en el mundo natural, así que, en ese mismo período, proveyó un ‘caldo de cultivo’ para las teorías de Karl Marx. Como reconocimiento a la excepcionalidad de sus trabajos, Darwin fue uno de los cinco personajes del siglo XIX no pertenecientes a la realeza del Reino Unido que fueron honrados con funerales de Estado e incluso sepultados en la Abadía de Westminster, próximo a John Herschel e Isaac Newton.
Este científico quedó fascinado con la literatura de William Paley, fue muy amigo del botánico, reverendo y profesor John S. Henslow y de Robert Grant, quien, según el propio Charles, lo introdujo en las ideas evolutivas de Lamarck. Charles Lyell fue quien lo informó del uniformismo científico y lo enfocó en sus premisas geológicas. Darwin disfrutó una amistad casi del tipo discipular con el Dr. Robert Hooker, quien lo condujo y ayudó a desarrollar sus hipótesis y teorías hasta la publicación. De igual modo, tuvo otros grandes amigos y benefactores, incluidos su padre y su hermano mayor.
Charles viajó por el mundo en el HMS Beagle como investigador y naturalista acompañante del capitán Robert FitzRoy, quien cartografió las costas de Sudamérica. El puesto se lo ofreció el profesor Henslow. Tal viaje se planificó para dos años, pero duró cinco, y fue en ese entonces que Darwin leyó Principio de geología de Charles Lyell y se enamoró de sus teorías.
Estudios y preferencias
Durante el verano de 1825, Darwin fue aprendiz de médico. Ayudó a su padre Robert a asistir a las personas necesitadas de Shropshire antes de marcharse con Erasmus, su hermano mayor, a la Facultad de Medicina de la Universidad de Edimburgo en el otoño. Encontró sus clases tediosas y la cirugía insufrible, de modo que no se aplicaba a los estudios de la carrera. En cambio, le encantaba recolectar escarabajos y leer a Shakespeare. En su segundo año en Edimburgo, ingresó a la Sociedad Pliniana, un grupo de estudiantes de historia natural cuyos debates derivaron hacia el materialismo radical. Aprendió la clasificación de las plantas y contribuyó a los trabajos en las colecciones del museo de la Universidad, uno de los más importantes de la Europa de su tiempo.
Su falta de interés por los estudios de medicina disgustó a su padre, quien en la primavera de 1827 lo envió al Christ’s College de Cambridge para que obtuviera un grado en letras como primer paso para ordenarse como pastor anglicano. Fue precisamente allí donde se hizo amigo íntimo y seguidor del reverendo y profesor de botánica John Stevens Henslow, cuyas clases le imprimieron un intenso deseo por la botánica y las ciencias naturales. Allí también conoció a otros importantes naturalistas. Su hermano Erasmus sí concluyó su carrera de medicina en Edimburgo.
En 1831, mientras estudiaba para los exámenes finales con los que terminaría sus estudios en letras (habiéndose enfocado en gramática inglesa, y en los idiomas griego y latín), degustó el lenguaje y la lógica de la obra Natural Theology or Evidences of Existence and Attributes of the Deity (en español, Teología natural) de William Paley. Aunque pasó las pruebas, tuvo que quedarse en Cambridge hasta junio. Ese verano, mientras se preparaba para marcharse, tomó una clase de geología con el profesor Adam Sedgwick, quien durante ese mismo tiempo lo había acompañado a trazar mapas de estratos en Gales.
En dicho período, Darwin leyó al menos tres obras que ejercieron una influencia fundamental en la evolución de su pensamiento:
- La antes citada Teología natural de Paley, uno de los tratados clásicos en defensa de la adaptación biológica como prueba del diseño divino a través de las leyes naturales.
- El entonces recién publicado Un discurso preliminar en el estudio de la filosofía natural de John Herschel, que afirma que la última meta de la filosofía natural es “la comprensión de estas leyes a través del razonamiento inductivo basado en la observación”.
- El viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente de Alexander von Humboldt. Inspirado por un ardiente afán de contribuir al avance del conocimiento de la naturaleza, Darwin planeó visitar Tenerife con algunos compañeros de clase tras la graduación, para estudiar la historia natural de los trópicos.
Tras una quincena con otros amigos estudiantes en Barmouth, volvió a su hogar y se encontró con una carta del Rev. Henslow en la que le proponía un puesto como naturalista al servicio del Capitán Robert FitzRoy —es decir, más como un acompañante que como mero recolector de materiales— abordo del HMS Beagle, que iba a zarpar en cuatro semanas a una expedición para cartografiar la costa de América del Sur. Al principio, su padre se opuso al viaje, que se planificó para dos años, aduciendo que era una pérdida de tiempo, pero su tío Josiah Wedgwood lo persuadió, por lo que finalmente aceptó la participación de su hijo en dicha expedición.
Viajes científicos por las costas del sur del mundo
El Beagle zarpó desde la bahía de Plymouth, el 27 de diciembre de 1831 y arribó en su primera escala a las costas de Santiago de Cabo Verde. Darwin descubrió que uno de los estratos blanquecinos elevados en la roca volcánica contenía restos de conchas. Como FitzRoy le había prestado poco antes la obra de Charles Lyell (Principio de geología), que establecía los “principios uniformistas”, según los cuales el relieve se formaba mediante surgimientos o hundimientos a lo largo de inmensos períodos, comprendió ese fenómeno e incluso se planteó escribir eventualmente una obra sobre geología.
En Brasil, Darwin quedó fascinado por el bosque tropical. En Punta Alta y en los barrancos de la costa de Monte Hermoso, cerca de Bahía Blanca, Argentina, realizó un hallazgo de primer orden en una colina: localizó los fósiles de unos enormes mamíferos extintos junto a restos modernos de bivalvos, extintos más recientemente de manera natural. Estos descubrimientos, ocurridos el 24 de septiembre de 1832, constituyeron “la primera prueba fósil que halló sobre la mutabilidad de las especies” y marcaron el inicio de la posterior elaboración de su teoría.
Al continuar su viaje hacia el sur, observó llanuras llenas de guijarros en las que cúmulos de restos de conchas formaban pequeñas elevaciones. Como estaba leyendo la segunda obra de Lyell, asumió que se trataba de los “centros de creación” de especies que allí había descrito, aunque también comenzó a cuestionar los conceptos de lento desgaste y extinción de especies defendidos por el autor. En Tierra del Fuego se produjo el retorno de tres nativos yagán que habían sido embarcados durante la primera expedición del Beagle.
En Chile, Darwin fue testigo del terremoto de Concepción, donde observó indicios de un levantamiento del terreno, entre los que se encontraban acumulaciones de valvas de mejillones por encima de la línea de la marea alta. En las alturas de Los Andes también encontró restos de conchas, así como árboles fosilizados que habían crecido a pie de playa, lo que le llevó a pensar que, “según subían niveles de tierra, las islas oceánicas se iban hundiendo, formándose así los atolones de arrecifes de coral”.
Poco después, en las Islas Galápagos, se dedicó a buscar indicios de un antiguo “centro de creación”. Encontró distintas especies de pinzones relacionadas con las del continente, pero que diferían de isla en isla. Según Richard Keynes, también recibió informes de que los caparazones de las tortugas presentaban ligeras variaciones entre unas islas y otras, lo que permitía su identificación. Luego llegaron a las costas australianas: la rata marsupial y el ornitorrinco le parecieron tan extraños que Darwin pensó que era como si “dos creadores” hubiesen obrado a la vez.
El HMS Beagle también investigó la formación de los atolones de las Islas Cocos y obtuvo resultados que parecían respaldar las teorías de Darwin. Por aquel entonces, FitzRoy —quien redactaba la “narración oficial” de la expedición— leyó los diarios de su acompañante y le pidió permiso para incorporarlos a su crónica, esto según una carta del 29 de abril de 1836, escrita por el propio Darwin a su primo Charles Smith Darwin. El diario de Darwin fue entonces reescrito como un tercer volumen dedicado a la historia natural, afirma Browne. Por su parte, el Cap. FitzRoy era un cristiano consagrado que rechazó las teorías de Darwin.
En noviembre de 1835, habiendo realizado su misión en las costas de Sudamérica, el Beagle izó velas para zarpar rumbo a Tahití. Desde allí navegó por Nueva Zelanda, Australia y Mauricio, pasó a las costas africanas y otros tantos lugares. En Ciudad del Cabo, una de las últimas escalas de su vuelta al mundo, Darwin y FitzRoy conocieron a John Herschel, quien había escrito recientemente a Lyell alabando su teoría uniformista por plantear una especulación sobre “ese misterio de misterios: la sustitución de especies extintas por otras [como] un proceso natural en oposición a uno milagroso”.
Ordenando sus notas rumbo a Plymouth, Darwin escribió que, de probarse sus crecientes sospechas sobre los pinzones, las tortugas y el zorro de las islas Malvinas: “Estos hechos desbaratan la teoría de la estabilidad de las especies”. Más tarde reescribió prudentemente “podrían desbaratar”. Posteriormente reconoció que, en aquel momento, los hechos observados le hacían pensar que “arrojaban alguna luz sobre el origen de las especies”.
Arribaron a Falmouth el 2 de octubre de 1836. Tal como FitzRoy le había propuesto, el joven Darwin dedicó la mayor parte de su tiempo a investigaciones geológicas en tierra firme y a recopilar ejemplares, mientras el Beagle realizaba su misión científica de medir las corrientes oceánicas y cartografiar las costas. Darwin tomó profusas notas durante todo el viaje y envió regularmente sus hallazgos a Cambridge, junto con una larga correspondencia para su familia, lo que se convirtió más tarde en su diario de viaje.
Tenía nociones de geología, entomología y disección de invertebrados marinos, aunque se sabía inexperto en otras disciplinas científicas, de modo que reunió hábilmente gran número de especímenes para que los especialistas en la materia pudieran llevar a cabo una evaluación exhaustiva. La mayoría de sus notas zoológicas son precisamente sobre invertebrados marinos, comenzando por una notable colección de plancton que reunió en una temporada con viento en calma.
Desde entonces, Charles Darwin ocupó un lugar preeminente en la comunidad científica inglesa. Sus trabajos, como puede ser notado, estuvieron cargados de evidencias tomadas in situ y de sus interpretaciones.
Algunas pinceladas sobre los trabajos de Darwin
El padre de Darwin organizó las inversiones que le permitieron a su hijo ser un caballero científico sustentado por sus propios ingresos, y le animó a hacer una gira por las instituciones de Londres para asistir a recepciones en su honor y buscar de ese modo expertos para describir las colecciones. Los zoólogos tenían ante sí un enorme trabajo acumulado, y había peligro de que los especímenes quedaran abandonados en almacenes.
Charles Lyell, entusiasmado, se encontró con Darwin por primera vez el 29 de octubre de 1836, y pronto le presentó al prometedor anatomista Richard Owen, quien disponía de las instalaciones del Real Colegio de Cirujanos de Inglaterra para poder trabajar en los huesos y fósiles que había recolectado. A mediados de diciembre, Darwin buscó alojamiento en Cambridge para organizar su trabajo en sus colecciones y reescribir su diario. Escribió su primer artículo en el que defendía que la masa continental de América del Sur se estaba elevando lentamente y, con el apoyo entusiasta de Lyell, lo leyó en la Sociedad Geológica de Londres el 4 de enero de 1837.
El 17 de febrero, según Adrian Desmond y James Moore, Darwin fue elegido miembro de la Sociedad Geográfica. A comienzos de marzo, se mudó a Londres para residir cerca de su trabajo; se unió al círculo social de científicos de Lyell, con eruditos como Charles Babbage, quien le describió a Dios como diseñador de leyes.
Según Frank Sulloway, en su primera reunión para discutir sus detallados hallazgos, Gould le dijo a Darwin que los pinzones de las distintas islas de las Galápagos eran especies diferentes. De acuerdo con Browne, los dos ñandúes también eran especies distintas. Por ese entonces, Darwin ya especulaba en su cuaderno sobre la posibilidad de que “una especie se transforme en otra”. Realizó también un esbozo en el que representaba la descendencia como la ramificación de un árbol evolutivo, en el cual “es absurdo hablar de que un animal sea más evolucionado que otro”. Así descartó la teoría de Lamarck, en la cual líneas evolutivas independientes progresaban hacia formas más evolucionadas.
En mayo de 1839, publicó su diario El viaje del Beagle; el mismo FitzRoy costeó la impresión del tercer tomo. A principios de 1842, Darwin escribió una carta a Lyell exponiéndole sus ideas. En mayo, tras tres años de trabajo, publicó sus estudios sobre los arrecifes coralinos y comenzó a esbozar su teoría sobre “la descendencia de los animales a través de un proceso de selección natural”. Sin embargo, según él lo expresó, decidió no publicar su teoría para no ser visto como un ateo.
En 1843 publicó su trabajo Zoología del viaje del Beagle, a cinco tomos. En enero de 1844, sostuvo John Van Wyhe, Darwin comentó sus especulaciones con el botánico Joseph Dalton Hooker, admitiendo con humor que era “como confesarse culpable de asesinato”. En ese mismo año amplió el breve bosquejo que había estado preparando desde 1837 sobre su teoría del origen, y lo publicó como un libro en 1859 pero ya con sus conclusiones. Hacia el mes de julio, había ampliado su esbozo a un ensayo de 230 páginas.
Para 1846, Darwin había completado su tercer libro sobre geología, titulado Observaciones geológicas en América del Sur. En 1847, Hooker recibió el Ensayo y envió algunas notas críticas a Darwin, que le ayudaron a ver su obra con distanciamiento científico y cuestionarse su oposición al creacionismo.
A lo largo de ocho años de trabajo sobre cirrípedos, la teoría de Darwin le había ayudado a encontrar homologías que indicaban que mínimas alteraciones morfológicas permitían a los organismos cumplir nuevas funciones en nuevas condiciones, y el hallazgo de minúsculos machos parásitos en organismos hermafroditas le sugirieron una progresión intermedia en el desarrollo de seres sexuados. En 1853 este trabajo le valió una medalla concedida por la Royal Society, lo cual lo convirtió en un célebre biólogo.
En 1854 continuó su planteamiento sobre la teoría de las especies y en noviembre ya había anotado que las diferencias en los caracteres de los descendientes podían obedecer a su adaptación a “diversos entornos” en la economía natural. Thomas Huxley y Joseph Hooker se encargaron de difundir las ideas de Darwin en revistas y periódicos, causando una gran influencia en el pensamiento científico. A la vez, Richard Owen y Bishop Wilberforce batallaron con fiereza sus propuestas, especialmente en el campo moral y la verdad bíblica. Para 1863, El Origen se había traducido al alemán, italiano, francés y holandés.
En 1866, Ernest Haeckel visitó la casa de Darwin e hizo dibujos fraudulentos para promover la evolución. En marzo de 1871 se publicó La descendencia del hombre, libro en el que Charles expuso su teoría evolutiva aplicada al ser humano, y al mismo tiempo se lanzó un segundo volumen sobre la selección sexual. El científico trabajó en muchos otros temas, como la fertilización de orquídeas por la acción de los insectos, plantas carnívoras, entre otras.
Trabajo excesivo, enfermedad y matrimonio
Durante el desarrollo de su profundo estudio sobre la transmutación de las especies, Darwin se cargó con más trabajos. A sus investigaciones en Londres y sus extensas lecturas, se añadió la sexta edición de Ensayo sobre los principios de la población, una obra de Thomas Malthus. Sobre esta dijo:
En octubre de 1838, esto es, quince meses después de comenzar mi indagación sistemática, sucedió que leí por diversión el ensayo sobre la población de Malthus, y comencé a estar bien preparado para apreciar la lucha por la existencia que se da en todas partes a partir de observaciones a largo plazo de los hábitos de animales y plantas, y de inmediato me impactó el hecho de que bajo tales circunstancias las variaciones favorables tenderían a ser preservadas, mientras que las desfavorables serían destruidas. El resultado de esto sería la formación de nuevas especies. Aquí, por tanto, por fin había una teoría con la que trabajar.
Malthus afirmaba que si no se controlaba, la población humana crecería en progresión geométrica y pronto excedería los suministros de alimentos, alcanzando lo que se conoce como catástrofe maltusiana. Darwin estaba bien preparado para percatarse de que eso se aplicaba a lo que de Candolle denominaba “guerra de especies” entre plantas y a la lucha por la existencia en la vida salvaje, lo cual explica cómo el tamaño poblacional de una especie permanece bastante estable. Puesto que las especies siempre se reproducen en cantidad mayor que los recursos disponibles, las variaciones favorables mejoran la supervivencia de los organismos transmitiendo las variaciones a su descendencia, mientras que las variaciones desfavorables se pierden. Esto, como se lee en la publicación de Desmond y Moore, acaba dando como resultado la formación de nuevas especies.
El 11 de noviembre, Darwin regresó a Maer Hall, en Staffordshire, Inglaterra, y le propuso matrimonio a su prima Emma, quien aceptó. Durante esa visita, también compartió con ella una vez más sus ideas sobre la evolución. Mientras buscaba una casa en Londres, los accesos de enfermedad continuaron y Emma le escribió preocupada que se tomara algún descanso, comentando de modo casi profético: “No sigas poniéndote malo, mi querido Charley, hasta que pueda estar contigo para cuidarte”. Él encontró una casa en Gower Street a la que llamó una “cabaña de guacamayos” por sus llamativos interiores, y trasladó allí su museo durante las navidades de ese mismo año.
El 24 de enero de 1839 Darwin fue elegido miembro de la Royal Society. El 29 de enero Darwin y Emma Wedgwood se casaron en Maer en una ceremonia anglicana que acogió a los unitarios, e inmediatamente tomaron el tren a Londres para ocupar su nuevo hogar. Allí, Darwin continuó con sus investigaciones. En diciembre, recibió una carta de Wallace preguntándole si el libro trataría la cuestión del “origen del hombre”. Él le contestó que evitaría el tema al estar “tan rodeado de prejuicios”, mientras animaba a Wallace a seguir con su línea teórica.
El libro de Darwin estaba a la mitad cuando, el 18 de junio de 1858, recibió una carta de Wallace en la que él adjuntaba un manuscrito –para ser revisado– en el que defendía “la evolución por selección natural”. A petición de su autor, Darwin le envió el manuscrito a Lyell, mostrándole su sorpresa por la extraordinaria coincidencia de sus teorías y sugiriendo la publicación del artículo de Wallace en cualquiera de las revistas que éste prefiriese. Finalmente, en 1859, Darwin (con mucha ayuda de Hooker) tuvo listo su célebre obra El origen de las especies, que fue publicada ese año.
Lo sorprendente de la cuasi universal aceptación de la teoría de Darwin de la selección natural
Puedo comprender con toda honestidad la popularidad de los trabajos de Darwin, especialmente de los tres tomos del diario El viaje del Beagle; me consta que es una gran obra, y su popularidad y el apoyo que ha recibido tienen todo el sentido del mundo. Ahora bien, lo que me deja estupefacto y asombrado es la popularidad y cuasi universal aceptación de El origen de las especies y, peor aún, cómo ha llegado a ser tan popular su teoría más perversa, aún presentada en El origen del hombre.
En fin, la teoría de Darwin de la selección natural y el origen de las especies es un collage de varias propuestas teóricas que él incorporó tanto en su cuajada comprensión como en sus especulaciones. Me llama mucho la atención su sinceridad en El origen de las especies, pues no solo admite que “no puede dar aquí textos y referencias de mis diversas afirmaciones” y que “tengo que contar con que el lector pondrá alguna confianza en mí exactitud”, sino que en la introducción “da por sentado su imperfección”. Pero no es por ello que refiero mi asombro sobre la aceptación de esta obra, sino porque Darwin, en su sinceridad, dio fe con su puño y letra de que sus supuestos son, si no imposibles, difíciles de demostrar. La “conclusión” de Charles Darwin fue la siguiente:
Que las especies no han sido independientemente creadas, sino que han descendido como las variedades de otras especies; esto así atendiendo a: (a) las afinidades mutuas de los seres orgánicos, (b) a sus relaciones embriológicas, y (c) a la distribución geográfica de estas. (...) [Mis] conclusiones no serían satisfactorias hasta que se pudiese mostrar cómo las innumerables especies que habitan el planeta se han modificado hasta adquirir esta perfección de estructura y esta adaptación mutua que causa con justicia nuestra admiración.
También dijo que “nuestro conocimiento, imperfecto como es”, ha procurado resolver ese oscuro problema y que se vería obligado “a tratar dicho asunto con demasiada brevedad; por la falta de una casi infinita variedad del catálogo de los hechos [o sea, falta de prueba científica]”.
En la teoría de Darwin encontramos las siguientes premisas:
- El origen: es “un misterio de misterios” (que le planteó Herschel, en referencia al origen o los orígenes). Siendo así, ese origen debe encontrarse en un tiempo largo atrás, como lo planteó Lyell en su “teoría uniformista”, en sus Principios de geología, según la cual tanto la existencia como la conformación de las cosas ha dependido de un largo proceso de formación. En otras palabras, es imposible saber el origen, pero “de lo que sí estamos seguros es que fue hace mucho, mucho tiempo”. Con esto nos referimos a cientos de miles o incluso millones de años (el valor aquí ha sido dinámico; Darwin se cuidó de no sugerir fechas en sus escritos).
- La lucha por la existencia entre las especies: una adaptación de la teoría de la “lucha por la supervivencia” por los recursos a medida que los pueblos crecen, de Thomas Malthus (también conocida como “la doctrina de Malthus”). Es la misma que adaptó Karl Marx (hacia la misma época de Darwin) en su Materialismo Dialéctico, que es la dialéctica de la lucha entre clases sociales, especialmente entre la burguesía y el proletariado.
- Se asumió “la teoría de la generación espontánea”: según la cual los seres vivos no pudieron haber sido creados, sino que la vida surgió poco a poco de la sopa de elementos existentes que se van ordenando en microorganismos y se van adaptando poco a poco hasta ir cambiando a formas superiores, y así sucesivamente. Tal proceso va sucediendo a través del tiempo cuasi infinito hacia atrás. Es la misma premisa (apriorista) asumida al azar por la geología, la paleontología, la cosmología y astrología, la física teórica, etc., es decir, por las ciencias en general.
Pero el marco de la “teoría evolutiva y de la selección natural transicional” de Darwin, a la que luego el sacerdote, profesor y astrofísico belga Georges Lamaître le agregó la causal mágica “big bang”, supuestamente resolviendo así el misterio de misterios, esencialmente asume el método de “voltear el relato de la Creación Divina” (como está descrita en la Biblia). Con mucha sutileza, Darwin desmontó la doctrina de la Creación de su “presunción” axiomática y la derribó al plano de una teoría (la cual describe como habitual o tradicional), llamándola despectivamente “‘teoría’ de la creación”, y recordándonos que “eso” era lo que él antes creía, pero que ahora había cambiado, según él, por las evidencias. Incluso tildó de “falsa” la “teoría” que antes creía.
Él dijo: “Mi conclusión es que ‘las especies no han sido independientemente creadas’, sino que han descendido como las variedades de otras especies”. El científico reconoció que
… esta conclusión, aunque estuviese bien fundada [lo cual él admitió que haría en otra publicación, por ser imposible en aquella], no es satisfactoria hasta que pueda demostrarse cómo las especies innumerables que habitan el mundo se han modificado hasta adquirir esta perfección de estructura y esta adaptación mutua que con justicia causa nuestra admiración [al contemplarla].
Sin embargo, nosotros aguardamos todavía esas demostraciones que, según el mismo Darwin, validarían sus supuestos.
A Darwin le preocupaba mucho la variación y la cuestión de las transiciones de una especie a otra, y pretendió resolver el misterio con sus observaciones en las especies domésticas. La inmensa variedad de casos hace difícil la cuestión de considerar correctas todas las proposiciones de su teoría. Del mismo modo, él simplemente tuvo que decir que “el hombre descendió del simio”, pues es un eslabón obvio “si el origen y la selección natural son ciertas”. A partir de esa jerga darwinista, el carácter en cuestión aquí procede a disertar sus ideas (según mencionamos arriba) y las da como la opción veraz.
Pero necesitamos juzgar si dicho método, en el que a una doctrina de la Escritura se le antepone su contrario, y en el cual se hace una gran declaración con artificios teóricos de fondo, es posible atribuirle el valor de “verdadera”. No es posible afirmar que la Biblia es la verdad divina y que toda la teoría de Darwin también está en lo cierto. Como dice Pablo, es necesario tener cuidado con las filosofías del mundo (Col 2:8-10), sobre todo reconociendo que sus métodos hacia el conocimiento son problemáticos: la deducción ‘apriorista’, con un juez tan densamente especulativo como la mente humana; las inducciones a posteriori con premisas de fondo especulativas; y el uso de artificios de ajustes (tesis-antítesis, extrapolaciones sin datos suficientes, etc.) para llegar a sus conclusiones. La dialéctica dinámica no puede llegar a un conocimiento que sea verdadero y, al mismo tiempo, niegue la Escritura, sobre todo a la luz de los problemas en el método.
Tales tendencias en el pensamiento han existido desde la caída de Adan. De ahí varias de las conclusiones anti bíblicas de Platón, Aristóteles, Demócrito, Agustín, Kepler, Galilei, Newton, Descartes, Kant, Lyell, Darwin, James, Welhausen, Marx, Freud, Einstein, Poper, etc.
Omnipresencia sorprendente
Considero que es sorprendente la omnipresencia de aquello que el doctor Ken Ham denominó “el fantasma de Darwin”. Darwin está presente en Hollywood, en las escuelas primarias y secundarias de todo el mundo, en las facultades de ciencia de todas las escuelas de educación superior, sin importar rótulo ni credo. Desde finales del siglo XX, es defendido incluso en muchas iglesias. Hace unas pocas décadas, la Iglesia de Inglaterra le pidió perdón a Darwin por no haberle hecho caso antes, lo que implica que como institución resolvió apoyar el evolucionismo y las razas preadámicas, del mismo modo que han aceptado la ideología de género.
Miles de iglesias celebran el día de Darwin, así como muchas celebran Halloween. Muchos pensadores cristianos ven nobleza en las teorías de este científico, teniéndolas por buenas y válidas. Es sorprendente el asunto, pero dentro de la ortodoxia protestante –pues el catolicismo y el ala liberal del protestantismo han asumido y dado por sentado la realidad darwiniana– se tiene por extraño el creacionismo joven y cualquier filiación a una propuesta literal de la narrativa bíblica, como se narra en el Génesis, y lo confirma Jesucristo en el Nuevo Testamento.
Me impresiona la cita de Shindler, el pastor y editor de La espada y la pala, la revista que fundó Spurgeon (ambos eran contemporáneos de Darwin), que afirma:
‘El renacuajo de Darwin fue incubado… [en una banca] de la antigua capilla en la calle alta de Shrewsbury’, donde Charles Darwin había sido introducido por primera vez al escepticismo gracias a la influencia de un pastor que se había dejado fascinar por el socinianismo. También la capilla antes pastoreada por Mathew Henry, autor del famoso comentario de la Biblia, durante algunos años venía enseñando socinianismo.
Es decir, la Europa se volvía añicos en la fe en días de Darwin. Como describió Spurgeon hacia el final de su ministerio:
Los ateos declarados no son tan peligrosos como aquellos que esparcen dudas y apuñalan la fe… Alemania quedó convertida en una nación de incrédulos por obra de sus predicadores, e Inglaterra está siguiendo sus pasos (MacArthur, p. 233).
En las academias y entre los académicos, las cosas no andaban bien en el mundo angloparlante por entonces. Pero no era una cosa nueva: el unitarismo era una plaga entre los académicos de Inglaterra y sus colonias. Claro, no llevaron la voz cantante en esto, pues en Alemania las cosas eran peores: Newton había terminado siendo unitario; Charles Chauncy, líder de los congregacionalistas en Nueva Inglaterra, terminó en el unitarismo; Kant, en Prusia, se declaraba luterano, pero sus creencias eran básicamente agnósticas. Para el siglo XIX, Estados Unidos sucumbía y hombres como Henry Ward Beecher, George A. Gordon, Lyman Abbot, Theodore Munger, eran ya progresistas.
Increíblemente el renacuajo de Darwin se encubó en la iglesia que había pastoreado Mathew Henrry, y fue alentado a su tipo especial de ateísmo por el “ministro” de aquella iglesia en sus días. Además, fue alentado por los catedráticos de Edimburgo y del Christ’s College.
En el caso de las “ciencias fácticas”, la cuestión de la historicidad de las cosas no es extremadamente relevante. Es decir, saber cuándo comenzaron a existir las palomas o cuando se formaron el oro y el uranio no cambiarían ni en una coma los resultados fácticos. ¿Cuál es el propósito de conocer “el origen de las especies” y de las cosas? ¿Qué añade a la realidad que el oro tenga 6000 o 20 millones de años de formado? ¿Es tan preocupante la cuestión del origen en materia fáctica? Si eso no cambia la factibilidad de los procesos y las realidades, ¿por qué nos fascinamos tanto con dichas cuestiones, incluso despojando a la “disciplina histórica” de hacer su trabajo? ¿Por qué nos metemos a los asuntos prehistóricos como con conocimiento de causa y como poseyendo herramientas infalibles?
Considero incorrecto que releguemos los asuntos filosóficos, teológicos e históricos a los expertos en las ciencias. Un biólogo no gana nada con afanarse por conocer el momento exacto del origen de un espécimen. Me parece improductivo que los presupuestos hayan sido tan elevados y que hombres con extraordinarias cualidades hayan dejado hasta el pellejo intentando descifrar el origen de las luces muertas, los sonidos del pasado que emitieron los alienígenas, o buscando el elixir de la inmortalidad (y verdaderamente se gasta una fortuna en tales cuestiones).
Referencias y bibliografía
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Notebook B: Transmutation of species (1837). Darwin Online, CUL-DAR121.
On the origin of species by means of natural selection, or the preservation of favoured race in the struggle for life (1859) de Charles Darwin. Londres: John Murray.
Biografía de Charles H. Spurgeon: un hombre ordinario con resultados extraordinarios (2021) por De la Cruz, Juan C, Editorial CLIE.
Biografía de Jonathan Edwards: el más grande pensador de América (2023), Editorial CLIE.
Darwin (1991) de Adrian Desmond y James Moore. Londres: Michael Joseph, Penguin Group, pp. 207-210.
Charles Darwin: His life and impact (2009) en Answers in Genesis (A pocket guide).
Charles Darwin’s zoology notes & specimen list from H.M.S. Beagle (2000) de Richard Keynes. Cambridge University Press, pp. 356, 357.
Avergonzados del evangelio (2001) de John MacArthur. Editorial Portavoz.
Fossil mammalia Part 1, The zoology of The Voyage of H.M.S. Beagle (1840). Richard Owen, ed. por Charles Darwin. Londres: Smith Elder and Co.
Leonard Darwin en Oxford Dictionary Of National Biography.
Mind the GAP: Did Darwin avoid publishing his theory for many years? Notes and Records of the Royal Society (27 de marzo de 2007) de John Van Wyhe. 61: 177-205.
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En Cristo,
Giovanny Gómez Director de BITE |