A pesar de ser un movimiento relativamente joven en la historia de la iglesia, el pentecostalismo fue quizá el catalizador más relevante en el gran siglo de oro de la evangelización global, el siglo XX. Las Asambleas de Dios fueron una de las denominaciones más visibles y representativas de los inicios de esa vertiente del cristianismo. En este artículo buscamos desentrañar la historia de esta importante denominación, que hoy tiene presencia en más de 190 países alrededor del mundo, y cuenta con casi setenta millones de miembros y una amplia influencia en América Latina.
Antecedentes del don de lenguas
Para conocer los comienzos del movimiento pentecostal en Estados Unidos, hay que echarle un vistazo al siglo XIX en busca de una de sus características más identitarias: el don de lenguas. Harold Vinson Synan, un historiador pentecostal que falleció en 2020, narra en su libro The Holiness-Pentecostal Movement in the United States (en español, El movimiento de santidad pentecostal en los Estados Unidos), publicado en 1979, cómo es que este don se hizo tan influyente a finales del siglo XIX:
[Hay] varias instancias del hablar en lenguas durante el siglo diecinueve. En los avivamientos del campamento Cane Ridge de 1800, se vieron ejemplos de esta práctica en adición a otras demostraciones de religiones de la frontera. Un gran aumento de la glosolalia [don de lenguas] se dio en la década de 1890. El clímax llegó cuando el movimiento nacional de santidad resultó en la formación de nuevas denominaciones. Una de las primeras evangelistas de fe y sanidad en América, la Sra. M. B. Woodworth-Etter, reportó acontecimientos de lenguas en un avivamiento masivo de sanidad en St. Louis en 1890. La señora Etter aseveró que algunas personas habían “hablado en lenguas a través de todo mi ministerio.
Como lo relató Senan, hacia finales del siglo XIX, el ambiente de euforia y efervescencia espiritual en los Estados Unidos era, por no decir menos, electrizante. La excitación religiosa se veía constantemente dentro y fuera de las reuniones evangélicas. Esto condujo al nacimiento del movimiento pentecostal en la primera década del siglo XX. Sin embargo, dos hechos muy importantes sucedieron como antesala para el surgimiento de dicho movimiento y, posteriormente, también el de las Asambleas de Dios.
El primero de ellos ocurrió en la víspera de 1901, en la ciudad de Topeka, Kansas, bajo el ministerio de un pastor conocido como Charles Fox Parham. El segundo, se dio hacia 1906, en Los Ángeles, California, bajo el ministerio de uno de los discípulos de Parham: William J. Seymour.
Charles Fox Parham (1873-1929)
Charles Fox Parham, el mediano de cinco hermanos, nació el 4 de junio de 1873 en Muscatine, Iowa. En 1878, la familia se mudó hacia Cheney, Kansas. Su padre William se dedicaba a las tierras y al ganado, y con el tiempo compró un negocio en la localidad. Tras la muerte de su madre Ann en 1885, su padre se volvió a casar al año siguiente con Harriet Miller, hija de un conocido metodista y una mujer de profunda fe, lo cual hizo que el hogar de los Parham se convirtiera en un punto de encuentro para orar y hacer estudios bíblicos.
Salida del “formato” metodista para buscar lo sobrenatural
Parham sintió el llamado al ministerio con apenas 15 años, así que, en 1890, decidió ingresar al Colegio Southwestern de Winfield, Kansas, una institución con vínculos metodistas. No obstante, tres años después, tuvo la impresión de que, más que sumarle, la academia le restaba a su misión pastoral. Por eso empezó a desempeñarse como pastor laico en la Iglesia Metodista Episcopal en Eudora, Kansas, entre 1893 y 1895, aunque nunca llegó a ser ordenado. Desilusionado con la rigidez de la Iglesia metodista, decidió tomar un camino independiente en 1895: criticó la falta de libertad para la predicación inspirada y se lanzó a un ministerio evangelístico itinerante que estaba ganando mucha popularidad en Kansas gracias a los ideales del movimiento de santidad.
En el verano de 1896, Charles Parham se casó con Sarah Thistlewaite, quien provenía de una familia cuáquera. Tras el nacimiento de su hijo Claude en septiembre de 1897, tanto él como el pequeño enfrentaron serias dolencias físicas. Pero, convencido de que su recuperación fue obra de un milagro, rechazó la medicina tradicional y se dedicó a predicar la sanación divina. En 1898, se asentó en Topeka donde abrió una misión y comenzó a liderar la Casa de Sanación Betel (Bethel Healing Home), así como a editar la revista Fe apostólica. Siendo fiel a sus convicciones, Parham dependió enteramente de la providencia divina; se rehusaba a aceptar ofrendas durante sus servicios y confió plenamente en la oración para sostener su obra.
La tercera experiencia de gracia y la Torre de Babel
Decidido a desentrañar las últimas verdades restauradas por los movimientos contemporáneos, Parham tomó un año sabático de su labor en Topeka para sumergirse en el estudio de diversas corrientes religiosas de la época. Esto ocurrió en 1900. Su travesía lo llevó a recorrer lugares en los que varios movimientos religiosos se estaban desarrollando, pero fue en Shiloh, bajo el manto de Frank Sandford en Maine y durante una campaña de avivamiento en Ontario, donde pasó la mayoría de su tiempo. Adoptó algunas de las enseñanzas que presenció, no todas, pero en definitiva la influencia de Sandford en él era palpable. Por ejemplo, elementos clave como el modelo de su escuela bíblica y ciertos enfoques de enseñanza parecen tener su origen en las prácticas de aquel predicador.
Al retornar a Topeka, Parham encontró que su casa de sanación había sido tomada por otros. Optó por no formar una disputa, así que fundó el Colegio Bíblico Betel (Bethel Bible College) en octubre de 1900, modelado según la Escuela Bíblica del Espíritu Santo y Nosotros (Holy Ghost and Us Bible School) de Sandford. Esta nueva institución se regía por una fe inquebrantable: no cobraba ninguna tarifa de inscripción o matrícula, en cambio, Parham invitó a aquellos “ministros y cristianos dispuestos a renunciar a todo, vender sus posesiones, donarlas e ingresar a la escuela para estudiar y orar”. Con Parham como su portavoz, aproximadamente 40 personas respondieron al llamado con Biblia en mano y sintiéndose guiados por el Espíritu Santo.
La escuela fue un terreno fértil para la experimentación espiritual. En la obra de Sandford, Parham ya había oído hablar de individuos que hablaban en lenguas, y había comenzado a creer en una experiencia de bautismo más profunda que la reconocida comúnmente. Por ese mismo tiempo, tuvo algún contacto con la Iglesia de Santidad Bautizada en Fuego (Fire-Baptized Holiness Church), dirigida por Benjamin H. Irwin. Aceptó su enseñanza sobre una tercera experiencia de gracia: el “bautismo con el Espíritu Santo y fuego”, que era adicional a la segunda obra de gracia del movimiento de santidad.
A finales de 1900, sin referirse específicamente al hablar en lenguas, instó a sus estudiantes a buscar una mayor experiencia espiritual. Tras días de oración y adoración, y una vigilia de Año Nuevo en Bethel, la estudiante Agnes Ozman solicitó oración para recibir la plenitud del Espíritu Santo el 1 de enero de 1901. Aquello marcó un hito en la historia, pues a Ozman se le considera la primera persona del movimiento pentecostal que habló en lenguas.
Pero lo que estaba pasando al interior de la escuela de Parham también generó efectos fuera de ella. Sus creencias generaban controversias: su enfoque enérgico en las predicaciones generaba reacciones adversas tanto de la prensa como de antiguos alumnos, quienes llegaron a calificarlo de impostor. Con un dejo de sarcasmo, los medios locales apodaron a su escuela bíblica “la Torre de Babel” debido a la confusión y la espontaneidad percibidos en sus enseñanzas y prácticas.
Sanidades, conversiones e influencia
No obstante, Parham no se dejó amedrentar por las críticas. A pesar de que su ministerio parecía desmoronarse, en abril de 1901 encontró un nuevo comienzo en El Dorado Springs, Missouri. Allí, Mary Arthur y su esposo, un destacado ciudadano de Galena, Kansas, lo invitaron a predicar. En el movimiento pentecostal, a Mary se le considera la primera persona en ser sanada a través de la oración durante una reunión de avivamiento dirigida por Parham. La invitación de los Arthur marcó un punto de inflexión y, durante el invierno de 1903, el evangelista atrajo a multitudes al almacén donde compartía sus mensajes. Centenares de sanidades y conversiones fueron reportadas.
En consecuencia, la influencia de Parham se extendió rápidamente por las pequeñas comunidades mineras del suroeste de Missouri y el sureste de Kansas, y así forjó un sólido núcleo de seguidores que se convirtió en el pilar de su movimiento. En 1906, Parham continuó expandiendo su influencia, especialmente en Houston, donde dirigió una escuela bíblica y dejó una marca indeleble en varios afroamericanos. En este período también se construyó la Primera iglesia pentecostal en Keelville, Kansas, un hito simbólico en la expansión del movimiento.
Quizá el aporte más importante de Parham al pentecostalismo fue que, al ser un restauracionista, rechazó las denominaciones tradicionales por considerarlas incompatibles con el verdadero cristianismo bíblico, al que se refirió como la “fe apostólica”. Por lo tanto, basándose en su estudio de la Biblia, concluyó que la glosolalia era la evidencia de recibir el bautismo en el Espíritu Santo. Mientras que otras personas habían afirmado hablar en lenguas antes que Parham, él fue el primero en conectar el don con dicho bautismo.
William J. Seymour (1870-1922)
William Joseph Seymour nació en el seno de una familia de esclavos emancipados en Centerville, Luisiana. Su infancia estuvo marcada por la dualidad de influencias de fe; su bautismo en la Iglesia Católica de la Asunción de Franklin y la probable asistencia de su familia a la Iglesia Bautista New Providence reflejan el entrelazado de tradiciones que formaron el tejido de su espiritualidad.
Un espíritu inquieto
La muerte de su padre, un veterano del ejército de la Unión, sumió a la familia Seymour en una lucha constante por la subsistencia: cultivaban la tierra en la penumbra de la pobreza. En 1895, William decidió migrar al norte en busca de seguridad y de respuestas. Indianápolis se convirtió en el escenario donde su fe tomó una nueva dirección, en especial debido a su participación en la Iglesia Metodista Episcopal de Simpson Chapel. Esta comunidad no solo nutrió su renacimiento espiritual, sino que también abrió un nuevo capítulo en su vida, marcado por un compromiso inquebrantable con el evangelicalismo.
Seymour encontró en Indianápolis una comunión de creyentes que resonaba profundamente con su espíritu inquieto. Los Evening Light Saints (Santos de la Luz del Atardecer) de Daniel S. Warner le presentaron un cristianismo desprovisto de sectarismo, un evangelio que abrazaba la sanidad divina, el lavado de pies y una expectante mirada hacia la segunda venida de Cristo. Este encuentro marcó un punto de inflexión en su travesía, inculcando en él una doctrina que preconizaba la pureza y la separación del mundo.
Hablar en lenguas
Luego de padecer una viruela que lo dejó ciego de un ojo, Seymour se trasladó a Houston, Texas en 1903. Ese cambio, sumado al encuentro subsiguiente con figuras como Charles Price Jones y Charles Harrison Mason, tejió aún más el telón de fondo de su fe. Por ese mismo tiempo, Parham ya estaba enseñando la doctrina de hablar en lenguas en varios lugares, incluyendo la ciudad de Houston. Allí se encontraba Lucy Farrow, líder afroamericana de una iglesia de santidad, quien encontró empleo como cuidadora de los hijos de la familia Parham.
Ella había conocido a Seymour y, para finales de 1905, le pidió que pastoreara su pequeña misión. Por esa misma época, también convenció a su jefe de que le permitiera a Seymour inscribirse y estudiar en el instituto bíblico pentecostal de Topeka.
Mientras tanto, una mujer llamada Julia Hutchings, que había emigrado de Galveston, Texas, comenzó una pequeña congregación en una calle de la ciudad de Los Ángeles, California. Entre las personas que asistían a esta comunidad estaba una mujer llamada Nelly Ferry, quien también era oriunda de Houston. Al visitar su ciudad natal, Ferry fue a la misión de Farrow, en la que Seymour estaba predicando y, después de escucharlo, le recomendó a Hutchings que lo contactara para que se convirtiera en pastor de la iglesia en Los Ángeles.
Seymour se mudó a Los Ángeles en 1906. Para ese tiempo ya estaba totalmente convencido de la validez del mensaje pentecostal, pero aún no había hablado en lenguas. No obstante, en sus sermones insistía respecto a esa doctrina, lo que ocasionó un rechazo inicial por parte de Hutchings, la fundadora de la congregación. Entonces Seymour salió de la misión con un grupo de personas que simpatizaban con su mensaje y estableció su nueva congregación sobre la calle Bonnie Brae.
Avivamiento de la calle Azusa
Luego se mudó a otro edificio que antes había sido la sede de una congregación perteneciente a la Misión Africana Metodista Episcopal y se encontraba en la calle Azusa. A la edificación se le habían dado varios usos, incluyendo el de bodega para guardar caballos. Una práctica común en la nueva congregación era imponer manos sobre las personas que aún no habían hablado en lenguas para que recibieran el don. Se podría decir que, a mediados de 1906, varios de los asistentes ya lo habían recibido, lo que llamó la atención de muchos otros evangélicos de las áreas cercanas, de otras iglesias y hasta de los medios de comunicación. Por ejemplo, Los Angeles Times llegó a publicar casi diariamente historias de lo que estaba sucediendo en aquella pequeña reunión, a la que denominaron una “nueva secta religiosa”.
Por aquel tiempo, Seymour estuvo bajo la supervisión y acompañamiento de Parham; veía en él una autoridad y un mentor. Pero las discrepancias teológicas y metodológicas pronto ensombrecieron su relación. Parham, criticó el avivamiento que Seymour lideraba en Los Ángeles y se distanció, marcando una división irreparable. Lo que no anticipó fue que el avivamiento de la calle Azusa minimizaría significativamente su influencia en el movimiento.
Esta pequeña congregación en la calle Azusa es hoy conocida como la primera gran congregación pentecostal de la historia. Hoy es conocida como Misión de Fe Apostólica. Fue fundada por Seymour y engendró centenares de otros movimientos pentecostales que defendieron la bandera de la renovación espiritual evidenciada a través de hablar en lenguas. Una de las denominaciones más importantes que nació allí fueron la de las Asambleas de Dios.
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Integración de los movimientos pentecostales
Figuras como Howard A. Goss, L. C. Hall, D. C. O. Opperman, A. G. Canada y, posteriormente, Eudorus N. Bell, un exministro bautista del sur, emergieron como pilares en este proceso de reconfiguración del pentecostalismo. Juntos, no solo redefinieron el tejido organizativo del movimiento, sino que también contribuyeron a su identificación definitiva con el término “pentecostal”, el cual encapsulaba tanto su doctrina como su dinámica espiritual.
Entre 1909 y 1912, este grupo de líderes se dedicó a la tarea de absorber y unificar bajo su tutela a una variedad de congregaciones pentecostales pequeñas que fueron influidas por el Avivamiento de Azusa y que estaban dispersas por el Medio Oeste y el Suroeste de Estados Unidos. A pesar de ser predominantemente blanco, el Movimiento de Fe Apostólica se caracterizó por ser inclusivo: acogió entre sus filas a ministros y misioneros negros e hispanos, un reflejo de la diversidad inherente al pentecostalismo.
De forma paralela, la Iglesia de Dios en Cristo, con sede en Memphis, Tennessee, y cuyas raíces están firmemente plantadas en la tradición de santidad afroamericana, fue clave dentro del naciente movimiento pentecostal. Charles Harrison Mason, su fundador, tras una visita a la calle Azusa en 1907, abrazó fervientemente el mensaje pentecostal. De esta manera la Iglesia de Dios en Cristo se unió al pentecostalismo.
Hasta 1910, Los Ángeles había sido el centro del pentecostalismo, pero ese año pasó a ser Chicago, Illinois. Según el historiador Vinson Synan, “durante la siguiente década, Chicago sirvió como centro teológico y de misiones mundiales de facto para el movimiento de rápido crecimiento”. En ese contexto florecieron dos congregaciones que, debido a su influencia y dinamismo, se destacaron: la Stone Church y la Misión de North Avenue. Ambas tenían profundas conexiones con el Movimiento de Fe Apostólica y se convirtieron en centros clave de la expansión del pentecostalismo.
Stone Church, fundada en 1906 por William Hamner Piper, un exseguidor de John Alexander Dowie, se convirtió en un punto de encuentro para los pentecostales. Bajo la guía espiritual de William Howard Durham, la Misión de North Avenue se distinguió por su enfoque teológico único. Él mismo había presenciado lo sucedido en la calle Azusa en 1907, pero desafió la noción prevalente de la santificación como una segunda obra de gracia. Su enseñanza de la “obra terminada” proclamaba que la salvación era un acto completo y definitivo de Dios, que purificaba y redimía integralmente al creyente.
La ubicación estratégica de ambas congregaciones en Chicago las posicionó como espacios ideales para convenciones y mítines que reunían a creyentes de diversos orígenes. La influencia de Durham trascendió las fronteras de Chicago y resonó en todo el mundo pentecostal. Entre aquellos impactados por su ministerio se encontraba A. H. Argue de Winnipeg, Canadá, quien, después de recibir el bautismo en el Espíritu Santo a través del ministerio de Durham, regresó a su país para sembrar las semillas de lo que se convertiría en las Asambleas Pentecostales de Canadá.
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Relación con la Alianza Cristiana y Misionera
La Stone Church y la Misión de North Avenue fueron las “principales exportadoras” de pentecostalismo a las congregaciones de la Alianza Cristiana y Misionera –una denominación fundada por A. B. Simpson– del Medio Oeste y Noreste. Simpson y otros líderes de la Alianza se mostraron cautelosamente receptivos al pentecostalismo. En la primavera de 1907, el consejo anual estaba convencido “de que Dios [estaba] visitando ahora a su pueblo en muchos lugares con una manifestación especial de poder”.
De esta manera, durante todo el verano de 1907, se exhibieron aspectos del avivamiento pentecostal en los eventos de la Alianza Cristiana y Misionera. En la Convención de Beulah Park en Collinwood, Ohio, se afirmó lo siguiente:
Dios derramó Su Espíritu sobre el pueblo en general y sobre otros en particular, para que hablaran en nuevas lenguas y engrandecieran a Dios. Los enfermos eran sanados y los demonios eran expulsados.
Si bien Simpson no se oponía a hablar en lenguas, no apoyaba la doctrina de las lenguas probatorias. En 1914, la Alianza adoptó una posición oficial al respecto: “el creyente consagrado puede recibir el Espíritu en Su plenitud sin hablar en lenguas ni ninguna manifestación milagrosa”. Posteriormente, los miembros que creían firmemente en las lenguas probatorias se retiraron. Después de la muerte de Simpson, la Alianza se volvió más hostil al hablar en lenguas. A. W. Tozer acuñó la frase “no busques, no prohibas” para resumir la postura de la Alianza sobre este asunto.
La Alianza Cristiana y Misionera tuvo una profunda influencia en las Asambleas de Dios. Según el historiador Joe Creech, de ella derivaron su “himno, doctrina de sanidad física, eclesiología y estructuras organizativas”. Mientras que el Movimiento de Fe Apostólica atraía a sus seguidores del suroeste rural, la Alianza y los pentecostales de Chicago eran principalmente evangélicos de clase media del Norte. Muchos de los que terminaron convirtiéndose en líderes de las Asambleas de Dios habían estado en la Alianza Cristiana y Misionera.
Nacimiento del Concilio de las Asambleas de Dios
E. S. Williams, quien posteriormente llegó a ser el primer presbítero general de las Asambleas de Dios de los Estados Unidos, fue uno de los testigos de los acontecimientos en la calle Azusa en 1906. Sobre eso, escribió:
El frente de la misión (el edificio) estaba atestado de buscadores y otras personas tratando de ayudarlos. Mi corazón estaba hambriento de Dios. Comencé a ver el bautismo en el Espíritu Santo, y el 2 de octubre lo recibí.
No obstante, las manifestaciones espirituales demandaban algunas decisiones de parte de aquellos que las estaban experimentando. Una de las más obvias era la de reunirse junto a una confraternidad de creyentes y pastores que abrazaran la idea de que las lenguas eran un don vigente y practicable dentro de la iglesia de ese tiempo.
El Primer Consejo General, una asamblea que congregó a las mentes más influyentes y visionarias del movimiento con el objetivo de forjar un nuevo sendero para la fe pentecostal, se llevó a cabo en la ciudad de Hot Springs, Arkansas. La convocatoria a este concilio fue un llamado a la unión y la colaboración entre diversas facciones del pentecostalismo, que hasta entonces navegaban en aguas de relativa dispersión. La visión era clara: forjar una hermandad inquebrantable bajo los estandartes de la doctrina unificada y el avance misionero, tanto en suelo estadounidense como en tierras lejanas. La respuesta fue abrumadora, con delegados de veinte estados y misioneros de rincones tan distantes como Egipto y Sudáfrica.
El resultado fue una fusión del Movimiento de Fe Apostólica, los pentecostales de Chicago y los pentecostales de la Alianza Cristiana y Misionera. La hermandad que surgió se incorporó como Concilio General de las Asambleas de Dios. En noviembre de 1914 se reunieron nuevamente en la sede de Stone Church y firmaron un pacto de cooperación, oración y finanzas compartidas, con el objetivo de la “más grande evangelización que el mundo jamás haya visto”.
El asunto de la “unicidad”
Los fundadores de la nueva comunidad pentecostal no tenían la intención de establecer una nueva denominación y, en sus inicios, carecían de un credo o declaración doctrinal específica. No obstante, la aparición de diversas cuestiones doctrinales, entre las cuales destacaba la enseñanza de la unicidad, impulsó a las Asambleas Generales a definir las doctrinas fundamentales y confirmar ante los cristianos evangélicos su compromiso con la fe ortodoxa.
El pentecostalismo unitario, que rechazó la teología trinitaria, equiparó al Jehová del Antiguo Testamento con el Cristo del Nuevo Testamento. Además, los proponentes de la unicidad sostenían que todos los cristianos, incluso aquellos previamente bautizados, debían recibir el bautismo en el nombre de Jesús y no bajo la fórmula trinitaria. En 1915, esta doctrina ganó adeptos dentro de la comunidad, incluidos fundadores como Goss, Opperman, Hall y Henry G. Rodgers. Destacados líderes, como G. T. Haywood, también se alinearon con la enseñanza de la unicidad.
En 1916, el IV Consejo General se congregó en St. Louis para abordar esta “nueva cuestión”. En un acto que generó considerable inquietud, un comité introdujo la Declaración de Verdades Fundamentales. Aunque algunos defensores de la unicidad y otros percibieron esto como un desafío a la autoridad de la Biblia, se continuó el proceso, recomendando además que los ministros de las Asambleas de Dios adoptaran la fórmula bautismal trinitaria. Se revocaron las credenciales de predicación anteriores y se emitieron nuevas, incorporando las Verdades Fundamentales.
Esa medida forzó la salida de los creyentes unitarios, lo cual incluía a un tercio de los ministros de la fraternidad, e impactó especialmente en el Sur, donde la doctrina de la unicidad era más influyente. Como consecuencia, hubo un cambio en el Movimiento de Fe Apostólica, pues muchos líderes antiguos eran partidarios de la enseñanza de la unicidad. El cambio favoreció a individuos con antecedentes en el cristianismo y la Alianza Cristiana Misionera. Los disidentes unitarios establecieron la Asamblea General de las Iglesias Apostólicas, que más tarde se uniría a otro grupo para formar las Asambleas Pentecostales del Mundo.
Pentecostalismo y metodismo
Donald W. Dayton, profesor y teólogo metodista escribió lo siguiente: “El pentecostalismo es una de las fuerzas más dinámicas de cristiandad del siglo veinte (…) salió del metodismo y de los avivamientos de santidad del siglo diecinueve”. En los escritos clásicos de muchos líderes pentecostales y en las doctrinas del movimiento, Dayton dijo haber encontrado evidencias de metodismo wesleyano, especialmente respecto a la salvación, el pecado, la búsqueda de la santidad, la restauración, los llamados al altar, el inminente regreso de Jesucristo y la necesidad de un acto de conversión.
“La raíz del pentecostalismo está más en la tradición teológica wesleyana, que en algún otro sistema de ideas evangélicas modernas de avivamiento”, afirmó Dayton. Sin embargo, también aseguran que incidieron las convenciones de Keswick, de donde el movimiento pentecostal adoptó la creencia de que los cristianos pueden recibir cierto poder de Dios a través de la llamada “segunda obra de gracia”.
Esa es la versión más popular entre los historiadores respecto a la herencia doctrinal de las Asambleas de Dios de los Estados Unidos. Sin embargo, hay quienes sostienen lo contrario. Synan afirma que, aunque aceptaba a pentecostales wesleyanos, la denominación se “ubicaba en el ala pentecostal evangélica, no wesleyana, dispensacionalista”. En especial, los pentecostales de obra consumada o “pentecostales bautistas” estarían más alineados a esta perspectiva.
Misiones pentecostales
La efervescencia espiritual detrás del movimiento pentecostal y su convicción férrea de una inminente segunda venida de Cristo, idea reforzada por las manifestaciones espirituales de lenguas, llevó a sus adeptos de manera muy notable a impulsar las misiones hacia el extranjero. Llevar el evangelio al mundo entero era totalmente prioritario para que el mayor número de personas pudiera conocer a Cristo antes de ese suceso.
El fervor misionero encontró terreno fértil en un momento en que el protestantismo atravesaba un periodo de división y redefinición, con corrientes que oscilaban entre el liberalismo teológico y el fundamentalismo dispensacionalista. La disolución del movimiento voluntario de estudiantes hacia posturas más liberales y la renuncia a la evangelización mundial señalaron un cambio de paradigma en la misión protestante, preparando el escenario para una renovación espiritual. J. Philip Hogan, director de larga data de misiones globales de las Asambleas de Dios, afirmó lo siguiente:
Las Asambleas de Dios nacieron en el momento en que el alcance protestante misionero había creado la ola más grande del ministerio misionero desde la salida de William Carey (...) El mundo misionero estaba listo para una infusión de nueva vida. Esa infusión llegó cuando el avivamiento pentecostal brotó simultáneamente en varios lugares a través del mundo y cambió para siempre la faz de las misiones del mundo.
Ese contexto de escepticismo y racionalismo, donde tanto liberales como conservadores dudaban de la continuidad de los milagros y las manifestaciones del Espíritu Santo en la era contemporánea, abonó el terreno para el avivamiento pentecostal. Este movimiento no solo reafirmó la centralidad de la salvación y la actividad milagrosa de Dios en el presente, sino que también revitalizó el mundo misionero con un nuevo empuje y una visión renovada para la evangelización global.
La fundación del Concilio General de las Asambleas de Dios en 1914 formalizó su compromiso con las misiones e hizo que se priorizara la administración eficiente de los recursos para el sostén de los obreros. Desde sus inicios, realizaron una asignación significativa del presupuesto anual para este asunto. Hogan dijo: “Cuando el Concilio comenzó a existir en 1914, veintisiete misioneros extranjeros se unieron y en pocos años les siguieron doscientos más”.
El avivamiento de Azusa sirvió como catalizador para muchos misioneros que, tras ser tocados por esta experiencia pentecostal y enfrentar la exclusión de sus organizaciones originales, se unieron a las filas del nuevo Concilio General. Este flujo de obreros experimentados enriqueció el movimiento y amplificó su alcance global. El compromiso de las Asambleas de Dios con las misiones se evidenció en la rápida expansión de su cuerpo misionero y la notable participación femenina.
Las Asambleas de Dios de los Estados Unidos se han esforzado por adoptar un enfoque misionero distanciado de las prácticas de colonización religiosa asociadas a la historia misionera de países como España. Esta postura se basa en el respeto por la autonomía y la cultura de los pueblos a los que sirven, especialmente en Latinoamérica, donde líderes pioneros como Melvin Hodges y Ralph Williams demostraron que fomentar el liderazgo local era no solo sensato, sino esencial para establecer una presencia evangélica auténtica y respetuosa.
La estrategia de empoderar a líderes locales, formando una red de confraternidades nacionales interconectadas en lugar de imponer un “imperio eclesiástico” desde el exterior, generó una acogida mucho más cálida y una cooperación efectiva en el campo misionero. También evitó muchos de los conflictos y resistencias que enfrentaron otras misiones. Para implementar este principio de autonomía, era crucial un entrenamiento adecuado.
A pesar de que en la preparación misionera y ministerial de las Asambleas de Dios inicialmente se enfatizaba más en la experiencia práctica que en la formación académica, los retos del campo misionero demandaban una combinación de ambas. Con el tiempo, el movimiento estableció programas de formación que fueran accesibles para todos los creyentes, sin importar su nivel de educación, su estado laico o clerical, y su sexo. Esta apertura al entrenamiento y la inclusión del principio del “sacerdocio de todos los creyentes” permitió un crecimiento y una organización significativos de los concilios de las Asambleas de Dios fuera de los Estados Unidos.
En el Concilio General de las Asambleas de Dios había una clara comprensión de su misión transcultural como parte integral de su identidad. En la reunión de 1914, en Chicago, J.W. Welch, el moderador general, afirmaba que las Asambleas de Dios eran fundamentalmente un cuerpo misionero. En la denominación se ha tenido la convicción de que ser llenos del Espíritu Santo implica necesariamente un llamado misionero activo, con el objetivo de llevar luz a aquellos en oscuridad espiritual.
La prioridad dada a las misiones ha sido, por tanto, la piedra angular de los logros de las Asambleas de Dios, quienes han difundido su mensaje a nivel global. Hoy tienen cerca de 360 000 congregaciones alrededor del mundo, lo que convierte a esta denominación en una de las más influyentes dentro del paisaje protestante actual. Son la denominación pentecostal más grande del mundo, un hecho verdaderamente sorprendente para un movimiento que inició en una bodega en un barrio popular de Los Ángeles.
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