Francisco Penzotti nació en Italia en 1851, en la pintoresca localidad de Chiavenna, muy cerca del límite con Suiza. Por aquella época, las regiones del norte de Italia estaban en constantes luchas y revueltas que involucraban a ejércitos imperiales y turbas campesinas. A la edad de seis años, Francisco perdió a su padre y a los trece años decidió abandonar la convulsionada Europa junto a sus dos hermanos mayores. Los hermanos emigraron hacia Uruguay en 1864, para comenzar una nueva vida, en el nuevo mundo.
En Uruguay, Francisco aprendió el oficio de carpintero al cual se dedicó. También conoció a una joven inmigrante española llamada Josefa Sagastibelza, con quien se casó a los 20 años y juntos establecieron su hogar. Por aquellos años, los protestantes estaban iniciando la predicación del evangelio en castellano en Uruguay. Cabe destacar, que la religión oficial de las ex colonias españolas era el catolicismo y había muy poca apertura a otras confesiones. Las iglesias protestantes fueron admitidas por los nuevos gobiernos independentistas, en la medida que solo ofrecieran servicios religiosos a inmigrantes de sus respectivos países. O sea que las pocas iglesias protestantes del siglo XIX en suelo latinoamericano oficiaban en inglés mayormente.
Los países del Cono Sur (Argentina, Chile y Uruguay) fueron los que más rápido permitieron la libertad de culto y de conciencia, como también la predicación protestante en idioma español. La iglesia metodista de Argentina fue una de esas iglesias que comenzó a evangelizar a las ciudades de la cuenca del Río de la Plata.
Penzotti supo del evangelio por 1875, gracias a que recibió un Evangelio de Juan mientras estaba en un bar. Aunque había sido criado católico, nunca realmente fue practicante. Luego entró en contacto con Andrew Milne y el Rev. Thomas B. Wood, quienes lideraban el templo metodista en la ciudad. De ellos recibió discipulado y pastoreo, tanto él como su esposa, llegando toda la familia Penzotti al evangelio de Cristo en 1876.
Inmediatamente se dedicó al estudio de la Biblia y al evangelismo. Su taller sufrió un incendio, pero lejos de desanimarle, le dio más tiempo para dedicarse a la evangelización y entregarse al llamado. Primero aceptó ir a evangelizar en la Colonia Valdense de Uruguay, y en 1883 fue invitado por Andrew (Andrés) Milne, para acompañarlo en sus viajes como colportor.
Con este ministerio recorrió diversos países y regiones de América del Sur, también realizó un viaje de reclutamiento a Inglaterra para exponer la necesidad espiritual de América Latina. En el último viaje juntos, Milne y Penzotti llegaron hasta Colombia, Venezuela y el Caribe. Regresaron luego a Colombia, navegando por el río Magdalena y de allí en mula hasta Bogotá. Bajó por Ecuador, Perú y Chile, y finalmente arribó a Montevideo, después de 14 meses de intenso viaje.
Durante estos años demostró gran entrega por la obra misionera, lo que llevó a Andrés Milne, secretario de la American Bible Society para el Río de la Plata, a recomendarlo para liderar la obra en Perú. Penzotti aceptó el llamado y se mudó junto a su familia a Perú en 1887, como nuevo representante de la Sociedad Bíblica.
Pero Penzotti no se dedicó solamente a la distribución de Biblias y literatura protestante, sino que también predicaba en castellano y con gran ímpetu. Aunque la predicación protestante en español y al aire libre se estaba permitiendo en países como Uruguay, en Perú aún era muy resistido todo lo que tuviera que ver con el protestantismo.
El escenario de la libertad religiosa en Perú
Perú inició su vida constitucional con cierto espacio para la libertad religiosa. Los libertadores, con San Martín a la cabeza, tenían tendencias liberales y buscaban construir estados separados de la fuerte influencia de la iglesia católica. El documento original de las Bases de la Constitución solamente refería al nuevo estado como “católico, apostólico, romano”, sin mayores aclaraciones. Pero tan solo un día más tarde, vecinos notables de Lima y representantes de la pujante iglesia católica exigieron que el texto incluyera las siguientes palabras: “con exclusión del ejercicio de cualquier otra”. La constitución de 1823 fue más lejos, pues su artículo 9 sancionaba que es un deber de la Nación peruana proteger la iglesia católica constantemente, por todos lo medios, y que cualquier habitante debía respetarla inviolablemente.
Las siguientes constituciones (con una efímera excepción en tiempos de Simón Bolívar) continuaron con esta intolerancia religiosa a favor del catolicismo, que prohibía el ejercicio de cualquier otra confesión, sin importar que fuese de carácter público o privado. Recién en 1856 comenzará una disputa entre el Estado y la iglesia católica en materia de libertad, que dio forma al contexto ríspido en el que Penzotti inició su ministerio en Perú.
Facciones liberales y conservadoras se enfrentaron en varios debates, con pequeñas victorias para cada bando. Se eliminaron tanto el diezmo oficial, como los fueros católicos en el joven Estado peruano. De todos modos, se redactó un código penal que establecía cárcel de un año para quienes celebraran un culto no católico en público. En la constitución de 1867 se prohibió el ejercicio público de otras confesiones, permitiendo implícitamente el culto privado.
En 1868, se aprobó la fundación de cementerios laicos, que despertó una fuerte reacción conservadora de católicos que veían en este hecho, el inicio de la apostasía y la pérdida de la influencia católica en la sociedad. A este contexto de disputas religiosas llegó Francisco Penzotti y su familia en 1888, no solo para repartir Biblias, sino para predicar abiertamente la Palabra de Dios.
La obra en Perú
El 5 de diciembre de 1887, la familia Penzotti embarcó en Montevideo, junto a un colaborador de la Sociedad Bíblica. Hicieron escala en Arica, ciudad peruana por aquellos años, escala que se alargó por seis meses debido a una epidemia de fiebre amarilla en Lima. Durante estos meses, Penzotti perdió una hija de dos años y su mujer dio a luz otra niña, siete días más tarde. El inicio de las pruebas que le esperaban.
En julio de 1888 llegaron finalmente al puerto de Callao, localidad donde alquilaron un edificio para realizar el primer servicio religioso. Durante el primer año la obra misionera creció de forma meteórica. Para octubre casi 300 personas asistían al servicio y el evangelio crecía por toda la ciudad, pero también llegaron los problemas. A fines de ese mismo año empezaron a recibir oposición cada vez más abierta, hasta fueron amenazados de ser dinamitados en medio del culto.
También a fines de 1888 realizaron el primer bautismo, y al año siguiente celebraron el primer matrimonio, actos de clara disputa contra la autoridad católica romana. Era común que el edificio recibiera inscripciones discriminatorias en su fachada, incluso un cura de Lima llegó a poner candado a las puertas mientras la congregación estaba adentro reunida. Al mismo tiempo, una turba exaltada por el sacerdote se convocó para molestar a los hermanos reunidos, al punto que ensuciaron con excremento las puertas de la iglesia.
En 1890, Penzotti junto a dos colaboradores viajaron al sur del país, con la misión de entregar Biblias por las ciudades que visitaran. Dejaron la congregación de Callao bajo el liderazgo de líderes locales y partieron rumbo al sur. Llegando a Arequipa, sus colaboradores continuaron hasta Mollendo, sobre la costa, mientras que Penzotti se quedó allí para repartir copias de la Sagrada Escritura.
Aprovechando que se encontraba solo, el obispo de Arequipa instigó a los gendarmes que detuvieran y encarcelaran a Penzotti. Allí permaneció por 19 días, hasta que el presidente Cáceres ordenó su liberación. Luego supo que sus compañeros habían escapado milagrosamente de ser apedreados, en un intento de asesinato.
La detención del italiano había sido totalmente arbitraria y ni siquiera una denuncia formal se había realizado para justificar el hecho. La irregularidad llegó a oídos del embajador italiano, que inmediatamente elevó una queja al gobierno peruano. La intervención del diplomático parece haber hecho presión suficiente como para liberar al colportor.
Penzotti regresó a Callao ni bien fue liberado, e inició una demanda legal para recuperar las Biblias y tratados confiscados por las autoridades de Arequipa. La demanda legal, los viajes misioneros al sur del país y el crecimiento acelerado de la iglesia metodista despertaron la oposición de sacerdotes y curas de Lima. Entre ellos, el párroco José Manuel Castro, quien acusó a Penzotti de violar la Constitución al abrir un templo no católico, administrar los sacramentos y predicar públicamente una doctrina contraria.
La Constitución vigente le daba la razón al párroco, lo cual llevó a la segunda detención de Penzotti, el 26 de julio de 1890, mientras la familia estaba aún desayunando. Fue encerrado en el calabozo de la Fortaleza Real Felipe, en Callao. Por gracia de Dios, Penzotti fue bien acogido por los demás presos, que encontraron en él un guía espiritual y un hombre de consuelo. Tal fue el impacto de su testimonio y predicación dentro del presidio, que los curas católicos se indignaban y acusaban a Penzotti de “seducir” a los presos con su religión.
Su encarcelamiento suscitó un fuerte debate en la opinión pública limeña que excedía lo estrictamente religioso. El previo enfrentamiento entre liberales y conservadores se reavivó con estos sucesos, un enfrentamiento por modificar la relación entre estado e iglesia. Los sectores más liberales de la política peruana defendieron la libertad de Penzotti, incluso cuando muchos de ellos profesaban el catolicismo.
El gobierno de Perú intentó deshacerse del problema para aliviar las tensiones sociales. Invitaron a la esposa de Penzotti, Josefa, a una entrevista con un ministro del gobierno para ofrecerle la libertad de su esposo, con el compromiso de abandonar el país. Ella se negó porque sería abandonar la obra misionera y dejó asombrado al ministro por su convicción y determinación.
Así se expresó el funcionario público sobre Josefa: “¡Jamás vi un trance igual!” – refiriéndose a la discusión, – “¿será que estos tercos y audaces protestantes han logrado resucitar a la mujer espartana? Si no corto por lo sano, hubiera sido capaz de convencerme de que no soy cristiano”. Sin dudas que ella había aprovechado la ocasión para exponer sobre la verdadera fe bíblica. La reflexión del ministro peruano termina de este modo: “¡Cuán necesitados estamos en el Perú de mujeres como esta! Pero el catolicismo no crea personas de ese temple”.
Repercusión internacional
Como Francisco Penzotti era un extranjero trabajando para la American Bible Society, el caso produjo interés en la prensa internacional, especialmente de los Estados Unidos. El primer periódico en publicar el hecho fue The Indianapolis Journal, donde comparaba desfavorablemente a Perú y Bolivia con Argentina y Chile, respecto a la libertad de culto. También el periódico neoyorquino The Sun recogió la noticia con una nota sobre el caso.
Pero el diario que puso en agenda el encarcelamiento de Penzotti fue The New York Herald. Este periódico publicó la icónica fotografía del pastor metodista tras los barrotes de su prisión, y durante dos meses siguió el caso realizando descripciones de la cárcel y la situación general en Perú. Publicó columnas de opinión sobre la libertad de culto, llegando incluso a criticar al embajador italiano en Perú, a la iglesia católica en su conjunto y al presidente de Perú.
El embajador peruano en Estados Unidos llegó a quejarse por el daño que esta cobertura periodística hacía a la imagen de su país. Varios periódicos menores hicieron eco de la noticia del New York Herald, llevando la noticia al otro lado del Atlántico, hasta Gran Bretaña. Algunos medios gráficos de baja tirada en Inglaterra y Escocia publicaron el caso, aunque ya sobre el cierre de la cuestión.
El New York Herald inició su cobertura en enero de 1891, y por dos meses siguió de cerca la situación de Penzotti. Esto fue de gran presión para el gobierno peruano y aportó para una resolución favorable. Sin duda que fue un medio usado por Dios para la liberación del colportor italiano, en respuesta a las oraciones de muchos creyentes.
A fines de marzo de 1891, Francisco Penzotti fue liberado luego de ocho meses de cárcel, en un claro ejemplo de persecución religiosa en suelo latinoamericano. A las puertas de la prisión, su familia, amigos y hermanos en la fe celebraron su liberación, y el primer domingo de su regreso al púlpito, la iglesia tuvo su sala completa.
Perú continuaría su larga disputa por la libertad de culto y de conciencia. En 1915, la Constitución modificó el artículo 5, suprimiendo la frase “no se permite el ejercicio público de ninguna otra [religión]”. Finalmente, la Constitución de 1920 dispuso explícitamente, en su artículo 25, que nadie sería perseguido por sus ideas y creencias.
El caso de Penzotti se encadena al largo proceso por lograr la libertad religiosa en Perú, y ejemplifica cómo la persecución era real en América Latina hasta hace apenas cien años atrás.
Aunque el cristianismo como tal lleva milenios de vida, e incluso el protestantismo lleva siglos, la iglesia evangélica en latina aún es joven y ha enfrentado mucha oposición. Las cosas no serían muy distintas hasta los cambios al interior del catolicismo, debido al Concilio Vaticano II, pero incluso hasta nuestros días se viven casos de discriminación por motivos religiosos.
Últimos años e importancia
Retomando la vida de Francisco Penzotti, luego de su liberación a mediados de 1891, el Rev. Thomas Wood se puso al frente de la obra en Callao y en todo el Perú. La familia Penzotti viajó a Buenos Aires para asistir a la boda de su hija Adela, y luego se tomaron un merecido descanso. En 1894, la Sociedad Bíblica solicitó a Penzotti realizar un viaje de reconocimiento a América Central con la intención de iniciar el ministerio de distribución bíblica allí.
Cuando el relevamiento fue aprobado, Penzotti fue reconocido y consagrado en la iglesia de Nueva York, y tomó su cargo como representante de la Sociedad Bíblica en América Central. Su labor misionera y encarcelamiento por el evangelio fue recogido por diferentes libros de índole misionera, que utilizaron su historia para la movilización. América Latina era, a grandes rasgos, el continente postergado por las misiones protestantes, que se habían enfocado más en África, Asia y el subcontinente indio.
La notoriedad pública de los sucesos en Perú ayudó a consolidar las misiones protestantes y evangélicas hacia América Latina, que ya habían iniciado pocos años atrás. Por su parte, Penzotti vendió personalmente 125,000 libros y, bajo su dirección, se distribuyeron más de 2,000,000 de Biblias en toda Latinoamérica. Falleció en Buenos Aires en 1925.
El legado de Francisco Penzotti tiene que ver con la distribución bíblica, pero también con su ejemplo de entrega y sufrimiento por la obra, que Dios usó para movilizar su iglesia hacia los países latinos. Dedicó toda su vida, desde su conversión hasta su muerte, a la difusión del evangelio, y se convirtió en una figura clave para la iglesia latina contemporánea y la libertad religiosa.
FUENTES
Boston University. Penzotti, Francisco G. Gran colportor metodista. School of Theology, Boston University. Recuperado en www.bu.edu/missiology
Seiguer, P. (2019) “Los caminos de Penzotti”. Las misiones protestantes en América del Sur y la construcción de la laicidad. Iberoamericana, XIX, N° 70, pp 157-179.
Ramos Núñez, C. (2007) Francesco Penzotti: víctima del sectarismo religioso. Revista BIRA, N° 34, pp 87-100. Lima, Perú.
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