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El protestantismo en América Latina tuvo un desarrollo lento en la mayor parte de su historia. La oposición católica era abierta, ejerciendo una fuerte presión social sobre los nuevos conversos, incluso con persecuciones y linchamientos. Aunque los gobiernos permitían la libertad de culto, los protestantes y evangélicos eran tratados como una secta herética y condenados públicamente.
Recién en la segunda mitad del siglo XX comenzó a verse un espectacular crecimiento estadístico, en gran parte debido al movimiento pentecostal. Pero también fue posible gracias al cambio de perspectiva que hubo en la iglesia católica. El Concilio Vaticano II fue ese momento bisagra que ayuda a comprender la actual relación entre católicos y evangélicos en América Latina.
Qué fue el Concilio Vaticano II
Luego de las guerras mundiales, la sociedad occidental sufrió muchos cambios bajo la fuerza de diferentes corrientes de pensamiento. Cada una pretendía responder a los interrogantes humanos más profundos y explicar el sentido de una realidad que estaba sumida en el caos. Pero comparada a la velocidad de la vida moderna, la iglesia católica romana parecía más bien estática, como estancada en las glorias pasadas.
Pero a medida que pasaban los años era más evidente que el catolicismo necesitaba adaptarse al mundo actual. En 1958 fue elegido un nuevo pontífice, el italiano Angelo Giuseppe Roncalli quien adoptó el nombre de Juan XXIII. Este fue el momento propicio para realizar los cambios que ya se venían gestando en el interior de la iglesia romana y que luchaban por ganar aceptación general.
El 11 de octubre de 1962, el papa Juan XXIII dio apertura al Concilio Vaticano II, que se extendió hasta el 8 de diciembre de 1965. Allí se reunieron un gran número de obispos para tomar decisiones acerca de los cambios que la iglesia católica necesitaba, y la forma de aplicarlos. Asistieron también representantes de otros cultos cristianos, teólogos y expertos quienes supervisaron o acompañaron el concilio a lo largo de sus cuatro sesiones.
El concilio tenía por objetivo una adaptación de las formas religiosas al nuevo escenario social y cultural. Las doctrinas más representativas del catolicismo se ratificaron, pero se propuso un aggiornamiento, o sea, una actualización. Fue un verdadero cambio de rostro para el romanismo, que se puede ejemplificar con la forma en que se celebraba la misa: en latín y de espaldas al pueblo. Luego del Concilio se permitió usar los idiomas locales y con el sacerdote de cara a los presentes.
Las decisiones del Concilio incluyeron nuevas posturas respecto a los medios de comunicación, e iniciativas para acercarse a otras ramas del cristianismo (en especial a las iglesias ortodoxas y griegas). Pero uno de los cambios con mayor impacto fue respecto al rol y valor de los laicos.
La controversia respecto al sacerdocio
Será necesario hacer un poco de historia para entender la importancia del cambio. Hasta 1962, dentro de la iglesia romana existía un desprecio por el mundo y la vida terrenal, debido a la doctrina medieval del contemptus mundi. Esta cosmovisión había puesto un abismo entre el clero y la realidad cotidiana. La iglesia católica miraba con sospecha los asuntos de este mundo presente, mientras se resguardaba tras los muros de sus catedrales y monasterios. Así fue forjándose una distinción radical entre el clero y los laicos, poniendo a la santidad fuera del alcance de las personas comunes. Martin Lutero criticó duramente el sacramento católico del orden, pues gracias a ello surge:
“... la detestable tiranía con que los clérigos oprimen a los laicos. Apoyados en la unción corporal, en sus manos consagradas, en la tonsura y en su especial vestir, no sólo se consideran superiores a los laicos cristianos —que están ungidos por el Espíritu Santo—, sino que tratan poco menos que como perros a quienes juntamente con ellos integran la iglesia. De aquí sacan su audacia para mandar, exigir, amenazar, oprimir en todo lo que se les ocurra. En suma: que el sacramento del orden fue —y es— la máquina más hermosa para justificar todas las monstruosidades que se hicieron hasta ahora y se siguen perpetrando en la iglesia. Ahí está el origen de que haya muerto la fraternidad cristiana, de que los pastores se hayan convertido en lobos, los siervos en tiranos y los eclesiásticos en los más mundanos”. 1
El catolicismo reaccionó a la defensiva, al sentir que la Reforma ponía en peligro su hegemonía religiosa en Europa. La respuesta romana fue el Concilio de Trento, que condenó la “herejía” protestante y sostuvo los siete sacramentos, entre otras doctrinas católicas. Con esta actitud cerrada se mantuvo la iglesia romana durante cuatro siglos, sorda a los cambios sociales. El Concilio Vaticano II significó la apertura de Roma y la asimilación de algunas enseñanzas protestantes sobre sacerdocio universal.
Lutero y el Concilio Vaticano II
Esta es la tesis que sostuvo Alberto Methol Ferré, un pensador y teólogo católico de origen uruguayo. Methol Ferré señaló la influencia que Martín Lutero2 tuvo en las decisiones y documentos del Concilio Vaticano II, especialmente en el concepto de iglesia y el valor de los laicos. Para comprobarlo, se hará una breve comparación de citas.
El pueblo de Dios
En el Lumen Gentium, constitución redactada en dicho Concilio, se renueva la visión de la iglesia como pueblo de Dios, en el que todos los creyentes gozan de igualdad radical, porque tienen un mismo bautismo. El documento afirma que todos “los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz” 3.
El documento continúa diciendo que en virtud del bautismo y la participación con Cristo, los fieles son llamados por el Señor, cada uno en su camino, a imitar la misma santidad del Padre. Desde los obispos hasta el último de los fieles, todos deben difundir su testimonio de fe y amor. Según el Concilio, existe una auténtica igualdad en cuanto a la dignidad y a la acción común. Resulta interesante que el Lumen Gentium se apoya en el pasaje de 1 Pedro 2:9-10, que es justamente el pasaje en que usó Lutero contra el sacramento del orden:
Si se les pudiese obligar a reconocer que todos los bautizados somos sacerdotes en igual grado que ellos, como en realidad lo somos, y que su ministerio les ha sido encomendado sólo por consentimiento nuestro, inmediatamente se darían cuenta de que no gozan de ningún dominio jurídico sobre nosotros, a no ser el que espontáneamente les queramos otorgar. Este es el sentido de lo que se dice en la primera carta de Pedro (...) Por consiguiente, todos los que somos cristianos somos también sacerdotes. 4
El argumento de Methol Ferré tiene sustento cuando se comparan las citas. El Concilio Vaticano II recupera los aspectos que Lutero y los reformadores habían defendido en cuanto a la igualdad de todos los creyentes dentro del pueblo de Dios.
El valor de los laicos
Otro punto novedoso que resalta el pensador uruguayo es la valoración de la vida secular. Hasta ese momento, los católicos comunes estaban en una suerte de “somnolencia” que abarcó varios siglos. Gracias al desarrollo de las órdenes monacales durante la Edad Media, se dividió a los creyentes en dos grupos diferenciados: estaban los consagrados del clero por un lado, y los seculares a quienes no se demandaba el mismo compromiso de santidad. Los cristianos comunes estaban, de alguna forma, menos comprometidos con su fe y su salvación, pues dependían de la mediación de la jerarquía clerical.
El Concilio Vaticano II significó un cambio para los laicos, pues allí se estableció que estos también participan de la función sacerdotal, profética y real de Cristo y por lo tanto son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó a la iglesia en el mundo, cada uno según su condición. El Lumen Gentium asegura que:
Hay fieles (laicos) que, por la profesión de los consejos evangélicos mediante votos u otros vínculos sagrados, reconocidos y sancionados por la Iglesia, se consagran a Dios según la manera peculiar que les es propia y contribuyen a la misión salvífica de la Iglesia; su estado, aunque no afecta a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, a la vida y santidad de la misma. 5
Los laicos fueron animados a abandonar su pasividad y participar de la misión de la iglesia a través de sus actividades cotidianas, donde el clero no podía llegar. Los monjes y sacerdotes no eran los únicos llamados por Dios, sino que cada católico debía participar de la obra de Dios en el lugar donde se hallaba.
Casi cuatro siglos antes, los reformadores y los puritanos habían señalado que no hay una distinción entre lo sagrado y lo secular. Todos los creyentes deben vivir cada momento en la presencia de Dios y para su gloria. Este es justamente uno de los mayores aportes de la Reforma a la civilización europea, una firme ética del trabajo. El sacerdocio universal significa que todos los cristianos tienen iguales derechos en cuanto a la fe, pues “el que es cristiano posee a Cristo, el que tiene a Cristo posee todo lo que a Cristo pertenece, y tendrá poder para todo”. 6
Nuevamente, la correspondencia con las enseñanzas protestantes es clara. La doctrina protestante del sacerdocio universal enseña que todos los creyentes comparten el estatus sacerdotal de Cristo, en virtud de su unión con él. La iglesia católica incorporó esta enseñanza durante el Concilio, y años más tarde se plasmó en el Christifidelis Laici del papa Juan Pablo II.
Un acercamiento entre católicos y protestantes-evangélicos
¿Pero qué significan estas incorporaciones de tinte protestante en el seno romano? Methol Ferré propone que este análisis comparativo entre el Concilio Vaticano II y los textos de Lutero sirve para comprender la historia actual del catolicismo, en especial su iniciativa ecuménica.
Sin querer caer en comparaciones simples, la asimilación de los aportes reformados han llevado al catolicismo a tener una “apariencia protestante”, si se quiere. Congregaciones más horizontales, un creciente movimiento carismático y hasta bandas de rock son algunos ejemplos de este parecido.
De hecho, el Lumen Gentium reconoce como parte pueblo de Dios a quienes “estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro” 7. De este modo se abrieron las puertas a la cooperación religiosa, que en latinoamérica ha significado la aceptación gradual de los evangélicos, a los cuales se marginaba como una secta herética. Hoy los protestantes son reconocidos como “hermanos separados”, aunque parte de la familia de Dios.
Esto bajó las tensiones religiosas y permitió el desarrollo de una teología ecuménica, que ha tomado un impulso enorme en las últimas décadas. Incluso ha contando con la participación de muchas figuras evangélicas. Pero el peligro está en que este ecumenismo busca la unidad en las cosas secundarias, en las apariencias. El parecido de las formas externas puede esconder las profundas diferencias doctrinales que existen, y que se ratificaron en el mismo Concilio, como la salvación por la fe y las buenas obras, o la veneración de la virgen María.
Desde el Concilio Vaticano II, los protestantes y evangélicos han disfrutado de una creciente libertad en los países latinos, lo que ha ayudado a su crecimiento. Pero a la vez se han visto seducidos por un movimiento ecuménico, que promueve una unidad en las apariencias, pero que sigue teniendo profundas diferencias en los aspectos esenciales de la fe. Conocer la historia ayuda a comprender cómo surge el actual movimiento ecuménico, y que oportunidades y desafíos representa. Pues al fin y al cabo, los evangélicos latinos siguen siendo minoría en un contexto históricamente católico.
Referencias
1- Lutero, M. (1520) La cautividad babilónica de la iglesia.
2- Díaz, B. y Podetti, R. (2020) Protestantismo y Concilio Vaticano II: una original tesis de Alberto Methol Ferré. Franciscanum 173, Vol. 62, pp. 1-18.
3- Concilio Vaticano II (1965) Lumen Gentium, 10. Recuperado en:http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19641121_lumen-gentium_sp.html
4- Lutero, M. Op. cit.
5- Concilio Vaticano II. Op. cit.
6- Lutero, M. Op. cit.
7- Concilio Vaticano II. Op. cit.
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