“Luego vino el exilio, y justo al inicio de mi exilio, cáncer (…). En diciembre [1953] los doctores —camaradas en exilio—confirmaron que me quedaban, a lo mucho, tres semanas de vida (…) Todo lo que había memorizado en los campos corría el riesgo de extinguirse, junto con la cabeza que lo guardaba. Este fue un momento de mucho temor en mi vida: morir en el umbral de la libertad, ver todo lo que había escrito, todo lo que daba sentido a mi vida hasta ese momento, a punto de morir conmigo (…) Apresuradamente copié todo en pequeños manuscritos, los enrollé, varias páginas al tiempo, en cilindros compactos y los metí en una botella de champaña. Enterré la botella en mi jardín—y partí para Tashkent para encontrarme con el nuevo año y morir.”
¿Por qué pasar años en los campos de trabajo forzado usando palitos de fósforo para memorizar extensos escritos? ¿Por qué temerle, no a lo que la muerte le pudiera hacer cómo hombre, sino a sus versos?
Denuncia del horror
Aleksandr Solzhenitsyn (1918 – 2008), famoso por recibir el premio nobel de literatura en 1970, fue un escritor e historiador ruso que dedicó su trabajo a criticar el socialismo soviético. Una vez graduado de matemáticas y física a los 23 años, comenzó a servir en el Ejército Rojo en 1941. Por los siguientes 4 años, mientras peleaba a favor de los rusos en los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial, vio y rechazó la forma en que Stalin conducía la guerra. Por eso fue arrestado en 1945 cuando se descubrieron la correspondencia que tenía con un amigo acerca de sus opiniones.
Los siguientes ocho años los pasaría en el Gulag, el sistema ruso de campos de concentración para presos políticos, en donde se oprimía a todo aquél que se opusiera al Estado socialista, ya fuera por sus crímenes o por sus creencias. Una vez allí, se encontró con creyentes que le ayudaron a llegar al Dios que Rusia quería erradicar. Por eso escribió “¡Dios del universo! ¡Creo de nuevo! Aunque yo renuncié a ti, tu estabas conmigo.”
Después de su condena de 1945 – 1956, puso sus pensamientos en orden y escribió sus obras más reconocidas, todas inspiradas en lo que vivió en ese tiempo. Su primera gran obra, Un día en la vida de Ivan Denisovich (1962), narra la brutalidad de la vida en las prisiones soviéticas. En 1953, cuando Stalin murió, Solzhenitsyn fue trasladado a un centro de investigación gracias a sus conocimientos matemáticos, lo cual inspiró su novela El primer círculo (1968). El cáncer que adquirió durante su tiempo de trabajo en los campos inspiró la novela El pabellón del cáncer (1968).
Todas estas obras fueron promovidas al comienzo del mandato del primer ministro Nikita Jruschov, quien quería apartarse del estalinismo. Sin embargo, al comienzo de la década de los 60 se abrió un debate demasiado grande en Rusia sobre el estalinismo, y obras como las de Solzhenitsyn comenzaron a ser prohibidas y perseguidas por la KGB (Comité para la Seguridad del Estado).
En 1970 fue galardonado con el premio Nobel de Literatura, pero no fue a Estocolmo a recibirlo, pues tenía otra obra que terminar, la más grande de todas: Archipiélago Gulag (1974), que se compuso de entrevistas de más de 200 supervivientes del Gulag acerca de las torturas y atrocidades hechas en el sistema de prisiones ruso. La publicación de este libro logró su expulsión de la URSS y su necesidad de marchar al exilio.
Ni estados, ni clases, ni partidos
Solzhenitsyn siempre alentó a su gente a no poner su esperanza en occidente. En 1967 escribió: “No tengo ninguna esperanza en Occidente, y ningún ruso debería tenerla. La excesiva comodidad y prosperidad han debilitado su voluntad y su razón.” Consideraba que Estados Unidos mostraba frialdad frente a los asuntos morales y espirituales. Viajó a ese país en 1975 y criticó fuertemente la manera mítica y subjetiva en la que veían a Rusia.
Más allá de perseguir las filiaciones políticas de Solzhenitsyn, es clave resaltar que él estaba en contra del terror, la opresión y la injusticia en todos los niveles de la sociedad. Por eso fue capaz de criticar a Estados Unidos y a Rusia por igual, reconociendo en ambos sistemas la terrible decadencia moral y espiritual. Unos creían fría y cómodamente, y los otros perseguían el ateísmo. “Gradualmente me fue mostrado que la línea que divide el bien y el mal pasa, no a través de los estados, ni de las clases, ni de los partidos políticos—sino a través del corazón humano.”
Solzhenitsyn volvería a Rusia en 1994, cuando fue restaurado de su exilio. Desde que salió de Rusia en 1974 y hasta el día de su muerte en el 2008, siguió criticando a Rusia y los horrores de sus sistemas pasados y presentes. No fue conocido por sus filiaciones políticas, sino por su gran amor por la verdad y la justicia. Aunque contra todos habló, nadie podía reprocharle su firmeza al hablar de aquello que estaba bien o mal.
Espíritu de convicción
Las ideas son más, mucho más fuertes que los hombres, pero se mantienen vulnerables mientras solo existan en la cabeza de su creador y no estén en el papel, en la conciencia de una cultura. Por eso Solzhenitsyn corrió a escribir sus memorias en el papel, acerca de ocho largos años de sufrimiento bajo los horrores del estalinismo. Aunque no moriría sino hasta el 2008, estuvo en paz luego de poner todo sobre el papel.
Esa hazaña heroica de no dejarse matar por el cáncer hasta no haber escrito lo que tenía en el corazón (¡que nadie imaginaba que acabaría en el siglo XXI!) me deja dos grandes lecciones.
Primero, que vale sacrificar la vida por amor a la verdad. En junio de 1978 dijo a los graduandos de Harvard: “Muchos de nosotros ya hemos entendido, y otros entenderán en el curso de sus vidas, que la verdad nos elude si nos concentramos con total atención en su búsqueda.” Y es que, más allá de denunciar por amor al denuncio mismo o figurar como revolucionario, Solzhenitsyn creía que la injusticia venía por falta de Dios, que ese vacío espiritual debía ser denunciado, sin importar quién sea.
Santiago 3:17-18 dice: “Pero la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía. Y la semilla cuyo fruto es la justicia se siembra en paz por aquellos que hacen la paz.” En un contexto sobre Santiago confronta a su audiencia buscar una fe despojada de obras y amor al otro, este pasaje muestra que una sabiduría divina lleva a la paz. Por eso dice en el siguiente versículo, en el capítulo 4: “¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No vienen de las pasiones que combaten en sus miembros?”
Así pues, deberíamos estar dispuestos al exilio y la censura con el propósito de hacer notorios los abusos que otros hacen en contra de la gloria de Dios. Claro, esto solo con Cristo en el centro y una manera informada y profunda, al buen estilo de Solzhenitsyn.
La segunda lección es que no hay excusas para escribir. Esta me confronta en lo personal. ¿Qué sucede con aquellos proyectos que anhelamos para Dios, muchos de ellos literarios? ¿Por qué no se han llevado a cabo? Dos jornadas de trabajo forzado por ocho años y un cáncer terminal no detuvieron a Solzhenitsyn, pues estaba convencido de tener algo qué decir, convicción de la que muchos carecemos.
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