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En el siglo XVII, una atmósfera intelectual inundaba Francia. Filósofos como René Descartes impulsaban la idea de que la razón humana podía explicar todas las cosas y construir un mundo sin necesidad de Dios. La ciencia y la filosofía parecían ocupar el lugar de la fe y no pocos pensaban que el cristianismo pertenecía al pasado.
Pero en medio de este ambiente surgió un hombre que se negó a aceptar esa conclusión. Blaise Pascal, prodigio de las matemáticas y pionero de la física moderna, alcanzó una fama temprana como científico, inventor y pensador. Sin embargo, lejos de apartarlo de Dios, su genio lo llevó a enfrentar las preguntas más profundas sobre la existencia humana.
Su vida fue una búsqueda apasionada entre la ciencia y la fe, y esa tensión lo convirtió en un testigo singular. Pascal no solo ofreció grandes aportes al conocimiento, sino también una defensa del cristianismo que hoy vale la pena destacar. Algunos ven en él a un “profeta” adelantado a su tiempo.

Los primeros años de un prodigio
Blaise Pascal nació el 19 de junio de 1623 en la ciudad de Clermont-Ferrand, en el centro de Francia. Su madre, Antoinette Begon, murió cuando él tenía apenas 3 años. En 1631, su padre Étienne Pascal, magistrado y matemático, decidió trasladarse con Blaise y sus otras hijas, Jacqueline y Gilberte, a París. Allí, gracias a sus conexiones, Blaise entró en contacto con el círculo del matemático y filósofo francés Marin Mersenne, y conoció a intelectuales de la talla de René Descartes y Pierre de Fermat.
Étienne le enseñó a Blaise latín y griego desde una edad temprana. Sin embargo, consciente de la pasión que tenía por las matemáticas, intentó limitar su contacto con esta disciplina para que no descuidara otros estudios. Pero, lejos de desanimarse, su hijo empezó a explorar la geometría por sí mismo, llegando a redescubrir principios fundamentales. Así, a sus 10 años ya estaba haciendo experimentos relacionados con matemáticas y ciencias físicas.

En 1640, cuando tenía 16 años, Blaise publicó un elogiado ensayo sobre las secciones del cono. Entre 1642 y 1644, desarrolló una máquina de cálculo o calculadora para que su padre pudiera usarla en su trabajo como recaudador de impuestos. Según la Enciclopedia Británica, este invento fue catalogado por sus contemporáneos como su principal logro.
Luego, inventó la jeringa, refinó el barómetro de Torricelli y creó la prensa hidráulica, un instrumento basado en un principio que llegó a conocerse como la “ley de Pascal”. Realizó importantes planteamientos sobre el problema del vacío (1647) y también es reconocido por sus contribuciones al cálculo de probabilidades. Se le atribuye la invención del reloj de pulsera y el trazado de la primera ruta de autobús en París.

Dividido entre Dios y el mundo
Mientras se consolidaba como uno de los científicos más brillantes de su tiempo, Pascal también comenzaba a explorar con creciente intensidad el mundo de la fe. En una Europa sacudida por tensiones religiosas, la Francia católica vivía el influjo del jansenismo, un movimiento inspirado en la teología de san Agustín que afirmaba la soberanía absoluta de Dios y la necesidad de Su gracia para la salvación, frente a cualquier confianza en las obras humanas. El primer contacto de Pascal con esta corriente ocurrió en 1646.
Hasta mediados de la década de 1640, la familia Pascal se consideraba católica, aunque su fe tenía más de formalidad social que de fervor religioso. Todo cambió en 1646, cuando Blaise tuvo el primer contacto con el jansenismo debido a un accidente que su padre sufrió en Ruan. Durante su convalecencia, fue atendido por los hermanos Deschamps, discípulos del abad de Saint-Cyran, líder espiritual del convento de Port-Royal.
La familia quedó impactada por la austeridad de sus enseñanzas y Blaise se sintió especialmente atraído por ese cristianismo interior, riguroso y comprometido, muy distinto de la religiosidad convencional de su entorno. Se entusiasmó con las obras de san Agustín, los sermones de Saint-Cyran y los tratados de Antoine Arnauld, y poco a poco fue adoptando con convicción la fe jansenista.
Según el testimonio de su hermana Gilberte, él fue el primero en experimentar lo que se ha llamado su “primera conversión” y, con celo creciente, animó a toda la familia a abrazar esa fe. Pero, mientras él mismo lo hacía, vivió un conflicto interior entre el fervor religioso y la fascinación por la vida intelectual y social de París.
Los años siguientes (1649–1654) se han descrito a menudo como su période mondaine o “etapa mundana”. No se trató de una vida libertina, sino de un tiempo en que Pascal, aquejado de problemas de salud, retomó con fuerza la actividad científica y se reintegró al ambiente intelectual de París. Frecuentaba la compañía de nobles y eruditos como el duque de Roannez y el caballero de Méré, cultivando la conversación elegante y el reconocimiento académico. Era un joven brillante, pero también dividido: buscaba la verdad de la ciencia y, al mismo tiempo, sentía escrúpulos religiosos cada vez más intensos.

Noche de fuego
Su crisis espiritual culminó la noche del 23 de noviembre de 1654, en lo que más tarde se conocería como su “Noche de fuego”. Según su propio testimonio escrito en el célebre Memorial —un pergamino que cosió al forro de su abrigo y llevó consigo hasta su muerte—, Pascal experimentó por unas dos horas un encuentro directo con Dios.
El texto, breve pero desgarrador, comienza con la palabra “FUEGO” en mayúsculas, y en él se lee: “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos ni de los sabios. Certeza. Certeza. Sentimiento. Alegría. Paz. Dios de Jesucristo”. Estas frases reflejan el carácter místico y transformador de la experiencia: Pascal no encontró a un Dios abstracto, fruto de la especulación racional, sino al Dios vivo revelado en Jesucristo. El pergamino concluía con la promesa de una “sumisión total a Jesucristo”, signo de que su vida había cambiado para siempre.
Conmovido por este acontecimiento, Pascal se retiró por unas semanas al convento de Port-Royal, donde buscó profundizar en la oración y la vida espiritual. A partir de entonces, su pluma quedó marcada por esta segunda conversión: solo escribió cuando se lo pedían sus directores espirituales y nunca más publicó nada bajo su propio nombre.

Vale la pena mencionar que unas semanas previas a esa “Noche de fuego”, Pascal le había manifestado a su hermana Jacqueline una falta de sentido en su vida. Así lo describe la Enciclopedia de Filosofía:
…se quejó, a pesar de su activa vida social y su constante trabajo científico, de sentimientos de insatisfacción, culpa, falta de propósito y aburrimiento. Como en la historia de su accidente de carruaje junto al Sena, parecía un hombre al borde del abismo, en este caso entre la ansiedad y la esperanza. Su “Noche de Fuego” cambió drásticamente su perspectiva y lo alejó del borde de la desesperación.
Apuesta por Cristo
La producción literaria de Pascal no se limitó a la prosa francesa o a las publicaciones científicas; también incluyó una de las defensas más notables de la fe cristiana en el siglo XVII.
En 1656, publicó Las Cartas Provinciales, 18 cartas consideradas un modelo brillante de ironía y sátira. En ellas atacaba la casuística de los jesuitas (un método moral que aplicaba principios generales a casos particulares, pero que en la práctica solía flexibilizar la exigencia cristiana hasta justificar conductas inmorales), y defendía tanto la exigencia jansenista de un retorno a la integridad moral como la doctrina agustiniana de la gracia.
Su estilo era al mismo tiempo mordaz, ingenioso y riguroso, e hizo que las cartas circularan rápidamente por toda Francia y Europa. La Iglesia católica reaccionó incluyéndolas en el Índice de libros prohibidos, pero no logró calmar la controversia.

A la par, Pascal se embarcó en un proyecto más ambicioso: la redacción de una apología del cristianismo. Aunque no logró completarla, tras su muerte en 1662, se publicaron los fragmentos bajo el título Pensamientos. Pascal se centró en los dos aspectos contradictorios de la naturaleza humana caída: la dignidad y la miseria. El hombre es noble porque fue creado a imagen de Dios, pero es miserable porque ha caído y está alejado de su Creador. Este constituye el punto de partida de toda su reflexión.
Pascal comenzó su apologética con un análisis de la condición humana basado en la experiencia del hombre moderno. Mostró la condición terrible en la que se encuentra el ser humano y sostuvo que este es incapaz de encontrar todas las respuestas a través de la razón. Insistió en que el enfoque deísta era inadecuado y proclamó a Cristo.

Su defensa de la fe no se apoyaba en razonamientos abstractos, sino en lo que él consideraba señales concretas de la acción divina en la historia, como las profecías bíblicas cumplidas en Cristo y los milagros que confirmaban la veracidad del Evangelio. Pero, sobre todo, apelaba a la experiencia existencial del ser humano, invitando a reconocer el vacío interior que solo Dios puede llenar.
En Pensamientos, Pascal también presentó su famoso argumento para la fe: la apuesta. Dijo que, dado que la razón no puede dar una certeza absoluta, toda persona debe arriesgarse a creer en algo. Sostuvo que una persona sabia apostaría por adoptar la fe cristiana, porque “si gana, gana todo; si pierde, no pierde nada”. En pocas palabras, un ateo corre muchos más riesgos que un creyente en caso de que su creencia esté equivocada, pues irá a la condenación eterna.

Profeta del siglo XVII
Pascal fue, en esencia, un gran apologista cristiano. Cristo y la necesidad de redención a través de Él eran fundamentales en su argumento. Frente a la autosuficiencia racionalista de su tiempo, sostuvo que solo la gracia de Dios podía rescatar al ser humano de su miseria.
No todos vieron con buenos ojos su postura. Voltaire y otros ilustrados del siglo XVIII lo describieron despectivamente como un “fanático triste”. Ciertamente, su vida estuvo marcada por la fragilidad: desde niño sufrió enfermedades recurrentes que le ocasionaban dolor constante. El vivir la mayor parte de su vida con un cuerpo frágil y muchas enfermedades generó un resultado: el gran genio murió en 1662 a los 39 años. Sus últimas palabras fueron: “¡Que Dios nunca me abandone!”.
A pesar de su corta vida, el eco de su pensamiento sigue siendo profundo. El filósofo y apologista contemporáneo Peter Kreeft lo ha descrito como un hombre adelantado a su tiempo, alguien que tres siglos antes ya hablaba a los escépticos modernos: sofisticados, incrédulos y confiados en el poder de la ciencia y la razón. Pascal comprendió que se abría paso un mundo descristianizado y desacramentalizado, y supo dirigirse a esa nueva mentalidad con lucidez profética.
Por eso Kreeft lo llama un “profeta del siglo XVII”, cuya voz resuena todavía hoy: nadie después de él ha descrito con tanta precisión la mente secular de la modernidad. Pascal pertenece tanto a su época como a la nuestra; su genio científico y su fe ardiente lo convirtieron en un testigo capaz de dialogar con el hombre contemporáneo, mostrando que el vacío humano solo puede llenarse en Cristo.
Referencias y bibliografía
Biografía - Blaise Pascal (1623-1662) - BiblioGuías | Biblioteca Universidad de Navarra
Blaise Pascal - Biography, Facts, & Inventions | Britannica
Pascal, Blaise | Internet Encyclopedia of Philosophy
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