No cabe duda de que, en estos últimos años, distintos grupos evangélicos han valorado el hecho de que la Biblia –la Palabra de Dios– debe ser la única regla de fe y conducta. ¿El fruto de esto? Vivir para la gloria de Dios. ¿La implicancia de esto? Un deseo de aprender más acerca de Dios y la relación con sus criaturas, es decir, los cristianos quieren aprender teología. ¡Estas son muy buenas noticias! Quizás, tú mismo eres un ejemplo de esto al acercarte a leer este artículo.
Sin embargo, todo este deseo por aprender más sobre la doctrina cristiana podría verse estropeado si no consideramos algunas cosas previas al estudio teológico.
¿Por qué es importante considerar esto? Por la sencilla y profunda razón de que nos estamos involucrando en una ciencia que nos debería llevar a adorar profundamente a Dios, como también a servir correctamente a nuestro prójimo, ya sea que este se encuentre en nuestros hogares, congregaciones o sociedad. Dicho esto, con mayor razón deberíamos aplicar las palabras del pastor, amigo y maestro de Timoteo, es decir, Pablo: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”.
Pronto, comenzaré a dictar la asignatura “Introducción a la Teología Sistemática”, donde uno de los aspectos que enseñaré hace referencia a los principios que se deben dejar en claro a la hora de comenzar un estudio determinado, lo que en este caso en teología se conoce como “prolegómenos”. Si bien hay varias cosas que no mencionaré en este artículo sobre las cosas que deberíamos considerar en el estudio de la dogmática reformada, quisiera invitarlos a reflexionar en algunas ideas que desarrollé a partir de una carta que John Newton (1725-1807), el pastor y autor del himno “sublime gracia”, le envió a un estudiante de teología.
Santificando nuestro estudio
La primera reflexión hace referencia a santificar la manera en que estudiamos. Uno de los serios problemas que Newton identificaba en algunos que se acercaban a estudiar teología, era el orgullo. En la carta, el extraficante de esclavos describe que
“aunque no soy enemigo de la adquisición de un conocimiento útil, he visto muchos casos de hombres jóvenes que han sido muy dañados por aquello que se esperaba que obtuviesen beneficio de aquello. Ellos han entrado a la academia humildes, pacíficos, espirituales y animados; pero han salido sabios en sí mismos…”1
Esta descripción es realmente triste. El estudio teológico no solamente debería ser una bendición para nuestros corazones, sino también para todos aquellos que nos rodean. Sin embargo, si no hay humildad, el orgullo terminará afectando de manera sustancial la manera en que leemos, estudiamos, aprendemos y si hemos sido llamados, incluso al enseñar teología.
¿Qué factor, o factores, podrían servir como un caldo de cultivo para el orgullo? Newton describe lo siguiente:
“… el efecto frecuente de nociones recogidas de manera muy apresurada, cuando no son santificadas por la gracia, ni balanceadas por una profundidad proporcionable de la experiencia espiritual”.
No podría estar más de acuerdo en este punto con Newton. Podríamos comenzar a desperdiciar todas nuestras fuerzas invertidas en el estudio doctrinal si los distintos tópicos teológicos son adquiridos de forma afanada y expedita. ¿A qué me refiero con esto? Al hecho de que luego de leer un par de artículos (¡como este incluso!), o posteos en redes sociales, ya nos sintamos los más eruditos con respecto a un determinado tema, despreciando a personas que, de manera piadosa, han estado estudiando formalmente para servir en la educación teológica.
Creo que este problema puede ser desarrollado de manera general en tres contextos: en el seminario, en la congregación local, o en el estudio personal. En el seminario podemos desarrollar una arrogancia teológica cuando pensamos que mi umbral de conocimiento sobrepasa a todos, incluyendo al profesor, limitando nuestro aprendizaje al tener una actitud dispuesta a criticar todo lo que no se ajusta a mis preferencias. Esto también puede ser trasladado a la congregación, en especial cuando nos sentamos a escuchar los sermones con una constante actitud de crítica y de no ser edificados. Por último, creo que esto puede tener algún tipo de génesis en el estudio autodidacta. Si bien este tipo de aprendizaje puede ser provechoso, creo que, si no es santificado, puede ser muy peligroso. Al no estar estudiando rodeado de otras personas, al no ser capaces de escuchar otras ideas o argumentos, al no tener la disposición de aprender de otros, y de reconocer que hay personas que saben mucho más que yo, podría comenzar a enfermarme espiritualmente al estudiar solamente de manera aislada. De hecho, considero que es imposible estudiar teología sin una comunidad que me desafíe a crecer en gracia, devoción y humildad. La aislada autosatisfacción teológica puede engendrar ídolos en nuestros corazones que ni la más excelente ortodoxia podrá maquillar.
Sin embargo, el orgullo teológico puede tener raíces aún más profundas. Estas raíces pueden ser descritas como aquellas que se nutren – o mueren – de una mera adquisición intelectual de conceptos teológicos o de un lenguaje doctrinal. Esto podría traducirse como el estudio por la causa del estudio, o a veces, en la mera repetición – sin meditación y asimilación – de conceptos teológicos, ya sea en Facebook, o en los pasillos de nuestras iglesias. Esto podría llevar a un serio problema de contradicción. Es decir, a no vivir de acuerdo con lo que confesamos.
Manteniendo la comunión
Tal como leímos anteriormente, Newton nos describe que otra de las causas del orgullo teológico se desarrolla cuando nuestro estudio no es proporcionable con la experiencia espiritual. Es decir, estudiar acerca de Dios, sin conocer a Dios. En otras palabras, estudiar sin tener una comunión con Cristo y su Iglesia. Dicho esto, deberíamos comprender profundamente que el estudio teológico es una ciencia que nos debe guiar a gozar de Dios para siempre, porque en definitiva se trata acerca de la gloria de Dios, y no de la gloria de nuestros nombres. Al estudiar teología, nuestras mentes son iluminadas por el Espíritu Santo para que luego nuestros afectos sean encendidos, y así, nuestra voluntad se rinda en adoración para servir a Dios en las distintas vocaciones que Él mismo nos ha dado para su gloria. Todo estudio comienza, se desarrolla, y termina en Dios.
Si el estudio teológico no nos lleva a buscar más al Señor en oración y estudio de la Palabra, estaremos muriendo en el intento de supuestamente estudiar teología. Si el estudio doctrinal no nos lleva a crecer como matrimonios, padres, madres, hijos o hijas, estaremos manifestando un total desconocimiento de lo que implica estudiar teología. Si la teología no nos lleva a comprometernos más en nuestras congregaciones, lo único que haremos será dañar al cuerpo de Cristo. Por último, si no vemos humildad y gozo en nuestros estudios, el orgullo y la amargura crecerán a nuestros corazones al punto de producir espinos que traerán dolor a cada uno de aquellos que nos contemplen estudiando en un desierto lleno de excelentes libros que se acumulan para finalmente acusar nuestras conciencias.
En resumen, querido lector, ¿qué te dice tu conciencia ahora mismo? ¿Con qué actitud te acercas a estudiar teología? ¿Seguiremos en orgullo o iremos a nuestras rodillas para arrepentirnos y buscar el rostro del Dios viviente que todo lo ve y todo lo escudriña?
Creo que alguien ya lo dijo mejor que yo, y fue un contemporáneo escocés de Newton. Otro John, pero esta vez de apellido Brown.
“Mucho conocimiento sin mucha santidad de vida y corazón, solo hará que mi juicio futuro sea más vergonzoso y peligroso. Por lo tanto, déjenme que nunca esté orgulloso de mi conocimiento... El aprendizaje es bueno en sí mismo, pero una buena conciencia y un caminar santo son mucho mejor”, John Brown of Haddington (1722-1787)
1 John Newton, The Works of the Reverend John Newton (London: Henry G. Bohn, 1854), 35.
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