En la obra misionera se habla de dos formas complementarias de organización. La primera es la “modalidad”, que es la Iglesia en su sentido más amplio —formada por familias, hombres, mujeres, niños y jóvenes— y abarca la vida integral de la comunidad: adoración, enseñanza, discipulado, comunión y testimonio. En ella todos tienen un lugar. La segunda es la “sodalidad”: estructuras más pequeñas, voluntarias y especializadas que nacen dentro de la Iglesia o junto a ella. Acá se agrupan aquellos que sienten un llamado particular a la misión: evangelizar en otras culturas, plantar iglesias, traducir la Biblia o llevar adelante proyectos misioneros específicos. Son como “equipos de avanzada”, que van más allá de lo que la iglesia local puede abarcar por sí sola.
Aunque esos dos modelos de organización misionera son complementarios, lamentablemente a veces se genera cierto conflicto entre ellos. Sin embargo, desde hace décadas, la Sociedad Bíblica ha logrado articularlos a través de una figura singular y a menudo olvidada: el colportor. El movimiento evangélico en América Latina tiene una deuda histórica con esos “distribuidores itinerantes de la Biblia y literatura protestante”, como los define el profesor de estudios bíblicos Wilton M. Nelson.
Ellos no solo vendieron libros (biblias, copias del Nuevo Testamento y otras porciones bíblicas, tratados y ayudas básicas de lectura), sino que fueron precursores de la obra misionera organizada. Su labor de llevar las Escrituras de casa en casa y de pueblo en pueblo, sentó un valioso fundamento para la predicación del Evangelio cuando la Biblia era un “libro desconocido” en las jóvenes repúblicas de Sudamérica.

Así pues, descubrimos que muchos de los miembros de las iglesias nacientes en esta zona del mundo son fruto del trabajo del colportaje en las décadas anteriores. Y la relación va también en sentido inverso: ahora, en el movimiento evangélico contemporáneo, son los mismos ministros de las congregaciones quienes hacen el colportaje; es evidente una cooperación entre los misioneros, las denominaciones y las iglesias locales.
En este artículo haremos un breve recorrido por la historia de estos hombres y de su oficio: veremos de dónde procede el término “colportor” y mencionaremos a sus principales representantes en Latinoamérica; examinaremos el papel del colportaje como estrategia misionera en medio de la persecución religiosa y la construcción de redes de distribución bíblica en Sudamérica.
Origen del término y primeros representantes
El término colportor proviene del vocablo francés colporteur, que originalmente designaba a un vendedor ambulante o buhonero. Lingüísticamente, la palabra es el resultado de una evolución influenciada por la etimología popular que asocia dos elementos clave: “col-”, que es la palabra francesa para “cuello”, y “-porteur”, que proviene del verbo francés porter (llevar).

Si bien la palabra original en francés antiguo era comporteur, evolucionó a colporteur debido a la forma física en que estos vendedores cargaban sus mercancías (fajos de libros o cestos) colgados de una correa o sobre sus espaldas. Luego, el nombre reflejó la acción de “llevar al cuello” (porter à col), convirtiéndose en sinónimo de la distribución itinerante y laboriosa de las Escrituras. En el contexto protestante, el término se popularizó cuando la British and Foreign Bible Society (BFBS) comenzó a emplear a estos colporteurs para la distribución religiosa.
El precursor y primer colportor en Sudamérica, reconocido por iniciar una distribución sistemática y organizada, fue Diego Thomson, un bautista al servicio de la SBBE que llegó a Buenos Aires en 1818. Su labor fue anterior al envío de misioneros y a la fundación de iglesias protestantes en la región. Ahora bien, si él fue el pionero, Andrés Murray Milne fue el consolidador y el “apóstol de la obra bíblica” que cubrió virtualmente toda la geografía sudamericana a partir de 1864. Sirviendo a la Sociedad Bíblica Americana (ABS, por sus siglas en inglés), fue testigo del “nacimiento y la infancia de toda la obra cristiana en castellano en el continente sur”.

Milne dijo que la misión de la Sociedad Bíblica “es sembrar para que otros puedan cosechar, y lo hace yendo a la vanguardia de todas las otras sociedades misioneras, rompiendo terreno nuevo y diseminando ampliamente, con mano generosa, la genuina Simiente del Reino”.
El colportaje como estrategia misionera en medio de persecución
Respecto a la labor del colportor en la distribución de las Sagradas Escrituras, el informe de la ABS de 1921 dice:
…es la obra misionera más práctica y genuina, siendo la simple razón que el colportor obtiene oportunidades como ningún misionero o pastor jamás consigue. En sus visitas a los lugares apartados, ciudades y aldeas, se pone en contacto personal con toda clase de personas, llevando en sus manos y en su corazón la única luz verdadera que brilla. A él le es dado encender la luz de la verdad aun en la más densa oscuridad, y guiar las almas hacia su conversión, dando lugar posteriormente a agrupaciones y establecimientos de obras misioneras más o menos florecientes.
Allí mismo se registra que Milne siempre consideró al colportaje como “la crema” del trabajo misionero, por las muchas oportunidades que proporciona para predicar el Evangelio a toda criatura.
En opinión de Milne, el tener éxito en la venta de biblias era un don de Dios, tanto como tener éxito en la predicación del Evangelio, y en realidad a menudo ambas cosas eran una sola. Los colportores tenían que contestar muchas objeciones contra la Biblia presentadas por los romanistas o los infieles, o más a menudo por los indiferentes y los que eran completamente ignorantes de su contenido. En el curso de esas conversaciones, presentaban el mensaje del Evangelio, y constantemente hombres y mujeres entraban en relación con la Iglesia.
Pero el terreno aún no estaba preparado para la plantación de congregaciones. En el libro de Milne, Desde el Cabo de Hornos hasta Quito con la Biblia, leemos que: “Si alguien hubiera querido realizar una reunión religiosa en cualquiera de esos pueblos en la época en que primero los visitamos, hubiera sido probablemente asaltado por la multitud”. La oposición de los obispos era férrea, amonestando a los feligreses a que, “para su salvación (…) se abstuvieran de poseer o leer las Biblias”. Como diseminó el cura párroco de Ayacucho:
Esas Biblias enseñan el odio y la venganza, la prostitución y el crimen (…) Están cubiertas por una máscara de hipocresía y vomitan insultos blasfemos e infernales contra nuestras más sagradas instituciones (…); fomentan la insubordinación en los niños (…); nunca la impiedad humana ha producido nada peor que estas Biblias.

En ese mismo libro, escrito por Inés Milne, la hija del colportor, se narra el ambiente de persecución que rodeó la actividad evangelística en aquel tiempo:
Las dificultades invariablemente eran causadas por el clero romano, y tan poderosa era la influencia que este ejercía, que las autoridades civiles a menudo se veían forzadas a someterse a ellos en cuestiones completamente ajenas a su jurisdicción, tales como derechos de aduana, y asuntos económicos y políticos, y no pocos de los dirigentes más liberales, que quisieron sacudir el yugo clerical, perdieron no sólo sus posiciones sino aún sus vidas.
En medio de esto, la fe de Milne “descansaba sobre la promesa de Dios respecto a Su Palabra: ‘No volverá a Mí vacía, antes hará lo que Yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié’”. Esa Palabra “viva y eficaz”, dijo, “lleva en sí misma, y muy frecuentemente aparte de toda intervención humana, el poder de redargüir de pecado a las conciencias y convertir a las almas”. Por eso, él veía la tarea de la distribución bíblica como el “arado” que preparaba el terreno para la llegada de los predicadores y misioneros. Al respecto escribió: “Cuando la iglesia pueda enviar obreros a los lugares donde han sido leídas las Escrituras durante la última generación, hallará el terreno preparado y esperando al predicador”.
El efecto de ese “arado” es atestiguado por los misioneros que llegaron luego. Así lo expresó Robert Elder en una carta a la ABS en 1916:
Los misioneros encuentran a muchas personas dispuestas a escuchar el mensaje del Evangelio después de haber leído estas biblias. En otros hogares, han encontrado que la Biblia era más o menos un libro sellado, porque su propietario no podía entender su significado hasta que la clave era proporcionada por sus explicaciones, o por asistir a las reuniones y la experiencia real del nuevo nacimiento.

Una urgencia que amerita cualquier esfuerzo
En Buenos Aires se estableció un depósito bíblico que era un centro neurálgico para la obra que se estaba realizando. Fue fruto de la colaboración entre la ABS y la British and Foreign Bible Society (BFBS), que desde mediados del siglo XIX trabajaban juntas en Sudamérica enviando cargamentos de Escrituras, financiando colportores y compartiendo ediciones en distintos idiomas. En ese lugar se almacenaban biblias, se organizaban envíos a las provincias, se reunían los colportores antes de emprender sus rutas y se atendía al público. Las ventas tuvieron un gran éxito.
Sin embargo, el depósito bíblico representaba la mínima parte de la distribución. Para entregar copias de las Escrituras, se visitaban todos los pueblos, las casas, las tabernas, las chacras (granjas), los hospitales y las cárceles. Las biblias también se vendían a bordo de los trenes, de tal forma que se pudiera llegar con el mensaje a los lugares más remotos de Argentina.

Las 842.562 copias de las Escrituras vendidas por Milne durante los 43 años de su ministerio permiten dimensionar la magnitud real de su labor. Ahora bien, el alcance se hace mucho más evidente cuando de distancias y personas entrevistadas se trata: estaríamos hablando de 3.4 millones de km (2.106.405 millas) recorridos, un tercio de ellos a pie y el resto en los medios de transporte de la época. Milne también habría visitado alrededor de 5.897.934 hogares y ofrecido personalmente las Escrituras 10.110.744 veces. Esto incluyó un viaje de 1670 km a lomo de mula en Bolivia, con cajones cargados de libros; 25 días de viaje en botes descubiertos y noches durmiendo al aire libre mientras nevaba.
Pero el sentido de urgencia de Milne estaba aún más acentuado por la oportunidad. Él veía que los diarios y los periódicos estaban entregados a la demolición del error (es decir, a la crítica del sistema religioso heredado), principalmente del oscurantismo católico que había dominado en años anteriores.
Ellos pueden realizar una gran obra en cuanto a limpiar el camino, pero siendo ellos mismos ignorantes del Evangelio, eso es todo lo que pueden hacer. Nunca hubo una época en que fueran más necesarios los misioneros, ni cuando serían recibidos más cordialmente. ¿Se perderá esta brillante oportunidad? En mi opinión, la presente es una áurea oportunidad, y a no ser que se aproveche sin demora, la evangelización será más difícil más adelante, pues el racionalismo brota en suelo no ocupado, y con él una desconsideración general por toda forma de religión.
Ese era el tiempo para actuar.

La contextualización a todo nivel
La naturaleza del trabajo bíblico (a toda la gente, de toda condición, en todo lugar y en toda circunstancia), exigía atravesar barreras todo el tiempo. Pero el contacto tan directo con las personas y con el “Libro de la realidad”, les permitía a los colportores atravesarlas de una manera muy creativa y natural, allí donde estaba la gente. Esto se llama “contextualización”: es el acto de hacer que el Evangelio sea claro para una audiencia específica, sin cambiar el mensaje ni eliminar partes ‘ofensivas’, sino adaptando la forma en que se comunica.
Entonces, no solo se realizaba el trabajo casa por casa, en cafés y tabernas, en barcos y trenes, en las cárceles y hospitales, en sastrerías y tiendas. También se presentaban el Libro y su mensaje así: para el marinero, esa era “la única carta con la cual el barco humano puede navegar por el mar de la vida”, y para el preso, su “sentencia de libertad”.
Pero no solo los colportores atravesaban barreras, sino que el texto bíblico mismo trascendía las dificultades del idioma. Hablando de la realidad de Buenos Aires, se señala:
El carácter cosmopolita de la ciudad podía verse en el Depósito Bíblico por la cantidad de idiomas y dialectos en que fue vendida en un año la Biblia: árabe, aimará, chino, croata, danés, holandés, inglés, francés, vascofrancés, alemán, hebreo-alemán, griego antiguo, griego moderno, hebreo, irlandés, italiano, japonés, latín, letón, polaco, polaco-hebreo, portugués, quichua, ruso, esloveno, español, hebreo-español, sueco, turco-árabe, turco-armenio y galés.

Testimonios: la evidente gracia de Dios en la obra de los colportores
Respecto a la labor de los colportores, se cuenta con innumerables testimonios. Nos permitiremos citar algunos:
Un colportor llamó a la humilde casa de un hortelano, o quintero, cerca de Buenos Aires, y después de un rato de conversación, el hombre y su esposa compraron una Biblia. El colportor preguntó entonces si podía orar, a lo cual accedieron gustosos. Él se arrodilló y cerrando los ojos oró por aquel hombre y su esposa, pidiendo a Dios que bendijera la lectura de Su palabra.
Mientras él oraba, la hijita de un vecino, para quien aquella escena era extraordinaria, estaba parada en la puerta contemplando lo que pasaba, y tan pronto el colportor hubo concluido, corrió a contar en su casa lo que había visto. El padre de la niña había sido agente de policía, pero estaba reducido a la pobreza porque el partido político al que él servía había caído del poder. Al oír el relato de la niña, se le ocurrió recurrir a la ayuda de Dios, y mandó llamar al colportor. Al entrar éste, el hombre le dijo: “Lo he mandado a llamar para que le pida a Dios que nos saque de nuestras dificultades”. El colportor volvió a arrodillarse, y habiendo puesto el caso delante del Señor, dio algunos buenos consejos al expolicía y le instó a que orase por sí mismo.
No mucho tiempo después el colportor tuvo ocasión de volver, y halló que el interés por sus libros había aumentado. Varios de los vecinos compraron Nuevos Testamentos, a pagar en pequeñas cuotas. Las repetidas visitas y conversaciones avivaron la llama del interés y pronto se empezó una reunión de oración, que dio por resultado la conversión de ocho personas, de las cuales el quintero y su esposa fueron las dos primeras.
En la prueba que siguió a su profesión de fe, fueron ayudados a sacrificar sus ventas de los domingos, así como el trabajo de preparación para el mercado del lunes, pero eventualmente hallaron que su sacrificio era realmente una ganancia, y además, que la paz de Dios reinaba en sus corazones y en su hogar.
El expolicía que había pedido a Dios que le librara de sus dificultades, también halló primero el perdón de sus pecados y consuelo para su alma, y después ayuda temporal. Su luz brilló en medio de las tinieblas, y en su casa se comenzaron servicios evangélicos para sus vecinos.
Cuando Milne fue a dirigir una de esas reuniones, le sorprendió el genuino espíritu de devoción que allí reinaba. Algunos de los asistentes habían caminado varios kilómetros esa mañana para asistir al servicio en la ciudad, pero aún estaban deseosos de oír más del Evangelio.
Otra historia es la de Evaristo Suárez, un obrero de la Sociedad Bíblica que había conocido el Evangelio por medio de otro colportor. Él entró a esa misión siendo un hombre de edad, con una marcada humildad y un buen carácter, pues no era posible hacerlo emocionar o disgustar. Sobre él, se narra esta historia en Desde el Cabo de Hornos hasta Quito con la Biblia:
Pasando por un gran café en el centro de la ciudad, cuando estaba lleno de público, sintió la seguridad de que allí podría vender algunos libros, con tal que pudiera llegar a hablarles. Al tratar de entrar, un mozo le cerró el paso; pero entró por otra puerta y pidió hablar con el jefe. Éste, al ver sus libros, volvió a echarlo. Suárez volvió a entrar por otra puerta, y sentándose a una mesa pidió café. Mientras el mozo le servía, le preguntó si tenían miedo de que su café se contaminara con la Palabra de Dios, y comenzó así una conversación que atrajo la atención de una cantidad de personas. Mientras lentamente sorbía su café continuaba enumerando los méritos de sus libros, y cuando terminó había vendido dos Biblias y trece porciones.
Viendo una cantidad de carpinteros en un taller, entró y preguntó por el capataz, a quien le pidió que le hiciera el favor de dejarle afilar su cortaplumas. Mientras lo hacía, habló a varios de los obreros y vendió una Biblia, un Testamento y siete ejemplares de Proverbios.
Entrando en una sastrería preguntó por el gerente, quien lo recibió tan rudamente, que alguien que lo oyó y vio la actitud mansa de Suárez, dijo que aquel era un “bruto”. La observación bastó para que Suárez emprendiera una conversación y vendiera dos Biblias, un ejemplar de los Salmos y uno de Proverbios.

Juan Crisóstomo Varetto, uno de los continuadores de la obra de Milne y que resultaría un líder clave del movimiento evangélico en Argentina, escribió en 1914:
Las Sociedades Bíblicas no solo nos han dado el Libro. A ellas les debemos algunos de los mejores predicadores en los púlpitos sudamericanos. A falta de Seminarios para prepararse para la predicación, muchos jóvenes han tenido que tomar una maleta y hacer su escuela en el campo de batalla del colportaje. Golpeando de puerta en puerta; oyendo y contestando toda clase de objeciones; sufriendo insultos y recibiendo amenazas, pero hallando también magníficas oportunidades de hablar a las almas ansiosas, han ganado experiencias que jamás cambiarían por el más alto título universitario. Leyendo el Libro de la realidad han aprendido a conocer las necesidades espirituales y morales del pueblo a quienes se dirigen. Al subir al púlpito hablan con una eficacia que no hubieran alcanzado sin pasar por esa ruta. Casi me atrevo a decir que el colportaje es moralmente obligatorio a todos los que aspiran al ministerio.

Para ilustrar esa afirmación, debo mencionar nuevamente un testimonio de Evaristo Suárez:
En una tienda, el jefe al verlo entrar con sus libros, le hizo señas de que se fuera, diciéndole: “Hágame el favor de dejarme en paz”. “Señor, ¿cómo puedo dejarlo en paz, si usted no tiene paz?”. El tendero, desconcertado, replicó: “¿Cómo sabe usted que yo no tengo paz?” Esto dio oportunidad al colportor de hablarle del camino de la paz presentado en sus libros.
Se habla de otro colportor, Tomás Cingiali, que “fue llevado al conocimiento de la verdad por los esfuerzos del humilde y sencillo colportor Luis Ferrarini. En respuesta a una oración llena de fe hecha por este hombre hubo muchos casos de sanidad de enfermedades físicas y, como fruto de sus trabajos, muchos que él halló viviendo en el vicio se convirtieron en verdaderos creyentes y miembros activos de la Iglesia”.
Aún así, Milne entendía que el colportaje no era para cualquiera:
El colportor debe haberse alistado en la lucha contra principados, contra potestades, contra gobernadores de las tinieblas de este mundo, y contra malicias espirituales en lugares altos. Requiere cierta capacidad que no se encuentra en todos los cristianos. Debe poseer un grado tal de coraje que le coloque por encima del ridículo y del lenguaje ofensivo que constantemente debe afrontar en estos países, donde unos lo acometen como hereje, otros como jesuita y otros como tonto.
Una breve reflexión
Hoy, vivimos en tiempos diferentes al de Milne. La distribución y la evangelización la hacen principalmente las iglesias. El esfuerzo físico de recorrer miles de kilómetros ha sido reemplazado por sistemas logísticos multimodales. Aún así: ¿de qué manera estamos demostrando el mismo empeño y la misma disposición al sacrificio por la causa del Evangelio que evidenciaron aquellos hombres? ¿Qué lugares, grupos humanos o ámbitos de la sociedad permanecen inalcanzados por la Palabra de Dios? ¿Qué esfuerzo podemos hacer para llegar a ellos? ¿Estamos identificando con claridad la mano de Dios en el incremento de la distribución, en la provisión de nuevos colaboradores, en el avance de las traducciones, y hasta en las exenciones impositivas? ¿Qué distancias estamos atravesando para compartir el mensaje de la Palabra de Dios con otros?
Referencias y bibliografía
James Thomson, el colportor que recorrió Sudamérica | Protestante Digital
COLPORTEUR Definition & Meaning | Merriam-Webster
COLPORTEUR definition and meaning | Collins English Dictionary
Desde el Cabo de Hornos hasta Quito con la Biblia (1944) de Inés Milne. Buenos Aires: Librería “La Aurora”, p. 52, 67, 71, 76, 93, 212, 213, 264.
Historia del Movimiento Evangélico en la Argentina (1986) de Pablo A. Deiros. Buenos Aires: Fraternidad Teológica.
Juan C. Varetto, Embajador de Cristo (1955) de Agustina Varetto de Canclini. Buenos Aires: Editorial Evangélica Bautista, p. 31-32.
Francisco Penzotti: Colporteur and Preacher (1925) de Elder C. Smith. The Bible Society Record, vol. 40.
One Hundredth Report (1916) de American Bible Society. Nueva York: ABS, p. 282.
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