En el complejo ambiente político y social del Sacro Imperio Romano Germánico de finales del siglo XV, pocos líderes políticos se movían con tanta destreza y cálculo como Federico III de Sajonia.
Federico no solo fue el gobernante de uno de los territorios germánicos más importantes del Imperio, sino que era una ficha clave en la elección del emperador. Fue el fundador de una universidad, patrocinó a artistas y escritores, y llegó a ser una figura tan prominente que hasta se le ofreció la corona imperial. Federico encarnaba el ideal del gobernante renacentista.
Su astucia política era legendaria, y su influencia llegó a ser un contrapeso clave y necesario frente al poder de los Habsburgo y el papado. No obstante, esas no son las razones por las que históricamente se le recuerda. ¡Ni siquiera por haber rehusado a convertirse en el gobernante más poderoso de Europa! En realidad, pasó a la historia por una cadena de decisiones que tomó para defender a un profesor de teología de una de las instituciones que había fundado: la Universidad de Wittenberg.
Nuestros lectores ya habrán sospechado que dicho profesor fue Martín Lutero. Al proteger a este monje, Federico —a quien después de su muerte se le adjudicó el título de “el Sabio”— no solo dejó clara su habilidad para la diplomacia, sino que terminó convirtiéndose en un instrumento providencial en medio de un drama divino, cuyo guion apenas comenzaba a escribirse. Esta es la vida de Federico III de Sajonia, el Sabio.

Linaje, carrera política y liderazgo en el Imperio
Federico nació el 17 de enero de 1463 en Torgau, una ciudad sajona situada a menos de 50 km al sur de Wittenberg, que más tarde se convertiría en su hogar. Su linaje estaba muy enraizado en el fértil suelo de la nobleza germana: su padre, Ernesto, era elector de Sajonia, y su madre Isabel era hija de Alberto III, Duque de Baviera. Al ser el mayor de sus hermanos, a Federico le correspondía heredar los títulos de su padre, así que ascendió al trono como príncipe elector de Sajonia y landgrave de Turingia en 1486, apenas tres años después del nacimiento de Martín Lutero en Eisleben, ciudad que pertenecía a los Condes de Mansfeld, vasallos del elector de Sajonia.
Pero el ambiente político en el Sacro Imperio Romano Germánico era complejo y la división parecía inminente. Este funcionaba como una confederación de territorios administrados y gobernados por una serie de príncipes, duques y hasta obispos, los cuales se cohesionaban bajo la figura de un emperador al que siete “electores” definían. Uno de ellos era Federico; de ahí su título como “príncipe elector”.

Desde su ascenso al poder, Federico se hizo conocido por su habilidad política. También fue notoria su búsqueda de una reforma política y social dentro del Sacro Imperio Romano Germánico. Por ejemplo, en el año 1500, estableció una alianza con Bertold von Henneberg-Römhild, arzobispo de Maguncia, con el propósito de promover ciertos cambios imperiales que le dieran más poder a la nobleza germánica y redujeran la autoridad política del emperador. Esta iniciativa lo llevó a convertirse en el presidente del Reichsregiment (Consejo Imperial de Gobierno), un proyecto que no duraría mucho debido a la falta de fondos, pero que dejó en evidencia su gran interés por la autonomía de los territorios germánicos.

A inicios del siglo XVI, el prestigio de Federico iba en aumento. Se le consideraba un estadista muy capaz, formado en el servicio político y con un fuerte liderazgo debido al poder que había heredado de su padre. Como pertenecía a la dinastía de La Casa de Wettin, era un fuerte competidor de los Habsburgo, la familia más poderosa no solo del Sacro Imperio Romano Germánico, sino de toda Europa.
En ese entonces era considerado la “mano derecha” de quien ostentara el poder imperial. Debido a eso, otros príncipes y miembros de la nobleza germánica buscaban su beneplácito, incluso lo veneraban, y siempre contó con el favor de la Iglesia. Incluso, escritores y eruditos le dedicaban sus obras más importantes y los artistas buscaban su patrocinio. Por ejemplo, humanistas como el teólogo Georg Spalatin estuvieron muy cerca de él.
Era tal el liderazgo de Federico que en el año 1507 se le otorgó el título honorífico de “Imperii locum tenens generalis” (lugarteniente general del Imperio). El entonces emperador Maximiliano I le concedió este honor mientras se ausentaba para atender la Dieta Imperial (Reichstag) que se celebró en la ciudad de Constanza. Cerca de nueve meses después, el soberano retomó sus funciones, pero le concedió de por vida el título ya mencionado. De hecho, durante su reinado se llegaron a acuñar una serie de monedas grabadas con esa distinción.

Pasión por las artes y la educación, debilidad por las reliquias
Como Federico fue un gobernante influenciado por el Renacimiento, consideró que su rol no solo era político; también debía relacionarse con las artes y la educación. Por eso, en 1502, fundó la Universidad de Wittenberg. Pero él sabía que no podría competir con instituciones mucho más antiguas y prestigiosas a lo largo del Imperio y de toda Europa, así que empezó a invertir una gran parte de sus fondos en desarrollarla.
Por ejemplo, financió la construcción de nuevos edificios, reclutó a profesores destacados, ofreció becas y salarios atractivos. Además, promovió el estudio de lenguas bíblicas, algo bien visto en la cultura académica europea de ese entonces. También se convirtió en mecenas de artistas reconocidos dentro del Renacimiento alemán, como el pintor Alberto Durero. Pero quizá su relación más estrecha fue con el pintor y grabadista Lucas Cranach el Viejo, quien se convirtió en el pintor oficial de su corte desde 1504 y terminaría siendo clave en la labor posterior de Lutero.
Dado que Federico veía un fin político en las representaciones artísticas de sí mismo, no fueron pocos los retratos que se le hicieron, aunque no se tiene un número exacto de ellos. Sin embargo, se sabe que Cranach lo representó en el retrato más famoso que se llegó a realizar de él. Como otros gobernantes del Renacimiento, Federico no solo apareció en óleos, sino también en retablos, grabados, piezas de exhibición y hasta medallas.

Pero quizá su gusto artístico más controvertido era el de las reliquias religiosas. En su castillo de Wittenberg, acumulaba una de las colecciones más grandes de Alemania. En 1518, tan solo un año después de que Lutero clavara sus tesis en las puertas de la iglesia que se encontraba en aquel complejo, Federico ya contaba con más de 17.000 objetos entre extraños y supuestamente originales, como un pulgar de Santa Ana, una rama de la zarza ardiente que Moisés vio en el desierto, heno del pesebre en el que nació Jesús, y hasta leche materna de María, la madre de Jesús.
A medida que el movimiento de Reforma avanzaba, la colección de Federico no dejaba de crecer. Llegó a acumular más de 19.000 piezas en los dos años siguientes. Aunque esto nos parezca extraño hoy, la veneración de reliquias era una costumbre muy popular en esos tiempos, ya que, según la Iglesia oficial, la veneración de estos objetos le podía permitir a los fieles escapar del purgatorio. Algunos cálculos han estimado que un cristiano piadoso y diligente podía obtener hasta 1.902.202 años de remisión a través de la devoción a estas reliquias. Otros indican un valor de indulgencia de 127.799 años y 116 días de liberación del purgatorio.
Por supuesto, la labor de Federico al acumular estas reliquias era bastante bien vista por las autoridades de la Iglesia católica, lo que le valió una autorización por parte del obispo de Roma Julio II para que otros coleccionistas le enviaran algunos de sus preciados objetos.

Las Tesis y la política
Hoy, más de cinco siglos después de su existencia, el nombre de Federico reluce en la historia del cristianismo por su peculiar relación con el reformador Martín Lutero.
Lutero había llegado a Wittenberg desde Erfurt en 1508, unos seis años después de que se fundara la universidad. Por recomendación de Johann von Staupitz, había sido enviado por los agustinos observantes (su orden religiosa) para que enseñara allí. Antes de completar una década, el monje publicó sus 95 Tesis en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos, ubicada en el complejo del castillo de Federico. Muy interesantemente, el elector apoyó a su profesor.
Poco después, siguiendo el curso de los acontecimientos, el obispo de Roma León X exigió que Lutero fuera enviado precisamente a esa ciudad. Pero Federico, quien tenía el poder suficiente y una gran pertenencia por su territorio y su gente, se negó rotundamente diciendo: “No, él es alemán y será juzgado en suelo alemán”.

Y es que la pelota estaba en la cancha de Federico. El emperador Maximiliano I falleció en enero de 1519, en plena efervescencia política y religiosa por el asunto de Lutero, así que los electores tenían la tarea de definir al nuevo emperador. León X le propuso a Federico tomar el cargo, e incluso le concedió la Rosa de Oro de la Virtud como una forma de persuadirlo para que aceptara el trono, pero él rechazó la propuesta. No se tiene del todo claro por qué. Algunos creen que su salud, debilitada tras más de 33 años como elector, no resistiría un cargo tan prominente. Otro argumento es que a Federico le preocupaba llevar a su electorado a la bancarrota debido al gran gasto político y militar que implicaría acceder al trono.
Aunque varias de las coronas más grandes de Europa, como las de Francia o Inglaterra, querían imponer a su propio candidato, Federico se inclinó por Carlos de Habsburgo y apoyó activamente su elección, convenciendo a otros electores. A cambio, Carlos prometió saldar una deuda pendiente con Sajonia que su abuelo, Maximiliano I, había contraído en 1497. Finalmente, el 28 de junio de 1519, los siete príncipes electores lo designaron formalmente como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. La coronación se realizó un año después en Aquisgrán.

El protector de Lutero
El evento culminante de la relación de Federico con Lutero y el movimiento de Reforma se dio en 1521, cuando el propio monje fue convocado para responder ante el emperador Carlos V en la Dieta de Worms. Luego de defender sus escritos y negarse a arrepentirse de cualquier cosa que hubiera escrito, fue condenado y sus ideas fueron estrictamente prohibidas mediante un edicto oficial.
Parecía que la suerte de Lutero estaba echada y que pronto sería capturado y condenado a muerte. Sin embargo, a pesar de que el Imperio mantenía fuertes lazos con Roma y de que las convicciones del propio Federico seguían siendo católicas, este se fue convirtiendo poco a poco en el defensor más férreo de Martín Lutero y de su petición de reforma. Siendo fiel a su convicción, Federico se aseguró de que el joven monje agustino fuera escuchado y, luego de la condena, logró eludir el Edicto de Worms en sus territorios. Hasta ese momento, Lutero estaba a salvo.
Pero, una vez más, Federico demostró su gran capacidad política y diplomática. Para proteger la vida de Lutero luego de la Dieta de Worms, ordenó que durante su regreso desde Worms hasta Wittenberg se fingiera un ataque por parte de unos supuestos bandidos de caminos, quienes debían secuestrarlo y encerrarlo en el Castillo de Wartburg, en las inmediaciones de la ciudad de Eisenach. El tiempo de aislamiento fue providencial para el monje, no solo porque su vida fue salvaguardada, sino porque aprovechó para traducir el Nuevo Testamento del griego al alemán y para producir varios escritos doctrinales.

La pregunta lógica hasta aquí es: ¿por qué Federico quiso proteger a Lutero? No parecía tener convicciones que dejaran ver un antagonismo manifiesto contra la Iglesia de Roma, y no tenía una relación personal con Lutero —de hecho se cree que solo se reunieron una vez, aunque algunos afirman que realmente nunca se conocieron personalmente—. Hay quienes argumentan que la decisión fue más que todo estratégica: Federico quería resguardar la reputación de la Universidad de Wittenberg y a la propia Sajonia de la intervención de fuerzas externas. Él sabía que su posición era privilegiada y que ni las autoridades de la Iglesia en Roma ni el propio emperador querrían arriesgar la elección imperial poniéndose en su contra.
Ahora bien, aunque Federico y Lutero tuvieron contacto directo muy escaso o nulo, esto no significa que no hubiese comunicación entre ellos. El tesorero de Federico, Degenhart Pfaffinger, actuó como intermediario, pero ellos se mantuvieron a distancia probablemente por estrategia política; solo así el gobernante podía sostener un discurso de negación si se le acusaba de sostener una relación personal con el reformador. De hecho, el propio secuestro de Lutero habría sido organizado por los asesores de Federico y no directamente por él, de manera que el elector eludió cualquier responsabilidad directa en el asunto.
No obstante, existen ciertos indicios de que Federico no solo mantuvo una protección, sino que atendió y apoyó ciertas ideas de Martín Lutero. Un ejemplo de esto es que, desde 1520, empezó a abandonar gradualmente su proyecto de colección de reliquias al dejar de comprar nuevas y que, al mismo tiempo, la promoción de las indulgencias se empezó a desvanecer en sus dominios. Dado que esta colección había sido uno de sus proyectos más importantes a lo largo de su vida, además de ser una importante fuente de recursos económicos y de fama para su electorado, los cambios de actitud sugieren que Federico se sometió de alguna forma a Lutero en asuntos religiosos. También en una carta de 1521, en la que se refirió a los acontecimientos iconoclastas en Wittenberg, escribió: “Hemos ido demasiado rápido”. Esto se ha interpretado como una inclusión personal en los esfuerzos de la Reforma.

El legado de Federico “el Sabio”
A pesar de lo anterior, Federico III de Sajonia nunca se fue oficialmente de la Iglesia católica. Sin embargo, algunos han afirmado que se convirtió al luteranismo en su lecho de muerte, al recibir el sacramento en ambas especies, es decir, pan y vino. Este gobernante falleció el 5 de mayo de 1525, cuando tenía 62 años. Nunca se casó, así que no dejó herederos. Fue sepultado en la Schlosskirche (Iglesia del Castillo) en Wittenberg, en una tumba esculpida por Peter Vischer el Joven.
Tras su muerte, fue sucedido por su hermano menor, Juan. El nuevo elector ya era luterano cuando subió al trono, así que el apoyo a la Reforma estaba asegurado. En 1527, la Iglesia luterana se convirtió en la oficial del Estado de Sajonia. Juan el Constante tuvo una relación mucho más cercana con Lutero y fue un defensor infatigable del movimiento protestante, incluso fue el primero en firmar la Confesión de Augsburgo en 1530.

Hoy en día, Federico el Sabio es recordado por proteger las libertades religiosas y negarse a participar en la persecución injustificada de los protestantes en Europa. Aunque las opiniones de los historiadores sobre sus motivaciones exactas varían (algunos lo ven como un hombre calculador o astuto, y otros como un príncipe honesto e íntegro), su papel en la preservación de la Reforma protestante es indiscutible. Su astucia política, su vasta red de contactos y su influencia se combinaron para crear un escudo esencial para Lutero y el naciente movimiento protestante.
Este gobernante alemán resulta ser un ejemplo de cómo, en momentos cruciales de la historia, figuras con poder y principios pueden ser levantadas para propósitos divinos, permitiendo que la Palabra del Señor permanezca.
Referencias y bibliografía
2 Princes | Ligonier Ministries
Elector Frederick the Wise | Thüringer Wald
Frederick III the Wise, Duke of Saxony and Elector 1486-1525 | Coin Gallery
Frederick III, Elector of Saxony, Letter (MSS 087) | EMORY
Meet the Hero: Frederick III, Elector of Saxony | Lowell Milken Center for Unsung Heroes
Frederick the Wise | Wisconsin Lutheran Seminary
Luther and the Life of the Pastor-Theologian | Tabletalk
Patrons of the Reformation | Ligonier Ministries
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