Nota del editor: En este artículo abordamos la figura de Friedrich Schleiermacher debido a la profunda influencia que ejerció en la historia de la teología y en el pensamiento religioso moderno. Sin embargo, esto no implica adhesión a sus propuestas ni a los principios de la teología liberal que él defendió. Nuestro interés es comprender su impacto en la historia de la Iglesia.
Friedrich Daniel Schleiermacher fue un importante filósofo y pensador cristiano que vivió entre los siglos XVIII y XIX. Consciente del gran declive de la fe en su tiempo, emprendió un proyecto crucial para el desarrollo moderno de la teología y el pensamiento cristianos. Su misión fue hacer teología en diálogo con los nuevos tiempos, reinterpretando la fe de la Iglesia para conectarla con la modernidad, tanto en sus ideas como en su cultura. Con bastante razón se ganó, tanto en un sentido positivo como negativo, el nombre de “padre de la teología moderna” o “padre de la teología liberal”. En este artículo nos centraremos, de manera introductoria, en su biografía.
Una familia religiosa y un estudiante con dudas
Friedrich Schleiermacher nació el 21 de noviembre de 1768 en Breslau, una importante ciudad alemana del siglo XVIII. Así como otros destacados teólogos, su familia contaba con una ascendencia de ministros. Gottlieb y Daniel, su padre y abuelo, fueron pastores de iglesias reformadas en Alemania. La herencia de la familia de su madre, Elizabeth, era notable: su abuelo fue pastor y su tío Samuel era predicador y profesor de teología. Este trasfondo resulta significativo, pues muestra la orientación religiosa de sus allegados y el camino que su propia vida tomaría.

Schleiermacher fue bautizado el mismo año de su nacimiento y, con unos 16 años, ingresó formalmente a la comunión de la Iglesia morava. Tras ser admitido, celebró su confirmación en febrero de 1784. La educación que recibió, tanto por parte de su familia como dentro de su comunidad religiosa, fue profundamente experimental. Con los años afirmaría: “La religión era el vientre materno en cuya santa oscuridad mi joven vida fue alimentada y preparada para el mundo”.
En abril de 1787, Schleiermacher comenzó sus estudios de teología en la Universidad de Halle, aunque ya llevaba algunos años en Niesky, un seminario moravo en el que comenzó a familiarizarse con las ideas de la Ilustración. Sin embargo, antes de ingresar a Halle, le informó a su padre que tenía importantes dudas teológicas por medio de una carta que escribió el 21 de enero. Al parecer, las ideas ilustradas y el racionalismo lo estaban afectando:
No puedo creer que Él, que se llamó a Sí mismo el Hijo del Hombre, fuera el verdadero Dios eterno; no puedo creer que Su muerte fuera una expiación vicaria, porque Él mismo nunca lo dijo expresamente; y no puedo creer que haya sido necesaria, porque Dios, que evidentemente no creó a los hombres para la perfección, sino para la búsqueda de ella, no puede de ninguna manera tender a castigarlos eternamente, porque no la han alcanzado.

Así pues, hasta donde sabemos, desde muy joven Schleiermacher luchó con cuestionamientos hacia doctrinas centrales de la fe cristiana tradicional. Estas dudas lo motivaron a estudiar teología en otro lugar. Su padre estaba profundamente preocupado por las inquietudes teológicas de su hijo, y por eso lo apoyó en su cambio de universidad, con la esperanza de que abandonara lo que para él eran serios problemas de especulación y tuviera una verdadera conversión. En una carta del 17 de mayo de 1787, le escribió:
¡Querido hijo! Que Dios te bendiga en Halle, te proteja con Su Espíritu de todo mal y que Su amor paternal te atraiga de nuevo hacia Su Hijo, a quien has negado (...). Espero que la desolación de la especulación y el poder de tu corrupción interior te hagan volver a ser querido y valioso para el Crucificado.
Estas palabras dejan ver la preocupación pastoral de su padre al reconocer las tempranas ideas críticas de su joven hijo.

Nuevos desafíos
En Halle, Schleiermacher estudió hasta 1789. Tras aprobar su examen de teología en Berlín, regresó a Halle para acompañar a su tío Stubenrauch hasta la localidad de Drossen, donde este fue nombrado pastor. Aunque la ciudad no era completamente de su agrado, Schleiermacher logró escribir diversos ensayos, concentrándose de manera especial en el filósofo Kant.
Ese mismo año, empezó a trabajar como tutor para una de las familias más importantes de la nobleza prusiana: la familia del conde Friedrich Dohna. Permaneció con ellos desde 1790 hasta 1793, dedicándose a la educación de los hijos de los nobles y, ocasionalmente, a la predicación.
Tras cuatro años como tutor, y habiéndose hecho buen amigo de la familia Dohna, consiguió un nuevo trabajo de docencia universitaria en Berlín. Allí se estaba formando una importante universidad y su fundador, Friedrich Gedike, buscaba reformar la educación, para lo cual reclutó a diversos maestros especializados. Así, en septiembre de 1793, Schleiermacher fue aprobado como profesor del seminario.
Los estudiosos mencionan que, durante este tiempo —al menos por unos dos años—, el entonces nuevo profesor se dedicó a estudiar y enseñar el pensamiento de Spinoza, un importante y revolucionario filósofo neerlandés de ascendencia judía que había nacido en el siglo XVII. La figura de Spinoza provocaba vacilación entre los profesores, quienes oscilaban entre una aceptación moderada y un rechazo tajante.

En su propio tiempo, muchas de sus ideas le acarrearon profundas consecuencias personales y su pensamiento había sido considerado “peligroso” tanto por judíos como por cristianos y académicos tradicionales. De hecho, surgían debates acalorados cuando se sospechaba que algún maestro había abrazado su sistema filosófico. No obstante, para Schleiermacher esto no representó un problema. Antes bien, fue un entusiasta receptor del pensamiento de Spinoza, e incluso llegó a escribir sobre su filosofía y a editar algunas de sus obras.
En 1794, el rumbo de Schleiermacher cambió, pues se enteró de la existencia de un puesto vacante como predicador en Landsberg. Luego de enlistarse como candidato y superar con éxito un importante examen, fue nombrado predicador ayudante. Un aporte significativo que realizó durante este tiempo fue la traducción de sermones al alemán, en especial de reconocidos predicadores como Hugh Blair y John Fawcett.
A pesar de su productiva labor como ayudante, su permanencia en el cargo fue breve: apenas dos años. Tras la muerte de Schumann, el pastor principal, Schleiermacher fue removido de su puesto y, en septiembre de 1796, designado predicador en el Hospital de Berlín, conocido como Charité. Este hospital servía como residencia para enfermos y también como lugar de oración, de modo que su labor no se limitó exclusivamente a la predicación o al servicio a los enfermos, sino que combinó ambas funciones.

Su ministerio en el Charité supuso un cambio positivo en su trayectoria: le dio estabilidad laboral, lo situó en un ambiente cultural e intelectual más rico y le permitió combinar la atención pastoral con la reflexión teológica. Según los especialistas, esta etapa tuvo una gran influencia formativa en su pensamiento. Fue también en este periodo cuando comenzó a dialogar con pensadores del llamado Romanticismo alemán, cuyas propuestas literarias y filosóficas influyeron en el desarrollo de su teología.
Mientras permanecía en Berlín, sentía, sin embargo, que a su vida le faltaba alcanzar algo más. Schleiermacher deseaba escribir una obra importante. Al cumplir 29 años, se lamentaba de no haber logrado todavía ese objetivo y se propuso comenzar a escribir antes de que terminara el año. El fruto de ese empeño vio la luz en 1799: Sobre la religión.

Una nueva visión de la religión
En el texto que publicó, compuesto por varios discursos, Schleiermacher respondió a las críticas que distintos grupos intelectuales hacían contra la idea de lo religioso. Por ejemplo, los ilustrados racionalistas reducían la religión a un conjunto de principios morales o la consideraban un vestigio de la superstición; ciertos románticos buscaban lo sublime fuera de las iglesias históricas; y críticos políticos y sociales veían en la religión institucional, especialmente en las tradiciones católica y protestante, un instrumento de control más que una vía de encuentro con lo divino. En resumen, para sus adversarios, la religión era un concepto anticuado y sin valor para los tiempos modernos; de hecho, no tenía lugar en las ramas del conocimiento contemporáneo.
Schleiermacher pensaba, en cambio, que la religión no era una realidad obsoleta ni estéril para el pensamiento, la experiencia y la cultura. Incluso en un mundo moderno e ilustrado, esta podía tener un papel decisivo, aunque no bajo las formas heredadas de siglos atrás, sino con una expresión completamente nueva. Se opuso entonces a concebir la religión como mero naturalismo o como un conjunto de dogmas y prácticas establecidas.
En consecuencia, para él la religión no debía explicarse principalmente por los rituales, las órdenes, los dogmas o un cuerpo doctrinal fijo. Su verdadera esencia residía en la experiencia personal de lo infinito por parte de la persona finita, es decir, en un sentimiento y conciencia lúcida de depender por completo de Dios, con lo cual se evidenciaba un anhelo y un deleite por lo infinito. Además, debía vivirse en el contexto comunitario de la Iglesia cristiana, pues precisamente allí se encontraba el mayor ejemplo de esta conciencia de dependencia absoluta de lo divino.

La religión, por tanto, no se limitaba al pensamiento, la naturaleza o la moral; no consistía en la mera reflexión sobre la definición de los diversos seres o el análisis del universo y de los fenómenos que en él ocurren. La religión, según escribió: “Ha de rechazar la tendencia a establecer seres y a determinar naturalezas, a perderse en una infinidad de razones y deducciones, a investigar las últimas causas y a formular verdades eternas”.
Así comprendida, la religión no es la que justifica una práctica moral necesaria en la vida de acuerdo con leyes, tradiciones y preceptos. En contra de lo sostenido tanto por el pensamiento filosófico moderno como por la teología de las iglesias protestantes, la religión debía descansar en los afectos personales, en el sentimiento y en la intuición que afectan a cada persona que es consciente —en su ser e individualidad— de la realidad de lo infinito, de aquello que está más allá del hombre y del mundo.
En síntesis, la religión —alejada del naturalismo ilustrado, del pensamiento al estilo de Hegel o de la moral explicada por Kant—, tiene que ver con el hombre, con Dios y con la relación que se da entre ambos. Además, alcanza su expresión ideal cuando el ser humano reconoce su finitud y comprende que no puede descansar en sus propias fuerzas morales e intelectuales. El pensamiento y la voluntad, el pensar y el obrar, aunque necesarios, se desplazan para dar lugar a los afectos y a las emociones orientados hacia Dios, bajo el ejemplo definitivo de conciencia de lo divino que es Jesús de Nazaret.

Su nuevo libro fue llamativo —para bien o para mal— dentro de un amplio público. De hecho, atrajo rápidamente la atención de su supervisor en el ministerio, quien observó en la obra de Schleiermacher fuertes influencias o bien del Romanticismo alemán o del propio Spinoza. Parecía que, en su intento por superar las bases de la Ilustración y actualizar el cristianismo, había quedado preso de otro sistema moderno. Y esto, fuera cierto o no, le trajo consecuencias.
Pasados unos años, y como reacción al nuevo libro, fue trasladado al pequeño pueblo de Stolp. El 30 de mayo de 1802 salió de Berlín. En marzo de ese mismo año había sido llamado al ministerio, y Friedrich Wilhelm von Thulemeier, el ministro de Estado, lo había ordenado para iniciar sus labores en junio. Así que el sexto día de ese mes inauguró su ministerio con un sermón basado en Romanos 1:16. Entre 1802 y 1804, Schleiermacher trabajó activamente en la predicación, sostuvo un nutrido intercambio epistolar y realizó estudios literarios, especialmente sobre el filósofo Platón.

Pronto recibió la invitación de la Universidad de Wurzburgo para integrarse en su profesorado. Aunque esta opción fue finalmente impedida por las autoridades estatales, Schleiermacher optó por incorporarse a la Universidad de Halle —donde había estudiado años antes—, abandonando así definitivamente Stolp.
Enseñanza, predicación y controversias
En 1804, Schleiermacher ingresó a Halle y desarrolló allí una intensa actividad. Bien pudo ser este su lugar ideal. Enseñó una amplia variedad de materias: filosofía, teología, historia de la Iglesia, ética, religión, hermenéutica y teología dogmática. Sin embargo, su estancia se vio interrumpida, pues en 1806 la universidad cerró debido a conflictos internacionales.
Esta salida forzada fue, según sus biógrafos, muy difícil para él, ya que supuso una pausa abrupta en un trabajo que realizaba con plena comodidad. Algunas cartas suyas revelan que se sentía profundamente destrozado, abandonado y con un marcado sentimiento de desarraigo. La situación frustró su proyecto de fundar su propia escuela. Schleiermacher no quería dejar Halle y estaba dispuesto a pagar cualquier precio para quedarse.
Pero un nuevo entorno y otras experiencias lo aguardaban. En mayo de 1810, ya instalado en Berlín, fue nombrado predicador de la Iglesia de la Santa Trinidad, y también contrajo matrimonio con Henriette von Willich. Ese mismo año ingresó a la Universidad de Berlín. Allí su papel fue decisivo, pues fundó la Facultad de Teología, de la cual llegó a ser decano entre 1815 y 1816. Además, colaboró con destacados pensadores como Schelling y Hegel, fue nombrado miembro de la Real Academia Prusiana de Ciencias y, posteriormente, designado presidente de la Comisión científica de reformas escolares del Ministerio del Interior prusiano.

Durante estos años comenzó a elaborar la que se convertiría en una de sus obras más relevantes en el campo de la teología: La fe cristiana, un tratado que, por su importancia histórica, hoy se considera una de las obras más influyentes, junto a las de Calvino, Aquino y Barth. Esta tuvo una larga gestación que se remonta a 1805, cuando Schleiermacher ya albergaba el deseo de escribir un texto de teología, y es el producto final de sus clases y conferencias, tanto en Halle como en Berlín, desde 1804 hasta 1830.
Este manual de dogmática, único por su contenido y metodología, marcó una nueva era en la teología cristiana; expresaba la fe y la doctrina en gran parte conforme a la definición de religión que había desarrollado años antes en sus discursos. En él, Schleiermacher evidenció el largo camino que habían recorrido tanto su vida como su pensamiento.
Toda la teología de Schleiermacher, desde lo escrito en sus discursos sobre la religión hasta su pensamiento maduro expresado en La fe cristiana, representó la controvertida propuesta de un nuevo proyecto teológico en respuesta al sistema de la Ilustración, aunque no en oposición a la vigencia de la fe en un mundo moderno. Pero específicamente en esa obra presentó la fe de una manera tal que no pudiera ser relegada o excluida de los demás ámbitos del pensamiento, pues ni siquiera despreciándola carecía de relevancia para la modernidad o para la experiencia humana contemporánea.

Sin embargo, aunque su proyecto de actualización teológica buscaba un nuevo comienzo, críticos conservadores y tradicionales —tanto de su tiempo como del presente— lo percibieron como el germen de un sistema que podría poner en peligro la fe cristiana auténtica. Concluyeron que sus propuestas eran una desviación del canon tradicional, la cual amenazaba la existencia de la Iglesia cristiana como tal, los credos pasarían a ser obsoletos y se perdería la verdadera figura del Salvador.
No es exagerado concluir que Schleiermacher fue el principal responsable de la entonces nueva tradición conocida como “teología liberal”. Su pensamiento fue central en la formación de importantes teólogos liberales del siglo XIX y comienzos del XX, aunque muchos acabarían distanciándose de tal movimiento. Así ocurrió, por ejemplo, en las primeras décadas del siglo XX con Barth y Bultmann.
El tramo final
En la última mitad de su vida, Schleiermacher se enfrentó a diversos problemas. En Berlín existía una resistencia intelectual y religiosa frente al creciente autoritarismo y absolutismo del rey Federico Guillermo III. Dentro de sus políticas, el poder secular se imponía sobre el religioso, de modo que podían efectuarse cambios litúrgicos en las iglesias por intervención directa del monarca. Esta actitud contradecía lo que Schleiermacher había reflexionado sobre el lugar del poder real en el ámbito eclesiástico.
En 1819, su proyecto de reforma presentado a las iglesias protestantes de Prusia fue rechazado. Pronto, sus conferencias en la universidad comenzaron a orientarse contra las políticas del rey. Los enfrentamientos y diferencias se prolongaron durante años y, en 1823, las autoridades iniciaron un proceso judicial en su contra debido a algunas expresiones que comprometían directamente al monarca.

Sus últimos años fueron productivos en el contexto pastoral y educativo. Centró su labor en las nuevas reformas educativas y sociales que se estaban llevando a cabo en Berlín, en las cuales logró una participación decisiva como impulsor del progreso. En 1829, sufrió la muerte de su hijo menor, Natanael. Un año después, tuvo una destacada participación en el trigésimo aniversario de la Confesión de Augsburgo. Para 1833, Schleiermacher contaba con diversos honores, tanto intelectuales como civiles, otorgados por el gobierno.
No obstante, su salud comenzó a decaer y para enero de 1834 se encontraba gravemente enfermo. En aquella época, no había tratamientos disponibles para los resfriados, por lo que estos podían ser mortales en muchos casos. Schleiermacher padeció uno intenso, que rápidamente evolucionó a una neumonía fatal. En menos de un mes falleció, exactamente el 12 de febrero.
Algunos testigos del funeral afirmaron que nunca se había visto a tanta gente reunida en un sepelio. Había muerto uno de los pensadores cristianos más relevantes de su siglo, tanto para el ámbito eclesiástico como para el mundo del pensamiento en general. Pero con su muerte su obra no concluía: era el inicio de una nueva era para el cristianismo occidental. Los efectos de su obra y pensamiento se desplegarían a lo largo del siglo XIX y hasta la primera mitad del XX.

Con la figura de Schleiermacher se inauguró una etapa decisiva en la historia de la teología cristiana y en la relación entre la fe, la cultura y el pensamiento moderno. Su empresa fue ambiciosa, pues intentó “actualizar” el cristianismo para su tiempo reformulándolo desde sus bases más fundamentales. Schleiermacher no solo marcó la época cristiana en la que vivió; su influencia fue decisiva durante todo el siglo XIX. Incluso hoy, muchos elementos de su pensamiento siguen presentes —de una u otra manera— en ciertas corrientes teológicas modernas.
Su intento, aunque positivo en su propósito de actualizar la fe para los tiempos presentes, también derivó en una desviación que, con el tiempo, dividió al cristianismo en facciones casi irreconciliables. Tanto liberales como conservadores —estén o no plenamente informados sobre sus tradiciones— coinciden en que una de las figuras centrales en esta gran división fue Friedrich Schleiermacher. Y es que, siendo honestos, pocas veces en la historia del cristianismo ha habido personajes de tan profunda influencia.
Referencias y bibliografía
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Schleiermacher (2013) de T. Vial. Nueva York: Bloomsbury T&T Clark, p. 7.
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“Gehört Schleiermacher in den Kanon christlicher Theologen?” en Schleiermacher kontrovers (2019) de S. Grosse. Leipzig: Evangelische Verlagsanstalt, pp. 117-118.
Leben Schleiermacher, tomo 1 (1870) de W. Dilthey. Berlín: s. e., p. 197 ss.
Schleiermacher und die Frühromantik (1986) de K. Nowak. Gotinga: Vandenhoeck & Ruprecht, p. 12 ss.
“Ein Gelehrter ist kein Hund. Schleiermacher Absage an Halle” en Schleiermacher-Archiv, tomo 1 (1985) de H. Patsch, Hermann Fisher (ed.). Berlín: Walter de Gruyter, p. 127.
“Friedrich Schleiermacher. La teología como pneumatología” en La fe cristiana (2013) de A. Cordovilla, F. Schleiermacher. Salamanca: Sígueme, p. 16 ss.
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