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...o estoy equivocado, y los cristianos han enseñado de forma incorrecta durante los últimos 2000 años (…), o hay líderes eclesiásticos intentando arrastrar a la Iglesia a la apostasía. Ninguna de las dos opciones es favorable (...). 2000 años de doctrina cristiana no pueden ser alterados al capricho de unos pocos obispos liberales.
Esto fue expresado por el reverendo Calvin Robinson en su discurso de 2023 en el Oxford Union, en el contexto del debate de la Iglesia anglicana sobre la autorización de la bendición de parejas homosexuales.
Su argumento es certero: en la actualidad, líderes de numerosas instituciones y confesiones religiosas están abandonando la moral cristiana tradicional para adaptar la fe a lo que resulta grato al mundo. Con una fuerza cada vez más abrumadora, nuestra sociedad nos presiona a modificar nuestras creencias y a conceder mayor valor a las corrientes culturales contemporáneas. Occidente nos ofrece una cosmovisión crecientemente centrada en los gustos personales y en la autoridad absoluta del individuo, lo que ha resultado en una presión generalizada a aceptar cualquier forma de expresión, incluyendo formas antibíblicas de sexualidad.
Como señaló Robinson, solo nos quedan dos caminos. O aceptamos que la Biblia y los cristianos de los últimos dos milenios están equivocados, o reconocemos que esa presión cultural nos conduce a la apostasía y la vemos como una fuerza que se opone a nuestra fe. Considero que este reverendo anglicano nos ofreció un gran ejemplo: en ese momento todo apuntaba a que la bendición de parejas homosexuales ganaría el debate —lo que finalmente ocurrió casi al mismo tiempo que la pronunciación de su discurso—, pero aun así él defendió lo que la Palabra de Dios proclamaba.

¿De dónde proviene esta fuerza brutal que afecta al cristianismo tradicional? ¿De qué maneras ha cedido la Iglesia protestante a esa presión cultural y qué podemos hacer para no sucumbir a ella?
La inclusión y el triunfo del yo
El individualismo expresivo se ha vuelto la postura intelectual predeterminada para interpretar el arte, la política, la religión y la vida social en el mundo occidental. Pero, ¿qué es exactamente? En su libro Una era secular, Charles Taylor describe nuestra época como la “cultura de la autenticidad”, en la cual:
…cada uno de nosotros tiene su propia manera de realizar nuestra humanidad, y es importante encontrar y vivir la propia, en lugar de rendirse a la conformidad con un modelo que nos es impuesto desde fuera, por la sociedad, la generación anterior o la autoridad religiosa o política. Este había sido el punto de vista de muchos intelectuales y artistas durante los siglos XIX y principios del XX.

En la actualidad, el objetivo supremo de cada individuo es vivir su propia humanidad de manera particular, distinguiéndose de los demás. Esto es lo que se conoce como individualismo expresivo. El teólogo e historiador cristiano Carl Trueman explica que, “para ser una persona auténtica, para ser genuinamente yo, necesito poder expresar externamente o manifestar públicamente lo que siento que soy por dentro”. La idea de reservar las emociones y no mostrarlas en público ha quedado obsoleta; la verdadera virtud ahora se alcanza al expresar lo que se lleva dentro. Por esta razón, la fluidez de género y el transgenerismo son tan valorados hoy en día.
Como señalaba Taylor, este punto de vista ha persistido por siglos, arraigándose primero en la academia y el arte. Jonathan Leeman, en su libro Authority (Autoridad), ilustra cómo el cine popular refleja nuestro anhelo de romper con la autoridad. Desde La guerra de las galaxias y Frozen hasta Los juegos del hambre, las películas populares demuestran nuestro deseo de liberarnos. ¿De dónde viene esta ansia de autonomía? Aunque somos rebeldes por naturaleza, los siglos han acumulado evidencia de los abusos de autoridad (esclavitud, machismo, oscurantismo, etc.), lo que ha cultivado en nosotros una “sospecha”. En palabras de Leeman:
Después de todo, hemos visto los abusos de la autoridad, desde Jorge III, que exigía demasiado a los colonos americanos, hasta los padres que maltrataban a sus hijos. Hay buenas razones por las que la tradición occidental moderna, y ahora posmoderna, ha cultivado en nuestros corazones una “hermenéutica de la sospecha” hacia toda autoridad. En cierto sentido, tenemos razón en adoptar una actitud predeterminada de sospecha hacia quienes tienen autoridad sobre nosotros. El poder corrompe, como dicen.

Ahora, si parte del origen de nuestra cultura de “individualismo expresivo” radica en afirmar lo bueno que Dios ha puesto en nosotros como parte de Su diseño y rechazar la autoridad abusiva que impide una vida digna, ¿por qué se ha vuelto tan opuesto a los valores bíblicos? ¿Acaso la Biblia no presenta ejemplos como Elías, quien se liberó del yugo injusto de gobernantes como Jezabel?

En realidad, el individualismo expresivo captura una parte de la verdad. “Los seres humanos tenemos una vida interior, y esa vida interior es muy importante para quienes somos”, afirma Trueman. Sin embargo, hay una distinción clave. Para él, existen dos tipos de individualismo expresivo: el bíblico y el secular. Podemos tomar a Agustín como ejemplo del primero. En sus Confesiones, no hacía más que expresar su interioridad al hablar de sus pecados. “Una de las diferencias más grandes”, señala Trueman, “es que el individualismo expresivo cristiano reconoce que puede haber un problema con lo que está dentro”.
Hoy, muchos hombres que se identifican como mujeres sienten una imperiosa necesidad de expresar lo que llevan dentro. De manera similar, el rey David sintió una necesidad apremiante de hablar: “Mientras callé mi pecado, mi cuerpo se consumió con mi gemir durante todo el día” (Sal 32:3). Sin embargo, existe una clara diferencia: el cristiano, en su individualidad, entiende que hay corrupción en su interior, algo que no ocurre con el individualismo expresivo secular. Para este último, cualquier sentimiento interno es aceptable y potencialmente auténtico, sin importar su naturaleza.
En una sociedad donde este es el marco intelectual predeterminado, cualquier forma de pensamiento que rechace al individuo es interpretada como opresiva y contraria a la realización personal. La inclusión se convierte en la norma: todo debe aceptarse, ya que el individuo es capaz de una infinidad de opiniones, deseos y expresiones. Esto choca frontalmente con el cristianismo y el Evangelio, cuya base central es la idea de que en nuestro interior reside la maldad y necesitamos liberarnos de ella. “No hay justo, ni aun uno”, declara el apóstol Pablo en Romanos 3:10.

Moral subyugada a la cultura
La implicación más visible de esta presión es, sin duda, la moralidad sexual. La sociedad contemporánea exige una “inclusión” que se traduce en un mandato para que la Iglesia abandone interpretaciones bíblicas milenarias sobre la conducta y la identidad sexual.
La magnitud de esta ofensiva es evidente: para 2024, casi siete de cada diez adultos en EE. UU. (69%) apoyaban el matrimonio homosexual. Paralelamente, el Estudio del Panorama Religioso de Pew Research para el período 2023-2024 revela que el 59% de los adultos que se identifican con alguna religión considera que la homosexualidad debería ser aceptada por la sociedad —en 2007 había sido el 46%—. Aunque esta cifra es superada por el 87% de aceptación entre los no afiliados religiosamente, evidencia una notable evolución interna incluso dentro de las comunidades de fe.
El resultado de esta implacable presión ha sido una cascada de concesiones. Diversas denominaciones en ese país, que en el pasado estuvieron firmes en la tradición protestante y evangélica, han claudicado, modificando sus estatutos para bendecir uniones homosexuales o permitir el clero LGBTQ+ (por ejemplo, la Iglesia Presbiteriana EE. UU., la Iglesia Luterana Evangélica en América y la Iglesia Unida de Cristo).

La contraparte son aquellas iglesias y denominaciones evangélicas que se esfuerzan por mantener la fidelidad a la enseñanza bíblica tradicional sobre la sexualidad, las cuales son rápidamente estigmatizadas por la cultura dominante como hostiles, discriminatorias o enemigas del progreso. Como revela Pew Research, existe una correlación directa entre la asistencia frecuente a la iglesia y la convicción de que la homosexualidad debe ser desalentada, una postura que choca frontalmente con la sensibilidad moderna. De hecho, cerca de tres cuartas partes de los protestantes evangélicos afirman que la homosexualidad entra en conflicto con sus creencias religiosas.
Mientras tanto, organizaciones como Reformation Project (Proyecto Reforma) trabajan activamente dentro del evangelicalismo para imponer la inclusión LGBTQ+, promoviendo reinterpretaciones bíblicas que se alinean con las narrativas culturales predominantes en lugar de con un escrutinio fiel y consistente de la Palabra de Dios. Estos esfuerzos internos por reformar —desfigurar, en realidad— la enseñanza bíblica desde adentro representan una de las facetas más insidiosas de la presión cultural, buscando legitimar una apostasía teológica.
Pero la influencia corrosiva de esta presión no se limita a las declaraciones denominacionales; se infiltra sigilosamente en la vida cotidiana de los creyentes. Un informe del Institute for Family Studies (Instituto de Estudios sobre la Familia) es demoledor: la mayoría de los evangélicos menores de 45 años ya ha cohabitado con su pareja fuera del matrimonio, planea hacerlo o está abierto a ello. De hecho, casi la mitad (47%) de los evangélicos practicantes menores de 45 años que han estado casados o han cohabitado, vivieron juntos antes del matrimonio.

Incluso el catolicismo, a pesar de su arraigado conservadurismo —que ha llevado a establecer normas como el celibato sacerdotal o la prohibición total de anticonceptivos, mandatos adicionales a lo que dice la Biblia—, también experimenta una presión significativa para modificar sus enseñanzas. Un ejemplo es que, según Pew Research (abril de 2025), el 59% de los católicos en Estados Unidos apoya la ordenación de mujeres.
Permanece entonces la interrogante: ¿qué puede hacer la Iglesia de Cristo frente a tal poder cultural que arrasa cualquier intento de preservar la moral tradicional?
La Iglesia: estandarte de la verdadera inclusión
El profesor de religión Stephen Prothero, en su libro Why Liberals Win the Culture Wars (Por qué los liberales ganan las guerras culturales), sostiene que los conservadores siempre pierden las batallas culturales porque defienden causas perdidas. Es decir, nuestra cultura exhibe una profunda tendencia hacia la inclusión y la tolerancia, por lo que, eventualmente, las posturas políticas conservadoras terminan perdiendo, incluso si sus representantes son elegidos. En un artículo del Washington Post, Prothero afirmó:
Causas que antes se etiquetaban como “liberales” se convierten en “valores estadounidenses”, adoptadas tanto por liberales como por conservadores. El matrimonio entre personas del mismo sexo pasa a ser simplemente matrimonio. El islam es reconocido como parte de nuestra tradición abrahámica compartida. Dejamos de ver a ciertos grupos de inmigrantes como amenazas —como “narcotraficantes”, “violadores” y “terroristas”— y, en cambio, valoramos sus aportes a nuestra sociedad.

Sin embargo, es crucial recordar que la función de la Iglesia nunca será simplemente ganar la guerra cultural a favor de causas conservadoras (o liberales, como aquellas que apoyamos siglos atrás al oponernos al machismo abusivo y la esclavitud), incluso si dichas causas se alinean con nuestra fe. Más bien, la Iglesia debe permanecer como el lugar seguro donde la fe se vive a la luz de la autoridad escritural, aun si esto implica persecución o martirio. En palabras del apóstol Pablo, somos “columna y sostén de la verdad” (1 Ti 3:15) en un mundo caído. Es muy valiosa la perspectiva de Russell Moore ante esta “inevitable” derrota en la así llamada “batalla cultural”:
El diluvio en Génesis también fue inevitable, y rara vez se pierde al apostar contra el arrepentimiento social en un mundo caído. Si queremos conservar el testimonio del Evangelio en medio de los cambios culturales, debemos considerar —y preparar a las personas para— la posibilidad de que podríamos perder.
Así, lo verdaderamente grave no es presenciar cómo en todo el mundo occidental los gobiernos aprueban el matrimonio homosexual, permiten la eutanasia, autorizan el aborto a lo largo de todo el embarazo, promueven el libertinaje sexual desde edades muy tempranas y expanden la autonomía individual hasta romper con todos los lazos comunitarios. Lo verdaderamente grave es que la Iglesia sucumba y adopte las mismas perspectivas.

En su discurso, Robinson recordó lo que algunos amigos con luchas por la atracción hacia el mismo sexo le confesaron en medio del debate de la Iglesia anglicana de 2023: “Pude haberme casado, pero hice lo que la Iglesia me enseñó que era correcto y ahora la Iglesia está diciendo que se equivocó todo el tiempo. He desperdiciado mi vida”. Esto es lamentable. En medio de una cultura que propicia el avance del individualismo expresivo, la Iglesia está llamada a custodiar las verdades de la Escritura. Muy apropiadamente, Robinson concluyó su discurso citando las palabras de Atanasio de Alejandría: “Si el mundo está en contra de la verdad, entonces yo estoy en contra del mundo”.
Las congregaciones verdaderamente fieles a la Escritura, por el contrario, están llamadas a practicar la inclusión tal como la enseñó nuestro Señor Jesucristo. Robinson aseveró:
La Iglesia debería ser absolutamente inclusiva. Cristo pasó tiempo con recaudadores de impuestos y prostitutas, pero fueron ellos quienes se fueron cambiados, no Cristo. Somos caídos, por lo tanto, todos somos pecadores. La Iglesia está abierta a los pecadores, por supuesto que sí, ese es el propósito de la Iglesia, pero no debería ser para alentar a la gente a continuar pecando.

Sin embargo, esta apertura no implica una aceptación indiscriminada. En un sentido crucial, el cristianismo debe reafirmar su naturaleza profundamente exclusiva. “La fe es inherentemente discriminatoria”, subrayó el reverendo. “Dios es discriminatorio; hay condiciones para entrar en Su reino celestial (…). Debemos alejarnos del pecado, arrepentirnos y seguir a Cristo”. El fundamento mismo del Evangelio bíblico reside en la realidad de nuestra condición pecaminosa y la necesidad de expiación por nuestra transgresión. Una autoexpresión totalmente tolerante no solo carece de poder para redimirnos, sino que es, precisamente, la causa de nuestra condenación.
Conclusión: la búsqueda del verdadero “yo”
Habiendo sostenido que la labor de la Iglesia de Cristo no es ganar la guerra cultural, sino permanecer como un baluarte de la verdad, surge una pregunta crucial: ¿qué hacemos con el “yo”? En otras palabras, frente a una sociedad que exalta la autoexpresión individual por encima de cualquier otra consideración, ¿resulta imperativo descartar por completo a la persona?
Para abordar este interrogante, resultan particularmente útiles las reflexiones del teólogo croata Miroslav Volf. Su influyente obra Exclusión y acogida: una exploración teológica de la identidad, la alteridad y la reconciliación —catalogada por Christianity Today entre los cien libros de teología más destacados del siglo XX—, examina la inclusión de manera profunda. La investigación de Volf ahonda en las razones por las cuales el ser humano tiende a excluir al otro en función de sus rasgos sociales o étnicos, y presenta la acogida cristiana como una respuesta teológica fundamental.

En un mundo marcado por nuestra común corrupción y la persistente tendencia a rechazar al prójimo, ¿quién puede realmente sobreponerse a la exclusión que emana de nuestra naturaleza caída? Se requiere, entonces, un “nuevo yo”. Es menester que el “yo” antiguo —independientemente de la hondura o del contenido de lo que anhele expresar desde su interior— sea reemplazado por el modelo de un ser íntegro y pleno: Jesucristo. Concluyo con la siguiente cita de Volf:
Al ser “crucificado con Cristo” el “yo” ha recibido un nuevo centro: el Cristo que vive en él y con quien vive. Nótese que el nuevo centro del “yo” no es una “esencia” atemporal, profundamente escondida en el interior del ser humano, bajo los sedimentos de la cultura y la historia, sin tocar por “el tiempo y el cambio”, una esencia que solo espera ser descubierta, desenterrada y liberada. (...) El centro del “yo” (…) es la historia de Jesucristo, que se ha convertido en la historia del “yo”.
Referencias y bibliografía
Christianity SHOULD NOT allow gay marriage 6/8 - Rev. Calvin Robinson| Oxford Union
A Secular Age de Charles Taylor | Amazon
What Does It Mean to Be Your True Self? | Crossway Articles
Same-sex marriage support dips slightly but remains strong in the U.S. | NBC News
Chapter 6: Religion | Pew Research Center
16. Religion and views on LGBTQ issues and abortion | Pew Research Center
Religious Groups’ Official Positions on Same-Sex Marriage | Pew Research Center
LGBTQ-affirming religious groups | Wikipedia
LGBTQ clergy in Christianity | Wikipedia
Cohabitation Among Evangelicals: A New Norm? | Institute for Family Studies
Pre-marital Cohabitation Increasing Among Young Evangelicals | Daily Citizen
Most U.S. Catholics Say They Want the Church To Be "More Inclusive" | Pew Research Center
Do Liberals Always Win? | The Gospel Coalition
Why conservatives start culture wars and liberals win them | The Washington Post
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