Los predicadores llenos del Espíritu se deleitan con la maravilla de que un simple mortal hable en nombre de Dios. Por supuesto, ni el privilegio ni la suficiencia para hacerlo recaen sobre ellos. Sin embargo, la maravilla y el terror de proclamar la Palabra vivificante de Dios, en el poder del Espíritu, para las almas redimidas por Cristo, alimenta el deseo del predicador de perfeccionar su arte.
Los predicadores de hoy tienen dos mil años de conocimientos teóricos y sabiduría práctica afinada acerca del arte de la predicación. Qué tan bien administramos esta vasta riqueza es debatible, pero la teoría sobre este tema ciertamente ha avanzado a niveles de sofisticación desconocidos en siglos anteriores. Además, las innovaciones tecnológicas nos permiten no solo leer los sermones de un ministro reconocido, sino también escucharlos en su propia voz.
Entonces, con todos estos recursos a nuestro alcance, ¿por qué poner nuestra atención en los ministerios de predicación de pastores antiguos como Juan Crisóstomo (347-407)? Después de todo, sus homilías solo existen de forma escrita, carecen de muchas características estructurales que los homiletas de hoy consideran importantes, y se dirigieron a un público con el que tenemos poco en común. Además, surgieron en un entorno cultural diferente al nuestro. Entonces, ¿por qué considerar sus sermones?
Primero, por esas mismas razones. A pesar del abismo histórico y cultural que separa nuestro tiempo del suyo, los eruditos patrísticos aún se especializan en estudiar su ministerio. Después de 1600 años, los 640 sermones que de él se conservan siguen siendo una mina de oro.
Segundo, Dios usó la predicación de Juan Crisóstomo para despertar el amor por las Escrituras y cambiar vidas. Él predicó la misma Palabra que predicamos nosotros y fue llenado y usado por el mismo Espíritu Santo que empodera a los predicadores bíblicos en la actualidad. Esta dinámica, centrada en la Palabra y habilitada por el Espíritu, nos une a Juan tanto como a cualquier esquema o escuela de sabiduría sobre la elaboración de sermones que encontremos hoy.
Monje convertido en predicador
Juan ejerció su ministerio en las provincias orientales del Imperio romano durante la era posnicena de la historia de la iglesia. El cristianismo se legalizó en el año 313 y el primer concilio ecuménico estableció una cristología ortodoxa en Nicea en el 325. Esto significa que Juan ejerció su ministerio en los días embriagadores en que la iglesia se liberaba de la persecución y crecía exponencialmente. A lo largo del imperio, los templos paganos se convirtieron en edificios eclesiásticos que rebosaban de cristianos profesantes, aunque muchos de ellos aún seguían atados a sus inclinaciones paganas.
Juan nació en un hogar moderadamente rico en la cosmopolita ciudad de Antioquía. Allí recibió una excelente educación, pero abandonó una prometedora carrera jurídica para convertirse en monje, lo cual consternó a su reconocido tutor, Libanio (313-393).
Durante seis años, Juan vivió en las colinas de Antioquía, principalmente entre otros ermitaños, pero también con varias temporadas largas de aislamiento total. Este período de intensa formación espiritual lo ayudó en su lucha contra la tentación sexual, pero también arruinó su salud.
Juan regresó a Antioquía, donde ejerció su ministerio bajo la tutela del Arzobispo Flaviano y el Obispo Diodoro. Estos hombres lo equiparon para defender la ortodoxia nicena contra el arrianismo, y para abrazar la escuela antioquena de interpretación bíblica, en oposición a la metodología más alegórica de la escuela alejandrina.
Juan ejerció su ministerio fielmente en Antioquía durante dos décadas. A los cincuenta años, era un predicador y autor muy popular, aparentemente posicionado para completar una larga y distinguida carrera en su ciudad natal.
Reformador insólito
Sin embargo, cuando el obispo de Constantinopla murió, el emperador oriental Arcadio ideó una artimaña para prácticamente secuestrar a Juan y convertirlo en el siguiente obispo; aquella era la segunda sede más importante del cristianismo. Arcadio y su influyente esposa, Eudoxia, valoraban la cristología ortodoxa de Juan y su don para la predicación, y lo recibieron con entusiasmo como su consejero espiritual. Parecía una combinación perfecta.
Como obispo de Constantinopla, Juan supervisaba a cien mil feligreses y cientos de funcionarios de la iglesia. Se le encomendó la tarea de juzgar los asuntos eclesiásticos a nivel local, así como los casos que se le presentaban desde fuera de su jurisdicción.
Principalmente a través de sus sermones, se ganó el cariño de sus feligreses. Sin embargo, los poderosos eclesiásticos e imperiales de Constantinopla no le concedieron su lealtad. Paladio, un historiador afín a sus ideas, resumió el plan de Juan como “barrer las escaleras desde arriba”. En otras palabras, el antiguo ermitaño, el hombre comprometido con la pureza sexual, el austero, amante de la Biblia y celoso defensor de Cristo había aterrizado en la decadente Constantinopla con la intención de poner orden. La ciudad rebosaba de funcionarios de la iglesia que no compartían su pasión por la santidad. Su llegada fue como si un granjero amish entrara a una discoteca.
Quizás ningún creyente haya ocupado jamás una posición más poderosa tanto en la iglesia como en el gobierno. Pero los esfuerzos de Juan por cambiar el statu quo lo alejaron de las personas influyentes. A través de una serie de giros dramáticos, los enemigos prevalecieron sobre sus esfuerzos reformistas y su falta de perspicacia política. Murió en el 407 durante un segundo exilio tortuoso, orquestado por el mismo emperador y la misma emperatriz que lo habían llevado a la ciudad. Sus últimas palabras fueron “Gloria a Dios en todo”.
Lecciones de la Boca de Oro
El sobrenombre “Crisóstomo” (del griego para “boca de oro”) se le atribuyó a Juan dos siglos después de su muerte. A pesar de sus esfuerzos para hacer reformas y sus capacidades como supervisor, teólogo y delegado imperial, se le recuerda más por su predicación.
Según los estándares actuales, las homilías de Juan evidencian poca estructura: por ejemplo, no hay un tema central obvio, ni proposición, ni bosquejo. Sus sermones son en gran parte comentarios continuos de pasajes con menos de quince versículos. Sin embargo, siguen siendo una fuente de enseñanza atemporal para los predicadores de hoy. Entre la riqueza de lecciones valiosas que dejan, podemos considerar al menos cinco.
1. Saber por qué se predica
La predicación de Juan tenía como objetivo la gloria de Dios y la edificación de los santos. Vio la predicación como un trabajo que promueve la santidad al transformar los afectos del corazón a través de la doxología bíblica. Predicó para guiar a sus oyentes un paso más cerca de la verdad, de la piedad y de Cristo. Él confesó que luchaba con el orgullo en el púlpito. Sin embargo, su congregación sabía que su predicación se trataba únicamente de Dios y del bien del pueblo de Dios, no de sí mismo.
2. Captar el mensaje del autor
Juan Calvino consideraba a Juan Crisóstomo “el mayor exégeta de la Iglesia griega y latina”, y emulaba conscientemente su práctica de la lectio continua (leer las Escrituras en secuencia durante un tiempo). En ocasiones, Crisóstomo pronunciaba sermones temáticos, como en la fiesta de un santo o durante una crisis política. Pero su pilar era la “exposición continua de libros completos de la Biblia”.
Una tradición medieval sostenía que, mientras predicaba a través de las epístolas de Pablo, Juan recibió una visión en la que el apóstol le explicaba sus escritos al obispo. De este mito podemos inferir que Juan nunca usó las palabras de Pablo como un trampolín para decir lo que quería, ni pretendió añadir algo al significado que él les había dado. Juan canalizaba al apóstol de tal manera que parecía que este le susurraba al oído mientras predicaba.
Su fidelidad al texto bíblico se evidencia en su práctica de llevar la atención de la iglesia a una sola palabra o frase para enfatizar o preservar su significado. Este hábito puede volverse tedioso si se abusa de él. Pero aplicado de forma estratégica, le enseña a la iglesia cómo leer la Biblia y a respetar el origen divino de cada palabra.
3. Explicar las complejidades de la manera más sucinta posible
Los sermones de Juan brindan repetidos ejemplos de cómo plantear un punto debatible y luego explicar brevemente su postura. Aunque estaba bastante dispuesto a reconocer e interactuar con interpretaciones contradictorias, tenía aversión a que su audiencia se perdiera en minucias. Sabía que la argumentación teológica larga y detallada en los sermones generalmente crea tanta confusión como claridad.
4. Usar ilustraciones y analogías vívidas
Sus sermones están llenos de imágenes fascinantes y material ilustrativo. Estos elementos nunca abruman el contenido bíblico; solo lo colorean y le infunden vida. Por ejemplo, durante una temporada de presión política sobre su iglesia en Constantinopla, Juan alentó a la asamblea con vívidas metáforas:
Por todos lados te rodean lobos, pero tu rebaño no es destruido. Un mar embravecido, tormentas y olas han rodeado constantemente este barco sagrado, pero aquellos que navegan en él no son tragados por las aguas. Los fuegos de la herejía amenazan con sus llamas envolventes por todos lados, pero los que están en medio del horno gozan de la bendición del rocío celestial.
Habitualmente empleaba un lenguaje muy fascinante para ayudar a su congregación a ver y sentir el punto en cuestión.
5. Desarrollar aplicaciones concretas y provocativas.
Juan no se entretenía en generalidades ni negociaba con discursos indirectos. Hablaba directamente a sus oyentes en un tono conversacional, siempre dispuesto a improvisar, mientras los persuadía de honrar a Dios. Incluso en sus escritos, uno se imagina fácilmente el efecto sorprendente de sus exhortaciones. En un momento de aplicación puntual, por ejemplo, Juan se opone a la impureza sexual con audaz especificidad:
Si ves a una mujer descarada en el teatro exhibiendo su suave sensualidad, cantando canciones inmorales, moviendo sus extremidades en la danza y haciendo discursos desvergonzados... ¿Aún te atreves a decir que no te sucede nada humano? Mucho después de que el teatro esté cerrado... esas imágenes aún flotan ante tu alma, sus palabras, su conducta, sus miradas, su andar, sus posiciones, su excitación, sus miembros lascivos. En cuanto a ti, te vas a casa... pero no sólo; la ramera te acompaña... en tu corazón y en tu conciencia. Allí, dentro de ti, ella enciende el horno babilónico en el que se quemarán la paz de tu hogar, la pureza de tu corazón y la felicidad de tu matrimonio.
¡Ningún hombre que asistía al teatro salió de la iglesia ese día preguntándose qué tenía que ver el sermón con él!
Un tesoro para predicadores
Si bien pocos predicadores de hoy tendrán la oportunidad de leer todos los sermones de Juan, estos constituyen un tesoro de instrucción para cualquiera que esté dispuesto a adentrarse en ellos. En conjunto, muestran un esfuerzo meticuloso por lograr una comprensión profunda de los textos que predicaba, un celo amoroso por la santidad de su rebaño y una devoción singular a Cristo que les infundía un gran valor.
No aspiramos a ser recordados como los “Boca de Oro”. Sin embargo, al considerar a alguien que fue reconocido así, regocijémonos también en perfeccionar el oficio de proclamar la Palabra de Dios en el poder del Espíritu y para el gozo de Su pueblo.
Este artículo fue traducido y ajustado por el equipo de redacción de BITE. El original fue publicado por Dan Miller en Desiring God bajo el título The Sermons of the Golden Mouth: Preaching Lessons from John Chrysostom. Allí se encuentran las citas y notas al pie.
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
Giovanny Gómez Director de BITE |