De la multitud de festividades que se celebraban en la cultura popular de la Europa medieval, en las que yacen algunas de las raíces clave del Occidente moderno, solo dos permanecen en la sociedad norteamericana actual: el Día de San Patricio (17 de marzo) y el Día de San Valentín (14 de febrero). En cuanto a la primera, tenemos dos textos importantes, escritos por el mismo Patricio, que revelan su identidad. Pero ¿quién era San Valentín?
El nombre era popular en el mundo romano, ya que el adjetivo valens expresaba la idea de ser vigoroso y robusto. De hecho, sabemos de una docena de cristianos de la Iglesia primitiva que llevaron ese nombre. Nuestro San Valentín era un obispo italiano que fue martirizado el 14 de febrero del año 269, después de un juicio frente al emperador romano Claudio el Gótico (quien reinó desde el 268 hasta el 270).
Según los escasos registros que tenemos, el cuerpo de Valentín fue enterrado apresuradamente, pero unas pocas noches después algunos de sus conocidos lo recuperaron y lo regresaron a su ciudad natal de Terni, en el centro de Italia. Otros relatos lo registran como anciano en Roma. Hay quienes adornan su historia afirmando que escribió una carta antes de su muerte, la cual firmó: “tu Valentín”.
Lo que parece claro, sin embargo, de todo lo que podemos ver en la tradición, es que San Valentín fue un mártir; sí, un enamorado, pero uno que amaba al Señor Jesucristo hasta el punto de entregar su vida por su compromiso con Él. Para que los cristianos recordemos de manera apropiada a San Valentín, entonces, nos haría bien considerar lo que significaba ser un mártir en la Iglesia primitiva.
Testigos y mártires
Nuestra palabra “mártir” se deriva del griego martys, que originalmente era un término jurídico utilizado para referirse a un testigo en una corte legal. Dicha persona era alguien “que tiene conocimiento directo o experiencia en ciertas personas, eventos o circunstancias y, por lo tanto, está en la posición para denunciar o defender, y lo hace”. En el Nuevo Testamento, el término y sus semejantes se aplican frecuentemente a los cristianos que daban testimonio de Cristo, con frecuencia en cortes legales reales, cuando sus afirmaciones eran disputadas y su fidelidad probada por la persecución.
La transición de “testigo” al término en español “mártir”, específicamente en el contexto de las comunidades de la Iglesia primitiva, sirve como una excelente medida de lo que les sucedía a los cristianos cuando daban testimonio de Cristo. En Hechos 1:8, Jesús les dijo a los apóstoles que debían ser sus “testigos” (martyres) en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra. En ese punto, la palabra no se asociaba con la muerte, a pesar de que en Hechos 22:20 sí leemos que se derramó la “sangre de Esteban”, el “testigo” (griego martyros) del Señor. Pero, en realidad, no fue sino hasta el final de la redacción del canon del Nuevo Testamento que el término martys adquirió la asociación con la muerte.
Al cierre de la era apostólica, en Apocalipsis 2:12-13, aparece el Cristo resucitado elogiando a su siervo Antipas, su “testigo fiel”, quien fue asesinado por su fe en Pérgamo, “donde mora Satanás”. Se debe notar que Pérgamo era un centro clave del culto al emperador en Asia Menor, y fue la primera ciudad en esa región donde se construyó un templo para uno de ellos: Augusto César. Bien pudo haber sido el hecho de que Antipas se rehusó a confesar al César como Señor y a adorarlo lo que lo llevó a su martirio. Se estima que, para mediados del primer siglo, aproximadamente ochenta ciudades de Asia Menor habían erigido templos dedicados al culto del jefe supremo romano.
Por tanto, parece que la palabra martys adquirió primero su significado futuro en las comunidades cristianas de Asia Menor, donde el violento encuentro entre la Iglesia y el Imperio era particularmente intenso. Respecto a esto, ciertamente no fue fortuito que Asia Menor fuera “inusualmente aficionada” al entretenimiento violento de los espectáculos de los gladiadores. De hecho, había una escuela de entrenamiento para gladiadores en Pérgamo. Junto con la fascinación por dicha violencia, se cree que había una demanda de víctimas muy por encima de lo que se requería de los gladiadores. Por tanto, se debía recurrir a los cristianos, entre otras víctimas.
Fue así como la palabra martys se llegó a restringir en su uso a un significado único: dar testimonio de la persona y obra de Cristo hasta llegar a la muerte. Esteban y Antipas fueron los primeros de muchos de estos mártires en el Imperio Romano.
La persecución neroniana
Uno de los choques más memorables entre la Iglesia y el Imperio fue lo que llegó a conocerse como la “persecución neroniana”. A mediados de julio del año 64, comenzó un incendio en el corazón de Roma que se propagó sin control por casi una semana y redujo a cenizas la mayoría de la ciudad. Después de que fue extinguido, hubo rumores de que el mismo emperador Nerón (quien reinó desde el 54 hasta el 68) lo había iniciado, puesto que era de conocimiento común que quería destruir la capital del imperio para reconstruirla con un estilo que se alineara a la concepción que tenía de su propia grandeza. Consciente de que debía apaciguar las sospechas en su contra, Nerón echó la culpa a los cristianos.
La descripción más completa que tenemos de esta violencia contra la iglesia proviene del historiador romano Tácito (aproximadamente 55-177), quien describió la ejecución de aquellos cristianos de la siguiente manera:
Para acallar el rumor [de que él había provocado el incendio], Nerón sustituyó como culpables, y los castigó con las formas más sofisticadas de crueldad, a una clase de hombres aborrecidos por sus vicios, a quienes la multitud designó como cristianos. Christus, de quien obtuvieron su nombre, había sido ejecutado por sentencia del procurador Poncio Pilato cuando Tiberio fue emperador; y la superstición perniciosa se mantuvo controlada por un corto tiempo, para que al final volviera a brotar de nuevo, no solo en Judea, el lugar de origen de la plaga, sino en la misma Roma, donde todas las cosas horribles y vergonzosas del mundo se acumulan y encuentran un hogar.
En primer lugar, todos los que confesaban eran arrestados; después, con base en su información, una enorme multitud era condenada, no tanto por las acusaciones de haber provocado un incendio, sino por el odio a la raza humana. Su ejecución se convirtió en una cuestión deportiva: algunos fueron vestidos con las pieles de bestias salvajes y atacados brutalmente por perros; otros fueron atados a cruces como antorchas vivientes, para servir como luces cuando se desvanecía la luz del día. Nerón hizo que sus jardines estuvieran disponibles para el espectáculo y llevaba a cabo juegos en el Circo, mezclándose con la multitud o de pie en su carroza, vestido con el uniforme de auriga. Por tanto, a pesar de que las víctimas eran criminales que merecían el castigo más severo, se empezó a sentir lástima por ellos porque parecía que estaban siendo sacrificados para gratificar la lujuria de crueldad de un hombre, en lugar de que fuera por el bienestar público.
Una gran cantidad de cristianos –incluido el apóstol Pedro, según una tradición cristiana que parece ser genuina– fueron arrestados y ejecutados. Su crimen aparentemente fue el incendio provocado. Tácito parece dudar la realidad de esta acusación, a pesar de que sí cree que los cristianos son justamente “aborrecidos por sus vicios”. El texto de Tácito menciona solo un vicio explícitamente: “odio a la raza humana”. ¿Por qué los cristianos, que predicaban un mensaje de amor divino y que habían recibido el mandamiento de amar aun a sus enemigos, podrían ser acusados de un vicio de ese tipo?
Bueno, si uno lo ve a través de los ojos del paganismo romano, la lógica parecería irrefutable. Después de todo, los dioses romanos eran los que mantenían a salvo al imperio. Pero los cristianos se rehusaron a adorarlos, por tanto, en ocasiones se les acusó por el delito de “ateísmo”. Por lo tanto, muchos de sus vecinos paganos razonaban que no podían amar al emperador ni a los habitantes del imperio. Así pues, los cristianos eran considerados fundamentalmente antirromanos y, por tanto, como un peligro para el imperio.
“La sangre de los cristianos es semilla”
Ese ataque contra la iglesia fue un punto de giro en su relación con el Estado romano en esos primeros años, el cual marcó un precedente importante. El cristianismo ahora era considerado ilegal y, durante los siguientes 140 años, Roma recurrió a la persecución esporádica de la iglesia. Vale la pena notar, sin embargo, que ningún emperador inició una persecución a nivel de todo el Imperio hasta el inicio del tercer siglo, con Septimio Severo (que reinó desde el año 193 hasta el 211). No obstante, el martirio era una realidad que los creyentes constantemente debían tener en mente durante este período de la iglesia antigua.
Pero la persecución no siempre tuvo el efecto que los romanos esperaban. En lugar de aniquilar el cristianismo, la persecución a menudo provocaba que floreciera. Como lo afirma Tertuliano (nacido aproximadamente en el año 155), el primer teólogo cristiano que escribió en latín: “Mientras más nos traten de cortar, más creceremos: la sangre de los cristianos es semilla”. Y como lo dijo en otra ocasión: “quienquiera que contemple tan noble perseverancia [de los mártires] primero, como si hubiese sido golpeado por algún tipo de incomodidad, será llevado a inquirir cuál es el asunto en cuestión y, después, cuando sepa la verdad, inmediatamente seguirá por el mismo camino”.
Sobrepasando todos los amores terrenales
Fue durante la Edad Media que circularon y fueron ornamentadas las diversas historias de San Valentín, solidificando su recuerdo como mártir. Pero fue un escritor medieval, Geoffrey Chaucer (aproximadamente 1340-1400), quien explícitamente vinculó el amor romántico con San Valentín en un poema titulado Parlamento de las aves, que describía la reunión de un grupo de pájaros en el día de San Valentín para elegir a sus parejas.
No queda exactamente claro hasta qué grado Chaucer influyó en el vínculo posterior entre el Día de San Valentín y los enamorados, pero tan tempranamente como en el siglo XV los enamorados se enviaban cartas de amor el Día de San Valentín. Por supuesto, con el crecimiento de las culturas comerciales de Occidente en los siglos XVIII y XIX, esta práctica se mercantilizó y se convirtió en una parte importante del mundo comercial que vemos en la actualidad. No hay nada inherentemente malo con las tradiciones comerciales modernas, pero el Día de San Valentín es una buena fecha para recordar también que hay un amor que sobrepasa a todos los terrenales: nuestro amor por nuestro gran Dios y nuestro Salvador, su amado Hijo divino, Jesús.
Este artículo fue traducido y ajustado por el equipo de redacción de BITE. El original fue publicado por Michael A. G. Haykin en Desiring God, que aparece bajo el título The Martyred Lover: The Story Behind Saint Valentine’s Day. Allí se encuentran las citas y notas al pie.
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