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Cuando tenía cinco años, ya había trazado mi plan de éxito: quería ser una superheroína y salvar al mundo, protagonizar una película de Hollywood y ganar un Oscar, escribir un libro y artículos, y ganar un Pulitzer. Sin embargo, a los nueve años comencé a cambiar los planes: quería ser misionera, y pensé que el éxito sería casarme con un millonario que pudiera financiar mis aventuras, así no habría tenido que preocuparme por el dinero.
En el colegio, luché contra el acoso, me decían que no lograría mucho debido a mi apariencia. Pero a los 17 años fui reconocida como un talento nacional y a los 21, terminé mi carrera de Ingeniería Civil. Después de obtener una maestría en Ingeniería Sanitaria y Ambiental y un posgrado en la Universidad de Hiroshima, en Japón, empecé a trabajar como consultora para la compañía de oro más grande del mundo a mis 30 años. Allí participé en el proyecto de extracción de oro más grande que estaban realizando en el continente americano.
A pesar de que algunos podrían considerar esto una historia de éxito, Dios me llamó para ser misionera transcultural en Asia cuando tenía 31 años. Durante nueve años, viví en Taiwán sirviendo como misionera, lo que para algunos, incluso para mí, puede ser una contradicción con respecto a mi plan inicial. Quizás también lo es para ustedes, quienes han soñado otro tipo de carreras o de objetivos para sus hijos. Sin embargo, quiero contarles una historia que, desde mi perspectiva, nos ayudará a redefinir y enfocarnos bíblicamente en lo que realmente es el éxito.
En el 2015, estaba sirviendo en Taiwán como voluntaria para que estudiantes universitarios aprendieran inglés o español y alcanzaran una fluidez conversacional. Una noche, estaba con un grupo de ocho jóvenes profesionales que se encontraban en nivel avanzado de inglés. Me invitaron a hablar en ese idioma sobre lo que era el éxito y conversé con ellos sobre mi trasfondo profesional y cómo, desde la perspectiva de muchos, eso era lo que representaba el verdadero éxito. Sin embargo, necesitamos la perspectiva de Dios para saber de qué se trata realmente el éxito.
Al día siguiente, recibí una llamada de la profesora de ese grupo, quien me informó que después de la clase, una joven llamada Penny se había acercado a ella y le había dicho: “quiero cambiar mi vida. Esa charla me mostró que necesito a Cristo en mi vida y que tengo que tratar mejor a las personas que me rodean. Y como no sé cómo hacerlo, necesito que Cristo lo haga”. Le dije: “Vaya, qué testimonio tan hermoso”.
Pasaron dos años y yo me estaba preparando para responder positivamente a mi rebeldía con Dios: Él me estaba llamando a Latinoamérica pero yo no me quería ir de Asia. “Señor, ¿con qué sentido me pones a aprender mandarín para después enviarme a Latinoamérica? No entiendo”, le decía. Sin embargo, la noche antes de salir de Taiwán, Penny se acercó a mí y me dijo: “Jeanine, no sé si te acuerdas, pero hace dos años hiciste esta charla y me salvaste la vida. Yo había empezado a oír de Jesús, pero esa noche decidí que Cristo fuera mi Señor y decidí que tenía que cambiar la forma en la que me relacionaba con las personas”. Le dije: “Penny, si los años de soledad y enfermedad aquí en Taiwán, si todo el esfuerzo de dejar a mi querida familia durante nueve años, a mi tierra y a las playas de Punta Cana, fue por tu vida, valió la pena, porque una vida vale la pena”. Para mí, eso fue éxito.
No obstante, después de esa noche, continué con mi vida y Dios me trajo a Guatemala, donde tuve que redefinir lo que sería éxito en este lugar. Me encontraba empezando desde cero, sin conocer a nadie y sin tener un trasfondo misionero reconocido. Durante ese tiempo, comencé a leer la Biblia y Dios me guió a un pasaje en el libro de Josué. A menudo pensamos que el éxito de Josué fue conquistar la Tierra Prometida, pero si leemos el contexto histórico, nos damos cuenta de que no lograron conquistarla completamente. Así que tendríamos que preguntarle a Dios si Él cree que tuvieron éxito total o no, pero eso es una conversación para una clase de teología. Sin embargo, el versículo 8 del capítulo 1 de Josué dice: este libro de la ley estará cerca a tu boca, y lo meditarás de día y de noche para que hagas todo lo que en él está escrito. Entonces, prosperará tu camino y tendrás éxito (paráfrasis).
¿Cuál era el éxito de Josué? El éxito, a la luz de la Palabra, se define en relaciones correctas. Obviamente, la primera es la relación con Dios, porque… ¿será realmente una persona exitosa si no tiene una buena relación con Dios? Pero las relaciones horizontales también son importantes. No se trata de tener abundancia de relaciones, no estamos hablando de “yo quiero tener un millón de amigos” y así, más fuerte poder cantar, esa canción tan conocida para cierta generación. Lo que importa es que nuestras relaciones sean correctas, no perfectas, pero sí correctas; y lo que nos ilumina y organiza es la obediencia.
La obediencia es importante en nuestra relación con Dios. Necesitamos saber que estamos haciendo lo que debemos, no lo que queremos hacer, porque a veces eso último puede ser un poco destructivo para nosotros. Por ejemplo, yo quisiera comer dulces todo el día, pero sería difícil evitar una diabetes en algún punto de mi vida. Yo quisiera solo dormir y dedicarme a pintar o a ser una bailarina profesional, como era mi sueño de niñez. Sin embargo, sé que la obediencia es traer al servicio del señorío de Dios las relaciones que Él ha puesto delante de mí hoy y ponerlas en el orden correcto, de acuerdo a lo que me ha revelado en su Palabra. Al final, si busco la aprobación de los hombres, estoy perdido, como diría el apóstol Pablo. El verdadero éxito es tener al que gobierna el universo y al que mira por encima del sol, diciendo: “Bien, buen siervo y fiel”.
Una historia de éxito a la luz de la Palabra de Dios es aquella en la que se cumple un propósito. Para tener éxito, es necesario igualarlo con un propósito y no necesariamente con talento, pues se puede tener habilidades y no utilizarlas para beneficio de los demás y para servir a Dios. En la Biblia, el éxito se trata de los demás y no de nosotros mismos.
La mayor historia de éxito que podemos contar es la de alguien que nació en un pesebre. A pesar de haber sido Rey, sirvió humildemente a los seres humanos, fue acusado y crucificado injustamente, perdió su reputación ante los hombres, pero obedientemente cumplió su misión: cargó en su cuerpo las heridas físicas y emocionales de cada uno de nosotros. Él murió por cada uno de nuestros pecados y los pecados de toda la humanidad. El justo fue castigado por los injustos. Él murió crucificado, esa era la mayor vergüenza que existía en esa época; resucitó al tercer día, ascendió al cielo y sabemos que va a regresar. Pero Él fue exitoso. Ante los ojos humanos, pudo parecer que no fue así cuando murió. Sin embargo, Él mostró lo que era el éxito cuando dijo: “he hecho todo lo que mi Padre me ha dado para hacer, he dicho todo lo que mi Padre me ha dado para decir”. ¿Estás haciendo y diciendo lo que Dios te ha llamado a hacer y decir?
Quiero compartir contigo cómo concluyó la historia de éxito de Penny. Quizás las nuestras son más anónimas y no salen en los periódicos nacionales, como sucedió con ella. Tal vez tu historia de éxito va a ser aquello que nadie ve, como cambiar un pañal, preparar una comida con amor, llevar a los niños al colegio o servir anónimamente a alguien. Todo eso es un servicio a Dios y está cambiando la vida de alguien. Dios conoce las historias de éxito de aquellas personas que, a pesar del dolor, juegan con sus nietos o de los adolescentes que luchan por ser vistos, sin querer ser populares, y que honran a Dios con sus vidas.
La historia de Penny terminó de esta manera: hace unos meses me enteré por una llamada de que Penny estaba en todos los periódicos nacionales. Penny y su familia murieron en un incendio provocado por su hermano. Sin embargo, dos años antes, Penny le dijo a una amiga misionera que había descubierto el propósito de Dios para su vida y lo que debía hacer a continuación. Según Penny, necesitaba mudarse de la ciudad al campo para vivir con su familia, ya que sus dos sobrinitos, que para ese entonces tenían seis y cuatro años, necesitaban conocer a Jesús y ella era la única cristiana en su familia. También quería que su madre conociera a Cristo y sentía que Dios la estaba llamando a estar con los suyos.
Mi amiga misionera le dijo que su familia era muy disfuncional, complicada y agresiva, le preguntó por qué se iba a mudar allá si tenía toda una vida por delante: “tienes un novio misionero que te ama y se quiere casar contigo”. Penny le dijo: “esto es lo que Dios está pidiendo de mí y es lo que voy a hacer”.
Penny se mudó con su familia y hace seis semanas su hermano se enojó con su padre porque no quiso seguir prestándole dinero. Como en muchas casas taiwanesas de bajos recursos, vivían juntos varios miembros de la familia: el hermano de Penny, su cuñada y sus dos hijos; otro hermano con su esposa y un bebé de un año; y la madre y el padre de Penny. El hermano enojado compró cinco galones de gasolina y prendió fuego al taller de mecánica debajo de ellos. Penny murió abrazando su llamado y su propósito, y estoy segura de que en esos últimos minutos cumplió con éxito su misión de mostrarle a su familia el amor de Cristo, incluso en medio del peor sufrimiento.
La pregunta es: ¿cuál es tu definición del éxito? Si quieres ser exitoso, sé obediente. Si quieres alcanzar el éxito, cambia tu mentalidad. No mires ni midas como el mundo lo hace. Tu vida es importante, estás en este mundo por una razón, el simple hecho de que existas significa que Dios te ve, y yo te veo. Pero quiero decirte: si has llegado hasta aquí, si Dios te ha sostenido y puedes reescribir tu historia de éxito, ¿Qué historia escogerás?
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