Pastorear a una congregación tiene sus retos. ¿Cuáles son los desafíos que enfrenta un pastor colombiano en una congregación en Londres, la capital de Inglaterra, rodeada por la diversidad religiosa y la secularización reinantes?
El país tiene un panorama religioso lleno de contrastes: hay libertad de culto y, por lo tanto, un ambiente plurireligioso; la monarquía está afiliada oficialmente a la Iglesia anglicana; el evangelio de la prosperidad ha dejado su huella; y el movimiento LGBTIQ+ ha hecho mella en el cristianismo.
Entrevistamos al pastor Óscar Jiménez, quien nos habló de lo que sucede en ese contexto. Él sacó a relucir la importancia de la fidelidad bíblica para ejercer el ministerio y de contextualizar el evangelio de forma efectiva en ese entorno cultural y religioso tan diverso y a la vez desafiante.
Óscar Jiménez nació en el municipio antioqueño de El Bagre. Tras viajar a Medellín y luego a Bogotá, quizás las dos ciudades más importantes de Colombia, el Señor lo llevó dos veces a Londres. Allí entendió que su vida ya no le pertenecía. Hoy es pastor de una congregación de latinos y escribe libros con los que busca equipar a los santos de la iglesia local. Esto fue lo que nos contó sobre su ministerio.
Inglaterra se caracteriza por contar con una monarquía unida a la religión anglicana. ¿Cuáles son los retos que presenta un país con esta característica?
La gente le tenía muchísimo respeto a la reina, quien, en medio de todas las cosas, hablaba de Cristo cuando se dirigía al país en sus mensajes de diciembre. Pero, aunque el rey es la cabeza de una Iglesia [la anglicana], el alcalde de Londres es musulmán y la exministra del interior es budista. Definitivamente hay una separación entre el Estado y la Iglesia.
Los desafíos son los mismos que se presentan en cualquier país, ya que no todos los que están en la cúpula tienen la misma religión. La gente no vive el evangelio, no lo entiende, asiste a eventos puntuales durante el año, como la Navidad, Semana Santa y cosas así, por un tema cultural. Es muy al estilo católico.
Ahora, hay que decir que, como movimiento, el anglicanismo es muy complejo. Hay iglesias carismáticas, católicas y de predicación expositiva que pertenecen a la Iglesia anglicana de Inglaterra. Conozco a muchos hermanos reformados que son anglicanos. Lo que tienen en común son los artículos de fe y que el salario de los pastores viene del Estado.
En este momento, están en medio del debate generado por las iglesias que han abrazado al movimiento LGBTIQ+. Esto ha generado un cisma –para mí necesario– que está separando a los evangélicos del ala “liberal”.
¿Qué motivos pueden llevar a un ministro bien preparado a decidir servir en un país como Inglaterra en lugar de quedarse en su tierra natal?
Son varios. Uno de ellos es su compromiso con la misión, no con la ubicación. Un deseo genuino de servir se centrará en el mandato de proclamar el evangelio y hacer discípulos, independientemente de la ubicación geográfica. Otro es un llamado específico, que es cuando Dios pone una carga específica en el corazón por la gente, a través de la oración, la Palabra o las circunstancias providenciales. Es él quien trae convicción.
También están las oportunidades estratégicas para el ministerio. Aunque Inglaterra tiene una rica historia cristiana, se ha vuelto cada vez más secular, y sus necesidades se pueden convertir en oportunidades. Por ejemplo, este es un país de paso para muchos que vienen por períodos cortos a estudiar o trabajar. Esto nos permite equipar y movilizar misioneros.
Adicional a eso, por el momento aquí se cuenta con algunos beneficios prácticos para ejercer el ministerio: estabilidad política, recursos y libertad religiosa, entre otros. Esto no debe ser la motivación principal, pero le permite a un ministro ejercer su llamado más eficazmente y tener un mayor impacto.
Finalmente, está la necesidad de un ministerio comprometido con la Palabra, pues hay una falta notable de capacitación en los pastores y es fundamental equiparlos para sus ministerios.
El deseo de emigrar es muy atractivo para los latinos. ¿Cómo se puede discernir si lo que se tiene es un genuino anhelo de proclamar el evangelio o de alcanzar un mejor nivel de vida?
Examinando las motivaciones del corazón. Es crucial que un ministro se tome el tiempo para orar y reflexionar profundamente sobre sus verdaderas motivaciones. ¿Hay un sentido de llamado y una carga por las almas en ese país específico, o el enfoque principal está en las oportunidades económicas y la calidad de vida? Un deseo genuino de servir estará enraizado en un amor por Dios, Su Palabra y Su pueblo, no en ganancias personales.
También es fundamental buscar consejo y rendir cuentas a la iglesia local a la que pertenecen y su liderazgo. Ellos pueden ayudar a discernir las motivaciones desde una perspectiva externa.
Tu sueño en el ámbito profesional era seguir la carrera diplomática. ¿Cómo fue el proceso de dejar de lado las relaciones internacionales del mundo para convertirte en embajador de Cristo?
Los dueños del colegio en donde estudiaba eran misioneros que viajaban cada año para la graduación. Ellos nos hablaron del Seminario Bíblico de Colombia en Medellín e incluso dijeron que si alguno tenía interés en estudiar, ellos le darían una beca. Pero a mí no me llamaba la atención. En ese entonces estaba en Bogotá con el propósito de seguir la carrera diplomática.
Recuerdo que miraba la información del seminario y la de la universidad en la que quería estudiar en Bogotá, y dudaba. Eran dos lugares geográficos distintos, por lo que no podía combinar ambas cosas. Entonces, le dije al Señor: “Me rindo. Si es lo que Tú quieres, yo voy”. Así que me fui al seminario.
No quería ser pastor. Quería volverme profesor, pero no estar enredado en los problemas de la gente toda la semana. Pensaba en ir a dar mi clase y regresar a mi casa. En el seminario, el 80 % de los profesores eran reformados, por lo que entendí las doctrinas de la gracia y conocí sobre John Piper y Timothy Keller. Ahí comenzó el Señor a desintoxicarme. Lo bueno era que no había tenido un discipulado tan fuerte, así que no tuve que desaprender tanto. Además estaba muy joven: había terminado el colegio a los 15 años, por lo que era una esponja que absorbía aprendizaje.
Pero también luchaba con el orgullo de manera impresionante por ser hijo único. Por ejemplo, tenía facilidad para los idiomas, y en la clase de hebreo el profesor nos dijo que cuando hiciéramos el examen número quince, nos quitaría la peor nota que tuviéramos. Como yo solo tenía buenas notas, decidí faltar al último examen. El Señor usó mucho la piedad de los profesores, el carácter de mis compañeros y las situaciones para formarme. Fue un trabajo muy sustancial en mi carácter.
Tu primera misión fue en una aldea británica. ¿Cómo fue esa experiencia?
Tenaz. Quería hacer mi año práctico fuera del país y el Señor abrió una posibilidad en Inglaterra. Justo, esa fue la primera vez que esa iglesia se inscribió para recibir personas –creo que fue la primera y la última–. En otras palabras, Dios preparó ese lugar para mí.
La aldea tenía cinco casas, pero desde cada una no se alcanzaba a ver la otra, y todo lo que había en el lugar era maíz, papa y gallinas. La gente venía de los distintos pueblos para el servicio del domingo. Fue duro. Ahí me di cuenta de que yo ya no iba a donde quería, sino que estaba atrapado en el llamado del Señor.
Para mí, esa época fue como cuando Moisés estuvo en el desierto. Fue un tiempo de mucha confrontación y me sirvió para darme cuenta de que mi vida ya no me pertenecía, porque si a Dios le placía, podía enviarme a una aldea así de manera permanente.
La segunda vez que fuiste a Londres te encontraste con una iglesia confundida y liderada por el falso evangelio de la prosperidad. ¿Qué dificultades enfrentaste con los creyentes a la hora de exponer el verdadero evangelio, tan distante de la supuesta promesa de que todo lo que deseas se cumplirá?
En primer lugar, llegué con 23 años y la idea que tenía la gente era que, para ocupar ese cargo, un pastor tenía que estar casado. ¿Cómo podía acompañar y aconsejar a las familias sin tener experiencia? Entonces, para contrarrestar esas dudas relacionadas con mi edad, comencé con la suficiencia de las Escrituras. Las posibles experiencias matrimoniales podían animar, pero no transformar a nadie; solo la Palabra tiene ese efecto de causar en la persona lo que ella misma demanda.
También recibí amenazas de una iglesia que promulgaba el evangelio de la prosperidad. Sin embargo, seguí adelante y el Señor ha hecho avanzar Su obra. Lo que ha sucedido hasta ahora es un “boom” para muchos: la gente escucha a su pastor cuando las Escrituras son expuestas con fidelidad.
Tienes un doctorado en Nuevo Testamento y has escrito varios libros. Desde una mirada académica, pero basada en la fe, ¿cuáles consideras que son los mayores peligros y retos que enfrenta la iglesia actual?
Identifico varios desafíos y creo que cada uno de mis libros los afrontan. El primero es el de una iglesia que no sabe cómo acompañar a los que sufren, a pesar de que el sufrimiento es parte de la vida diaria. Lamentablemente, la iglesia evangélica se ha dejado influenciar por la nueva era, y hay cristianos que creen que verbalizar algo negativo puede incrementar su influencia en la vida de una persona. Por eso hay quienes usan frases como “no lo declares” y “si lo reconoces, le estás dando poder”.
Viví una situación en la que una hermana que tenía cáncer no le pedía a la enfermera medicina para el dolor porque así reconocía la enfermedad. Se trivializa el dolor en la tragedia humana y eso va en contra de lo que hace la Escritura de tapa a tapa, que es reconocerlo, al punto de que tenemos al Mesías, quien se encarnó e intervino en la historia y abrazó la realidad del sufrimiento.
Por eso escribí Aún confío en ti. Me parece vital recobrar una teología correcta del sufrimiento para que los cristianos sepan procesar y vivir su dolor para la gloria de Dios, y para que pueda servir como punto de conexión entre la gente que sufre y el Mesías sufriente.
Otro reto que veo es la tendencia al pragmatismo, es decir, abrazar lo que funciona sin importar si es correcto. Esa es una desconexión total de la fe histórica. La gente llega el domingo, busca ser erizada por la alabanza o la predicación, llena el tanque emocional para la semana y ya está, pero no conoce el ABC de su fe.
También me parece preocupante que un creyente no sepa los pilares que definen la creencia de un cristiano; porque si no crees en las doctrinas básicas, estás en otra religión. Muchas iglesias carecen de catequesis, de ese proceso de discipular en lo básico de la fe. Por eso escribí el libro En qué creemos, basado en el Credo de los apóstoles.
Pero lo más grave –y sobre eso no he escrito ningún libro– es la autoridad de las Escrituras. Últimamente estamos escuchando sobre una “hermenéutica encarnacional”, que básicamente afirma que lo importante es cómo la comunidad recibe y contextualiza el mensaje bíblico. En otras palabras, lo central es qué significa un texto para nosotros hoy, no la intención original del autor ni la autoridad de las Escrituras. Para mí, eso es y va a ser el debate más importante de los próximos años.
Trabajas con población latina. ¿Crees que tu congregación se va a ampliar a personas nativas británicas?
No lo veo difícil a través de la segunda generación, es decir, los muchachos que han crecido allí y son bilingües. Con ellos estamos trabajando muy intencionalmente porque tenemos gente que llega a la iglesia y escucha todo con dispositivos de traducción. Estamos formando a los jóvenes que, para la gloria de Dios, son muy apasionados por el evangelio. No sé hasta dónde nos va a llevar el Señor, pero sí veo que estamos caminando en esa dirección.
¿Con cuál versículo de la Biblia les darías consuelo a los misioneros cuando se les presenten dificultades?
El evangelio de la prosperidad encuentra su origen en nuestro interior, en nuestra naturaleza pecaminosa, así no le estemos hablando a la gente de sus supuestos pactos. Tenemos la idea de que si Dios está con nosotros, siempre vamos a prosperar y nuestros proyectos van a salir bien. En ese caso, yo consolaría a los misioneros con 2 Corintios 2:14-17 (NBLA):
Pero gracias a Dios, que en Cristo siempre nos lleva en triunfo, y que por medio de nosotros manifiesta la fragancia de Su conocimiento en todo lugar. Porque fragante aroma de Cristo somos para Dios entre los que se salvan y entre los que se pierden. Para unos, olor de muerte para muerte, y para otros, olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién está capacitado? Pues no somos como muchos, que comercian la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, hablamos en Cristo delante de Dios.
La gente cuestionaba el ministerio de Pablo porque no era tan asombroso como el de los superapóstoles en Corinto. Su discurso no era tan prominente y su presencia no era tan llamativa. Por eso usó esa imagen de Cristo –quien nos lleva triunfantes en Su victoria–, y escribió que él era un aroma del Salvador. Lo que quiso comunicar fue que lo que parece ser debilidad y fracaso está esparciendo el aroma de la cruz, porque finalmente Pablo fue llamado por el Mesías, que fue crucificado.
Creo que eso le permite a uno redefinir el fracaso ministerial. Hemos sido llamados a la fidelidad y a reconocer que nosotros vamos en la caminata triunfal de Cristo a donde Él nos lleve, y eso puede implicar que a veces demos pasos hacia atrás.
¿Cuál es tu petición de oración para la familia en la fe?
Pienso en Apocalipsis 12:11 (RVR60), donde dice: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte”.
Mi petición es que podamos perseverar en el testimonio de Jesucristo. En mi contexto, vienen tiempos difíciles para la iglesia.
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