Introducción
La vida de Jonathan Edwards ha sido activo objeto de estudio por ya casi tres siglos. Acabado de fallecer, su pupilo, el Dr. Hopkins, fue designado por la familia Edwards a escribir una biografía, lo cual hizo con maestría. Por lo menos en los últimos tres cuartos de siglo hemos tenido expertos en Edwards (o «edwardsiologos») de la talla del quizás iniciador de dicho movimiento: el Dr. Miller de Harvard, y de la talla del Dr. Marsden, el Dr. Simonson, la Dra. Winslow, el Dr. Gerstner, e incluso en el presente de la talla del Dr. Minkema, entre otros.
Entre otras docenas de biógrafos y expertos excelentes, lo que quiero resaltar, dejando de lado a los tantos del mismo siglo XIX que se concentraron en conocer y difundir la vida y obras de Edwards, es que algo hubo en aquel hombre de Dios que lo ha hecho uno de los cristianos de la historia más sujeto a un estudio serio, erudito y profundo y, sin duda, de los cristianos posreforma.
En este ensayo pretendo sacar a flote, de la forma más detallada y clara posible, lo concerniente especialmente a su carácter, práctica y fuente de espiritualidad, para que seamos motivados a través de la vida de aquel gran hombre de Dios a ser mejores y más excelentes santos de Dios para su gloria.
El carácter de Edwards
Edwards nació en Connecticut, el 5 de octubre de 1703; y murió en New Jersey, el 22 de marzo de 1758; fue un teólogo y pastor congregacionalista.
Edwards es la gran figura del conocido «Gran Despertar» que tuvo lugar en las colonias de Nueva Inglaterra (hoy los Estados Unidos) entre las décadas de 1740 y 1750.
Edwards fue pastor desde los 18 años. Sirvió por más de 35 como ministro y erudito. Fue pastor interino en New York City por alrededor de un año. Estuvo luego unos meses como pastor en el pueblito de Bolton, Connecticut. Fue profesor de la Universidad de Yale (donde obtuvo su Licenciatura en Educación y su Maestría en Artes) durante dos años (1724–1726). Pastoreó durante 22 años la iglesia congregacional de Northampton, Massachusetts, una de las congregaciones más importantes e influyentes de sus días (desde 1727 hasta 1749). En Northampton Edwards sustituyó a su abuelo Solomon Stoddard, un clérigo de mucho renombre en sus días. Fue misionero y pastor entre las tribus indias americanos (los Mohawk y los Mohegan) en Stockbridge, Massachusetts, entre 1950 y 1957.[1] Fue Rector del Colegio de New Jersey (hoy Universidad de Princeton) por algo menos de dos semanas, debido a su fallecimiento. Su nuero fue su predecesor en dicho puesto.
Cuando los fideicomisarios del Colegio de Princeton consideraron que Edwards era el mejor hombre para arrear los corceles que tiraban de la carrosa de la naciente academia (la que para tal ocasión apenas cumpliría una docena de años desde su fundación oficial), el humilde divino, que para a ese momento tenía unos seis años predicando a una comunidad reducida y rural entre las tribus indígenas de los Mohawk y los Mohegan, en Stockbridge, Massachusetts, habiendo antes enseñado en Yale, y habiendo acabado dicho magisterio, pasó a ocupar uno de los más poderosos y prestigiosos púlpitos de Nueva Inglaterra, si no del mundo entero, durante casi un cuarto de siglo; respondió con las siguientes razones por las que se sentía incapaz para ese delicado, noble y sagrado oficio:
«Tengo una constitución peculiarmente infeliz en muchos aspectos, acompañada de un cuerpo flácido, apagado, de escasa fluidez, y de espíritu abatido, ocasionando a menudo una especie de debilidad infantil y una despreciable oratoria, presencia y comportamiento; soy de una monotonía y una rigidez desagradables, incapacitándome para la conversación, pero más concretamente, para el gobierno de una universidad».[2]
Edwards también citó lo que creía que era su deficiencia, a saber: «En algunas partes del aprendizaje, particularmente en álgebra, y en los conceptos superiores de las matemáticas».[3]
Por otra parte, el prof. Marsden, reflexionando sobre sus incontables horas dedicadas al estudio de Jonathan Edwards, descubrió que la persona del divinista† en cuestión es muy compleja. Y lo definió como «una persona multilateral y un pensador que como respuesta a la pregunta sobre qué yo pienso sobre él», respondió que «dependerá del aspecto particular sobre el cual hablemos de él».[4] A seguidas el distinguido prof. Marsden se explayó definiendo a Edwards por su carácter, antes que por sus dotes y oficios, así:
«Encuentro que Edwards fue una persona de una inmensa integridad personal. Él fue intensamente piadoso y disciplinado, admirable, pero desalentadoramente así para aquellos de religión más ordinaria. Su implacable intensidad lo condujo a seguir la lógica de su fe hacia sus conclusiones. La seriedad que le acompañaba lo hizo una persona no descuidada al invertir tiempo con alguna casualidad conocida, aunque habría sido una persona fascinante con quien hablar sobre las cosas que le concernían… Fue muy amado por aquellos cercanos a él».[5]
Marsden no pudo ser más equilibrado al describir el carácter de Edwards.
Edwards casi siempre estuvo consciente de su orgullo. Esto fue lo que cuando hubo madurado (aproximadamente 20 años después de su conversión) él mismo reflexionó respecto a su pasado juvenil:
«Me afecta pensar lo ignorante que era, cuando era un joven cristiano, de las profundas e infinitas profundidades de maldad, orgullo, hipocresía y engaño que quedaban en mi corazón.
Tengo un vasto y grande sentido, de mi universal y absoluta dependencia de la gracia y la fuerza de Dios… y he experimentado más aborrecimiento de mi propia justicia… cualquiera de mis actuaciones o experiencias, o cualquier bondad de corazón o vida, es nauseabunda y detestable para mí. Y, sin embargo, estoy muy afligido con un espíritu orgulloso y farisaico; mucho más sensible de lo que solía ser antes. Veo a esa serpiente levantarse y extender su cabeza, continuamente, en todas partes, a mi alrededor».[6]
Aunque el orgullo (y un espíritu farisaico) siempre estuvo al acecho y presto a emerger, la diferencia en su edad madura era que Edwards estaba muy consciente de dicha tendencia pecaminosa en su vida. Había dejado de luchar con sus propias fuerzas, pero bajo la dependencia de la gracia divina, y no se daba tregua en su continuada mortificación de la carne y del pecado.
A continuación, les muestro cual fue la principal arma que Edwards siempre utilizó contra su arrogancia e intransigencia:
«Resuelvo: esforzarme hasta lo máximo para negar todo aquello que no sea sumamente agradable para un bien universal, dulce y benevolente, quieto, pacífico, satisfecho y tranquilo, compasivo y generoso, humilde y manso, sumiso y servicial, diligente y laborioso, caritativo y aún paciente, moderado, perdonador y sincero, con templanza, y hacer en todo tiempo aquello a lo que el carácter mengüe; y a examinar estrictamente, al final de cada semana, si lo he hecho así».†
Se puede notar que el divinista utilizó sus resoluciones como armas contra el pecado.
Permítame a continuación referir el tributo, a modo de epitafio, que rindió a Jonathan Edwards al Colegio de New Jersey en la tumba de los Edwards:
«Consagrado a la memoria
El artículo continúa después del anunciodel hombre muy reverendo
Jonathan Edwards, A.M.
…§
Fue nombrado presidente de Nassau Hall el 16 de febrero de 1758.
Murió en esta aldea el 22 de marzo siguiente,
a los 55 años, ¡oh, un lapso demasiado corto!
Aquí yace la parte mortal.
¿Qué clase de persona buscas, oh peregrino?
Era un hombre alto de cuerpo, pero delgado.
Debilitado por los estudios más intensos, abstinencia y esfuerzo constante.
En agudeza mental, juicio penetrante y prudencia
insuperable por ningún mortal.
Distinguido a través de la experiencia de las artes y ciencias liberales,
El mejor de todos los críticos sagrados y un teólogo extraordinario;
Tal que difícilmente algún otro fuera su igual.
Un franco disputante, un fuerte e invencible defensor de la fe cristiana;
Un predicador de peso, serio y exigente,
Y, si le agrada a Dios, lo más feliz en cuestión.
Notable en la devoción, estricto en su moral,
Pero justo y amable con los demás.
Vivió amado, venerado.
¡Pero, oh! él murió, y debe ser llorado:
¡Cuántos suspiros incita al partir!
¡Ay, qué gran sabiduría! ¡Ay, qué gran enseñanza y devoción!
La universidad lamenta su pérdida, la Iglesia también:
Pero el cielo, habiéndolo recibido, se regocija.
Vaya peregrino y siga sus pasos sagrados».‡
Difícilmente exista una composición más acertada, elegante y breve sobre el consagrado divinista que la anterior.
Pero, permitidme plasmar a continuación unas notas del prefacio de la biografía que escribió el Dr. Samuel Hopkins (el primer biógrafo de Edwards, habiendo este sido estudiante y amigo cercano del aclamado divinista).
«El presidente Jonathan Edwards, en la estima de todos los juiciosos que lo conocieron bien, ya sea personalmente o por sus escritos, fue uno de los hombres más grandes, más valiosos y útiles que han vivido en esta época.
Se descubrió a sí mismo como uno de los más grandes teólogos, por su conversación, predicación y escritos: Uno de notable fuerza mental, el más claro de pensamiento y profundidad de penetración, que entendía bien y era capaz, por encima de la mayoría de los demás, de vindicar las grandes doctrinas del cristianismo.
Y quizás ha sido en nuestros días más universalmente estimado y reconocido como un cristiano brillante, un hombre eminentemente bueno. Su amor a Dios y al hombre; su celo por Dios y su causa; su rectitud, humildad y abnegación, y despegue del mundo; su estrecho caminar con Dios; su obediencia concienzuda, constante y universal, en todos los actos y modos de vivir santos: En una palabra, la bondad y santidad de su corazón ha sido tan evidente y conspicua, como la extraordinaria grandeza y fuerza de su entendimiento».[7]
Aquí solo puedo decir: ¡Palabras ha habido! Y eso que el Dr. Hopkins nos expresa que él no era ni digno ni suficiente para la tarea de exponer al público la vida y el carácter del Rev. Jonathan Edwards.
A mi juicio, lo que hemos escuchado de la pluma del mismo Edwards, de los directivos de Princeton a su muerte (en la lápida), del Dr. Samuel Hopkins y el Dr. Marsden no necesita más enmienda para que nos forjemos una idea sopesada del carácter de Edwards. Nos referiremos más adelante a los escritos de Edwards y haremos un breve énfasis en sus escritos personales, para quien quiera averiguar más de primera amano de al vida de aquel santo.
Transitemos brevemente entonces a continuación por los grandes rasgos de la vida, obra y ministerio de Edwards que lo definen en su persona y su carácter.
La conversión y el llamado de Edwards
Las narrativas, diarios y resoluciones de Edwards no son sus escritos más conocidos, por lo general este tipo de documento no se escribe con fines de publicación masiva; no obstante, son estos documentos los que precisamente nos dan la entrada más personal al consagrado divinista en estudio aquí, además de que nos permiten observar la realidad pragmática de Edwards y su entorno ministerial. Su Narrativa personal, sus 70 resoluciones, su Diario,[8] y, por supuesto, sus Cartas, son los escritos más personales y espirituales de Edwards, además de su monumental Narrativa de la controversia sobre la comunión† (el documento donde Edwards explica el proceso completo y las razones de su despido de la iglesia de Northampton luego de casi 24 años de ministerio exitoso allí).
Claghorn explicó: «Las Resoluciones son declaraciones sencillas de propósito; el Diario registra los esfuerzos de Edwards para seguirlos».[9] El Dr. Nathan Fin analiza:
«Los escritos espirituales autobiográficos de Edwards no son tan conocidos como sus sermones más famosos o sus muchos tratados influyentes. Sin embargo, estos escritos más personales son obras clásicas de espiritualidad... Estas obras autobiográficas también brindan una ventana a la vida espiritual personal de un hombre que a menudo se considera únicamente un teólogo, filósofo o revivalista».[10]
El Dr. Nathan Finn cita ciertas sugerencias del Dr. Minkema−el actual encargado del Jonathan Edwards Center en Yale−, una autoridad en este tema, dice:
«Las Resoluciones y el Diario brindan un relato temprano, jugada por jugada, de la naciente experiencia cristiana de Edwards en los años previos a su conversión y al asumir su cargo pastoral más largo, en la iglesia Congregacional en Northampton, Massachusetts. La Narrativa personal, escrita quince años después, complementa las obras anteriores al ofrecer una reflexión madura y conocimientos adicionales sobre el progreso espiritual de Edwards hasta el comienzo del Primer Gran Despertar».[11]
Por la providencia divina, Edwards nos puso fácil la tarea de conocer las intimidades de su pensamiento gracias a sus entradas en su diario y sus Misceláneas, como en sus Resoluciones, y muy distinguidamente gracias a su Narrativa personal; lo mismo decimos gracias a sus numerosas cartas y sermones.
George Marsden§ sostiene que «(el Diario y las Resoluciones de Edwards) merecen un escrutinio cuidadoso porque son casi las únicas fuentes de toda su carrera que brindan una ventana directa a la vida interior de Edwards».
Por cierto, creo que vale la pena introducir aquí la primera resolución de Edwards, «la más famosa de dichas resoluciones, que marca la pauta para todas las demás y funciona como una especie de preámbulo para la lista completa», reza:
«Resuelvo: que haré todo lo que crea que sea más para la gloria de Dios y para mi propio bien, provecho y placer, durante toda mi duración, sin ninguna consideración del tiempo, ya sea ahora o nunca, dentro de tantas miríadas de edades. Resuelvo hacer lo que crea que es mi deber, y más por el bien y la ventaja de la humanidad en general. Resuelvo hacer esto, cualesquiera sean las dificultades con las que me encuentre, sin importar cuántas y cuán grandes sean».[12]
Teniendo este espectro general, notemos lo que el mismo Edwards, de su misma pluma, escribió acerca de su testimonio de conversión, y que nos ilustre sobre su ministerio y su pasión por Dios. El punto focal, y quizás la sección más citada, de Narrativas, reza así:
«Desde mi niñez, mi mente estuvo llena de objeciones contra la doctrina de la soberanía de Dios respecto a Su escogencia de aquellos que tendría la vida eterna, y rechazar a quien él quisiera, dejándolo eternamente para perdición, y para que sea para siempre atormentado en el infierno. Me parecía una doctrina horrible. Pero recuerdo muy bien la ocasión cuando yo parecía estar convencido y totalmente satisfecho en cuanto a la soberanía de Dios, y su justicia en el disponer eternamente del hombre, de acuerdo a su soberano placer… Sin embargo, mi mente descansaba en ello y eso puso un fin a todas esas cavilaciones y objeciones. Y ahí había acontecido un maravilloso cambio en mi mente con respecto a la doctrina de la soberanía de Dios, de tal manera que, desde aquel día hasta hoy, raramente he encontrado tan siquiera una pequeña objeción contra ello, en el sentido más absoluto, en cuanto a Dios mostrando misericordia a quien el quisiera mostrarla, y endureciéndose con quien el quisiera. La absoluta soberanía y justicia de Dios con respecto a la salvación y condenación, es en lo que mi mente parece descansar segura, así como de cualquier cosa que yo vea con mis ojos, por lo menos es así, algunas veces».[13]
Señalo este párrafo puesto que el pensamiento rector de la teología, la vida, las pasiones, la predicación y las obras de Edwards giran en torno a esta doctrina fundamental, es decir, «la soberanía de Dios».
Sereno E. Dwight (bisnieto de Edwards) reflexiona sobre las experiencias religiosas de Edwards en su niñez como sigue:
«En el proceso de su niñez él fue de varias maneras el sujeto de fuertes impresiones religiosas. Esto fue verdad particularmente algunos años antes de que fuera a la universidad, durante un poderoso avivamiento religioso en la congregación de su padre. Él y otros dos muchachos de su misma edad, que tenían los mismos sentimientos que él, construyeron una cabaña en un lugar muy retirado, en un pantano, donde acudían regularmente para orar. Esto continuó por un largo período; pero las impresiones finalmente desaparecieron y sus propias visiones fueron seguidas por efectos no permanentes de una naturaleza saludable.
El período preciso cuando él se recuerda como entrando en una vida religiosa él no lo menciona, ni se ha encontrado ningún récord del tiempo cuando el hizo una profesión pública de religión. Aun la iglesia con la cual él estuvo relacionado no sería conocida ciertamente, si no fuera porque en una ocasión él se refiere asimismo como un miembro de la iglesia en Windsor del Este.
A partir de varias circunstancias, parece que el momento de su encuentro consigo mismo no estuvo lejos del tiempo de su salida de la universidad. De las visiones o sentimientos de su mente, acerca de este importante asunto, hay antes y después de estos eventos un relato muy satisfactorio e instructivo, el cual fue encontrado entre sus papeles manuscritos, los cuales fueron escritos cerca de 20 años después, los que eran para su propio y privado beneficio».
A ese punto, Sereno procede a citar una porción sustancial de aquel documento al que se refiere, es decir, la Narrativa personal de Edwards.
Ahora bien, en su Narrativa, en la que Edwards nos narra su conversión y vida por unas dos décadas de ministerio, notaremos que la conversión de Edwards tuvo momentos. No porque la conversión se suceda en momentos, sino porque la experiencia puede sufrir esa realidad.
Vivió la experiencia de un avivamiento cuando era apenas un adolescente, alrededor de cuando tenía 12 años. Aquello literalmente lo trastornó, pero no parece que experimentara allí su conversión. Pero obviamente Dios estuvo trabajando en aquel genio desde el vientre de su madre. Por entonces le escribió a su hermanita favorita, Mary, que estaba en Boston para la ocasión:
«A través de la maravillosa misericordia y bondad de Dios, en este lugar ha habido una agitación y un derramamiento muy notables del Espíritu de Dios, y ahora también está, pero creo que tengo razones para pensar que en cierta medida ha disminuido, espero que no mucho. Unos trece se han unido a la iglesia en un estado de comunión plena.
Estos son los que por investigación descubro…
Creo que los lunes comúnmente llega por encima de treinta personas para hablar con papá sobre la condición de sus almas.
Es un momento de salud general aquí en este lugar…»[14]
Pasados los meses de aquella ocasión gloriosa, he aquí lo que le pasó a Edwards:
«Pero, al pasar el tiempo, mi convicción e impresiones se deterioraron, y yo perdí totalmente todas esas emociones y deleites y abandoné la oración secreta, por lo menos en cuanto a cualquier preferencia constante de ello; y volví como un perro a su vómito, y proseguí en los caminos del pecado».[15]
Su conversión parece haberle sucedido en sus últimos años en la universidad. He aquí su propio relato:
«Ciertamente yo estaba muy intranquilo algunas veces, particularmente en la última parte de mi tiempo en el colegio, cuando le agradó a Dios probarme con una pleuresía con la cual él me trajo cercano a la tumba, y me sacudió sobre el pozo del infierno.
A pesar de ello, no mucho tiempo después de mi recuperación caí de nuevo en mis antiguos caminos de pecado. Pero Dios no me permitiría seguir tranquilamente. Tuve grandes y violentas luchas internas, hasta que después de muchos conflictos con las perversas inclinaciones, repetidas resoluciones y compromisos bajo los cuales me había propuesto yo mismo, como una clase de votos a Dios, fui sanado totalmente para romper con todos los caminos perversos, y todas las formas de pecados carnales exteriores, y para dedicar mi vida a buscar la salvación, y a realizar muchos deberes religiosos pero sin esa clase de emociones y delicias que yo anteriormente experimenté. Mi interés ahora trajo más luchas internas y conflictos y autorreflexión. Yo hice de buscar la salvación el asunto más importante de mi vida. Pero, aun así, me parecía, que la buscaba en una manera miserable, la cual me hizo algunas veces preguntarme si alguna vez llegaría a aquello que era salvarse…
Desde mi niñez, mi mente estuvo llena de objeciones contra la doctrina de la soberanía de Dios respecto a escoger a quien tendría la vida eterna, y rechazar a quien él quisiera, dejándolo eternamente para perdición, y ser para siempre atormentado en el infierno. Me parecía una doctrina horrible. Pero recuerdo muy bien la ocasión cuando yo parecía estar convencido y totalmente satisfecho en cuanto a la soberanía de Dios, y su justicia en el disponer eternamente del hombre, de acuerdo a su soberano placer... Y ahí había acontecido un maravilloso cambio en mi mente con respecto a la doctrina de la soberanía de Dios, de tal manera que, desde aquel día hasta hoy, raramente he encontrado tan siquiera una pequeña objeción contra ello, en el sentido más absoluto, en cuanto a Dios mostrando misericordia a quien el quisiera mostrarla, y endureciéndose con quien el quisiera. La absoluta soberanía y justicia de Dios con respecto a la salvación y condenación, es en lo que mi mente parece descansar segura, así como de cualquier cosa que yo vea con mis ojos, por lo menos es así, algunas veces.
Pero, desde esa primera convicción, frecuentemente he aquietado cualquier otro sentimiento en cuanto a la soberanía de Dios que yo tenía entonces. Aun lo hago frecuentemente, ya que no solo tengo convicción, sino una deliciosa convicción. La doctrina con mucha frecuencia aparece excesivamente agradable, brillante y dulce. Soberanía absoluta es lo que yo amo atribuirle a Dios. Pero mi primera convicción no fue así.
La primera vez que yo recuerdo de esa clase interior de gran deleite en Dios y de las cosas divinas, eso que yo he vivido mucho desde entonces, fue al leer esas palabras en 1 Timoteo 1.17: “Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios sea honor y gloria por los siglos de los siglos, amén”. Al estar leyendo esas palabras, vinieron a mi alma, y fue como si hubieran derramado en ella, una sensación de la gloria del Divino Ser; una nueva sensación, bastante diferente de cualquier cosa que hubiera experimentado anteriormente. Nunca ningunas de las palabras de las Escrituras me habían parecido como estas palabras lo hicieron. Pensé para mí mismo, ¡que excelente era ese Ser!, y qué feliz debería ser yo, si pudiera gozar a ese Dios y ser arrebatado al cielo hasta él; y estar como si hubiera sido absorbido en El para siempre…
…El entendimiento que tenía de las cosas divinas, se convertía en repentino avivamiento; como si fuera un dulce fuego en mi corazón, un ardor en mi alma, lo cual no sé como expresar».† [16]
Lo que Edwards ha comentado hasta este punto en su Narrativa, es justamente lo que marcó su vida. De hecho, se convertiría desde entonces en su afán el procurar que aquellos a quienes ministraba buscaran y ansiaran tener este tipo de «experiencia», que a su juicio no tenían paralelo alguno en las aprehensiones, goces y disfrutes del alma; es decir, «avivamiento».
Fijémonos que Edwards habló aquí de «su primera convicción», no se trata de una conversión todavía en el sentido técnico de la palabra. De hecho, a partir de esta convicción, Edwards hizo de «la búsqueda de su salvación» el asunto más importante de su vida. Claramente entendía que no había sido salvo todavía. Otra cosa a notar es que este avivamiento experimentado pasó por desapercibido para el mismo Edwards al principio, o sea, ni sabía que le estaba sucediendo algo espiritual.
La narrativa continúa expresando como aquella indescriptible experiencia crecía y se hacía cada vez más abrazadora.
La conclusión a la que llegué en mi análisis es que aquella experiencia en 1 Timoteo 1.17 fue lo que técnicamente podemos denominar la «regeneración» de Edwards. La conversión podría coincidir con el momento de la regeneración, pero no necesariamente. La conversión, a lo menos la conversión pública y visible, puede suceder luego. Yo personalmente creo que a Edwards le sucedió en privado por las trabas de la eclesiología congregacionalista.
Lo interesante a fin de cuentas es que no mucho tiempo después de esto Edwards escribió sus famosas Resoluciones, que aterrizan en lo que es una determinación de vida, que para mí es lo más cercano a una conversión formal en la vida de Edwards. Por supuesto, estas cosas acontecen primero en el corazón.
Finalmente, entre una serie de experiencias religiosas o espirituales, incluso avivamientos espirituales, en un momento de su vida Edwards comenzó a ver y amar la belleza de Cristo en su alma, es decir, nació de nuevo; lo cual le sucedió al final de su tiempo en la universidad. Luego de ahí hizo compromiso con Dios, consigo mismo y con el mundo de vivir para Dios, lo cual plasmó en sus resoluciones. Eso, creo, es lo más cercano a una conversión en el sentido técnico de la Palabra.
Lo cierto es que a partir de entonces, nosotros veremos a uno de los grandes hombres de fe evangélica, quizás el más remarcable de todos los tiempos.
Así que entonces…
«El 12 de enero de 1723, hice una solemne dedicación§ de mí mismo a Dios y lo escribí, entregándome a Dios sin dejar nada de mí, para no preocuparme de mí mismo en el futuro. Para actuar como alguien que no tiene derecho a sí mismo, en cualquier aspecto. Y solemnemente juré tomar a Dios por mi total porción y felicidad, no mirando a nada más como parte de mi felicidad, ni actuar como si hubiere otra cosa. Y su ley como la constante regla de mi obediencia; comprometiéndome para luchar con toda mi fuerza contra el mundo, la carne, y el diablo, hasta el fin de mi vida. Pero tenía razón para ser infinitamente humilde, cuando consideraba cuánto había yo fallado en cuanto a responder a mi obligación».
Es obvio que Edwards resolvió en ese momento ser cristiano. De nuevo, como ya era tenido por cristiano en su denominación, en su casa, etc., incluso ya era ministro por entonces, en consecuencia, él debe convertirse al Señor en privado. Eso es de lo que tratan, a mi juicio, sus 70 resoluciones.
Aquel mismo 12 de enero de 1723, Edwards escribió:
«Principalmente, lo que ahora me hace reflexionar acerca de mi condición interior es el no haber experimentado la conversión en esos pasos específicos en los que solían experimentarla el pueblo de Nueva Inglaterra, y antiguamente los disidentes de la vieja Inglaterra, por lo tanto, ahora resolví que nunca dejaría de buscar el fondo del asunto hasta que haya encontrado satisfactoriamente la verdadera razón y fundamento por los cuales se convirtieron de esa manera».[17]
En otras palabras, Edwards averiguaría por qué él no llegó a experimentar su salvación en la vida de iglesia en la que creció; cual los cristianos que le precedieron la habían experimentado, según había sido instruido. Y en estos menesteres, de seguro, se basó su discusión con sus padres. Edwards está abiertamente criticando aquí lo que había aprendido de su padre y de sus profesores y libros que había leído, sobre que «la conversión» era un proceso gradual, según la administración de los sacramentos, etc. Edwards se convencería por diferentes fuentes –incluso su experiencia personal– de que la conversión acontece de forma súbita y momentánea.
De hecho, el profesor Simonson creyó que hay una casi incuestionable coincidencia entre lo que anotó en su Diario ese 12 de enero, y lo que relató sobre su conversión en su Narrativa; e, incluso, la resolución que escribió justamente ese día, la cual reza como sigue:
«Resuelvo: que no tendré otro fin excepto la religión, y nada tendrá ninguna influencia en cualesquiera de mis acciones; y que no habrá acción alguna, aún en la más mínima circunstancia, que no sea aquella a la que la finalidad religiosa conlleve»†.
Observe su otra resolución de aquel 12 de enero:
«Resuelvo: renovar frecuentemente la dedicación de mí mismo a Dios, la que fue hecha el día de mi bautizo, la cual solemnemente renové cuando fui recibido en la comunión de la iglesia, y la que solemnemente vuelvo a hacer en este día† 12 de enero de 1723».*
Más específico, categórico y amplio no pudo ser.
Las otras resoluciones de ese día nos recuerdan la solemnidad de aquella consagración privada y personal, por lo que las plasmamos a continuación:
«Resuelvo: nunca, de ahora en adelante, y hasta que yo muera, actuar como si me perteneciera a mí mismo, sino completa y para siempre a Dios; ya que es agradable ser hallado así».‡
Resuelvo, nunca permitir por ningún motivo, ningún placer o pena, alegría o pesar, ni cualquier afecto, ni ningún grado de afecto, ni cualquier circunstancia relacionada con ello, sino solo lo que ayude a la religión».§
Por lo menos las anteriores resoluciones son enfáticas sobre una cosa: «Ese día Edwards se consagró totalmente al Señor». Se trató de un voto al Señor que se empeñaría en cumplir. Cuando analizamos su diario, a finales del año anterior Edwards había tenido serias complicaciones con guardar sus propias resoluciones, y confiesa que lo había procurado en sus propias fuerzas. Tuvo un sin número de frustraciones por no haber podido vivir como había resuelto. Pero a partir de este 12 de enero, las cosas fueron completamente distintas.
En cuanto al entendimiento de Edwards de las doctrinas de la gracia, o de las gracias en sí mismas, lo expresó del siguiente modo en una carta explicando los menesteres de la fe salvadora que escribió al Rev. Thomas Gillespie de Escocia, el 02 de abril de 1750, le respondió en un punto (en el que aparentemente Gillespie le había malentendido en una carta previa o en algún libro escrito por Edwards) del siguiente modo:
«Es claramente imposible que la gracia comience a dejar de estar inactiva de otra manera que no sea al comenzar a estar activa. Debe comenzar con los actos renovados de una gracia u otra: y no sé nada de lo que haya dicho en sentido contrario, sino que la gracia que primero comenzará sensiblemente a revivir será la fe, y que ésta abrirá el camino hacia los actos de renovación de toda otra gracia, y al actuar ulterior de la fe misma».[18]
O sea, Edwards veía que había sucesión de momentos en las operaciones de gracia de la divinidad en el hombre, y la primera cosa que engendra el Espíritu de Dios en el hombre es la fe, a la cual le siguen otras gracias. Por lo que para Edwards era obvio que la fe viene antes de la conversión.
La conversión verdadera a la luz del testimonio y la teología de Edwards
Edwards entendió la salvación no solo como la justificación legal que corresponde al veredicto federal de Dios sobre sus escogidos (como enfatizaron los reformadores magisteriales), sino que comprendió que había un elemento experiencial poderoso que era obrado por la operación y habitación del Espíritu Santo en los justificados, que es el fruto de la conversión. Creyó que la «conversión» acontece de forma súbita y definitiva. Así definió el asunto en cuanto a su naturaleza:
«La representación de esta concesión en la Escritura fuertemente implica y significa un cambio de la naturaleza... Por lo cual si no hay un gran y notable cambio permanente en las personas −que piensen que ellos han experimentado una obra de conversión−, vanas son todos sus imaginaciones y pretensiones, aunque hayan sido afectados... La conversión es un cambio grande y universal del hombre, volviéndolo del pecado a Dios. Un hombre podría abstenerse de pecar; pero cuando se convierte, no solo se abstiene, sino que, el mismo corazón y naturaleza es vuelto del pecado a la santidad; de allí que sea un hombre santo».[19]
El cambio o transformación es radical, conduce a la abstinencia del pecado, según comprendió Edwards lo establecido en las Sagradas Escrituras. Parafraseo otra declaración de Edwards sobre este mismo asunto: «El convertido ve nuevas todas las cosas. Ve las cosas de la religión totalmente nuevas; ve la predicación completamente nueva; entiende las historias de la Biblia de una manera nueva a como las entendía antes... es decir, a la ley de esa Nueva Luz».[20] Y al entender todo a la luz de la verdad revelada en las Escrituras, y teniendo al Espíritu de Dios morando en él, entonces vive en vida nueva.
Edwards «creía en una obra instantánea y radical del Espíritu, y en la conversión repentina y dramática. No quiso saber nada de la enseñanza del preparacionismo§, mostrando alineamiento más con el grupo de John Cotton que el de Thomas Hooker».[21]
Edwards describió así su postura: «Todo en el planteamiento cristiano defiende que el derecho del hombre al cielo y su aptitud para llegar allí dependen de una gran influencia divina que produce un inmenso cambio instantáneo, no como ese cambio gradual que se supone pueden producir los hombres mediante el ejercicio de su propio poder».[22]
En su Narrativa Edwards también trata, aunque con una mayor convicción, sus innumerables disfrutes, experiencias, sentidos, afectos y anhelos por Dios, las doctrinas del evangelio, por Cristo, por el Espíritu Santo y por la Santísima Trinidad, por las Escrituras, etc. Hará un relato breve de algunas experiencias y visiones, como a menudo tenía. Luego, hará una radiografía contemplativa y experimental de su infinita pecaminosidad y sus sentimientos debido a tal realidad.
La teología práctica de Edwards
Creo que puedo exponer con cierta propiedad que al Rev. Edwards le caracterizaron tres asuntos neurálgicos en su vida: (1) Procurar la gloria de Dios en todo, lo cual establece, según el mismo Edwards, la felicidad de las criaturas envueltas en dicha gloria, lo que lo convierte en un divinista; (2) procurar vivir en santidad continuada e intencionalmente hasta su muerte, cual la cara externa de la realidad ulterior obrada por la investidura del Espíritu Santo en los santos, lo cual lo convierte en un consagrado puritano (es precisamente esto lo que él plasma en sus 70 Resoluciones), a la vez que en un hombre avivado; y (3) procurar conducir a cuantos pueda a la búsqueda de esas dos realidad anteriores, como el mayor bien que debe ser buscado, lo cual lo convierte en un pastor congregacionalista puro y un avivador fogoso. Todo esto es solo posible, es decir, está indefectiblemente conectado con: (a) su «doctrina de Dios y su cristalina cristología», lo cual conecta con su doctrina evangélica o del evangelio; (b) su «doctrina de la absoluta soberanía de Dios»; y (c) con su concepción de «la realidad (o experiencia) de la salvación», en el sentido de que solo quienes han «experimentado la conversión» pueden verdaderamente conocer a Dios y vivir para Dios; lo cual lo convierte en un sofisticado teólogo, pastor y eclesiólogo.
Un asunto evidente es que la temprana e innegociable determinación de Edwards en procurar la gloria de Dios en su vida y ministerio está estrechamente ligada a su crianza†, tanto como a las circunstancias que le rodearon, bajo la sombrilla de la gloriosa operación soberana de Dios. Es determinante en la visión espiritual del divinista que nos ocupa aquí, la fascinación que desde niño tuvo Edwards (mientras crecía a los pies de su padre y pastor) con aquel elemento que diferenciaba el congregacionalismo, especialmente americano, con todas las demás variantes del protestantismo, a saber «un marcado énfasis en la experiencia de conversión», o lo que es lo mismo en el vocabulario edwardsiano, la «experiencia religiosa».
Lloyd-Jones hace notar que: «Edwards era calvinista y congregacionalista, y que hacía mucho hincapié −como el resto [de los puritanos]− en los elementos morales y éticos de la fe cristiana”. «Sin embargo», dijo Lloyd-Jones, «me atrevo a decir que con Edwards llegamos a la cima o el summum del puritanismo, ya que en él encontramos todo lo que en los demás puritanos y también ese espíritu, esa vida y esa vitalidad adicional».[23]
Casi indefectiblemente una cosa lleva a la otra. Es extraño pensar que un consagrado divinista y ministro que extasiado por la belleza de Cristo, consumada en Su santidad, no sea al mismo tiempo y continuadamente avivado. ¿Pues qué más y mejor podría definir la experiencia de avivamiento que una contemplación prolongada de la gloria de Dios en la aureola de la piedad y la consagración personal a Cristo?
Esto caracterizó la visión, la pasión y por tanto la búsqueda de Jonathan Edwards.
Entre los altibajos emocionales de que padecía Jonathan, su piedad, cual aparece sumariado en su Resolución No. 63; entremos aquí brevemente a su diario para ver su espiritualidad y dependencia de Dios, y su compromiso con la experiencia religiosa en su más elevada expresión:
«En la mañana... He estado delante de Dios, y me he dado a Él con todo cuanto tengo y soy; de tal manera que yo no soy, en ningún aspecto, mío mismo…».[24]
Creo que fue justamente por eso que el prof. Simonson lo denominó «un teólogo del corazón».
Algunos de los trabajos más importantes de Edwards
Habiendo anteriormente esquematizado las principales obras de Edwards, aquí solo quiero mencionar ocho de los trabajos que hicieron y han hecho de Edwards un hombre de fina y reconocida pluma y discursos fuera de serie.
1. Las 70 resoluciones de Edwards (auto determinaciones centradas en su deber de buscar la gloria de Dios en todo, procurando ser el hombre más piadoso del mundo). Increíblemente las confeccionó entre los 18 y 19 años, mientras pastoreaba una pequeña congregación presbiteriana en New York City cuyos miembros eran de origen escocés. De hecho, se cree que su resolución más determinada y sobresaliente es la No. 63, que reza:
Resuelvo: en el supuesto de que no hubiera sino un individuo en el mundo, al mismo tiempo, que fuera apropiada y completamente un cristiano, en todo aspecto, ya sea de un temple correcto, teniendo al cristianismo siempre brillando con su verdadera brillantez y siendo excelente y amable, desde cualquier punto de vista y carácter: Resuelvo: actuar así como lo haría si luchara con toda mi fuerza para ser ese uno, quien viviera en mi tiempo.*
Tal resolución da en el centro del propósito de la vida de Edwards.
2. Su sermón: Pecadores en las manos de un Dios airado, basado en Deuteronomio 32.35b. Se dice de este sermón que ha sido el sermón de más fama de que se tenga registro en la historia cristiana.
Se dice que aunque Edwards solo leyó tímidamente sus notas, debido a su estado de salud ese día, «la gente se tiraba de sus bancas al suelo temblando de temor de caer en el infierno»,[25] y que incluso luego muchos no podían montar sus caballos debido al temblor que les causó aquella predicación.
3. Su libro más famoso de todos los tiempos: Tratado sobre los afectos religiosos. Se dice de este tratado que es el mejor libro jamás escrito sobre el tema de las emociones y los afectos hacia Dios y la verdadera religión en el que se definen cuáles son los afectos lícitos y convenientes a la verdadera religión. Este trabajo fue publicado en 1746. En dicho escrito, Edwards demuestra lo bíblico de los afectos (el gozo y la felicidad, el amor, etc.), los sistematiza y los define; y demuestra que los afectos intensos y santos son demandados por Dios a sus hijos, resultando imposible agradar a Dios sin la justa expresión de ellos. Como lo dijo alguien: En dicho escrito «Edwards se esfuerza por identificar cuales afectos constituyen la verdadera y autentica espiritualidad».[26]
4. El primer trabajo de Edwards publicado fue un sermón que predicó al alumnado de Harvard en julio de 1731 titulado: «Dios es glorificado en la dependencia humana», basado en 1 Corintios 1.29–31. El poder y la fuerza de los argumentos de Edwards impresionaron al alumnado de Harvard, quienes llevaron aquel trabajo a la estampa, a pesar de la ya marcada tendencia arminiana entre ellos.
A partir de entonces los predicadores comenzaron a notar el poder y la fuerza del pensamiento de Jonathan Edwards. Y cinco años después al escribir Edwards su Narrativa Fiel de la Sorpresiva Obra de Dios en Northampton, tal facultad de Edwards comenzó a notarse mundialmente.
5. Una narrativa fiel de la sorprendente obra del Dios en Northampton entre 1734 y 1736, publicada por primera vez en Londres en 1737 (y en subsecuentes publicaciones), y en Boston en 1738.
Se trata de un relato del avivamiento local que tuvo lugar desde finales de 1734 y llegando a su decadencia en 1736. Tal avivamiento fue precursor del Gran Despertar en muchos aspectos.
6. El trabajo que más dio a conocer la pluma narrativa de Edwards fue quizás La vida del Reverendo David Brainerd§, compuesta a partir del Diario de Brainerd (que Edwards había publicado antes que este) y los testimonios de primera mano (incluyendo notas de Bellamy, que fue mentor y amigo de Brainerd desde mucho antes que Edwards; e incluso los testimonios del Rev. Hopkins† , quién no sólo estudiaba junto a Brainerd en Yale, sino que fue Brainerd el instrumento que Dios usó para la verdadera conversión de este). Se trata del escrito de Edwards más distribuido de todos durante un espacio de casi dos siglos. Este trabajo sirvió como punta de lanza «para inspirar el movimiento misionero del siglo siguiente».[27] Hombres del talaje de Carey, los Hudson, Rice, Martyn, Elliot, etc., cuentan lo inspirador de dicha biografía en sus vidas. Por ejemplo, William Carey, el nombrado padre de las misiones modernas, dijo que leyó dicho trabajo como su segunda Biblia.
Este trabajo de Edwards, publicado por primera vez en 1749, consistió en una exaltación del Reverendo David Brainerd quien había servido entre los indígenas primero de Nueva York y Nueva Jersey, y luego entre los de Delaware y Pennsylvania.
Edwards fue un genio de la narrativa. En este trabajo más adelante plasmamos y explicamos la Narrativas personales de Edwards. Pero se han dicho cosas mayores de este best seller: Un recuento de la vida de Rev. David Brainerd, que es una narrativa en el mismo estilo de aquella. Es una exquisita e inspiradora obra maestra en este renglón (biográfico). Ese diario ha sido uno de los best seller de Edwards de todos los tiempos, incluso en vida del divinista.
7. La libertad de la voluntad. Este trabajo fue publicado en 1754. Sobre este tratado escribió R. C. Sproul: «La “Libertad de la voluntad”, es considerado el trabajo teológico más importante de la historia de América»;[28] si bien la mayoría atribuye tal elogio a Los afectos religiosos. No obstante, el best seller de todos los tiempos de Edwards ha sido: La vida del Rev. David Brainerd. Pero en sustancia teológica La libertad de la voluntad no tiene rivales entre sus escritos.
La libertad de la voluntad es en suma una crítica a un libro del Dr. John Taylor (presbiteriano egresado de la Universidad de Edimburgo), titulado La doctrina bíblica de la libertad de la voluntad, publicado en 1738.
Este tratado traza con irrefutables líneas demostrativas el carácter agustiniano y calvinista de la soteriología (la doctrina de la salvación), cuyo trabajo se alza aplastantemente sobre la postura arminiana que Taylor explaya en su trabajo. Edwards encuentra muy flacas las razones de Taylor, encargándose de refutarlas profunda, impecable y magistralmente en este tratado.
Es un trabajo de pensamiento muy profundo que requiere de una atención absoluta para no perder de vista las ideas y razones que tocan fondo sobre los orígenes y las causas de toda acción, efecto y cadena de estos. Es un trabajo hermoso e imposible de refutar por una lógica congruente y sana.
Cualquiera que procure refutar las razones del puritano en esta magistral obra, que ningún incrédulo podrá comprender, simplemente perderá su tiempo.
8. Uno de sus más importantes trabajos de todos los tiempos atendiendo a su importancia eclesiológica: Una investigación humilde. Esta obra fue gestada junto a Calificaciones para participar de la comunión en 1749, durante la etapa más difícil de su vida, mientras defendía su doctrina de la iglesia frente al comité de Northampton. Aquel interrogatorio procuró y provocó que el gran Edwards fuera despedido de aquella iglesia poco más de un año después. Desde allí iría a Stockbridge como pastor-misionero. Estos escritos causaron mucho revuelo y alboroto, y en 1752 Edwards tuvo que escribir Corrección de la interpretación errónea y la verdad vindicada, como una respuesta al libro del reverendo Solomon Williams que interpretó erróneamente la postura de Edwards descrita en los libros anteriores.
Se trata entonces de los escritos más personales y espirituales de Edwards, aparte de Narrativa Personal), en los que Edwards explica el proceso completo y las razones de su despido de la iglesia de Northampton luego de casi 24 años de ministerio exitoso allí.
Así que en Edwards vemos un predicador consagrado, lógico, polemista y disertador que además de su genio y delicada preparación, decidió usar sus talentos con mucha exclusividad en lo que entendió era la más sublime causa, la de Cristo y del evangelio, potenciando aquel que supo siempre que era su mayor gracia, escribir.
Las obras literarias de Edwards son un monumento de la genialidad dotada por el Espíritu de Gracia de un predicador consagrado a ser santo, útil, eficaz; viviendo para la gloria de Dios.
La reputación de Edwards como teólogo
La característica que define a Edwards, según el historiador teológico Roger Oslon, es que «ningún teólogo en la historia de la cristiandad ha sostenido una visión tan fuerte y elevada de la majestad, soberanía, gloria y poder de Dios cual Edwards».[29]
Piper, un admirador de Edwards, dice que Edwards fue «un genio resuelto y decidido a vivir totalmente para la gloria de Dios».[30] Piper cita lo que evaluó sobre Edwards el historiador Knoll, como sigue:
«Mark Knoll… descubrió que en los 250 años post Edwards, trágicamente ‘los evangélicos norteamericanos no han pensado desde un inicio acerca de la vida como cristianos porque la cultura se lo ha impedido. La piedad de Edwards continuó en una cultura de avivamiento. A su teología siguió un calvinismo académico. En cambio, no hubo sucesor para la visión universal de su Dios poderoso o de su profunda filosofía teológica. La desaparición de la perspectiva de Edwards en la historia de la cristiandad norteamericana ha sido una tragedia’».[31]
Encima de eso, Edwards fue amigo del gran evangelista George Whitefield (quien predicó en Northampton). Fue muy cercano del gran David Brainerd, quien murió hospedado en su casa, sirviéndolo en su gravedad como enfermera Jerusha (una de las hijas de Edwards). De hecho, Edwards escribió un diario-biografía sobre David Brainerd titulado Un Recuento de la Vida del Rev. David Brainerd (en 1749) que sirvió como un manual de motivación para las misiones mundiales a varios de los misioneros más renombrados (Carey, los Hudson, Rice, etc.).
La esencia de la teología de Edwards
En la Enciclopedia Británica hay un breve artículo biográfico sobre Edwards que resume lo que quiero expresar sobre la esencia de la teología de Edwards, reza:
«Edwards no aceptó su herencia teológica pasivamente. En su Narrativa personal, confiesa que, desde su infancia, su mente “había estado llena de objeciones” contra la doctrina de la predestinación… escribió: “Solía aparecer como una horrible doctrina para mí”. Aunque gradualmente trabajó a través de sus objeciones intelectuales, fue solo con su conversión (a principios de 1721) que llegó a una “deliciosa convicción” de la soberanía divina, tanto como a un “nuevo sentido” de la gloria de Dios revelado en las Escrituras y en la naturaleza. Esto se convirtió en el centro de la piedad de Edwards: una aprehensión directa e intuitiva de Dios en toda su gloria, una vista y un sabor de la majestad y belleza de Cristo mucho más allá de toda comprensión “nocional”, impartida inmediatamente al alma…».[32]
Dejaré para el final de este trabajo esta cuestión tan trascendental en lo concerniente a la vida y el pensamiento del consagrado divinista en cuestión, lo cual plasmaré en la conclusión. Arriba solo quise darte un sorbo de la directriz teológica de Edwards.
La profundidad mental de Edwards y la entrega a Dios
Para tener un sorbo del grado de entrega de Edwards a Dios, aparte de sus resoluciones, que se resumen en la No. 63, mire lo que escribió en uno de sus diarios:
«En la mañana... He estado delante de Dios, y me he dado con todo cuanto tengo y soy, a Él; de tal manera que yo no soy, en ningún aspecto, mío mismo. Yo no puedo pretender ningún derecho en esta comprensión, esta voluntad, este afecto, que están en mí…». [33]§
Las palabras del prof. Marsden que citamos en la introducción de este trabajo no pueden ser mejoradas en materia de describir el carácter y la piedad de Edwards, y por tanto su grado de entrega a Dios. Y consideramos que el Dr. Gerstner no exageró en su designación a Edwards, como veremos a continuación. Sin duda alguna Edwards fue un hombre resuelto, consagrado, rendido e intencionado a vivir para la gloria de Dios. Por lo que creo que cabe citar algunas consideraciones que sobre Edwards han emitido en la historia algunos de sus analistas más sobresalientes. De este modo, creo que quedará dicho casi todo lo evocado en esta sección. Oigamos:
«Edwards fue infinitamente más que un teólogo. Él fue uno de los 5 o 6 grandes artistas [forjadores de la nación americana] que se dispuso a trabajar con las ideas, en vez de con poemas y novelas. Fue más un psicólogo y un poeta que un filósofo razonador (lógico), y si bien dedicó con devoción su genio a tópicos del corpus de divinidad −la voluntad, la virtud, el pecado−, el los trató de una forma digna de los más finos filósofos especulativos, cual un Agustín, un Aquino y un Pascal, como problemas no del dogma, sino de la vida….
Edwards habló tan adelantado a su época en asuntos científicos y psicológicos, que en la nuestra difícilmente pueda encontrarse alguien cortado con el mismo cuchillo como él.
Más allá de su credo, Edwards es un portavoz, casi el primero, y por su profundidad, el más enraizado en la tradición nativa real».[34]
(Dr. Perry Miller)
«Edwards parecía ser un lógico y un metafísico por naturaleza; pero grandemente mejorado por el arte y el estudio».[35]
(Presuntamente William Smith)
«Jonathan Edwards fue un genio fuera de lo común por naturaleza, formado para acercarse al pensamiento y la penetración profunda».[36]
(Dr. Samuel Hopkins)
«El talento del presidente Edwards para la disquisición filosófica y metafísica, fue de lo más alto. No había ningún tema dentro del campo legítimo de la investigación humana que fuera demasiado alto o demasiado profundo para sus poderes».[37]
(Tryon Edwards)
«Jonathan Edwards ha sido el más grande genio que ha existido en la historia humana».
(Dr. John Gerstner)
«El teólogo más importante en la historia americana».[38]
(Thomas S. Kidd)
(Dr. Robert Jenson)
«Por la estimación de muchos, Edwards fue el filósofo más agudo y el más brillante de todos los teólogos americanos… un heraldo predicador, predicó el más famoso sermón americano”.[40] Se trató de: “El Agustín estadounidense».[41]
(Prof. George Marsden)
«Ningún teólogo en la historia de la cristiandad ha sostenido una visión tan fuerte y elevada de la majestad, soberanía, gloria y poder de Dios cual Edwards».[42]
(Dr. Roger E. Olson)
Jonathan Edwards fue: «Un genio resuelto y decidido a vivir totalmente para la gloria de Dios».[43]
(Dr. John Piper)
«Jonathan Edwards como un teólogo de mando del “Gran avivamiento” transatlántico, habiendo ocupado un precoz liderazgo intelectual catalizador de misiones protestantes internacionales, y siendo uno de los pocos padres fundadores del movimiento evangélico moderno, ha ministrado indirectamente a varios millones en toda la tierra».
(Dr. Douglas A. Sweeney)
De nuevo exclamo: ¡Palabras ha habido!
¡Damos gloria a Dios por Su don de Edwards a la cristiandad!
Hemos apenas plasmado algunos trazos de la vida de Edwards. No hablamos de su grandiosa esposa Sarah y piadosa familia, ni de sus abuelos y el resto de sus ancestros, quienes fueron padres fundadores de América y la mayoría de ellos ministros y teólogos de gran renombre también.
Al final, agradezco a Dios por haber dotado de genio a su escogido Jonathan; así como por haber hecho esa imborrable impresión de Cristo en el corazón y la vida del consagrado divinista quien lo honró y lo glorificó con todas sus energías y fuerzas, resultando en un ejemplo casi sin precedente para la iglesia del Señor, especialmente por su piedad, su utilidad y su eficaz ministerio, particularmente su don de pensador y escritor impecable que tanto bien ha hecho al pueblo de Dios en los más de dos siglos y medios que han pasado desde los inicios del ministerio de Edwards.
Notas concluyentes
El Edwards maduro que se manifiesta en su narrativa y en sus escritos, en contraste con aquel joven orgulloso y arrogante que fue, lo cual le avergonzaba, tuvo un sentido acabado de la doctrina de la depravación total. De nuevo, asuntos que debió haber estudiado decenas de veces en casa, bajo la tutela de su consagrado y puritano padre; no obstante, hubo un extraño fenómeno en su captación doctrinal temprana. Sus convicciones tempranas, increíblemente eran del tipo racionalistas y humanistas (por no decir arminianas), pues cual confesó en su Narrativa, hasta su conversión él odiaba la doctrina de la soberanía de Dios. Y en esta cadencia de su confesión, notamos que en su juventud Edwards fue muy orgulloso. Ambas cosas eran, a comprensión del mismo Edwards, evidencias de un corazón no convertido. No que el orgullo y el fariseísmo le habían abandonado en su madurez, sino que aunque siempre estuvieron presentes y al acecho para emerger, al comprender su pecaminosidad y sus deberes, los mantuvo a raya, bajo la operación del Espíritu de Cristo. En su juventud pensó que su propio esfuerzo y trato tendrían éxito en su santidad; pero cuando comprendió las doctrinas, entonces aprendió que hacer con su maldad innata.
A continuación, traemos el gran finale de la Narrativa personal, donde Edwards hace una comparación entre su estado actual‡ y el estado anterior, todo visto a partir de su primera conversión.‡ Recuerde que Edwards escribe esta narrativa unas dos décadas luego de haberse convertido, muy probablemente en los años del Gran Despertar. Y plasma cual de todas las Doctrinas estaba por encima de las demás en su experiencia y mente. Ello revela en esencia la espiritualidad de Edwards, y por tanto su piedad:
«Aunque me parece que, en algunos aspectos, fui mucho mejor cristiano, durante dos o tres años después de mi primera conversión, de lo que soy ahora; y viví en un deleite y placer más constantes: aún en los últimos años, he tenido un sentido más pleno y constante de la soberanía absoluta de Dios, y un deleite en esa soberanía; y he tenido más sentido de la gloria de Cristo, como mediador, como se revela en el evangelio. Un sábado por la noche en particular, tuve un descubrimiento particular de “la excelencia del evangelio de Cristo”, por encima de todas las demás doctrinas; para que no pudiera sino decirme a mí mismo; “Esta es mi luz elegida, mi doctrina elegida”: y de Cristo, “Este es mi profeta elegido”. Me pareció dulce más allá de toda expresión, seguir a Cristo, y ser enseñado, iluminado e instruido por Él; aprender de Él y vivir con Él.
Otro sábado por la noche, enero de 1738/9, tuve la sensación de cuán dulce y bendecida era una cosa, caminar en el camino del deber, hacer lo que era correcto y cumplir, y agradable para la santa mente de Dios; que me hizo estallar en una especie de llanto fuerte, que me retuvo un tiempo; así que me vi obligado a callar y cerrar las puertas. No pude, pero por así decirlo, “¡Cuán felices son los que hacen lo que es justo a la vista de Dios! ¡Son realmente bendecidos, son los felices!” Al mismo tiempo, tenía un sentido muy conmovedor de cuán adecuado y apropiado era que Dios gobernara el mundo y ordenara todas las cosas según su propio placer; y me regocijé en eso, que Dios reinó, y que su voluntad fue hecha».[44]
Así: (1) El evangelio de Cristo fue para Edwards la doctrina más excelente de todas las doctrinas; y (2) tuvo siempre en un pedestal muy alto y distinguible la doctrina de la soberanía de Dios. (3) Además, notamos que Edwards tenía en un pedestal elevado el testimonio personal santo y útil, así: «Caminar en el camino del deber, hacer lo que era correcto y cumplir, y agradable para la santa mente de Dios».
En las pinceladas sobre la teología de Edwards arriba expusimos las tres principales procuras de Edwards. Aquello le imputó la realidad de ser un consagrado cristiano, pastor, teólogo (o divinista) y avivador. Él «creía en una obra instantánea y radical del Espíritu, y en la conversión repentina y dramática. No quiso saber nada de la enseñanza del preparacionismo».[45]§
Su doctrina de la iglesia fue de lo más pura, pues alimentada con el fundamento anteriormente expuesto, creyó y defendió -a alto precio- la necesidad de que la iglesia esté formada por miembros verdaderamente regenerados, con un testimonio creíble y público de ser convertidos.
Todo ello, combinado con una concepción escatológico un tanto subliminal posmilenial, le condujeron a ser un tierno y acalorado predicador y avivador, llegando a ser: (1) El más grande predicador conocido hasta hoy; (2) el más grande teólogo de la historia americana; (3) el padre del primer y del segundo Gran Despertar; y, sobre ello, (4) un artista de la pluma sin paralelo en la historia americana… todo lo cual hace justicia a declarar de él que ha sido el más grande pensador de la historia de América, lo cual estuvo vinculado indefectiblemente a su dote de genio. Como vimos, el Dr. Gerstner lo bautizó como «el más grande genio que ha existido en la historia humana». ¡Alabado sea Cristo!
Concluyo por tanto que Edwards fue un teólogo sin igual en la historia cristiana, con un genio superior a sus antecesores y predecesores, agudo, profundo y concluyente quien gracias a la obra de Dios en su vida glorificó a Dios al izar muy en alto la bandera del nombre de Cristo, de las doctrinas cristianas y del sagrado oficio ministerial. Su espiritualidad fue de los más elevada, a toda luz bíblica; ello le convirtió en un hombre de sustancial piedad y de innegociable integridad. De ahí que: «Ningún teólogo en la historia de la cristiandad ha sostenido una visión tan fuerte y elevada de la majestad, soberanía, gloria y poder de Dios cual Edwards». El no solo puso el glorificar a Dios en todo como la meta de su vida, cual es el clamor de las Escrituras; el vivió al máximo la vida cristiana y predicó y pregonó por doquier la necesidad que tiene el pueblo de Dios de gozarse en Dios, viviendo para su gloria.
Cuanta gracia nos concedió el Señor en la vida y obra de ese gran siervo suyo, Jonathan Edwards. El Señor nos ayude a avanzar en la fe y la piedad a través de los inigualables trabajos de Edwards y nos anime a perseguir los mismos fines que Edwards, a saber, la gloria de Dios en la utilidad y uso de la mente y en la consagración personal a la santidad y al servicio cristiano. Tenga el Señor a bien igualmente afectar más profundamente nuestros afectos para que tú y yo podamos tener un mayor y exuberante disfrute de su persona y su gloria de este lado de la eternidad cual la tuvo Edwards, y podamos vivir para Su gloria.
[1] Bennett, W. P. 51.
[2] Storms, S. Ver también: WJE, 16:726.
[3] Storms, S.
† Divinista (ing. Diviner). Es el título que los puritanos (y en adelante hasta temprano en el siglo XX) daban a los teólogos. Se trata en esencia de un teólogo.
[4] Marsden, G. P. 5.
[5] Ibidem. Pp. 5, 6.
[6] Edwards. Narrativas Personales.
† Res. No. 47.
§ Presidente de la universidad de New Jersey.
Nació en Windsor, C.T. el 5 de octubre de 1703 d.C.
Nacido de su padre, el reverendo Timothy Edwards,
Educado en Yale College;
Admitido al ministerio en Northampton el 15 de febrero de 1726-7.
Despedido de allí el 22 de junio de 1750.
Recibió el cargo de educar a los salvajes.
‡ En memoria de Sara, esposa del Rev. Jonathan Edwards. La cual nació el 9 de enero 1709-10 O. S. Casados el 20 de julio de 1727. Fallecida el 2 de octubre de 1758 N.S. Una amiga sincera. Una vecina cortés y complaciente. Una madre judicialmente indulgente. Una esposa cariñosa y prudente. Y una cristiana muy eminente.
[7] Hopkins. P. A2, 3 [20 de agosto, 1764].
[8] Estos tres escritos de Edwards son los que entregamos en esta obra.
† “Narrative of Communion Controversy.
[9] Finn & Kimble. P. 58.
[10] Ibidem, p. 52.
[11] Ibid.
§ El Dr. Marsden es una de las más notables autoridades en el tema puritano y del caso Edwards.
[12] Ibidem, pp. 56, 57.
[13] Edwards, J. Narrativa personal.
[14] Carta de Edwards a su hermana Mary, el 10 de mayo de 1716.
[15] Edwards, J. Narrativa personal.
† Edwards en este último párrafo citado define lo que él entiende por “avivamiento”. ¡Interesantísimo!
[16] Edwards, J. Narrativa personal.
§ Se trata de su entrada al diario ese día, igual que de su Resolución No. 44.
[17] Storms: https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/10-cosas-deberias-saber-jonathan-edwards/
† Resolución No. 44 del 12 de enero de 1723. Ese mismo sábado Edwards escribió varias de sus resoluciones; tenemos 4 de ellas fechadas ese día, desde la 42 hasta la 45; pero casi seguro la no. 46 es del mismo día.
† Es evidente que Edwards está dedicando solemnemente su vida a Cristo ese 12 de enero de 1723, estando en NY. Y es exactamente el fruto de su meditación reciente que había entendido que su conversión no había acontecido de la forma tradicional que anunciaban los antiguos inmigrantes a Nueva Inglaterra y los que le habían precedido en aquella nación −que a ese momento contaba con poco más de un siglo−.
* Resolución No. 42.
‡ Res. No. 43. Sábado 12 de enero de 1723.
§ Res. No. 45. 12 y 13 de enero de 1723.
[18] Task Library, ALS, six quarto leaves. Published in Edinburgh Quarterly Magazine 1 [1798], 337—54; Dwight ed., 1, 287—97; Works, 2, 501—13.
[19] JEW, 2:340-341.
[20] Ver: Grampton, pp. 10, 11.
§ El preparacionismo es el punto de vista en la teología cristiana de que las personas no regeneradas pueden tomar medidas para prepararse para la conversión, y deben ser exhortadas a hacerlo. El preparacionismo aboga por una serie de cosas que las personas deben hacer antes de llegar a creer en Jesucristo, como leer la Biblia, asistir a la adoración, escuchar sermones y orar por el don del Espíritu Santo. Al hacer uso de estos medios de gracia, una “persona que busca la conversión puede disponerse a recibir la gracia de Dios”.
[21] Lloyd-Jones, M. P. 104.
[22] Works, 2:557.
† Ver: “Jonathan Edwards: Vida, obra y pensamiento” -por el Dr. de la Cruz.
[23] Lloyd-Jones, M. P. 105.
[24] Consulte, Lawson, pp. 54, 55.
* Res. No. 63. 14 de enero y 13 de julio, 1723.
[25] Ibid.
[26] Ibid. P. 14.
§ Título original: "An Account of the Life of the Late Rev. David Brainerd".
† Como se puede observar en la mini biografía sobre el Dr. Hopkins en Jonathan Edwards: Vida, obra y pensamientos del Dr. De la Cruz (CLIE, 2022).
[27] Lawson. P. 14.
[28] Ibidem, p. 3.
[29] Ibid. P. 10.
[30] Piper, J. P. 10.
[31] Ibid.
[32] Art. Enc. Britannica.
§ Sábado 12 de enero de 1723.
[33] Lawson, S. Pp. 54, 55.
[34] Miller. Pp. xvi, xvii.
[35] Marsden. JE, A Life. P. 62. (Ver también, p. 523)
[36] Ibidem.
[37] Edwards, Tryon. I:xxxiv.
[38] Finn & Kimble. P. 3.
[39] Finn & Kimble. P. 19.
[40] Dodds. P. vii, viii.
[41] Ibid.
[42] Lawson. P. 10.
[43] Piper & Tylor. P. 10.
‡ Recuerde que Edwards escribe esta narrativa unas dos décadas luego de haberse convertido, muy probablemente en los años del Gran Despertar.
‡ Su “primera conversión” por el contexto parece ser una referencia a aquella “primera convicción” de la que habló al comienzo, si bien aquí sustituye aquel término por “primera conversión”. Esto implica, como hicimos notar en nuestros comentarios arriba, que Edwards no hizo ninguna diferencia entre “regeneración o nuevo nacimiento” y “conversión”.
[44] WJE Online Vol. 16. Ed. Claghorn: http://edwards.yale.edu.
§ El preparacionismo es el punto de vista en la teología cristiana de que las personas no regeneradas pueden tomar medidas para prepararse para la conversión, y deben ser exhortadas a hacerlo. El preparacionismo aboga por una serie de cosas que las personas deben hacer antes de llegar a creer en Jesucristo, como leer la Biblia, asistir a la adoración, escuchar sermones y orar por el don del Espíritu Santo. Al hacer uso de estos medios de gracia, una “persona que busca la conversión puede disponerse a recibir la gracia de Dios”.
[45] Lloyd-Jones, M. P. 104.
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Britannica Encyclopedia: https://www.britannica.com/