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Nota del editor: Este es un fragmento adaptado de Mujeres fieles y su Dios extraordinario (Poiema Publicaciones en colaboración con BITE, 2018), escrito por Noël Piper.
Sarah Edwards como esposa
Desde sus primeros días como esposa, Sarah le dio libertad a Jonathan para que se dedicara a los estudios filosóficos, científicos y teológicos que lo convirtieron en el hombre a quien admiramos. Edwards hacía que las personas reaccionaran. Era diferente. Era intenso. Su fuerza moral era una amenaza para aquellos que se conformaban con la rutina. Luego de analizar una verdad bíblica y sus implicaciones para algún asunto eclesial o teológico, no podía ignorar lo que había descubierto.
Por ejemplo, llegó a la conclusión de que solo los creyentes debían tomar la Santa Cena en la iglesia. A la iglesia de Northampton no le gustó que fuera en contra de los estándares inferiores que había establecido su abuelo, quien permitía que incluso los incrédulos tomaran la Cena si no estaban pecando de alguna forma evidente. Esta clase de controversia hacía que Sarah, aun sin estar involucrada directamente, también sintiera la frialdad y la oposición que él enfrentaba.
Él era un pensador que retenía ideas en su mente; meditaba en ellas, las analizaba por partes, las unía con otras ideas y las examinaba a la luz de otras partes de la verdad de Dios. Los hombres que son así se elevan hasta las alturas cuando esas ideas separadas se unen para formar una verdad más grande. Pero esta clase de hombre también puede caer en hoyos profundos en su camino hacia una verdad.
No es fácil vivir con alguien así. Sin embargo, Sarah supo darle un hogar feliz. Le aseguró su amor incondicional y creó un ambiente y una rutina en la que él era libre para pensar. Ella aprendió que cuando él estaba enfocado en alguna idea, no quería que lo interrumpieran para cenar. Aprendió que sus estados de ánimo eran intensos. Él escribió en su diario: “He visto claramente mi propia pecaminosidad y vileza, y con frecuencia llego al punto de llorar desesperadamente... de modo que a menudo me he visto forzado a callarme a mí mismo”.
El pueblo veía a un hombre sereno; pero Sarah conocía las tormentas que había dentro de él, sabía quién era Jonathan en casa.
Samuel Hopkins —teólogo y abolicionista estadounidense— escribió:
Mientras se sometía a su esposo de una forma apropiada y lo trataba con todo el respeto, se esforzaba por ajustarse a sus deseos y por que todo en la familia fuera agradable; considerándolo su mayor gloria y la manera en la que podía servir mejor a Dios y a su generación [y podríamos agregar que a la nuestra], para así ser un medio que fomentara la utilidad y felicidad de su esposo.
Así que la vida en la casa de los Edwards la determinaba en gran parte el llamado de Jonathan. En una de las páginas de su diario, decía: “Creo que Cristo me aconseja levantarme temprano en la mañana, porque Él se levantó muy temprano de la tumba”. Debido a esto, Jonathan tenía la costumbre de levantarse temprano. La rutina de la familia a lo largo de los años era levantarse temprano junto con él, escuchar un capítulo de la Biblia a la luz de las velas y orar por la bendición de Dios para el día que comenzaba.
También tenía el hábito de sacar tiempo cada día para hacer algún tipo de trabajo físico como una forma de ejercitarse (por ejemplo: cortar madera, arreglar las cercas o trabajar en el jardín); aunque Sarah tenía la mayor parte de la responsabilidad en cuanto a la supervisión del cuidado de la propiedad.
Por lo general, pasaba trece horas al día en su estudio. Este tiempo lo dedicaba a su preparación para los domingos y para la enseñanza bíblica, pero también incluía los momentos en que hablaba con Sarah y los momentos en que los feligreses venían a visitarlo para que orara por ellos o los aconsejara.
En la tarde, los dos iban al bosque a caballo para hacer ejercicio, respirar aire fresco y hablar. Y en la noche volvían a orar juntos.
Sarah Edwards como madre
Los niños comenzaron a llegar a la familia el 25 de agosto de 1728 —y fueron once en total— en intervalos de aproximadamente dos años: Sarah, Jerusha, Esther, Mary, Lucy, Timothy, Susannah, Eunice, Jonathan, Elizabeth y Pierpont. Este fue el comienzo del siguiente gran rol de Sarah: el de madre.
En el año 1900, A. E. Winship hizo un estudio comparando dos familias. Una tenía cientos de descendientes que han perjudicado a muchas personas. Los de la otra, los descendientes de Jonathan y Sarah Edwards, se destacaban por sus contribuciones a la sociedad. Esto fue parte de lo que escribió sobre la familia Edwards: “Todo lo que la familia ha hecho ha sido con destreza y nobleza... Y gran parte de la capacidad y el talento, la inteligencia y el carácter de los más de 1.400 descendientes de la familia Edwards se debe a la señora Edwards”.
En el año 1900, cuando Winship hizo su estudio, este matrimonio había producido:
- 13 rectores de universidades
- 65 profesores
- 100 abogados y un decano de una escuela de leyes
- 30 jueces
- 66 médicos y un decano de una escuela de medicina
- 80 titulares de cargos públicos, incluyendo:
- 3 senadores de los Estados Unidos
- alcaldes de 3 ciudades grandes
- gobernadores de 3 estados
- un vicepresidente de los Estados Unidos
- un interventor de Hacienda de los Estados Unidos
Los miembros de esta familia escribieron 135 libros... editaron 18 revistas y periódicos. Una multitud de ellos entró al ministerio, enviaron a cien misioneros a otros países y además formaron parte de muchas juntas misioneras como miembros laicos.
Winship hizo una lista de las diversas clases de instituciones, industrias y negocios que han pertenecido a los descendientes de los Edwards o que han sido dirigidos por ellos. “Hay pocas industrias estadounidenses importantes que no hayan tenido a un miembro de esta familia entre sus principales promotores”. Sería válido que hiciéramos la misma pregunta que hizo Elisabeth Dodds: “¿Alguna otra madre ha contribuido de una forma más determinante al liderazgo de una nación?”.
Seis de los hijos de los Edwards nacieron en días domingo. En ese tiempo, algunos ministros no bautizaban a los bebés que nacieran un domingo, porque se creía que los bebés nacían el mismo día de la semana en el que habían sido concebidos, y esa no era una actividad que se considerara apropiada para el día de reposo. Sin embargo, todos los hijos de los Edwards fueron bautizados a pesar del día de su nacimiento.
Y todos vivieron al menos hasta la adolescencia. Esto era poco común en una época en la que la muerte siempre estaba cerca, y esto a veces producía resentimiento en las demás familias de la comunidad.
El hogar de Sarah Edwards
En nuestras casas modernas es difícil imaginar las tareas que Sarah debía hacer o delegar: romper hielo para sacar agua, traer madera para el fuego, cocinar y empacar el almuerzo para los viajeros que visitaban, confeccionar la ropa de toda la familia (desde trasquilar las ovejas hasta tejer la ropa y coserla), sembrar y mantener productos agrícolas, fabricar escobas, lavar la ropa, cuidar a los bebés y a los enfermos, hacer velas, alimentar a las aves del corral, supervisar la matanza del ganado, enseñar a los niños lo que no aprendieran en la escuela y asegurarse de que las niñas aprendieran las tareas del hogar. Y todo eso era solo una parte de las responsabilidades de Sarah.
Una vez, Sarah estaba fuera de la ciudad y Jonathan quedó a cargo. En ese tiempo, él escribió con desesperación: “Casi hemos llegado al límite de la cantidad de días que somos capaces de vivir sin ti”.
Gran parte de lo que sabemos sobre los procesos internos de la familia Edwards se lo debemos a Samuel Hopkins, quien vivió con ellos por una temporada. Él escribió:
Su manera de gobernar a sus hijos era excelente; sabía cómo hacer que la respetaran y obedecieran con alegría, sin usar palabras airadas, gritos y mucho menos golpes... Si era necesario corregirlos, no lo hacía impulsivamente; y cuando tenía la oportunidad de reprender y amonestar, lo hacía con pocas palabras, sin intensidad ni ruido...
Su sistema de disciplina comenzaba a una edad muy temprana, y su regla era oponerse a la primera —y a todas las demás— muestras de ira o desobediencia de sus hijos... reflejando sabiamente que si un hijo no obedece a sus padres, nunca podrá ser guiado a obedecer a Dios.
Sus hijos eran once personas diferentes, lo que prueba que la disciplina de Sarah no aplastaba sus personalidades —tal vez porque un aspecto importante de sus vidas disciplinadas era que, como escribe Samuel Hopkins, “oraba constante y genuinamente por sus hijos, llevándolos en su corazón delante de Dios... incluso antes de que nacieran”. Dodds dijo:
La forma en la que Sarah crió a sus hijos no solo protegía a Edwards de los escándalos mientras él estudiaba. La familia le ofrecía un fundamento sólido a su ética... El último domingo que [Edwards] pasó al púlpito de Northampton como pastor de la iglesia, le dijo lo siguiente a la congregación: “Toda familia debería ser... una iglesia pequeña, consagrada a Cristo y completamente influenciada y gobernada por Sus reglas. La educación y el orden familiar son de los principales medios de gracia. Si estos fallan, es probable que todos los demás medios sean inútiles”.
Sin embargo, por más vital que fuera el rol de Sarah, no debemos pensar que crió sola a sus hijos. El afecto mutuo de Jonathan y Sarah y la rutina del devocional familiar fueron pilares fuertes en la crianza de los hijos. Y Jonathan jugó un papel integral en sus vidas. Cuando tenían edad suficiente, se llevaba a uno o a otro de viaje con él. En casa, Sarah sabía que cada día Jonathan le dedicaba una hora a los niños. Hopkins dijo que “él entraba libremente a los sentimientos y preocupaciones de sus hijos, y se relajaba con las conversaciones alegres y animadas que a menudo acompañaba con comentarios alegres y ocurrencias ingeniosas y graciosas... después regresaba a sus estudios para trabajar un poco más antes de la cena”. Este hombre era diferente al que veían usualmente los feligreses. (Ver: Video promocional sobre Mujeres fieles y su Dios extraordinario).
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En Cristo,
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