Es fácil perder el enfoque. Es fácil fijarnos en aquello que no tenemos. Es fácil fijarnos en la grama podada y limpia del vecino, y no en la nuestra que permanece sucia. Así somos los seres humanos. Justificamos aquello que no hemos hecho y culpamos nuestra carencia de aquellas cosas que no tenemos. Perdemos el norte en áreas como la familia, la iglesia, el ministerio, la comunión espiritual, el hogar.
Como muchos lo saben, soy músico y he servido en los últimos 15 años al Señor, tanto en mi iglesia local como en otras iglesias, tanto dentro como fuera de la República Dominicana. En todo este tiempo he escuchado frases como “en la iglesia no tenemos un líder de alabanza. Cuando tengamos uno, las cosas van a cambiar”, “tenemos músicos en la iglesia, pero no tenemos instrumentos”, “tenemos instrumentos, pero no hay cantantes” o “no tenemos dinero.” Estas situaciones abundan en nuestra América Latina, donde hay carencias en muchos de nuestros países.
Ahora, no es malo que nos identifiquemos con alguna de estas realidades. Es bueno saber en cuál pie estamos parados. El problema es, una vez habiéndola identificado, no hacer nada. Tristemente nos estamos acostumbrando a tener una expectativa irreal de lo que debe ser el ministerio de alabanzas. Quizá estamos partiendo de lo que presentan las casas disqueras como modelo del funcionamiento de la música en la iglesia. Vemos un video de una gran banda con toda su orquesta musical, creemos inmediatamente que el ministerio debe verse igual y llegamos a la iglesia a despreciar aquello que Dios nos ha dado, pensando que es pequeño. Si en la televisión vemos una banda con luces, queremos que nuestro ministerio tenga luces. Así somos los seres humanos.
Podemos pensar que, si poseemos los equipos adecuados, podemos realizar un trabajo de excelencia. Sin embargo, hay que tener cuidado: es posible que en lugar de excelencia estemos pensando en competencia. Muchas veces nos enfocamos en sonar como aquel grupo o en tener las cosas que tiene este otro grupo, sin darnos cuenta de que lo que revela nuestro corazón no es más que egoísmo y envidia. Podemos enfocarnos en nosotros mismos y nuestra reputación en lugar de en Dios y su obra.
Si eso es lo que pasa en tu vida, no estás solo. En varias ocasiones me he hallado a mí mismo luchando con esos pensamientos en mi corazón. Lo que me ha ayudado en esos tiempos es la influencia de la Palabra de Dios y de personas maduras a mi alrededor que me aman. Es una batalla que sigue en mí, sin importar si creo haber vencido. Ni el ministerio de alabanzas ni la iglesia local son determinados por los números o por una técnica profesional, sino por su fidelidad e integridad delante de su creador, Cristo.
Así pues, es necesario mirar nuestra realidad, no solo con objetividad, sino también con gratitud. Hace algunos años conocí una iglesia que no tenía músicos sino solo cantantes. La iglesia se encontraba en una comunidad bastante humilde y remota en nuestro país. Los pocos miembros que cantaban cada semana debían usar pistas para el acompañamiento. Muchas veces en el servicio debían conectarse a YouTube y buscar karaoke de canciones para poder cantar los domingos en la mañana. Aunque no tenían músicos, tenían más claridad, fidelidad, compromiso y orden en lo que estaban haciendo que muchas iglesias con más recursos. Aquella vez mi corazón fue ministrado.
¿Qué hacer con lo que tenemos? ¡Trabajaremos con excelencia! No olvidemos que Dios es quien nos ha puesto en las condiciones en las que nos encontramos; él nos puso en este lugar, en esta cultura, en esta familia, en esta iglesia, y con estos recursos económicos. Él sabe bien en dónde nos ha colocado, y espera que seamos excelentes para él. La excelencia no es simplemente el producto final, sino también el proceso. Ser excelente no es una cualidad, sino una actitud, un estilo de vida.
Debemos desarrollar un sentido de la excelencia acorde a nuestra realidad, y para ello Dios nos ha provisto de herramientas. Una vez Dios le preguntó a Moisés, en Éxodo 4:2, “Moisés, ¿qué tienes en tus manos?” No quiero alegorizar ni abusar del texto, pero es necesario decir que muchas veces Dios nos dota de recursos que no percibimos por estar enfocados en aquello que otros tienen o que nosotros no tenemos.
¿Qué hago con lo que sí tengo? Usaremos esos recursos con diligencia. Una vez Cristo contó la parábola de los talentos. El valor de un talento se estima en no menos de 6000 denarios. Un trabajador ordinario debía trabajar al menos 20 años para conseguir un talento. Así pues, no podemos pensar que el que recibió solo un talento era mucho menor que los otros. Además, a cada uno se le entregó conforme a su capacidad. Luego vemos que, al regresar el amo, los primeros dos duplicaron el monto recibido, pero el que recibió un solo talento no logró nada útil, sino que lo guardó y acusó a su amo de exigir aquello que no tiene derecho a exigir. Sabemos por las palabras de Jesús que este siervo no hizo nada con el talento porque era un mal siervo y un perezoso. Hay una condena bastante dura para este hombre.
Hay unos principios que podemos resaltar de la parábola. Primero, Dios nos da lo que necesitamos para ser lo que él nos ha llamado a hacer. Dios nos concede oportunidades de servicio de acuerdo con nuestras capacidades. Todos tenemos el deber de ser fieles con los recursos que él nos ha dado. ¡La negligencia es pecado! Todos vamos a rendir cuentas ante Dios por el uso que hayamos hecho de lo que recibimos. Por eso debemos ser excelentes con los recursos que tenemos disponibles en este momento.
Dios no nos va a pedir cuentas de un uso excelente de las cosas que no tenemos. Muchos están esperando a poseer los mejores equipos para entonces tratar de ser excelentes. Sin embargo, el punto no está en tener mejores instrumentos o equipos. El punto está en la actitud, en nuestro estilo de vida y nuestro pensamiento. Dios no se impresiona de nuestros equipos; se impresiona por nuestro corazón. Él espera que seamos fieles en buscar solamente su aprobación y no la de los hombres. De él y para él es la gloria.
“En lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré”, Mateo 25:23. “Tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”, Mateo 6:6. ¿Qué hacer con lo que tengo? Ponerlo a producir con diligencia y fidelidad, mirando a Dios y no a los hombres. Esperando en Dios y no en los parámetros del mundo. Eclesiastés 9:10 dice “Todo lo que tu mano halle para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque no hay actividad ni propósito ni conocimiento ni sabiduría en el Seol a dónde vas.” Que Dios nos ayude a usar lo hemos recibido para su gloria.