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La llegada de Netflix al mercado fue aclamada como una revolución. Millones de personas celebraron la comodidad sin precedentes de acceder a un vasto catálogo de películas desde sus hogares y el fin de las multas por devolver tarde las cintas alquiladas. Fue un triunfo de la innovación que redefinió el entretenimiento. Pero, mientras el público se maravillaba con esta nueva era, una triste historia paralela se desarrollaba en silencio: los icónicos locales azules con letras amarillas de Blockbuster cerraban uno tras otro, llevándose consigo un modelo de negocio completo y los empleos de miles de personas. La misma tecnología que significó progreso para la mayoría, se convirtió en obsolescencia y ruina para otros.
Esta dinámica de ganadores y perdedores no es solo una anécdota empresarial; yo mismo he estado en ambos “bandos” por una innovación que hoy tiene gran alcance. Durante años, solía buscar asesoría para redactar cartas con fines legales, como solicitar una beca. Hoy, la inteligencia artificial (IA) lo hace por mí en segundos, ahorrándome tiempo y dinero. Sin embargo, esta moneda tiene otra cara. Hace unos años, una parte de mis ingresos provenía de realizar traducciones sencillas para distintos clientes. Ahora, la IA ha absorbido ese mercado por completo, y solo me contratan para aquellos trabajos de traducción que son demasiado complejos para la máquina. La misma herramienta que me facilitó un aspecto de mi vida, me quitó una fuente de trabajo.

Mi experiencia es apenas un ejemplo diminuto de una transformación tecnológica tan grande que convierte la caída de Blockbuster en un detalle casi insignificante. La IA no solo promete optimizar nuestras vidas, sino que ya está reconfigurando la estructura misma de nuestra economía a un ritmo vertiginoso. La evidencia es abrumadora: mientras las grandes tecnológicas acumulan ganancias récord, la clase media, pilar de la estabilidad social, se ve amenazada. Tan solo en 2023, la industria tecnológica despidió a más de 260.000 trabajadores, citando a menudo las eficiencias de la IA como justificación. La tendencia no se ha detenido: en los primeros meses de 2025, Intel anunció planes para recortar aproximadamente 24.000 puestos de trabajo, y Meta comunicó la eliminación de otros 3600 empleos.
Este fenómeno evoca la Revolución Industrial, cuando la maquinaria reemplazó el trabajo manual. Sin embargo, la escala y la naturaleza del cambio actual no tienen precedentes. Ya no se trata de reemplazar la fuerza física, sino el trabajo intelectual: aquellas carreras en finanzas, derecho, periodismo y contabilidad que durante generaciones se consideraron un camino definido hacia la seguridad financiera.

Este artículo busca explorar esta compleja problemática y revisar algunas de las soluciones propuestas por expertos para mitigar el impacto laboral de la IA. Sin embargo, más allá de las estrategias económicas y tecnológicas, necesitamos reflexionar respecto a una necesidad más profunda: ¿qué valores espirituales pueden equipar a una persona para sobreponerse a los desafíos que esta nueva era de la inteligencia artificial nos depara?

Clase media sin empleo
A comienzos de este mes, Bloomberg entrevistó a dos profesionales prometedores. En ambos casos, la IA les ha cerrado las puertas al mundo laboral. Jacob Ayoub y Tiffany Lee hicieron todo lo que el sistema les prometió que funcionaría. Estudiaron en universidades prestigiosas, obtuvieron buenas calificaciones y consiguieron pasantías en empresas de alto perfil como Apple. Sin embargo, al graduarse, la realidad los golpeó con dureza. Tiffany se postuló a cerca de 200 empleos; Jacob, a unos 150. El resultado fue una mezcla de rechazos y silencio.
Su historia no es una excepción, sino el rostro humano de una tendencia económica alarmante. Por primera vez en más de 45 años de registros, la tasa de desempleo para los recién graduados universitarios en Estados Unidos ha superado a la de la población general. Como señala un economista de Oxford Economics, esto significa que muchas personas con educación superior están en una situación peor que sus pares con menos estudios, un vuelco total a la promesa de la movilidad social.
La raíz de esta crisis es una profunda paradoja. Mientras los jóvenes más preparados luchan por un puesto de trabajo, las corporaciones que lideran la revolución de la IA experimentan un auge sin precedentes. Compañías como Anthropic, que se fundó hace cuatro años, ahora tienen una valoración superior a la de gigantes como Nike o Starbucks. Solo en 2024, las cuatro mayores empresas tecnológicas de EE. UU. obtuvieron ganancias de casi 268 mil millones de dólares. Sin embargo, estas cifras astronómicas no se han traducido en estabilidad para sus empleados; de hecho, ha ocurrido lo contrario. A pesar de sus excelentes resultados, Microsoft sacó de sus filas a miles de personas en 2024 y 2025, y otras compañías han seguido su ejemplo. En total, durante 2024, más de 151.000 trabajadores del sector tecnológico perdieron su empleo.

Oficialmente, las empresas suelen enmarcar estos recortes bajo eufemismos como “reestructuración” u “optimización”. No obstante, los expertos señalan que la IA es el motor silencioso que está remodelando la fuerza laboral. Como afirma Christine Inge, instructora de la Universidad de Harvard: “muy pocas organizaciones están dispuestas a decir: 'Estamos reemplazando personas con IA', incluso cuando eso es efectivamente lo que está sucediendo”.
Este secretismo se extiende a los propios empleados. Es lo que el profesor Ethan Mollick de la Wharton School denomina “cíborgs secretos”, muchos profesionales utilizan herramientas de IA para aumentar su productividad sin que sus jefes lo sepan. Una encuesta de LinkedIn y Microsoft revela que tres cuartas partes de los trabajadores de oficina ya usan IA, a menudo por su cuenta, pero lo ocultan por miedo a perder su puesto (30%) o por mantener una ventaja competitiva (36%).

El epicentro de esta transformación es la clase media. Si la Revolución Industrial reemplazó los trabajos de “cuello azul” (obreros), la IA está llevando a cabo una revolución silenciosa que amenaza directamente a los trabajos de “cuello blanco” (profesionales o administrativos). Profesiones en finanzas, derecho, periodismo y educación, antes consideradas inmunes a la automatización, ahora están en el punto de mira. La IA ya está reemplazando tareas que antes requerían años de formación:
- En el sector legal, los asistentes y paralegales están siendo sustituidos por plataformas que redactan documentos y analizan jurisprudencia.
- En el periodismo, medios como Associated Press utilizan IA para generar automáticamente artículos de finanzas y deportes.
- En las finanzas, algoritmos que evalúan el mercado en tiempo real están reemplazando a los analistas júnior en gigantes como Morgan Stanley y Goldman Sachs.
- En la contabilidad, la IA procesa y audita datos financieros, reduciendo la necesidad de personal humano.
- Incluso en programación, herramientas como GitHub Copilot generan bloques de código automáticamente, disminuyendo drásticamente la demanda de desarrolladores júnior.
La magnitud de este cambio es abrumadora. Un informe de McKinsey estima que hasta el 30% de las horas de trabajo en empleos de cuello blanco podrían ser automatizadas para 2030. Esta erosión de puestos tiene una consecuencia directa sobre la movilidad social: la escalera corporativa se está rompiendo. Los roles de nivel inicial, fundamentales para adquirir experiencia, están desapareciendo.

El CEO de Anthropic, Dario Amodei, llegó a predecir que la IA podría eliminar hasta la mitad de los trabajos de oficina de nivel inicial. Los datos respaldan esta visión: un análisis de Indeed mostró que las ofertas de empleo para puestos júnior han caído un 21% por debajo de los niveles prepandémicos, mientras que las vacantes para puestos sénior han aumentado. Sin los peldaños inferiores, ascender se vuelve casi imposible.
Este desequilibrio revela una deshumanización del mercado: el capital ahora vale más que las personas. Un análisis del Economic Policy Institute es contundente: entre 1979 y 2022, la productividad laboral en EE. UU. creció un 64.6%, pero la compensación para el trabajador promedio aumentó solo un 17.3%. La IA exacerba esta desconexión, permitiendo a las empresas extraer más valor con menos trabajadores, lo que resulta en un sistema donde los beneficios del crecimiento se concentran en manos del capital y no del trabajo.
El resultado final es una concentración de la riqueza que ha alcanzado niveles históricos. Según datos de la Reserva Federal, el 10% más rico de la población estadounidense posee el 70% de toda la riqueza del país. Mientras tanto, la participación de la clase media en la riqueza nacional se ha desplomado del 62% en 1980 a solo el 43% en 2023. Para ponerlo en perspectiva: la riqueza promedio de un hogar en el 1% más rico es de aproximadamente 28 millones de dólares; la de un hogar de clase media es de 481.000 dólares, unas 58 veces menor que la de la élite. Si esta es la cruda realidad en una de las economías más poderosas del mundo, cabe preguntarse con urgencia cuál será el destino de la clase media en América Latina.

¿Es suficiente un nuevo tipo de trabajador?
El panorama es desolador: un mercado laboral en plena convulsión donde las reglas del juego han cambiado drásticamente. Pero, como es de suponer en medio de una disrupción de esta magnitud, muchos analistas están reflexionando sobre el presente siglo y proponiendo nuevas estrategias laborales para navegar el futuro.
Las “soluciones” pululan en internet a la par de la escritura de este artículo (¡muchas de ellas escritas con IA!), así que es imposible ofrecer un análisis exhaustivo. De hecho, es necesario que cada profesional revise los avances y las implicaciones de la IA en su propia área del saber. Sin embargo, expertos de diversos campos coinciden en que la solución reside cada vez menos en una habilidad técnica específica y cada vez más en una profunda recalibración de nuestra mentalidad, creatividad y propósito laboral. Lejos de ser una sentencia de obsolescencia —dicen los más optimistas—, la era de la IA nos obliga a redescubrir y potenciar lo que nos hace indispensablemente humanos.

Estas tres propuestas representan bien el tipo de análisis que los expertos ofrecen en la actualidad:
Propuesta 1: dominar la herramienta
Para Oren Etzioni, científico de la computación y exdirector del Instituto Allen para la Inteligencia Artificial, el pánico es contraproducente. En una entrevista realizada por la Harvard Business School, él insistió en que la IA no es un monstruo de ciencia ficción que “viene a por nosotros”, sino “una herramienta de poder” que, como cualquier otra, requiere habilidad y precaución. Desde su perspectiva, el verdadero riesgo no es ser superado por la máquina, sino por quienes la manejan con maestría. Su consejo es directo y pragmático: “No serás reemplazado por un sistema de IA, pero podrías ser reemplazado por una persona que usa la IA mejor que tú”.
La solución, por lo tanto, es la proactividad. En lugar de temer a la tecnología, debemos sumergirnos en ella. Etzioni insta a los profesionales y ejecutivos a “pasar tiempo de calidad” con los diferentes modelos de IA para entender qué pueden hacer y qué no. El objetivo es desarrollar una alfabetización práctica que permita usar la IA para aumentar la productividad en áreas concretas. Solo dominando la herramienta podremos usarla para “subir de nivel” nuestro propio trabajo y mantenernos relevantes.

Propuesta 2: tener una nueva mentalidad de carrera
En una entrevista realizada por la BBC, Aneesh Raman, vicepresidente de LinkedIn, enfocó su solución en un cambio de mentalidad radical ante el fin de la “economía del conocimiento”. Afirmó que el antiguo modelo, donde un título garantizaba una carrera, ha muerto. Para ilustrarlo, citó un dato impactante: “el 96% del trabajo de un ingeniero de software promedio es susceptible de ser realizado por la IA”. Por ello, los planes a diez años son inútiles; la clave es adoptar lo que él llama un “plan de hoy”:
Así que todo lo que necesitas hacer es tener un plan de hoy y tu plan de hoy es “Voy a aprender algo nuevo”. Voy a esforzarme de una nueva manera. Voy a seguir trabajando en quién soy, en qué soy bueno, dónde quiero trabajar, y voy a aplicar eso a cualquier trabajo que encuentre. Pero no importa dónde trabajes en este momento. Podrías ser el CEO de la empresa más grande del mundo, o podrías ser un trabajador de nivel inicial haciendo tu primer turno. Todos nuestros trabajos van a cambiar. Así que, todos tenemos que hacer lo mismo. Todos necesitamos un plan de hoy.
En un mundo donde las tareas técnicas son automatizables, el valor se desplaza a las competencias humanas. Raman señaló que los empleadores ya no solo buscan un título en ciencias de la computación, sino que preguntan: “¿Tienes una especialización en filosofía para ayudarme a pensar en las implicaciones éticas de lo que estoy construyendo?”. La solución es cultivar habilidades duraderas como la resiliencia y la adaptabilidad.
Raman resumió el momento actual con una metáfora literaria: “Es una especie de Charles Dickens: el mejor de los tiempos y el peor de los tiempos”. Para él, aunque la disrupción es real, al otro lado nos esperan trabajos más humanos. Su consejo final es una llamada al autoconocimiento: en una economía que por fin pone a los humanos en el centro, entender las propias curiosidades se convierte en nuestra mayor ventaja competitiva.

Propuesta 3: una nueva filosofía de trabajo
El matemático Po-Shen Loh, de la Carnegie Mellon University, lleva la conversación a un nivel aún más profundo. Parte de una premisa audaz: la IA ya puede superar la creatividad humana. Para demostrarlo, utilizó las Olimpiadas Internacionales de Matemáticas como ejemplo. Explicó que la IA de Google fue capaz de resolver cuatro de los seis problemas del certamen, una hazaña que demuestra un nivel de ingenio extraordinario, ya que estas preguntas son diseñadas para ser completamente originales. “Es más de lo que yo puedo hacer”, admitió.
Ante este hecho, Loh advierte que el peligro más inmediato no es el reemplazo laboral, sino la atrofia de nuestro propio pensamiento. Él ilustra este riesgo con un ejemplo concreto: usar la IA como un atajo en la educación es un grave error, análogo a “conducir mi coche una milla para hacer ejercicio”; se completa la tarea, pero no se desarrolla ninguna capacidad mental. Precisamente porque la IA puede ejecutar las tareas, la solución definitiva, según Loh, no es competir en sus términos, sino anclarnos en lo que nos hace únicos: nuestro deseo de conectar y servir a otros.
Loh argumenta que la cualidad más valiosa en la era de la IA será la motivación de “crear valor y deleite en los demás”. Cuando la IA puede ejecutar las tareas, el valor de un ser humano en un equipo reside en su intención y su capacidad de empatizar. Por ello, propone un cambio filosófico: abandonar la mentalidad competitiva y abrazar la idea de que “es adictivo hacer felices a un montón de otras personas”. Su conclusión es una guía para la supervivencia colaborativa: “La única manera de que otras personas quieran formar equipo contigo es que tú seas, auténtica y profundamente, una persona motivada por crear valor en el otro”.

Ahora, por más optimistas que seamos frente a estas propuestas, hay un gran problema con estas soluciones y aquellas que son similares: todas dan a entender que habrá una gran competencia laboral, y esperan que tú salgas victorioso. Eso es justamente lo que ya está ocurriendo hoy. Aunque miles de trabajadores se están esforzando, es inevitable que alguien salga perdiendo en un recorte de personal.
Cuando se creó la máquina de vapor, los artesanos, como hilanderas y tejedoras, perdieron. Su producción manual fue aplastada por la velocidad de las fábricas. También perdieron su empleo los arrieros, cocheros y marineros de barcos de vela, ya que sus rutas fueron reemplazadas por la eficiencia del ferrocarril y el barco de vapor. En general, cualquier obrero cuya fuerza muscular fuera la base de su trabajo, desde la minería hasta la carga, vio cómo su labor era sustituida por la potencia incansable de las máquinas. Y hoy vemos lo mismo con muchos empleos intelectuales.
Por eso, necesitamos un fundamento que nos haga mucho más resilientes; una fortaleza que no dependa del futuro laboral.

Una identidad que no se basa en la profesión
Las soluciones seculares, por más valiosas que sean, operan dentro de una lógica de competencia y superación. Nos equipan para correr más rápido, para ser más astutos, para adaptarnos mejor en una carrera donde, inevitablemente, habrá perdedores. Pero la historia nos recuerda que cada gran avance tecnológico deja damnificados. Por eso, la verdadera pregunta no es solo cómo podemos ganar en la era de la IA, sino cómo podemos tener paz y fortaleza incluso si nos toca perder.
La cosmovisión cristiana nos da una base radicalmente distinta, una resiliencia que no depende de nuestra capacidad para mantenernos empleados. Aunque innumerables verdades bíblicas son relevantes en el panorama actual —empezando por la soberanía de Dios sobre los grandes cambios sociales y tecnológicos—, quiero enfocarme en dos fundamentos teológicos para la resiliencia del creyente: una visión renovada de nosotros mismos y una visión renovada de los demás.

En cuanto a nosotros, necesitamos una identidad fundada en Dios, no en el trabajo. En nuestra cultura, la pregunta “¿quién eres?” se responde a menudo con un título profesional. Y, como advierte el teólogo Timothy Keller, en su libro Toda buena obra: conectando tu trabajo con el de Dios, el trabajo puede convertirse fácilmente en un ídolo, algo de lo que derivamos nuestro valor y sentido de vida más que de Dios. Cuando esto ocurre, un despido no es solo una crisis económica, sino existencial. Sin embargo, el cristianismo desmantela esta peligrosa fusión. Keller explica que el Evangelio nos da una nueva libertad y un descanso profundo:
Cuando tu corazón llega a esperar en Cristo y en el mundo futuro que Él ha garantizado —cuando llevas su yugo fácil—, finalmente puedes tener el poder de trabajar con un corazón libre. Puedes aceptar con gusto cualquier nivel de éxito y logro que Dios te dé en tu vocación, porque Él te ha llamado a ella. Puedes trabajar con pasión y descanso, sabiendo que, en última instancia, los deseos más profundos de tu corazón —incluidas tus aspiraciones específicas para tu trabajo terrenal— se cumplirán cuando llegues a tu verdadera patria, los nuevos cielos y la nueva tierra.

La identidad del creyente no se basa en sus logros laborales, sino en Dios, quien lo ha salvado. Incluso ante la pérdida económica, no es la esperanza de un nuevo empleo lo que restaura su alma, sino la convicción de tener una patria celestial. En ella, el creyente servirá al Señor con gozo y sin obstáculos. Con esta verdad en mente, sus prioridades cambian: sus esfuerzos ya no se centran solo en ganar dinero y crecer, sino en buscar la gloria de Dios y el bien de los demás, confiando siempre en Él para la provisión de cada día. Keller añade:
Los cristianos no debemos elegir un trabajo ni desempeñar nuestras labores para realizarnos personalmente o acumular poder. El solo hecho de haber sido llamados por Dios para hacer algo ya es suficiente para darnos poder. Más bien, debemos ver el trabajo como una forma de servir a Dios y a nuestro prójimo, y por ello, debemos elegir y realizar nuestras tareas de acuerdo con este propósito.
En cuanto a los demás, junto con esa forma de entender su propia identidad, el creyente se ve desafiado en esta era a ver a su prójimo con ojos distintos como portador de la Imago Dei (la imagen de Dios), es decir, con una visión elevada de la dignidad humana. El teólogo holandés Abraham Kuyper, escribiendo en el apogeo de la Revolución Industrial, ya advertía contra la tendencia de la tecnología a deshumanizar. Vio cómo la innovación llevaba a los empleadores a ver a sus trabajadores no como seres humanos, sino como herramientas desechables. En una apasionada defensa del trabajador, escribió:
La increíble revolución provocada por la aplicación mejorada de la energía de vapor y la producción de máquinas (...) ha liberado al capital casi por completo de su anterior dependencia del trabajo manual. (...) La mágica operación de las máquinas de hierro ha llevado lamentablemente al capitalista a considerar a sus empleados como nada más que máquinas de carne que pueden ser retiradas o desechadas cuando se estropean o se han desgastado. (...) Ustedes [empleadores] honrarán al trabajador como un ser humano, de la misma sangre que ustedes; degradarlo a una mera herramienta es tratar a su propia carne como a un extraño.

Aunque la tendencia de las empresas es aumentar la productividad y las ganancias al reemplazar a las personas con IA, los cristianos tenemos el llamado a ser contraculturales. Esto significa mostrar el inmenso valor de las personas, algo que se reflejará en el papel y la remuneración que les damos en nuestras compañías y ministerios. ¿Es posible que en las organizaciones de los creyentes ya no haya espacio para la labor humana? Eso sería un desastre, pues el mercado, por tentador que sea, nunca debe dictar nuestro trato hacia los demás.
En la era de la inteligencia artificial, esta doctrina es más relevante que nunca. La tecnología debe servir a la humanidad, no disminuirla.
Referencias y bibliografía
AI Boom, Entry-Level Bust: Why College Grads Are Struggling to Land Jobs - Bloomberg Television | YouTube
Anthropic Close to $170B Value With New Fundraise - Bloomberg Television | YouTube
Registro general de despidos en el sector tecnológico | Layoffs
Tech Layoffs in 2025 | NerdWallet
In recent layoffs, AI's role may be bigger than companies are letting on | CNBC
Secret Cyborgs - AI Transformation - Michael Watkins I IMD
How AI is Quietly Eating White-Collar Jobs | SydeLab
How AI Is Replacing Middle-Class Careers - Economy Media | YouTube
AI in the workplace: A report for 2025 | McKinsey
Anthropic CEO’s Warning: AI will Soon Replace Many Jobs | AI Magazine
How has wealth distribution in the US changed over time? | USAFacts
Distributional Financial Accounts Overview | Federal Reserve
Young people can't find jobs. What should they do? - BBC Global | YouTube
Book Brief: Every Good Endeavor. Connecting Your Work to God’s Work - Russell McGuire | ClearPurpose
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