En la década de los 60 en el filósofo canadiense Marshall McLuhan acuñó una frase poderosa que decía “el medio es el mensaje”, para recordarnos que el medio que escogemos para comunicar un mensaje afecta a su contenido.
Pensemos por un momento en los que leyeron el desembarco de las fuerzas aliadas en las playas de Normandía al final de la Segunda Guerra Mundial y los que vieron la película Salvando al Soldado Ryan. Los últimos tuvieron una experiencia diferente que los que leyeron esa noticia en el periódico. Leer eso en un diario es noticia; ver la película es tanto noticia como espectáculo.
El medio es el mensaje, y lo que quisiera demostrar es que debemos preservar la predicación de la Palabra de Dios como el medio primordial para edificar a la iglesia cuando nos congregamos en el día del Señor, a pesar de los cambios significativos que ha producido la tecnología en general y la internet de manera particular, sobre todo en los millennials, una generación que algunos han definido como digital e hiper conectada.
La pérdida de atención en la era de internet
No son pocos los que dicen que la predicación tradicional tal como la conocemos desde el tiempo de La Reforma hasta hoy debe cambiar en la iglesia por causa de la invención de la internet y todos los recursos que nosotros tenemos en la red. Ciertamente no podemos minimizar el hecho de que la nueva tecnología nos coloca frente a un reto significativo, sobre todo a nosotros los predicadores, ya que, como bien señala el teólogo David van Goorle, la nueva tecnología tiende a promover una conducta y unos patrones de pensamiento que inhiben la atención enfocada y la contemplación profunda.
Pensemos por un momento en la lectura algo en la red y lo diferente que es leer un libro impreso, Cuando estamos leyendo un artículo en la red somos tentados por los hipervínculos a ir de un lugar a otro, a ir en otra dirección. A final de cuentas muchas personas terminan leyendo de todo y de nada mientras leen en la red, y ni hablar del impacto de los videojuegos o de las redes sociales.
El escritor de tecnología, Nicholas Carr, escribió un artículo con un título sumamente provocativo hace un tiempo. El artículo se titulaba: ¿Está Google haciéndonos estúpidos? y el subtítulo del artículo era “Lo que la internet le está haciendo a nuestro cerebro”. Nicholas Carr dice que la red es en sí un sistema de interrupción, una máquina orientada a dividir la atención.
Es por eso que muchas personas en el día de hoy afirman ser multitarea y dicen: “yo soy capaz de hacer varias cosas a la vez y hacerlas bien”, pero lo que en realidad te está sucediendo en ese momento es que nuestro cerebro está oscilando entre dos o más actividades. En otras palabras, no es que tengamos una mayor capacidad que los demás de concentrarnos en más de una cosa a la vez, sino que somos más distraídos y como se pueden imaginar eso hace más difícil el que podamos concentrarnos durante la predicación de La Palabra.
¿Qué es la predicación?
Cuando hablamos de predicación nos estamos refiriendo a un monólogo. No es un diálogo. Nos estamos refiriendo a un monólogo en el que el expositor explica y aplica un pasaje de Las Escrituras, tomando en cuenta su contexto inmediato y todo el contexto general de la historia redentora que Dios nos ha revelado en su Palabra. Eso es predicación.
Es obvio que eso no puede encapsularse en una charla de quince minutos. Aunque hay lugar para breves meditaciones de menos de 15 minutos en la iglesia y hay lugar para que un creyente se edifique viendo vídeos breves en la red, ninguna de esas cosas podrá sustituir lo que hace un predicador a viva voz cuando expone y aplica un pasaje o un texto de La Palabra de Dios.
La predicación de La Palabra seguirá siendo el medio por excelencia para edificar a la iglesia para alcanzar a los perdidos con el evangelio hasta que El Señor regrese en Gloria, independientemente de los cambios culturales a nuestro alrededor. Esto por dos razones básicamente: la primera es que Dios nos ordena predicar, y la segunda es que Dios ha determinado salvar a los creyentes por la locura de La Predicación, como dice Pablo en 1 Cor. 1:21. La palabra griega que Pablo usa allí significa ‘Proclamar’ como un heraldo; proclamar los decretos del rey del cielo revelados en Su Palabra.
Anunciar la Palabra de Dios sin importar las dificultades
Pensemos por un momento en la generación del siglo primero y en aquellos que tenían la tarea de ministrar el evangelio; los predicadores del Primer Siglo y la sociedad del Imperio Romano. La realidad es que los romanos no estaban más dispuestos que nosotros a escuchar la predicación de La Palabra.
La Iglesia Cristiana nace y se desarrolla en el contexto de tres grupos culturales principales: la sociedad judía, la sociedad romana y la sociedad griega, y para cada uno de estos grupos étnicos la predicación era una locura, un tropiezo y una necedad.
Los romanos tenían una gran dificultad para aceptar el mensaje del evangelio y era el orgullo que tenían a causa de su poder. El Imperio Romano fue el más poderoso que el mundo había visto hasta entonces y por ende sentían un desprecio a la simple idea de que el Salvador del Mundo fuera un judío crucificado por un procurador romano. Para colmo, sus seguidores no contaban con ninguna cosa espectacular para ganar adeptos: lo único que hacían era predicar La Palabra, anunciar como heraldos lo que Cristo había hecho en la cruz para salvar a los pecadores.
Sin embargo, vemos a Pablo deseoso de ir a Roma a predicar el Evangelio. Pablo estaba convencido de que la proclamación de ese Salvador que fue crucificado en debilidad era el poder de Dios para transformar y salvar a todo aquel que cree. En la mente de Pablo estaba la idea de que lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Sin embargo, al igual que los romanos, los judíos estaban más interesados en los milagros como manifestación de poder.
Los judíos piden señales, dice Pablo en 1 Cor 1:22. Ellos querían ver demostraciones visibles del poder del Evangelio. Eran una generación del espectáculo como la que nosotros tenemos hoy día, donde mucha gente quiere ir a una iglesia donde lluevan dólares del cielo, una iglesia donde los ciegos vean, una iglesia donde los cojos caminen. Esa es la única forma en que muchas personas creen en el poder del evangelio. ¿Cómo podían ellos aceptar la idea de un mesías que fue crucificado? La predicación del evangelio era por tanto un tropiezo para los judíos.
Por último, tenemos a los griegos, amantes de la filosofía, de la elocuencia y la retórica. Cuando los predicadores del evangelio del primer siglo les proclamaban en un lenguaje llano y sencillo que Dios había venido en carne y había muerto en una cruz para proveer salvación, eso era para ellos el colmo de la necedad. Uno de los principales puntos de la filosofía griega era la total separación entre la mente y la materia, entre el cuerpo y el espíritu. Por lo tanto, la idea de un Dios encarnado era inconcebible para los griegos, así que la predicación del evangelio no era más popular en el primer siglo que para nuestra generación.
No hay otra alternativa que la predicación de la Palabra
A pesar la situación de los griegos, los apóstoles no buscaron otra alternativa a la predicación de La Palabra. De hecho, en la última carta que Pablo escribió antes de morir, la segunda Carta a Timoteo, Pablo le advierte a su hijo en la fe que, en los postreros días, frase que se refiere a toda la era evangélica desde Pentecostés hasta la segunda venida de Cristo, habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, sin amor y amadores de los placeres más que amadores de Dios.
No era muy diferente a los que nosotros vemos en el día de hoy. Por si todo eso fuera poco, Pablo también le advierte a Timoteo que iba a llegar el tiempo cuando no se iban a soportar la Sana Doctrina, sino que, teniendo comezón de oídos, los hombres acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos y apartarían sus oídos de la verdad, volviéndose a los mitos.
¿Qué debía hacer Timoteo si quería seguir siendo relevante en medio de una sociedad que manifestaría tal animadversión a toda autoridad y a la revelación bíblica? Pablo le insiste a Timoteo que predique acerca del Reino de Dios, que predique la Palabra, que la proclame como un heraldo a tiempo y a destiempo, y que exhorte con toda paciencia y doctrina.
Así que la primera razón por la que debemos preservar la predicación de la Palabra en esta generación cibernética y distraída es porque Dios lo ha mandado. La segunda es porque la predicación es el medio más adecuado para comunicar el contenido el mensaje de las Escrituras.
Recordemos que el medio es el mensaje. Escuchar a un predicador es una experiencia completamente diferente a la de ver un videoclip, así como es completamente diferente a ver una obra de teatro.
El papel de los predicadores
El Rey soberano del Universo que tiene derecho pleno sobre todas sus criaturas nos ha encargado transmitir sus decretos. Por esto Pablo define a los predicadores en 2 Cor, 2, 17 como aquellos que hablamos de parte de Dios y delante de Dios, así que esa es la señal que nosotros enviamos a los hombres al colocarnos detrás de un púlpito a proclamar a viva voz los decretos del Rey del cielo.
Nosotros somos mensajeros del Dios Altísimo. No somos sus negociadores. No venimos a conversar. Nosotros venimos a proclamar que Él es Rey de reyes. Él es Señor de señores y nosotros somos sus heraldos que venimos en su nombre a anunciar que hay salvación en Cristo para todo aquel cree. Nosotros estamos aquí para anunciar que los hombres deben someter su voluntad a la de él. Por tanto, la predicación es el formato más idóneo para mostrar la realidad de que el hombre no está en la posición de sentarse con Dios en una mesa de negociaciones, sino que necesita más bien humillarse ante su voz.
El teólogo puritano Thomas Watson del siglo XVII, decía que los predicadores tocamos a los oídos y corazones de los hombres, y en ese contexto viene el Espíritu Santo como una llave y abre la puerta. En conclusión, debemos proclamar a viva voz el mensaje de la Palabra de Dios, y debemos usar la internet como hicieron nuestros padres con la invención de la imprenta en el siglo XVI, pero nunca pretendamos sustituir la predicación de la Palabra de Dios en la iglesia como el medio por excelencia para alcanzar a los perdidos y para edificar a los creyentes.
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