En 2020 publicamos un artículo titulado El peso espiritual de no saber leer, en el cual vimos que los países de América Latina y el Caribe, según las investigaciones de organizaciones autorizadas en temas de educación como la UNESCO, tienen deficiencias importantes en habilidades lectoescritoras. Allí discutimos cómo la falta de comprensión lectora afecta al creyente de manera palpable en su crecimiento espiritual, pues le dificulta profundizar en su comprensión del evangelio y sus implicaciones a través de la Escritura y los discursos originados en ella. Del 2020 a hoy no ha cambiado mucho la situación.
Ahora, aunque la deficiencia en habilidades lectoescritoras influye en que las personas no lean, no es la única razón. A esta se suman al menos otras cuatro razones de sentido común: primero, que el ritmo de la clase trabajadora apenas le da tiempo para realizar actividades se supervivencia, como pasar ocho horas en la oficina, transportarse, compartir con la familia y la comunidad, etc., reduciendo mucho sus espacios de ocio; segundo, que la tecnología hace cada vez menos necesario leer textos extensos y pone a disposición de las personas mucho contenido audiovisual; tercero, que la infraestructura de muchas zonas geográficas no permite que la gente acceda a libros físicos con facilidad; cuarto, que es difícil que en familias y comunidades donde nunca ha existido el hábito de leer haya un cambio con las nuevas generaciones.
En fin, es imposible negar que la iglesia en Latinoamérica hace parte de una cultura de poca lectura. Esto lo confirman las estadísticas presentadas por Lectupedia, según las cuales el porcentaje de “lectores adultos” en nuestra región, es decir, personas que leen al menos un libro al año, es muy bajo. En países como Colombia y Venezuela solo la mitad del país puede ser considerada un lector adulto, y en países como México, Chile y Argentina, menos de la mitad. Esto contrasta con el 86% de lectores en Nueva Zelanda y 91% en Australia.
La pregunta natural frente a dicha realidad es, ¿cómo podemos servirle a una iglesia con poca cultura de lectura? Ya hemos afirmado en nuestro artículo de 2020 que la base de la fe cristiana es la Biblia, un texto escrito, por lo que los hábitos de lectura influenciarán al creyente inevitablemente. ¿Qué hacemos? Creo que podemos aproximarnos al problema con una doble perspectiva: por un lado, es posible aprovechar otras formas de comunicación distintas a la lectura y, por otro, es necesario buscar una transformación en la cultura. En otras palabras, hay que aprovechar la cultura mientras tratamos de cambiarla. Veamos cada parte con detalle.
1. Aprovechar las fortalezas de la cultura
Cualquier proceso de crecimiento y mejoría debe iniciar por reconocer las fortalezas y no por enfatizar las debilidades. Si bien nuestra cultura no lee textos físicos y extensos, sí pasa mucho tiempo frente a las pantallas, particularmente las de los teléfonos móviles. Es importante que la iglesia reconozca esa realidad y la aproveche para su propia edificación.
Viene inmediatamente a nuestras mentes un buen cúmulo de ejemplos. Las redes sociales permiten comunicaciones cortas, pero de difusión masiva y rápida, por lo que los ministerios cristianos pueden hacer uso de esas redes para compartir recursos, recordar ideas, promover eventos e iniciativas, y mucho más. Podemos trabajar fuertemente en promover y crear plataformas de contenido en audio, donde pongamos a disposición de las personas audiolibros, artículos cristianos para escuchar, etc. Los artistas cristianos pueden seguir trabajando en películas, imágenes, pinturas, música y literatura que esté al alcance de unos toques en el celular.
La BBC, Netflix y Amazon Audible educan a la cultura por medio de cantidades abrumadoras de contenido; es importante que la iglesia eche mano de los mismos medios audiovisuales para comunicar la verdad salvadora del evangelio. Este es, de hecho, nuestro objetivo en BITE: ofrecerle a la iglesia recursos de historia De la Iglesia, cultura, evangelismo y más, reconociendo el mar de posibilidades que nos ofrecen las diferentes formas de comunicación. Sin embargo, aún hay mucho más por hacer.
2. Un nuevo interés por la lectura
Pero, aunque reconozcamos las bondades de otros medios de comunicación, no podemos negar el impacto que tiene la lectura en quienes la aprovechan. ¿Quién no quisiera ser un lector voraz? No es extraño que las personas más influyentes en el mundo sean también grandes lectores, tanto en la actualidad como a lo largo de la historia, tanto en el mundo secular como dentro de la comunidad de la iglesia. Esto aplica incluso al desarrollo de un país, como lo muestran las estadísticas publicadas por Lectupedia el pasado 11 de julio de 2022, en donde se ve una correlación entre el PIB per cápita de un país y el promedio de libros leídos por habitante al año.
Hay mucho al alcance de la mano para lograr transformar la cultura, al menos al interior de nuestras iglesias locales. Como lo dijimos en nuestro artículo de 2020, es importante promover las habilidades de lectoescritura dentro de nuestras comunidades, haciendo talleres de lectura en grupo. Aquellos que tienen un gusto evidente por la lectura pueden compartir su interés con otras personas, ayudándolas, además, a buscar mejores libros y recursos de los que regularmente leen, que vayan más allá de los temas de autoayuda y farándula, promoviendo la literatura, los discursos científicos y la buena opinión.
Las generaciones más maduras tienen un papel clave en promover una cultura de lectura. Un niño que crece viendo a sus padres leer, probablemente tendrá un mayor gusto por la lectura. Un pastor que en sus predicaciones cita fragmentos de obras literarias y propuestas del mundo científico, llamará la atención de su congregación sobre la importancia de leer.
Conclusión: conscientes de la realidad
Reconocer la realidad de una cultura que carece del hábito de leer debería llevarnos a actuar. Primero, para aprovecharnos de sus bondades. Segundo, para intervenir en donde tengamos que hacerlo. Una idea, espero, que pueden llevarse los lectores de este artículo es esta: la falta de lectura en la iglesia no es un problema sin solución, pero eso depende en gran medida de los lectores.
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En Cristo,
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