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La mayoría de los cristianos ortodoxos están en contra del movimiento feminista actual. Sin embargo, ¿nos oponemos con la misma vehemencia al machismo?
Recientemente publicamos un artículo en el que afirmamos que el feminismo está teniendo una gran influencia sobre las tasas de fecundidad en todo el mundo: esta ideología enseña que la mujer debe rechazar sus roles tradicionales de “ayuda idónea” y “madre” para embarcarse en una búsqueda de identidad femenina, lo que ha mermado el número de matrimonios y nacimientos. Pero, si vemos la otra cara de la moneda, el machismo no solo es una realidad sino un peligro, pues denigra a la mujer e ignora el valor que la Biblia le otorga como ser creado por Dios.
El “feminismo de primera ola” luchó para que las mujeres tuvieran acceso a los derechos básicos que solo los hombres tenían, como el voto, la educación y la posesión de propiedades. Sin embargo, entre los cristianos suele haber un par de posiciones extremas respecto a esto: los que no le dan crédito a esos avances del movimiento, especialmente por el extremismo al que ha llegado hoy, y los que se están dejando influir tanto por la corriente actual, que han llegado a apoyar o promover varios ideales del “feminismo de segunda ola”, el cual afirma que una mujer no nace sino que llega a serlo.
Es pertinente que la iglesia enfrente el desafío de reconocer las expresiones del machismo en sus congregaciones. De la misma forma en que la Biblia no esconde, sino que expone los pecados de los escogidos por Dios, así mismo la iglesia puede y debe hablar de estas fallas; exponerlas y batallar contra ellas. Así, en este artículo, quiero mostrar cómo importantes teólogos de la tradición cristiana han sostenido posturas misóginas (de aversión a las mujeres) y cómo hoy necesitamos tener cuidado con algunos rezagos de estos errores.
[Puedes leer el artículo El feminismo: la ideología detrás de las bajas tasas de fecundidad]
¿Misoginia en los padres de la iglesia?
¿Qué dice la Biblia sobre la mujer? Que fue creada a imagen de Dios, igual que el hombre (Gn 1:27); que su valor está en Cristo, al igual que todos los demás cristianos (Ga 3:28); que es “coheredera de la gracia” con los hombres (1P 3:7); que puede hablar la Palabra de Dios por la obra del Espíritu en ella (Hch 2:17-18); que su virtud en el hogar y el trabajo es digna de ser alabada (Pro 31:30). En resumen, la Escritura es explícita acerca de la dignidad femenina, que desde el principio de la creación se equipara completamente a la del varón.
Sin embargo, el machismo ha estado presente a lo largo de la historia de el cristianismo. Muchos testimonios de los padres de la iglesia son contrarios a estos postulados bíblicos. Por ejemplo, Tertuliano (155–240), en su obra Sobre el vestido de la mujer (De cultu feminarum), habla a las mujeres diciendo:
¿Y no saben que cada una de ustedes es una Eva? La sentencia de Dios sobre este sexo de ustedes persiste en esta era: la culpa debe necesariamente permanecer también. Ustedes son la puerta del diablo: ustedes son quienes desataron ese árbol (prohibido); ustedes son las primeras desertoras de la ley divina: ustedes son quienes persuadieron a aquel a quien el diablo no fue lo suficientemente valiente como para atacar. Destruyeron tan fácilmente la imagen de Dios, el hombre. A causa de su desierto —es decir, la muerte— hasta el Hijo de Dios tuvo que morir. ¿Y piensan en adornarse más allá de sus “túnicas de pieles” (Gn 3:21)?
Varios teólogos explican que la verdadera intención de Tertualiano era exhortar a las mujeres a llevar una vida que demostrara que las cosas celestiales son de más valor que las terrenales, y que por eso les hizo un llamado a tener cuidado con su vestido (lo cual se alínea con 1 Timoteo 2:9-10). Sin embargo, su forma de expresarse le da más valor al hombre, pues dice que solo en él estaba la imagen de Dios y que solo la mujer fue la culpable del pecado, cuando la Escritura es clara al afirmar que el pecado vino por medio de Adán (Ro 5:12) y que la mujer también fue creada a imagen de Dios.
Ambrosio (340-397), obispo de Milán, también creyó que la mujer era, por su naturaleza y desde que fue creada, inferior. En Sobre el Paraíso (De Paradiso) escribe: “De hecho, aunque el hombre fue creado fuera del Paraíso (es decir, en un lugar inferior), se le considera superior, mientras que la mujer, aunque fue creada en un lugar mejor (es decir, dentro del Paraíso), se le considera inferior”.
Agustín (354-430), uno de los teólogos más influyentes de la historia, creía que el único propósito de la mujer era procrear. En su Comentario literario sobre Génesis (De Genesi ad Litteram), escribe:
Si no fuera el caso de que la mujer fue creada para ser la ayuda del hombre específicamente para la producción de hijos, ¿por qué habría sido creada como una “ayuda” (Génesis 2:18)? ¿Acaso fue para que trabajara la tierra con él? No, porque en ese momento no existía tal labor para la cual él necesitara una ayudante, e incluso si tal trabajo hubiera sido requerido, un hombre habría sido un mejor asistente. También se puede suponer que la razón de su creación como ayudante tenía que ver con la compañía que ella podía proporcionarle al hombre, si acaso él se aburría con su soledad. Sin embargo, para compañía y conversación, ¡cuánto más agradable es que dos amigos varones vivan juntos que un hombre y una mujer! (...) No puedo pensar en ninguna otra razón para que la mujer haya sido hecha como la ayudante del hombre, si descartamos la razón de la procreación.
De manera similar pensaba Tomás de Aquino (1225-1274), quien no solo decía que los hombres solo dependen de las mujeres para la procreación, sino que también afirmaba que “el padre debería ser amado más que la madre”, pues “el padre es un principio [de nuestro originen natural] de una manera más excelente que la mujer”.
La Dra. Sarah Sumner, en su libro Men and Women in the Church: Building Consensus on Christian Leadership (en español, Hombres y mujeres en la iglesia: construyendo consenso en el liderazgo cristiano), cita a todos estos padres de la iglesia y concluye que siguieron el patrón de pensamiento de otras personas en su época:
Era costumbre, no algo bíblico, que los padres de la iglesia condenaran la naturaleza de las mujeres. La mayoría de las personas en su cultura hacían lo mismo. Se veía a las mujeres como crédulas, seductoras e inferiores. Hoy en día esto podría sonar loco, casi fabricado, como si alguna feminista radical y sin Dios lo hubiera inventado. Pero es cierto, y los cristianos deben saberlo. En el pasado, la cuestión del lugar de las mujeres en la iglesia no presentaba ningún dilema. Se les asignaban roles subordinados porque se creía que, en esencia, las mujeres eran inferiores.
Es fundamental hacer una aclaración: ninguno de estos planteamientos busca minimizar la influencia de estos teólogos ni cuestionar su piedad, fe o sinceridad en la adoración a Dios. Al contrario, señalar sus errores nos permite aprender de ellos para no repetirlos y corregir el rumbo de ese pensamiento en la actualidad. Como veremos más adelante, nosotros también seguimos siendo impactados por el machismo en nuestros días.
Una tradición corregida
A la tradición cristiana le ha tomado mucho tiempo corregir estos puntos de vista. Si bien los reformadores se opusieron a la idea aristotélica de que la mujer era un hombre “mal formado” —idea que Aquino no rebatió—, no lograron superar completamente el rechazo social hacia la naturaleza de la mujer.
[Puedes leer: La defensa de la mujer en la Reforma: una “excelentísima” obra de Dios]
Calvino resaltó el valor de la mujer al afirmar que “la voz de Dios debe ser escuchada, la cual declara que la mujer es dada como una compañía y un asociado para el hombre, para asistirlo en vivir bien”. Sin embargo, también consideraba que hay más valor intrínseco en las acciones del varón, como lo dijo en uno de sus sermones: “Porque, ¿de dónde viene el trabajo? ¿De dónde provienen todas las cosas más excelentes y altamente estimadas? Sin duda, todo proviene del lado de los hombres”.
También Lutero afirmó el valor de la mujer. En El estado del matrimonio, atacó la declaración antigua de que la mujer es un mal necesario: “Estas son palabras de un pagano ciego, que es ignorante al hecho de que hombre y mujer son creación de Dios”. Con todo, el reformador no creía que las mujeres fueran capaces de hablar cosas provechosas y, por el contrario, su consejo parece ser que permanezcan calladas, como lo dijo en una de sus Charlas de Sobremesa (Tischreden): “Cuando las mujeres hablan bien, no es digno de alabanza. Les conviene balbucear y no ser capaces de hablar bien; eso las adorna mucho mejor”.
Con el pasar de los siglos, la tradición cristiana ha corregido muchas de sus posturas con respecto a la mujer. Nuevamente, es necesario reconocer que estos influyentes personajes de la historia de la iglesia se equivocaron, y dicho reconocimiento no niega en ninguna medida su impacto en el ministerio cristiano y el desarrollo de la teología. Bien aciertan Piper y Grudem, en su libro Recovering Biblical Manhood and Womanhood (en español, Recuperando la masculinidad y feminidad bíblicas), al decir: “Nos sentimos incómodos con el término ‘tradicionalista’ porque implica una falta de disposición a permitir que las Escrituras desafíen los patrones tradicionales de comportamiento”.
En otras palabras, el hecho de que estos teólogos cristianos hayan estado en épocas en las que la misoginia era común en la sociedad, no justifica el hecho de que hayan sostenido ideas y posiciones contrarias a la Biblia. De hecho, al igual que sucede con el error de Edwards y Whitefield con respecto a la esclavitud, y con Lutero con respecto al antisemitismo, es importante afirmar que fueron personas imperfectas (al igual que nosotros), y que solo por la gracia de Dios fueron perdonados y lograron impactar al mundo con su enseñanza. En palabras de Sean McGever:
Reconocer los fracasos de nuestros héroes nos obliga a reconocer el mal que han hecho, responsabilizándolos plenamente por sus acciones y cualquier creencia falsa subyacente; no tienen excusa. También debemos aprender de sus errores. Si nuestros ojos se han abierto a sus fracasos, ya no podemos pretender estar ciegos a los nuestros.
Actualmente, la mayoría de la comunidad evangélica rechaza los errores de los padres de la iglesia con respecto a la naturaleza de la mujer. “De hecho, en su mayoría, casi todos los evangélicos se han alejado de la forma en la que Tertuliano piensa sobre las mujeres”, afirma la Dra. Sumner. Incluso, en el debate entre complementarianismo y egalitarianismo, hay unidad en cuanto a la naturaleza de la mujer: “Hoy, ambos lados del debate actual insisten en que las mujeres no son inferiores a los hombres. (…) La frase comúnmente conocida de que hombres y mujeres son ‘iguales ante Dios en persona’ no surgió sino hasta hace poco”.
Rezagos del machismo en la iglesia
La Real Academia Española define el machismo como una “Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres” y una “Forma de discriminación sexista caracterizada por la prevalencia del varón”. ¿Cuáles son algunas de las manifestaciones del machismo en nuestro contexto cristiano actual?
Hace un momento mencionamos que Agustín y Aquino decían que la única “utilidad” de la mujer era ayudar al varón en la procreación. Esa visión es machista en tanto que descarta todo su potencial de discipulado, enseñanza y testimonio del evangelio. En cambio, el mismo apóstol Pablo manda a la mujer a enseñar en ciertos contextos, como en Tito 2:3-6, y a todos los cristianos en general a usar una amplía variedad de dones para la edificación de la iglesia (Ro 12:6-8).
Sin embargo, una vez que hemos identificado el error de Agustín y Aquino, podemos reconocer que el hecho de que la mujer responda al llamado de ser madre no le quita dignidad; por el contrario, exalta su gran influencia en el mundo, lo cual es contrario al machismo que la denigra. Me llama mucho la atención cómo la autora Rachel Jankovic describe la maternidad como un ejercicio de poder en el mundo:
[Dios] ordenó que la fortaleza viniera al mundo de esta manera. Él busca descendencia piadosa. Ese vientre que crece, esos llantos hambrientos en la noche, el consuelo de tus pechos, los brazos alrededor de tu pierna, el niño en tu cadera, el adolescente en el coche contigo, la sonrisa al perder un diente, el peso en el cochecito que empujas; esta es tu fortaleza, este es tu poder, esta es tu mano haciendo su parte en gobernar el mundo.
Tampoco debemos confundir el complementarianismo con machismo. Muchos pensadores ateos identifican un acto machista en la prohibición de Pablo de 1 Timoteo 2:12 (NBLA), que dice “Yo no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre”, especialmente cuando el pasaje es interpretado según la posición complementarianista —que los hombres y las mujeres desarrollan su humanidad cumpliendo roles diferentes—. Según dichos pensadores, el hecho de que una mujer no pueda asumir el rol del pastorado y la función de la predicación es denigrante.
No hay espacio aquí para abordar el debate entre el egalitarianismo y el complementarianismo, pero el punto es el siguiente: el hecho de que el segundo vea en la Biblia una prohibición hacia la mujer en cuanto al pastorado, no significa que le asigne un valor menor a su naturaleza; simplemente afirma que la Biblia establece un orden.
Kori Porter, una autora complementarianista, sostiene una forma de pensar muy distinta al machismo que se podía notar en filósofos de la antigüedad (incluyendo algunos de los padres de la iglesia que ya mencionamos). Ella explica que la imagen de Dios solo se ve plenamente manifestada cuando hombres y mujeres colaboran en la obra del evangelio: “Tanto el hombre como la mujer, juntos, asociados, expresan la plena imagen de Dios en el ministerio o en el templo. Y así somos la iglesia, el templo aquí en la Tierra hoy. Queremos expresar esa plenitud de Dios, de nosotros colaborando juntos”.
Ahora que hemos identificado lo que no es machismo, podemos enfocarnos en lo que sí es. Debemos comenzar reconociendo que el abuso es una realidad en las iglesias cristianas. Kevin DeYoung dice al respecto: “Por mucho que nos esforcemos por ser diferentes del mundo, todavía hay mundanalidad en la iglesia. Los niños han sido abusados por adultos. Las esposas han sido abusadas por sus esposos (y a veces al revés). Los congregantes han sido abusados por líderes”. Lastimosamente, esta problemática no ha sido tratado de la mejor forma:
[La iglesia ha fallado al] no implementar medidas de seguridad adecuadas, no actuar de manera oportuna, no advertir a otros y compartir información con las partes o asambleas pertinentes, no incluir a las mujeres (cuando sea apropiado) en asuntos de abuso doméstico, aplicar Mateo 18 de manera rígida, tratar las situaciones de abuso como asuntos sencillos de reconciliación personal, ser lentos para escuchar y desconocer los procedimientos adecuados de denuncia.
Aunque, en la actualidad, los abusos físicos se hacen mucho más evidentes y son llevados a las autoridades pertinentes con mayor frecuencia, el maltrato psicológico contra la mujer no ha sido suficientemente abordado. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define este tipo de agresión como la acción u omisión intencional de una persona o grupo de personas que produce daño psicológico o sufrimiento emocional en otra persona. Puede incluir insultos, humillaciones, amenazas, manipulación emocional y otros comportamientos que dañan la autoestima y el bienestar psicológico de la víctima. Las mujeres son afectadas de manera particular por este tipo de abusos cuando sus esposos las maltratan y no se aborda el problema apropiadamente en la iglesia.
En parte, estos maltratos son propiciados por un entendimiento incorrecto del liderazgo masculino. Si bien ningún teólogo serio estaría de acuerdo en afirmar que la mujer es inferior al hombre en su naturaleza, en la práctica es claro que muchos hombres creen tener el derecho de maltratarlas solo porque ellos son “la cabeza”. Jason Meyer, pastor de Bethlehem, llama a esta forma de pensar “Hiperliderazgo masculino”:
El hiperliderazgo es una distorsión satánica del liderazgo masculino, pero puede pasar desapercibida para el discernimiento porque se disfraza como un liderazgo masculino fuerte. No te equivoques: es duro, opresivo y controlador. En otras palabras, el hiperliderazgo se convierte en un terreno fértil para el abuso doméstico.
Esta forma de tratar a la mujer se opone al mandato del apóstol Pablo acerca del proceder de los hombres hacia sus esposas: “Maridos, amen a sus mujeres y no sean ásperos con ellas”, Col 3:19 (NBLA). En palabras de Meyer, el hiperliderazgo es una distorsión del liderazgo de Cristo: “Esta forma destructiva de relacionarse con el cónyuge es una distorsión satánica del liderazgo masculino semejante a Cristo, porque desfigura la representación del amor de Cristo por su esposa”.
Enfrentando los rezagos
Entonces, concluimos que hoy quedan rezagos de la misoginia que estuvo presente en parte de la tradición cristiana antigua. Como dijo Linda Hartz Rump para Christianity Today, “A veces, nuestra herencia cristiana debe ser superada, no celebrada”. Hoy deberíamos agradecer por el hecho de que la iglesia evangélica ha superado el machismo en su teología y, aún en medio del debate del egalitarianismo/complementarianismo, hay unidad generalizada en cuanto a la dignidad de la mujer.
Sin embargo, debemos enfrentar esos rezagos con convicción, pues manchan la imagen de Cristo cuando hacen que la masculinidad sacrificial y amorosa sea distorsionada. Entonces, ¿de qué formas podemos abordar el maltrato psicológico más efectivamente en la iglesia? ¿Cómo podemos discipular mejor a los varones para que no vean el liderazgo enseñado por Pablo como una licencia para sentirse superiores en su naturaleza?
Referencias y bibliografía
Las opiniones escandalosas de Martín Lutero sobre las mujeres de Dave Armstrong | Patheos
Juan Calvino en contra de la autoridad femenina | Christianity Applied
¿Es el cristianismo opresivo para las mujeres? | Christianity Today
Hombres, mujeres y el orden en la iglesia: tres sermones de Juan Calvino | Amazon
Off the Record with Martin Luther de Martín Lutero | Amazon
Maltrato psicológico: definiciones y enfoques | Colegio de Psicólogos SSJ
La maternidad: un llamado a las armas | Desiring God
Socios en el ministerio | The Gospel Coalition
Hacia una mejor discusión sobre el abuso | Kevin DeYoung, The Gospel Coalition
¿Es el cristianismo opresivo para las mujeres? | Christianity Today
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