En la antigüedad, muchos vieron a la mujer como un “hombre deformado”. Sin embargo, los reformadores celebraron a la mujer como “una obra excelentísima” de Dios, afirmando también el diseño original del liderazgo masculino.
Como un todo, la tradición de la iglesia cristiana se opone al compromiso moderno de la egalitarianismo sexual, especialmente cuando se refiere a la ordenanza ministerial y liderazgo dentro del matrimonio. Sin embargo, este testimonio es rechazado frecuentemente, basándose en que la iglesia cristiana a lo largo de la historia fue misógina. De hecho, varias declaraciones que lucen duras o injustas hacia el sexo femenino no son difíciles de encontrar. Quizá la más notoria de estas es la aserción de Aristóteles de que las mujeres son “mal nacidas” o formadas inapropiadamente, aserción reafirmada por Tomás de Aquino en varios lugares.
Aunque deberíamos estar dispuestos a reconocer los graves errores y prejuicios ciegos en la historia de la iglesia, de igual manera encontramos un testimonio contrario en este punto. La tradición normativa protestante rechaza la definición “tradicional” de la mujer como malformada. Más que esto, en la historia de la teología reformada, también encontramos la aserción de que las mujeres son capaces de virtud verdadera, e incluso poder político. De hecho, los reformadores y sus sucesores reconocieron libremente que en muchas ocasiones mujeres individuales sobrepasan a hombres particulares en carácter e intelecto, incluso sus propios esposos. Ellos también condenaron fuertemente el abuso doméstico.
Este panorama completo de la historia es importante porque nos muestra la manera en la que la tradición cristiana puede mantener la doctrina escritural del liderazgo masculino a la vez que rechaza una noción filosófica de deficiencia femenina. Lo que emerge es una posición similar a lo que nos referimos hoy como complementarianismo. Los teólogos de la Reforma sostenían que tanto hombres como mujeres portan completamente la imagen de Dios, son igualmente capaces en virtud y gracias espirituales, y, aun así, están ordenados de forma diferente en el buen diseño de Dios. Debido al orden de la creación, los hombres y las mujeres tienen ciertas direcciones vocacionales específicas y también hacen contribuciones únicas y esenciales, tanto para el matrimonio como en la sociedad. En vez de definir a la mujer como un mal necesario, los reformadores defienden a la mujer como una obra excelentísima.
En contra del “hombre deformado”
Al leer los comentarios bíblicos escritos durante la Reforma acerca del libro de Génesis, u otros tratados de la constitución del hombre y la mujer, es posible notar una línea peculiar de argumentos que aparecen reiteradamente. En cuanto a la creación de la mujer, los teólogos protestantes se esforzaron bastante por mostrar cómo las Escrituras refutan la percepción “pagana” y “vulgar” del sexo femenino. Por ejemplo, Martín Lutero (1483-1540) escribió:
Este cuento encaja con la designación de Aristóteles de la mujer como un “hombre mutilado”; otros declaran que ella es un monstruo. Pero déjalos a ellos mismos ser monstruos e hijos de monstruos; hombres que hacen declaraciones maliciosas y ridiculizan una creación de Dios en la cual Dios mismo mostró deleite, como en una obra excelentísima, una que vemos creada por un consejo especial de Dios. Estas ideas paganas muestran que la razón no puede establecer nada seguro acerca de Dios ni de las obras de Dios, sino que solo elabora razones contra razones y no enseña nada de forma perfecta y sana.
En su típica prosa colorida, Lutero está interactuando con una conversación duradera sobre biología y antropología clásica. Aristóteles, como vemos, había afirmado que la mujer era un hombre “mutilado” o deformado. Lo que él quería decir con esta descripción nos parece extraño, ya que tiene que ver con la forma en la que él entendió los mecanismos de la reproducción humana y el desarrollo embrionario. En pocas palabras, Aristóteles creía que toda vida humana empieza en un estado de existencia, pero posee potencial de desarrollo a un estado de existencia más perfecto. Aquellos humanos que activen este potencial y se muevan hacia la etapa de desarrollo total, Aristóteles los clasifica como hombres, mientras que aquellos que permanecían en la etapa inicial eran mujeres. Varias traducciones y declaraciones de Aristóteles describen a la mujer como “mutilada, deforme, malformada o mal nacida”.
Mientras que lectores contemporáneos rechazarán rápidamente los argumentos de Aristóteles, los cuales están basados en un entendimiento totalmente falso en la filosofía humana, los teólogos cristianos en tiempos pasados en ocasiones le dieron a Aristóteles el beneficio de la duda. Tomás de Aquino (1225-1274) es tal vez el ejemplo principal. Aunque él matiza y relativiza el punto de vista de Aristóteles, Aquino lo considera básicamente correcto.
Los reformadores no tuvieron tiempo para esta discusión. Martín Lutero encuentra la afirmación de Aristóteles ofensiva e impía, una afrenta a la majestad de Dios. En su tratado El estado del matrimonio, él ataca la declaración antigua de que la mujer es un “mal necesario”:
Estas son palabras de un pagano ciego, que es ignorante al hecho de que hombre y mujer son creación de Dios. ¡Ellos blasfeman Su trabajo, como si el hombre y la mujer hubieran surgido espontáneamente!
Juan Calvino (1509-1564) también rechaza la descripción del sexo femenino como un “mal necesario”, argumentando:
El proverbio vulgar, sin duda es, que ella es un mal necesario; pero la voz de Dios debe ser escuchada, la cual declara que la mujer es dada como una compañía y un asociado para el hombre, para asistirlo en vivir bien.
Mientras que los reformadores académicos posteriores fueron frecuentemente más amistosos con la tradición tomista y aristotélica, ellos también se pararon firmes en la pregunta del origen y la constitución de la mujer. Andrew Willet (1562-1621) ataca “al filósofo” (i.e., Aristóteles) como “pagano” y “profano” por afirmar que las mujeres no pueden poseer virtud en el sentido pleno y “propio”. Escribiendo en 1676, Gisbertus Voetius (1589-1676) dice que la noción de que una mujer es un “error de la naturaleza” o un “hombre imperfecto” es una “opinión monstruosa que es refutada por la Escritura y la razón”. La inmensa mayoría de teólogos protestantes en los siglos XVI y XVII rechazaron directamente la posición antigua de que la mujer era deficiente o mal formada.
Manteniendo la jerarquía
Mientras que los teólogos reformados rechazaban la noción de que las mujeres eran criaturas inferiores que los hombres, ellos no titubeaban en usar el lenguaje de la jerarquía. En la relación del matrimonio, el esposo se decía que era “superior” a la esposa. A oídos modernos, este lenguaje puede ser un paralelo a la posición que se acaba de rechazar, pero un estudio más cercano a los particulares revela algo diferente.
Por ejemplo, John Davenant (1572-1641) escribe:
La esposa reconoce en su mente que su esposo es y debe ser su cabeza y gobernador, y que ella es inferior en el mero hecho de que es esposa, aunque en nacimiento, riquezas, virtud y prudencia ella sobrepasa a su esposo.
Nota que Davenant dice que una esposa puede “sobrepasar a su esposo” en nacimiento, riquezas, virtud y prudencia. Es decir, ella puede ser de nacimiento más noble que su esposo, ella puede venir de más riquezas que su esposo, y ella puede ser más virtuosa y más prudente que su esposo —sin duda, Davenant había conocido muchas mujeres como estas en su carrera como profesor, sacerdote, y obispo—.
La “inferioridad” de la esposa no la hace necesariamente menor en ninguna de estas áreas. Por lo contrario, su inferioridad solo se refiere a la relación marital en sí (“el mero hecho de que es esposa”). La relación de esposa es como un rango u oficio, similar a la de una armada o administración. Algunas oraciones más atrás, Davenant había comparado este tipo de jerarquía a la de los magistrados o soldados. La superioridad e inferioridad a la vista tiene que ver con un orden de autoridad en la organización específica, no con una diferencia de valor, capacidad o esencia.
Otro testimonio de esta perspectiva es Robert Leighton (1611-1684), un obispo reformado escocés escribiendo a finales del siglo XVII. Él escribe:
Es posible que la esposa tenga en algunas ocasiones la ventaja del conocimiento, ya sea ingenio y juicio natural, o por una gran comprensión de las cosas espirituales; pero sigue siendo cierto que el esposo está obligado a mejorar el nivel de los dones naturales y espirituales, tanto los que ya tiene, como los que puede alcanzar, y aplicarlos de manera útil en la forma de llevar su relación conyugal, y que, por el mismo hecho de ser esposo, tiene una responsabilidad mayor de buscar y utilizar la prudencia necesaria para su adecuado comportamiento. Y una esposa cristiana, que esté más dotada, mostrará el debido respeto a la sabiduría que, aunque sea menor, ha sido otorgada a su esposo.
Nuevamente, vemos que la esposa no se considera inferior al esposo en “ingenio y juicio natural”, ni siquiera en el “entendimiento de las cosas espirituales”. Pero, con todo, el llamado del líder con autoridad pertenece al esposo, porque él es el esposo. La autoridad se encuentra en el “oficio” del esposo; la labor de someterse pertenece a la esposa porque ella es la esposa.
Dicha perspectiva no es sustancialmente diferente a lo que ahora llamamos complementarianismo. La labor del esposo de liderar y la labor de la esposa de someterse no están basadas en una jerarquía innata de habilidad, capacidad o destreza, sino en la ordenación divina del marido y la mujer, fundamentada en el orden de la creación.
El gobierno de las mujeres
Los reformadores magisteriales no eran, en general, revolucionarios en su pensamiento político. Ellos no promovían una doctrina de liberación ni el tipo de igualdad social que entendemos hoy día. De hecho, frecuentemente tenían que repeler cargos por promover “radicalismo” o revuelta política. Incluso los argumentos para la resistencia política estaban basados en viejos debates de la antigüedad clásica, no en nuevos avances de la exégesis bíblica.
En lo que concierne a los roles públicos de las mujeres, los reformadores tendían a afirmar opiniones tradicionales. Las mujeres, para ellos, generalmente tendrían una posición doméstica. Pero la controversia sobre la reina Isabel de Inglaterra dio espacio para reflexionar en la posibilidad de las mujeres de tener los cargos políticos más altos. Las opiniones negativas de John Knox (c. 1514-1572) sobre este tema son las más conocidas, pero lo que muchos otros pensadores reformadores tenían para decir puede ser sorprendente.
Usualmente, Juan Calvino es considerado como un asociado amigable (si no un aliado) de Knox. Ciertamente, Knox quería mantener esta impresión, y es probable que Calvino le dio su apoyo de vez en cuando. Aun así, Calvino reconoció la inconveniencia que Knox podría traer. En una carta de 1559 al Sr. William Cecil, el principal consejero de la reina Isabel, Calvino escribe:
Hace dos años, John Knox en una conversación privada, me preguntó mi opinión respecto al gobierno femenino. Francamente, yo respondí que, porque era una desviación del orden natural primitivo y establecido, debe considerarse como un juicio al hombre por el incumplimiento de sus derechos, al igual que la esclavitud.
Calvino claramente no es un pensador progresivo en esta pregunta. “Sin embargo”, Calvino también le dijo a Knox que:
Ciertas mujeres algunas veces han sido tan dotadas que la bendición singular de Dios era conspicua en ellas, y pusieron de manifiesto que habían sido suscitadas por la providencia de Dios, ya sea porque con dichos ejemplos quería condenar la inactividad del hombre, o para mostrar más distintivamente Su propia gloria. Aquí puse como ejemplo a Hulda y Débora. Añadí al respecto que Dios prometió por boca de Isaías que las reinas deberían ser las madres que amamantan a la iglesia, lo que claramente distinguía a tales personas de las mujeres privadas.
Esta sección de la carta no es exactamente una prosa inspiradora. Calvino no reúne ningún tipo de “estallido de trompeta” propio, y fue totalmente insatisfactorio en su intento de mover el buen favor de la reina. Aun así, su admisión es importante. Para él, mientras que las magistradas eran una “una desviación del orden natural”, ellas no son tan antinaturales como para ser ilegítimas en su gobierno. Es más, en la providencia de Dios algunas gobernadoras han sido exitosas. De hecho, Calvino argumenta que Isaías había profetizado que las mujeres serían gobernantes piadosas (Is 49:23), insinuando que Isabel es una de ellas.
Voetius también ofrece una perspectiva moderada en el gobierno femenino, escribiendo que “en caso de extrema necesidad”, y sobre el descubrimiento de una mujer que posee la prudencia, valentía y espíritu necesario, “Yo creo que esto debería ser usado por algún tiempo”. Willet es aún más alentador, escribiendo en defensa del “gobierno de las mujeres”:
El espíritu de Dios puede sembrar gracia y virtud en los corazones de las mujeres, así como de los hombres: es más, a menudo el Señor elige las cosas débiles de este mundo para confundir las cosas poderosas (1Co 1:27). Y los ejemplos de muchas mujeres virtuosas y buenas en las Escrituras, de Sara, Rebeca, Ana, la sunamita, y el resto en el Antiguo Testamento; de María, Ana, Marta, Lydia, Dorcas, y muchas otras en el Nuevo Testamento; evidentemente refutan la paradoja profana del filósofo.
También añade una reflexión personal sobre la experiencia personal de Inglaterra:
Este país y nación nuestro, así como ha encontrado lo peor del gobierno de una mujer en las últimas persecuciones marianas, cuando más hombres y mujeres buenos, santos de Dios, fueron ejecutados, que en cualquier otro reinado de tres reyes; así también hemos visto en el siguiente cambio, el mejor de todos los reinados de príncipes anteriores: el famoso gobierno de la reina Isabel, en cuanto a paz floreciente, fama y nombre honorables, enriquecimiento de la tierra, sometimiento de enemigos extranjeros, promulgación de buenas leyes, que puede compararse con el reinado de cualquier rey anterior. En cuanto al avance de la verdadera religión, el incremento del aprendizaje, la propagación del evangelio, ninguno de sus predecesores se acercó a ella; que, como es el refinamiento de la moneda, siendo reducida de simple dinero a plata y oro puros, fue su honor en el estado civil; en cuanto a la purga de la religión, de acuerdo a la pureza de la Palabra de Dios, en la iglesia ha de ser su fama eterna en el mundo, así como es su recompensa eterna con Dios.
Un ejemplo final de Johannes Althusius (1563-1638), uno de los pensadores políticos más importantes de la era postreforma y un impulsor clave de la política moderna como la conocemos. En su trabajo Politica, de 1614, Althusius refuerza el papel de la mujer en el gobierno providencial, citando a Débora del libro de los Jueces, Nitocris de Babilonia, Zenobia de Palmira, Amalasunta de los Góticos e “Isabel de los británicos”. Él escribe, “En este asunto, el sexo femenino no es un obstáculo”. Althusius es reconocido especialmente por su estatus en teoría política y en el hecho de que él no usa la típica calificación de necesidad extrema, sino meramente “cuando la función es apropiada”.
El grave pecado del abuso doméstico
Otra área importante en donde la Reforma combatió comportamientos misóginos fue en su condenación al abuso doméstico. El segundo Libro anglicano de homilías tiene una homilía titulada “Del estado del matrimonio”, que contiene una extensa discusión sobre el abuso conyugal. Dice que el hecho de que un hombre le pegue a su mujer es “la mayor vergüenza que puede haber, no tanto para ella que es golpeada, sino para él que hace el acto”. Incluso hace referencia al derecho “pagano” clásico para argumentar que el maltrato doméstico puede ser motivo para poner fin a un matrimonio:
Esto puede entenderse bien por las leyes que han hecho los paganos, las cuales la liberan de tener que seguir viviendo con tal marido, que es indigno de seguir acompañándola si la golpea. Pues es algo extremo tratarla de manera tan vil, como si fuera una esclava, siendo que es tu compañera en la vida, y fue unida a ti en los asuntos necesarios de tu vivir. Por lo tanto, se puede comparar bien a tal hombre (si es que se le puede llamar hombre, y no más bien una bestia salvaje) con un asesino de su propio padre o madre.
Davenant hace eco a este mismo argumento en su comentario de Colosenses, en donde escribe:
Es el colmo de esta amarga tiranía actuar cruelmente hacia la esposa mediante azotes o golpes, cosa que no leemos que hiciera nadie entre los paganos a menos que estuviera borracho o enloquecido. De ahí que la ley civil permita a la esposa acogerse al divorcio si puede probar que su marido la ha golpeado: y se justifica con el hecho de que los golpes son extraños a un estado de libertad. Pues ninguna superioridad otorga el poder de coaccionar al inferior mediante golpes.
Él añade:
Pues, aunque los padres castigan a menudo a sus hijos por amor, tanto la experiencia como la conciencia de cada uno atestiguarán que nadie procede a pegar a su mujer si no es por ira, amargura u odio; cosas todas ellas ilícitas y diametralmente opuestas al estado matrimonial.
Davenant explica que el esposo no tiene la autoridad de usar violencia física contra su esposa porque el matrimonio no es una relación amo-esclavo, sino “un cierto compañerismo amigable en la vida”. La esposa está “sujeta a su esposo y es direccionada por él; pero como compañera, no como esclava; mediante consejos, no mediante azotes”.
En la misma línea, Jeremy Taylor (1613-1667) dice: “El poder de un esposo sobre su esposa es paternal y amigable, no magisterial y déspota”. Él explica que el esposo debe liderar con amor a través de consejo, instrucción y cuidado. “El poder que un hombre tiene está fundamentado en el entendimiento, no en la voluntad o la fuerza; este no es un poder de coerción, sino un poder de consejo”. Para ser un líder efectivo, el esposo debe realmente guiar. Él debe asumir responsabilidad y llevar a cabo la labor de un líder de familia amoroso y amigable. En este punto, Taylor da una especie de proverbio: “Es un signo de impotencia y debilidad forzar a los camellos a arrodillarse por su carga solo porque tú no tienes el espíritu y la fuerza suficiente para trepar”.
En contra de la violencia física en el matrimonio, Taylor cita a Marco Aurelio, Basilio el Grande y a Juan Crisóstomo. Él afirma que el esposo nunca debería azotar a su esposa. “El amor marital está infinitamente alejado de toda posibilidad de dicha rudeza”.
Perfectamente complementarios
Estas observaciones no establecen ningún tipo de protofeminismo o egalitarianismo dentro de la tradición reformada. Más bien, una igualdad humana fundamental fue diseñada para coexistir dentro de una jerarquía estipulada: el gobierno amoroso del esposo sobre su esposa, que establece el paradigma básico para relaciones de autoridad y sumisión. Aun así, los reformadores estaban al tanto de áreas de abuso histórico y error en la tradición. Basados en la Escritura y la razón, ellos mantuvieron la integridad total de la mujer como una buena creación de Dios, capaz de virtud e incluso de gobierno público. Ellos argumentaron que la fuerza de la mujer puede brillar en y a través de su debilidad relativa temporal, todo para el exaltar el poder, la sabiduría y la gloria manifiestos de Dios.
Lo que se refiere comúnmente como complementarianismo es en ocasiones se explica como opuesto a la antigua tradición “patriarcal”. A veces, esto lo hacen los mismos complementarianistas; en otras ocasiones, sus oponentes insisten en la discontinuidad, con el propósito de negar la autoridad del testimonio cristiano histórico. Pero la diferencia no es fundamental ni esencial. Mientras algunas terminologías han cambiado y categorías particulares se han vuelto más o menos familiares, la estructura básica permanece. Aunque Dios haya ordenado que los hombres y mujeres sean diferentes, de tal forma que se complementan y perfeccionan el uno al otro de acuerdo a su llamado, tanto hombres como mujeres son igualmente humanos, originalmente buenos de acuerdo con el diseño de Dios, y dignos de amor, respeto y justicia.
Este artículo fue traducido y ajustado por Giuliana Loaiza Rondón. El original fue publicado por Steven Wedgeworth en Desiring God. Allí se encuentran las notas y referencias.