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El cannabis es la droga psicoactiva, es decir, que altera la mente, más usada en el mundo. En los Estados Unidos, es “por mucho la sustancia ilícita que se utiliza más comúnmente”, y el alcohol es la única sustancia regulada que se usa de manera generalizada. El término “marihuana” se refiere a las hojas, semillas y tallos secos de la planta de cannabis, que las personas pueden consumir de diversas maneras para alcanzar efectos que alteran la consciencia. La inhalación mediante la acción de fumar es el método más común, pero la ingesta de comestibles y bebidas mezclados con marihuana y la vaporización se vuelven cada vez más populares.
Las actitudes sociales en relación con el consumo de marihuana han cambiado dramáticamente en las décadas recientes. Junto con este cambio más amplio ha habido un notable incremento del apoyo a la despenalización de la marihuana entre las personas que profesan la fe cristiana. Por ejemplo, en 2012, Pat Robertson dijo: “Realmente creo que deberíamos tratar a la marihuana como tratamos a las bebidas alcohólicas… nunca he usado marihuana ni es mi intención hacerlo, pero es una de esas cosas en las que pienso que esta guerra contra las drogas simplemente no ha tenido éxito”. Este sentimiento no es nuevo y Robertson no está solo. Los estadounidenses están usando la marihuana más frecuentemente que antes, y las industrias relacionadas con la marihuana están creciendo de manera exponencial. Estos cambios influirán inevitablemente en las iglesias cristianas, tal como influyen en la sociedad en general. A pesar de que los sermones, las clases de Biblia y los grupos pequeños no hablan con frecuencia de la marihuana, está conversación debió tenerse hace mucho tiempo, dada la situación actual.
Una discusión exhaustiva del uso de la marihuana es multifacética e incluye, entre otras cosas, los posibles beneficios médicos, los riesgos para la salud, las potenciales consecuencias mentales y psicológicas, y una variedad de costos sociales, así como determinaciones éticas y morales que en ocasiones pueden ser complejas. Sin embargo, aunque la gente sigue investigando y debatiendo estos temas, con frecuencia lo hacen sin una apreciación completa del panorama legal. Con todo, los aspectos legales de la marihuana deben ser una consideración primordial en cualquier discusión responsable. Esto es cierto de manera especial para los cristianos, quienes están obligados, por cuestiones de fe, a obedecer a las autoridades humanas competentes. Aun así, gran parte del diálogo actual sobre si es apropiado que los cristianos utilicen la droga evidencia una falta fundamental de consciencia en relación con su estatus legal.
El panorama legal que rodea a la marihuana ha evolucionado rápidamente, y los cambios futuros en las regulaciones federales podrían conceder mayores libertades. Si, o tal vez cuando, el gobierno federal siga a los estados en desregular la posesión, uso y venta de drogas, entonces la sumisión a Dios y al gobierno podría verse distinta de lo que se ve ahora. En ese momento, el complejo entramado de las implicaciones médicas, mentales y morales, típicamente enfatizadas en la discusión contemporánea, bien podrían llegar a ser decisivo. Sin embargo, los beneficios y perjuicios de la marihuana son preocupaciones secundarias o terciarias para los cristianos y todos los residentes que respetan la ley en los Estados Unidos, ya que las leyes federales actualmente impiden que se tenga, consuma o distribuya marihuana para propósitos tanto recreacionales como medicinales.
Este artículo discute brevemente la ética bíblica del cristiano en relación con el respeto a las autoridades humanas, el sistema estadounidense de soberanía dual y los cambios en la regulación simultánea federal y estatal con respecto a la marihuana. Después concluye que los cristianos no tienen actualmente la libertad de poseer, usar o proveer marihuana, puesto que dicha conducta constituye una ofensa federal.
1. La ética del Nuevo Testamento de sumisión al gobierno
La decisión de una persona de consumir marihuana se verá influida, hasta cierta medida, por el aprecio —o falta de aprecio— por el gobierno humano. El respeto de los cristianos por las autoridades políticas y las reglas que promulgan está informado por una ética neotestamentaria de apoyo y sumisión al gobierno. El apóstol Pablo recuerda en repetidas ocasiones sobre esta obligación a sus lectores. Por ejemplo, en 1 Timoteo 2:1-2 dice: “Exhorto, pues, ante todo que se hagan plegarias, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que están en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad” (NBLA). Según la apreciación de Pablo, las reglas y las restricciones emitidas por el gobierno son una parte necesaria para poner orden en la sociedad, con el objetivo de alcanzar el bienestar general, y las autoridades deben ser sostenidas, entre otras formas, con oraciones.
El deber del cristiano, sin embargo, involucra más que oraciones por los gobernantes humanos. Pablo dirige a sus lectores a obedecer a las autoridades del gobierno. En Tito 3:1, instruye a Tito diciéndole: “Recuérdales [a los cretenses] que estén sujetos a los gobernantes, a las autoridades; que sean obedientes, que estén preparados para toda buena obra”. En su discusión más extensa sobre este tema, el apóstol da la siguiente exhortación:
Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan. Porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas. Por tanto, el que resiste a la autoridad, a lo ordenado por Dios se ha opuesto; y los que se han opuesto, recibirán condenación sobre sí mismos. Porque los gobernantes no son motivo de temor para los de buena conducta, sino para el que hace el mal. ¿Deseas, pues, no temer a la autoridad? Haz lo bueno y tendrás elogios de ella, pues es para ti un ministro de Dios para bien. Pero si haces lo malo, teme. Porque no en vano lleva la espada, pues es ministro de Dios, un vengador que castiga al que practica lo malo (Ro 13:1-4, NBLA).
Por consiguiente, Pablo enseña que generalmente se requiere de los cristianos que se sometan a la autoridad del gobierno porque ese es el propósito de Dios y lo que Él ha ordenado para su beneficio. Los gobiernos pueden limitar las libertades individuales, al menos hasta cierto grado, y se espera que los cristianos se sometan a dichas restricciones y apoyen a las autoridades que las promulgan.
Pedro concuerda con Pablo y describe la sumisión a los gobernantes humanos como “la voluntad de Dios” (1Pe 2:13-14). Por supuesto, este deber de sumisión no es absoluto; tiene sus límites. Por ejemplo, Pablo presupone que las autoridades “no son motivo de temor para los de buena conducta” y que castigan a aquellos a quienes Dios reconoce como alguien que practica lo malo. El gobierno al que Pablo espera que su audiencia se someta no castiga a las personas que obedecen las leyes y poseen una moral recta. Jesús mismo demuestra que en ocasiones es apropiado desafiar a las autoridades humanas. En Juan 18, Él resiste los primeros esfuerzos de los judíos por adjudicarle la culpa. Aparece delante de Anás, el Sumo Sacerdote emérito, antes de ser llevado a Caifás y al Sanedrín. Durante este procedimiento que se llevó a cabo a altas horas de la noche, Jesús objeta tanto a Anás y su interrogatorio, como al oficial que lo golpea por cuestionar los métodos de Anás (Jn 18:19-23).
2. La soberanía dual en los Estados Unidos
A la luz de las amonestaciones del Nuevo Testamento para respetar y someterse a las autoridades legales, los cristianos deben saber que todos los ciudadanos de los Estados Unidos viven bajo un sistema de soberanía dual, sujetos simultáneamente a las regulaciones tanto estatales como federales. Según la Corte Suprema: “Cada ciudadano de los Estados Unidos es también un ciudadano de un estado o territorio. Se podría decir que debe lealtad a dos soberanos, y podría estar sujeto al castigo por una infracción de las leyes de cualquiera de ellos. El mismo acto podría ser una ofensa o transgresión de las leyes de ambos”. Por consiguiente, una persona que respeta y se somete a las autoridades humanas en los Estados Unidos no es libre de seleccionar y elegir cuáles leyes seguir. Más bien, la persona está obligada a obedecer las leyes de ambos soberanos.
Usualmente no es difícil obedecer simultáneamente las leyes tanto de las autoridades federales como estatales, porque sus regulaciones con frecuencia son complementarias. En algunas ocasiones, las leyes federales y estatales esencialmente regulan de manera simultánea la misma conducta. Cuando esto ocurre, un simple acto o curso de conducta podrían someter a una persona al castigo tanto por el gobierno federal como del estatal. Robar un banco, por ejemplo, probablemente viola los estatutos federales, así como los estatutos estatales en la jurisdicción donde esté localizado el banco. Por consiguiente, el ladrón del banco puede ser procesado y castigado por alguno de los dos soberanos o por ambos. Aunque las leyes federales y estatales regulan la misma conducta al agregar responsabilidades o restricciones acumulativos, el uno podría ser más restrictivo que el otro. En ese caso, se espera que la persona satisfaga a ambos al cumplir con el que sea más restrictivo.
Las leyes estatales y federales también son complementarias cuando se suplementan mutuamente al agregar responsabilidades o restricciones acumulativas. Cuando esto ocurre, las autoridades regulan juntas una franja más amplia de conductas de lo que podrían hacerlo individualmente. La red de leyes que abordan la seguridad de tránsito en las carreteras es solamente un ejemplo. Las autoridades federales producen estándares de seguridad para los vehículos motorizados que controlan el diseño y función de los automóviles. Las autoridades estatales tienen criterios adicionales para otorgar licencias a los vehículos y los conductores dentro de sus fronteras. En las áreas en que las regulaciones federales y estatales se suplementan mutuamente, una persona puede satisfacer a ambas autoridades, pero cada una impone responsabilidades adicionales que la otra no contempla.
Aunque las leyes federales y estatales a menudo son complementarias, a veces se contradicen. Los Padres Fundadores de los Estados Unidos que redactaron la Constitución previeron las inconsistencias entre las estrategias regulatorias de los soberanos federales y estatales, y proveyeron lo necesario para su resolución. El Artículo VI, Sección 2 de la Constitución de los Estados Unidos establece, en parte, que la Constitución y las leyes de los Estados Unidos “deberán ser la Ley suprema de la Nación”. Según la Corte Suprema, esta Cláusula de Supremacía “provee sin ambigüedades que, si existiera algún conflicto entre la ley federal y la estatal, la ley federal deberá prevalecer”.
Los cristianos están familiarizados con la necesidad de reconciliar las autoridades que se contradicen. Por ejemplo, en Mateo 23:1-2, Jesús les dice a Sus discípulos que obedezcan a los escribas y a los fariseos porque se sientan en la cátedra de Moisés. Dada esta amonestación, los apóstoles presuntamente se dispusieron a someterse a las autoridades humanas. Sin embargo, cuando el Sanedrín de Jerusalén les advierte que no enseñen en el nombre de Jesús en Hechos 5, después de que Jesús les ordenara que hicieran precisamente eso (véase, por ejemplo, Mt 23:18-20), ellos responden: “Debemos obedecer a Dios en vez de obedecer a los hombres” (Hch 5:29). Ellos perciben un conflicto entre los requerimientos de Dios y del Sanedrín, y concluyen que están obligados a seguir el mandamiento de Dios. En su respuesta se insinúa el reconocimiento de que la autoridad de Dios es mayor que la autoridad del Sanedrín. Como explica un autor: “Dios es la autoridad final, no la de los líderes o gobiernos humanos. Esto significa que la autoridad de todos los gobernantes, de todos los gobiernos, es provisional y limitada”.
De manera similar, la autoridad estatal tiene obligaciones porque la ley federal es la ley suprema en los Estados Unidos. Si existiera un conflicto en un área en la que las autoridades federales y estatales comparten el derecho de regulación, los habitantes de los Estados Unidos deben obedecer la ley federal. La analogía entre las leyes contradictorias entre las autoridades humanas y las leyes contradictorias entre las autoridades divina y humana es muy limitada. Por ejemplo, la Biblia presenta a Dios como la fuente final de toda autoridad, y Él delega la autoridad a los gobiernos humanos. Por consiguiente, no existe dominio en que los gobiernos humanos tengan mayor autoridad que Dios. Por otro lado, los gobiernos federal y estatal, en última instancia, tienen una fuente común de autoridad, la Constitución de EE. UU., y hay esferas en donde la Constitución no empodera al gobierno federal para restringir a los gobiernos estatales. Sin embargo, a pesar de las limitaciones del ejemplo, el principio básico de sumisión a una autoridad mayor es el mismo en todos los casos.
3. Enfoques experimentales en la regulación de la marihuana
La mayoría de las personas que han sido testigos, y que tal vez condenan abiertamente la creciente aceptación de la marihuana, probablemente no se hayan dado cuenta de que era legal cultivar y consumir la sustancia en los Estados Unidos hasta inicios del siglo XX. En ese tiempo, los estados individuales empezaron a criminalizar su posesión y uso. Sin embargo, antes de eso, la marihuana se prescribía y usaba frecuentemente con propósitos medicinales. El gobierno federal solo empezó a regular la droga en 1937 con la aprobación del Acta de Impuestos a la Marihuana. El Acta no penalizaba la posesión y uso de la marihuana en sí mismo, pero ponía restricciones e impuestos onerosos en su importación, cultivo y distribución.
La posesión y uso de marihuana no se convirtieron en crimen federal sino hasta 1970, cuando el Congreso promulgó el Acta de Sustancias Controladas (en adelante “el CSA”, por sus siglas en inglés). El CSA clasificó la marihuana como una droga alucinógena de Clasificación 1. Esta categorización refleja un alto potencial de abuso, una falta de uso médico aceptado y una falta de seguridad aceptada para su uso bajo supervisión médica. En resumen, el CSA designa a la marihuana como contrabando para cualquier propósito, con la única excepción de su uso durante estudios de investigación preaprobados por la Administración de Alimentos y Drogas. El CSA puede ser enmendado, pero la marihuana, al igual que la heroína, el LSD y el éxtasis, actualmente es una droga de Clasificación 1.
Antes de los primeros años del siglo XX, las autoridades federales y estatales eran consistentes en su negación a regular el consumo y la producción de marihuana. Una vez que los estados comenzaron a penalizar la droga, tomaron decisiones independientes por medio siglo, mientras que las autoridades federales se negaban a unírseles. Sin embargo, cuando el gobierno federal aprobó el CSA, la marihuana se volvió ilegal a lo largo y ancho de los Estados Unidos. Por consiguiente, desde 1970 hasta las décadas recientes, las autoridades federales y estatales se alinearon una vez más en lo referente a las regulaciones de la marihuana. La posesión, el uso y la distribución violaban simultáneamente las leyes estatales y federales.
Desde que los estados individuales empezaron a criminalizar la marihuana a inicios del siglo XX, estos han tenido la responsabilidad principal de hacer cumplir las leyes. Esto era así, incluso después de la aprobación del CSA, ya que el gobierno federal tradicionalmente concede la autoridad a los estados para los usuarios y distribuidores de bajo nivel, mientras que perseguía a los narcotraficantes a gran escala con perfiles más elevados. Sin embargo, a inicios de la década de 1990, los estados han aligerado las regulaciones o despenalizado el uso médico y recreacional de la marihuana. Los estados que la despenalizan esencialmente se están desvinculando de lo que había sido un sistema conjunto de ejecución de las leyes con las autoridades federales. Al hacerlo así, fundamentalmente alteraron su rol tradicional y complementario, y empezaron a generar ganancias por medio de los impuestos y la creciente industria de una conducta que el gobierno federal prohíbe.
4. Aclarando el estatus legal actual de la marihuana
La despenalización en varios estados ha creado un vacío regulatorio para los crímenes de bajo nivel relacionados con la marihuana porque, en un nivel práctico, las autoridades federales carecen de recursos para procesarlos sin la cooperación tradicional del estado. En los estados en los que se ha dado la despenalización, el vacío resultante permite que las personas crean que poseer, usar y vender marihuana es legal, puesto que las autoridades estatales autorizan su comportamiento y es improbable que las autoridades federales lo castiguen. En este nuevo ambiente, el acceso a la marihuana está en aumento, y un mayor acceso presuntamente lleva a un mayor consumo.
A medida que la aceptación social crece, la criminalización disminuye y la tasa de uso aumenta, los cristianos, en particular, deben saber que la “marihuana legalizada” es una designación inapropiada y peligrosa. La disminución en las regulaciones o en la ejecución de las leyes no es lo mismo que legalización. Independientemente de lo que puedan decir las leyes de un estado individual, cualquiera que tenga o consuma marihuana en los Estados Unidos comete un crimen federal. La Corte de Apelación de los Estados Unidos para el Noveno Circuito, que es una de las trece cortes de apelación cuya autoridad se encuentra apenas por debajo de la Corte Suprema de los Estados Unidos, dice lo siguiente:
Cualquier persona en cualquier estado que posea, distribuya o elabore marihuana para propósitos médicos o recreacionales (o intente o conspire para hacerlo) comete un crimen federal. El gobierno federal puede procesar dichas ofensas hasta por cinco años después de que ocurran. Véase 18 U.S.C. § 3282. El Congreso actualmente restringe al gobierno de gastar ciertos fondos para procesar a ciertos individuos. Pero el Congreso podría restaurar el financiamiento mañana, dentro de un año o dentro de cuatro años, y el gobierno, entonces, podría procesar a los individuos que cometieron ofensas mientras este carecía de fondos.
Una primera condena por poseer incluso una pequeña cantidad de marihuana se puede castigar con prisión hasta por un año y un mínimo de una multa de USD$1000, y las penalidades aumentan por cantidades mayores o por condenas subsiguientes.
Tal como nota la Corte de Apelación de los Estados Unidos para el Noveno Circuito, el uso de la marihuana es un crimen federal, aun si el uso aparentemente fuera con propósitos medicinales. La Corte Suprema de los Estados Unidos lo dejó muy en claro en el caso Gonzales vs. Raich. Los votantes de California aprobaron la primera iniciativa de votación moderna para aprobar el uso médico de la marihuana: el Acta del Uso compasivo de 1996, que permitía a los residentes con enfermedades graves acceder a la marihuana con propósitos médicos. El dolor severo o crónico está entre las necesidades más comunes que mencionan los pacientes de marihuana medicinal, y el Acta exonera a los médicos, cuidadores y pacientes de ser acusados por poseer o cultivar marihuana para tratamientos médicos que posean la recomendación o aprobación de un médico.
En Gonzales, una residente de California que sufría de una variedad de dolencias médicas graves usó marihuana para manejar su dolor, después que las medicinas convencionales no lograron aliviar sus síntomas. Ella cultivó su propia marihuana y la ingirió por medio de fumar y con el uso de un vaporizador. Las autoridades de California concluyeron que sus acciones eran permisibles bajo la ley californiana, pero la Administración de Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) incautó y destruyó sus plantas de cannabis. La mujer buscó ayuda en las cortes y argumentó que hacer cumplir el CSA federal era inconstitucional. Sin embargo, la Corte Suprema mantuvo que el Congreso tiene el poder, bajo la Cláusula de Comercio, para regular las sustancias medicinales, y que el gobierno federal puede procesar a los usuarios de marihuana, aun si cumplen con las leyes estatales.
Debido a que las leyes federales y estatales en relación con la marihuana no se complementan mutuamente como solía ser, y como todavía sucede con las regulaciones para otras drogas, es inevitable que muchas personas se confundan sobre el estatus legal de la marihuana. Para decirlo de manera sencilla: es ilegal. Cualquiera que posea, use o comparta marihuana por cualquier razón está violando la ley federal.
5. Observaciones concluyentes
La normalización del uso de la marihuana en la cultura estadounidense impactará a la sociedad en una variedad de formas. Algunas consecuencias son predecibles, mientras que otras no lo son, pero los cristianos deben pensar y hablar sobre cómo estos cambios tendrán un impacto en sus iglesias. ¿Es permisible que un cristiano use marihuana de cualquier forma para aliviar un dolor severo, basado en la recomendación de un médico? ¿Es apropiado que un cristiano fume un cigarrillo de marihuana para relajarse cuando siente ansiedad? ¿Debería un cristiano aceptar un empleo como cajero en un “bar de marihuana”? ¿Está bien que una cristiana venda postres con ingredientes mezclados con marihuana en su pastelería?
El estatus legal de la droga debe ser una de las consideraciones principales para responder preguntas de ese tipo. Pablo y Pedro afirman que se espera de los cristianos que se sometan a las autoridades del gobierno (Ro 13:1-4; 1Pe 2:13-14). A pesar de las cambiantes leyes estatales, la posesión, uso y distribución de la marihuana todavía son crímenes, y la ética del Nuevo Testamento de sumisión al gobierno humano impide a los cristianos de cometer actos criminales. Esto es cierto, independientemente de cuán populares o socialmente aceptables lleguen a ser estos actos.
Es posible, quizá incluso sea probable, que las leyes federales cambien. Después de todo, el enfoque de las autoridades federales para regular la marihuana ha seguido de manera tardía al de los estados. Los estados pasaron de no tener regulaciones a la criminalización y ahora cada vez más avanzan hacia la despenalización. El gobierno federal actualmente sigue una política de no ejecutar la ley, y la despenalización bien podría ser el siguiente paso lógico. Si, o cuando, el gobierno federal despenalice la marihuana, los cristianos presuntamente estarían libres de analizar si es apropiado consumir marihuana o involucrarse en las industrias relacionadas con esta droga, del mismo modo que actualmente analizan si es apropiado involucrarse o consumir otro tipo de sustancias embriagadoras o estupefacientes, como las anfetaminas y las bebidas alcohólicas.
Sin embargo, por ahora, el alcohol y la marihuana no son comparables. Hoy en día, la marihuana se asemeja más al alcohol durante la Prohibición: está disponible, pero es ilegal. Los cristianos, por tanto, tienen el deber de evitarla. Esto se debe entender y comunicar claramente en las comunidades de fe, ya que las personas de fe cada vez más enfrentarán oportunidades, o tentaciones, de asociarse con la droga de una manera u otra. Si las leyes federales no cambiaran nunca entonces esta postura de completa abstinencia debería continuar indefinidamente.
Sin embargo, ya sea que cambien las leyes o no, los expertos seguirán estudiando los beneficios y riesgos potenciales del uso de la marihuana. Mientras tanto, los cristianos deberían estudiar y discutir cuidadosamente si la droga podría eventualmente ser consumida bajo circunstancias y de maneras específicas que sean consistentes con su teología y su fe. Si en algún momento se legaliza en los Estados Unidos, la legalización en sí no determinará si o cuando sea útil y sabio usarla (1Co 6:12; 10:23). Se necesita una interacción robusta para que, si el gobierno federal despenalizara la marihuana, los cristianos estén preparados para tomar decisiones responsables en relación con sus asociaciones potenciales con una droga psicoactiva más.
Este artículo fue traducido y ajustado por María del Cármen Atiaga. El original fue publicado por Melvin L. Otey en The Gospel Coalition. Allí se encuentran las citas y notas al pie.
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