Cada vez más latinoamericanos atienden el llamado de Dios a las misiones. En medio de la indiferencia cada vez más marcada —o incluso del odio—, que el mundo occidental proclama hacia el cristianismo, se podría llegar a pensar que este se está debilitando. Pero nada se escapa de la mano de un Dios soberano que gobierna. De los países que alguna vez fueron alcanzados por misioneros europeos y norteamericanos, hoy están surgiendo obreros que hacen de este dicho una realidad: “de todas las naciones para todas las naciones”.
BITE conversó sobre este y otros temas con David Puerto, líder del Área Ministerial de Movilización para América Latina de TEAM, una organización internacional dedicada a impulsar la misión transcultural en todo el mundo. Este hijo de pastor que hoy vive en Guatemala creció en medio de una iglesia local en Honduras, pero fue en su juventud cuando el Señor lo llamó a Su redil y despertó en él una conciencia misionera.
Además de su trabajo con TEAM, sirve como parte del equipo pastoral en Iglesia Reforma, donde impulsa la movilización misionera desde la iglesia local. Cuenta con una licenciatura en estudios bíblicos con énfasis en misiones transculturales, una maestría en ministerio con énfasis en liderazgo y actualmente cursa un doctorado en ministerio en el Seminario Bautista del Sur.
Además de conocer un poco su historia y su visión del rol de América Latina en la misión global, nos compartió los retos que enfrentan quienes llevan el Evangelio a lugares sin acceso. También nos contó cómo cree que la Iglesia puede participar con fidelidad y propósito en la tarea de hacer discípulos en todas las naciones.

Para empezar, cuéntanos cómo nació el deseo de involucrarte en las misiones. ¿Un día dijiste: “quiero dedicarme a esto”?
Lo veo más como un proceso que como un evento o decisión. Soy hijo de pastor, mis padres han servido en iglesias locales por muchísimos años, aun antes de que naciéramos mis hermanos y yo. Así que crecí en la iglesia, aunque me convertí a los 17 años. De niño nunca escuché sobre la necesidad del Evangelio en donde no hay iglesias, aunque sí me preguntaba: “¿Será que hay lugares que no tengan lo que yo sí?”.

A mis 19 años, invitaron a mi padre a una conferencia misionera en España organizada por COMIBAM (Cooperación Misionera Iberoamericana). Cuando regresó, me trajo un libro titulado Indonesia: perfiles de las etnias no alcanzadas. Recuerdo claramente la carátula, porque fue mi primer acercamiento a este tema. Allí descubrí que existían pueblos enteros sin una iglesia local, sin librerías cristianas, sin radio, sin música cristiana y, aún más, sin una traducción de la Biblia en su propio idioma. Esa fue la primera vez que escuché acerca del islam y que leí estadísticas e investigaciones sobre estos contextos. Creo que ese fue el inicio.

Con el tiempo, decidí estudiar en un instituto bíblico. Allí comencé a visitar diferentes etnias que sí tenían el Evangelio, pero eran muy distintas a mí. Nací en Guatemala, crecí en Honduras y en mi juventud había visitado obras de misioneros en el interior del país sin saber que eso era hacer misiones. Pero ellos hablaban español. Esta experiencia fue diferente: las personas vestían distinto, comían de otra manera, hablaban otro idioma… no me entendían. Fue un choque muy fuerte, pero hizo parte de mi proceso.
En 2010, le dije a un maestro del seminario que daba clases de evangelismo y discipulado: “quiero aprender más sobre evangelismo, pero que conversemos uno a uno”. Él me respondió: “No vamos a conversar, ni a aprender, ni a hacer una clase. Vamos a orar”. Sacó de su estantería el libro Operación Mundo, recién publicado en español, y tres veces por semana nos reuníamos a orar por un país diferente. Me pedía leer la información de cada uno, traer tres o cuatro peticiones y orábamos por 45-50 minutos.

Así lo hicimos durante todo un año. Comenzamos él y yo, y al final éramos doce o trece compañeros orando por distintos países de todos los continentes, con culturas e idiomas diversos. El libro mostraba el porcentaje de evangélicos en cada nación, y era impactante comparar los números del contexto latinoamericano con los de Medio Oriente, el norte de África o algunos países de Asia y Europa. Todo esto me hizo ver la importancia de los lugares sin acceso al Evangelio.
Ese mismo profesor nos llevó a mí y a tres estudiantes más, todos latinoamericanos, a Filipinas. Allí, por primera vez, tuve contacto con personas de trasfondo musulmán que conocieron el Evangelio a través de obreros y pastores, y conocí una diversidad de idiomas. Filipinas tiene miles de islas, con una gran variedad de lenguas. Por cierto, una es muy parecida al español, porque el lugar fue conquistado por España. Esa experiencia me marcó profundamente.
Al regresar, pensé: si yo pude estar allá durante meses, servir, ministrar, hacer evangelismo en un contexto tan diferente al mío, entonces cualquier latinoamericano puede hacerlo. Creo que esa convicción marcó el camino y la vocación que Dios me ha dado.

En términos generales, conoces el panorama global de las misiones. Por ejemplo, sabes que a algunos lugares se destinan más misioneros y más recursos económicos, y a otros menos. ¿Cuál es tu impresión sobre cómo se están distribuyendo los recursos humanos y financieros? ¿Por qué la Iglesia se enfoca más en ciertos lugares?
Bueno, creo que es una muy buena pregunta y las respuestas pueden venir desde diferentes ángulos. No hay una estadística completamente exacta sobre el número de misioneros en el mundo, especialmente porque los modelos van cambiando. Hace unos años se entendía que un misionero era quien salía de su país hacia otro con una cultura e idioma totalmente distintos. Pero esta imagen ha cambiado. Ahora personas de negocios emprenden en lugares con poco acceso al Evangelio, donde la Iglesia es menos visible, y no necesariamente se les llama misioneros transculturales.
Se estima que hay un poco menos de medio millón de misioneros transculturales en todo el mundo. Sin embargo, la gran mayoría de ellos, que salen a través de organizaciones y agencias misioneras, sirven en lugares donde ya existe Iglesia, ya hay acceso al Evangelio y traducciones de la Biblia en los idiomas locales.
Solo una minoría de los misioneros transculturales se dirige, junto con los recursos que se le asignan, a regiones con poco acceso al Evangelio, donde probablemente la Biblia aún no está traducida y es mucho más difícil que alguien busque a Dios o contacte una iglesia o un creyente por iniciativa propia. Entonces sí hay un desbalance entre los lugares donde ya hay Iglesia o discipulado, o donde pueden compartir el Evangelio en su propio idioma, mientras que pocos sirven en regiones donde no hay testimonio del Evangelio como en el contexto de América Latina.

¿Podrías darnos un ejemplo específico de un lugar al que generalmente se destinen muchos recursos misioneros y otro al que se envíen pocos?
Actualmente vivo en Guatemala, un país que recibe muchísimos misioneros a largo plazo, pero sobre todo a corto plazo. Estratégicamente hablando es un país muy adecuado: es relativamente seguro, y conecta a Estados Unidos y México con el resto de Centroamérica.
Ahora, en Guatemala también hay muchas necesidades: pobreza, orfandad y comunidades en riesgo. Pero, según el censo, el 40% de la población es evangélica. Además, hay mucha presencia de la Iglesia: no lejos de la capital se hacen proyectos de desarrollo comunitario patrocinados por iglesias de Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y otros países. Hay muchos misioneros y proyectos a corto plazo; gente que está por dos semanas, o entre dos o seis meses en las diferentes iniciativas de deporte o medicina.
En contraste, pensemos en el norte de África, en países como Túnez, Argelia, Marruecos o Mauritania. Allí hay ciudades de 250.000 a 500.000 habitantes, y se conocen muy pocos creyentes. Hablamos de ciudades como Casablanca o Rabat, donde más del 90% de la población es musulmana y la presencia de la Iglesia evangélica es nula o mínima y poco visible. Casi no se predica el Evangelio y, por lo tanto, hay poco discipulado. Pero, en comparación con Guatemala, allí se recibe poco testimonio del Evangelio en proyectos de corto, mediano o largo plazo.

Hoy se habla del “Sur Global” y de que la Iglesia ha cambiado de epicentro. Ya no son los países anglosajones como Inglaterra o Estados Unidos, que tradicionalmente enviaban la mayor cantidad de misioneros. Ahora se afirma que África, América Latina y el sudeste asiático son importantes fuerzas impulsoras de las misiones en la actualidad. ¿Cómo cambia esto el futuro de las misiones transculturales?
La respuesta a esa pregunta implica muchos datos. Por ejemplo, el Movimiento de Lausana de evangelización mundial publicó hace poco un reporte que permite conocer al evangélico promedio en el mundo. Los países del desierto del Sahara hacia el sur, específicamente los del sur de África, han desarrollado mucho la predicación del Evangelio, el discipulado y la plantación de iglesias. Entonces, el creyente evangélico a nivel mundial tiene la piel más oscura que clara.
Ese fenómeno es muy interesante, porque para 1900 el 92% de los evangélicos estaban en Estados Unidos, Europa y Australia. Estamos hablando de que menos del 10% estaba en América Latina, África y Asia. Pero, a partir de los años 80, esa dinámica cambió y la mayoría de evangélicos comenzó a concentrarse en lo que se conoce como el Sur Global: desde México hasta la Patagonia, el África subsahariana y varios países de Asia. En la actualidad, se estima que entre el 77 y el 80% del cristianismo evangélico mundial está abajo de la línea del Ecuador. Por supuesto, la dinámica de las misiones transculturales ha cambiado, así como el rostro de la fuerza misionera.
Es importante decir esto porque vivimos en un mundo muy globalizado e interconectado, que tiene muchas preguntas que no pueden ser contestadas monoculturalmente. Pensemos en las grandes ciudades de 5, 10, 15, 20 millones de habitantes; cada vez hay más, pues vivimos en un mundo mucho más urbanizado que un siglo atrás. En ellas hay una diversidad de culturas, idiomas y cosmovisiones. No es bueno que haya una respuesta monocultural —con un solo color de piel, ojos o cabello y un solo trasfondo histórico— para un mundo tan diverso como en el que vivimos ahora.
Entonces, es importante decir que la Iglesia evangélica está creciendo en el Sur Global. La Iglesia de América Latina, la de África y la de Asia también tienen un llamado a participar en la misión de Dios. Nosotros también somos la respuesta de Dios para la necesidad de predicar el Evangelio y para ofrecer diversas respuestas a este mundo diverso.

Sabemos que hay países con un acceso muy limitado al Evangelio por razones políticas, sociales o religiosas. Aun así, algunos misioneros sirven en esos lugares donde es difícil compartirlo. Desde tu experiencia, ¿cuáles son los limitantes más complejos que enfrentan quienes hacen la obra en esos contextos?
Voy a responder sin haber tenido la experiencia de vivir a largo plazo en un campo misionero de ese tipo, aunque sí he visitado a obreros en lugares de mucha complejidad para predicar el Evangelio.
Dicho esto, creo que hay unas barreras que cualquier persona que se va a trabajar a otro país experimenta. Por ejemplo, el dejar a su familia y a su iglesia local, y salir de su zona de confort. Al llegar, se va a enfrentar a otro idioma, lo cual está conectado con el conocimiento de la cultura y la cosmovisión de las personas a las que les va a predicar el Evangelio.
Otro tipo de barreras son las relacionadas con lo legal y migratorio. Estas barreras proveen un contexto social a los misioneros, porque generan preguntas sobre la identidad que se va a tener en ese lugar. Generalmente surge la pregunta: “¿Qué haces para ganarte la vida?”. Dar clases, trabajar en un centro cultural, ser emprendedor o empresario, ama de casa o trabajador de la salud. Pero, por seguridad, en algunos lugares no puedes responder: “Soy misionero”. Es más, la palabra “cristiano” tiene una implicación histórica por las cruzadas. En el mundo musulmán, muchos obreros no la usan; dicen: "Somos seguidores de Jesús”.
Las personas van a hacer muchas preguntas también y la idea es conectar con ellas a pesar de las diferencias. Físicamente, un latinoamericano puede lucir parecido a alguien del Norte de África o del Medio Oriente, pero en pensamiento, cultura, comida, prácticas y cosmovisión va a haber muchísimas diferencias.

Además de esas barreras para los misioneros, existen otras: el acceso a la literatura y a las biblias, o la imposibilidad de compartir el Evangelio abiertamente. Todo esto también afecta la manera en que se ejerce el llamado, ¿verdad?
Sí, claro, en algunos lugares hay iglesias y ellos van a poder congregarse. Pero en el trabajo pionero, tú eres la Iglesia, no solo en un sentido filosófico y eclesiológico, sino práctico. Tu familia, las personas del equipo que llegaron a establecerse para predicar el Evangelio a esa comunidad y tú son la Iglesia. También hay que atravesar dificultades en ese sentido.
¿Es verdad o mito que América Latina pasó de ser un campo misionero a convertirse en una fuerza misionera? ¿Qué tantos misioneros latinoamericanos hay hoy en el mundo en comparación con hace 30, 40 o 50 años?
Eso está conectado con el cambio geográfico de la Iglesia evangélica, que estaba principalmente en el Norte Global y que, a partir de la década de los 80, ha estado en el Sur Global. En 1987, se celebró el primer Congreso Misionero Iberoamericano en São Paulo, Brasil, y se reunieron unos 3000 representantes de la Iglesia iberoamericana, que incluye a Portugal y España. Por años, América Latina se consideró un campo misionero, pero ellos no dijeron: “ya dejamos de serlo”, sino: “ahora nos integraremos a la fuerza misionera global que Dios está usando para llevar el Evangelio a todas las naciones”.
Seguimos siendo un campo misionero; hay obreros cristianos de otras nacionalidades que están en nuestros países predicando el Evangelio, discipulando, fortaleciendo a la Iglesia, entrenando líderes, capacitando pastores, etc. Pero la Iglesia latinoamericana se comenzó a percibir como participante activa de la misión global, especialmente de llevar el Evangelio a los lugares donde la Iglesia es menos visible y hay poco acceso a él. No se trata de necesidad, porque en nuestro contexto hay mucha. Hay pobreza, violencia, corrupción y muchísimas otras cosas que la Iglesia está llamada a confrontar, ¿verdad? Estamos hablando del acceso al Evangelio. Ahora, no son números oficiales, pero se estima que hay cerca de 30.000 misioneros iberoamericanos en el campo.

¿Fuera de América Latina?
Misioneros que pasaron de un país a otro. Algunos de ellos están en la región. En nuestros países hay regiones donde todavía se necesita una predicación pionera del Evangelio, aunque cada vez hay menos. Por ejemplo, en el Amazonas, en el sur y norte de México, y en Guatemala.
De esos 30.000, se estima que la mitad son brasileños, una fuerza misionera creciente; Brasil es uno de los países que más envían misioneros en la actualidad, casi tantos como Estados Unidos y Corea del Sur. Dios quiera que nos estemos concentrando en aquellos lugares donde hay poco testimonio del Evangelio.
En BITE hemos publicado una gran cantidad de biografías de misioneros y hemos notado que motivan e inspiran mucho a la gente. Tú también lees constantemente libros de misioneros y has hablado sobre la importancia de conocer sus historias. ¿Por qué es importante leer esas biografías, en especial si se quiere ir al campo misionero?
En realidad, leo biografías de cristianos del pasado, hayan sido misioneros o no, porque me informan y me ayudan en mi caminar cristiano. Cuando percibo mi vida muy atareada, regreso a la de Hudson Taylor, por ejemplo. Recomiendo mucho un pequeño libro sobre él: El secreto espiritual de Hudson Taylor. Cuando siento que mi vida está siendo difícil, tengo que leer otra vez la biografía de Amy Carmichael para dimensionar los desafíos que ella vivió como mujer en su época, siendo misionera en la India y rescatando niños y niñas de la prostitución religiosa.

Las biografías cristianas informan nuestra vida, pero también nuestra misión, porque nosotros no la inventamos; esa fue la comisión que Cristo dejó a Sus discípulos y, por ende, a Su Iglesia. Como otros lo han dicho, estamos parados sobre hombros de gigantes. Al conocer la historia, vemos el legado que hemos recibido.
Vivimos en un mundo muy evangelizado, especialmente en América Latina, donde personas de 18, 25 y 35 años nacieron en contextos con mucha presencia de la Iglesia y el Evangelio. Pero, si no conocemos la historia y los personajes, vamos a pensar que esto lo inventamos y desarrollamos nosotros. A Latinoamérica vinieron muchos “colportores”, misioneros y evangelistas, y hace 100 años nuestro contexto era completamente diferente: ellos enfrentaron persecución, opresión, rechazo, burlas, violencia (de esto hay cada vez menos o sucede de otras formas).
Pero realmente hemos recibido un legado y es importante conocerlo. Así también nos informaremos estratégicamente de lo que debemos hacer, a qué lugares estamos dispuestos a ir, qué tanto vamos a sacrificar y qué podemos aprender de los errores que cometieron pioneros como William Carey, Adoniram Judson, Elisabeth Elliot, conectando así nuestras vidas con la herencia que hemos recibido de ellos.

Por lo que hemos notado en los comentarios, cuando la gente ve en nuestro canal de YouTube una biografía de un misionero con una vida muy inspiradora, apasionada y valiente, tiende a pensar que eso ya no existe hoy. Creen que encontrar personas tan apasionadas por la misión y por llevar el Evangelio a lugares muy complejos es asunto del pasado. ¿Conoces historias de personas que hoy tengan una valentía similar a la de esos misioneros que admiramos?
Sí, pero son historias más anónimas. Hay una autobiografía de Pablo Carrillo, un mexicano que creció —según lo que él dice en la introducción— en un barrio como el del Chavo del Ocho, en Ciudad de México. Todos estamos familiarizados con la imagen de La Vecindad, ¿no? También estuvo cerca de la revolución de la década del 60 en México, que hasta puso en riesgo las Olimpiadas y diferentes eventos deportivos. Él relata cómo el Señor lo llevó al campo misionero en los años 70 y él, con otras organizaciones especializadas, llegó a lugares del Medio Oriente, del norte de África y de Europa que no tienen Iglesia.
Él comenzó a pensar: “¿qué tiene que hacer la Iglesia latinoamericana para responder a la necesidad de la predicación del Evangelio que hay en estos contextos? Estamos hablando de que esto sucedió quince años antes de la COMIBAM (1987). Creo que todos podemos aprender de él y para mí literalmente es un héroe moderno de la fe.

Algunos obreros están trabajando con fidelidad y éxito a los ojos de Dios en contextos donde no hay testimonio del Evangelio. No estamos hablando de números ni de la plantación de cientos de iglesias porque son contextos muy duros, pero ellos están viviendo con fidelidad en el este de Europa y en el centro de Asia, que en su mayoría son países musulmanes. Más hacia el oriente, en naciones budistas o hinduistas, también hay latinoamericanos que están usando sus herramientas, talentos y profesiones —emprendiendo con restaurantes mexicanos o escuelas de idiomas—, pero con el fin de predicar el Evangelio y ser testimonio en estos contextos.
Según el reporte de Lausana, se estima que cerca del 86% de musulmanes, hinduistas y budistas no conoce a un verdadero seguidor del Señor Jesucristo. Entonces, hay quienes se están mudando, buscando contratos o posgrados en esos países para que personas de esas religiones puedan conocer a un verdadero seguidor del Señor Jesucristo. Son anónimos, no los conocemos. Pero, como alguien dijo: “En el ejército de Dios no hay soldados desconocidos”. Entonces, hay historias. Pero también tenemos que investigar quién trajo el Evangelio a nuestros países, quién tradujo la Biblia a nuestro idioma. Es importante que conozcamos todo esto.

Surge a veces la pregunta: “si en América Latina todavía hay tantos inconversos, ¿por qué enviar misioneros al otro lado del mundo?”. También se escucha la frase: “antes que ir a evangelizar al otro lado del mundo, evangeliza a tu vecino”. ¿Cómo ves la relación entre las misiones locales —que la Iglesia puede hacer en la propia ciudad o país— y la misión transcultural en otros contextos e idiomas, teniendo en cuenta lo difícil que puede llegar a ser adaptarse? ¿Cómo debería manejar la Iglesia este balance?
Hay que hacer una distinción entre evangelismo en nuestra propia cultura y la misión transcultural. Creo que ambas son parte de la misión de Dios, pero son diferentes. Pensemos en un ejemplo: si un porteño, como les llaman a los de Buenos Aires, predica el Evangelio en el barrio en que creció, a sus amigos de la escuela o de toda la vida, es mucho más efectivo porque no tiene las barreras normales que se tienen que cruzar, de las que hablamos antes. Conoce su contexto, su manera de pensar, aunque hay algunas diferencias, pero en general es más natural: vas a tomar un café, ambos se entienden porque hablan el mismo idioma en general, ¿verdad? Ahora, es diferente que un porteño salga de Buenos Aires y vaya a predicar el Evangelio a otra provincia de Argentina. Tiene que entender la cultura de ese pueblo: tal vez hablen el español de forma diferente o incluso otro idioma.
Pero cuando el porteño va, por ejemplo, a un país budista de Asia como Tailandia, la diferencia es muchísima. Ese tipo de misión es importante porque va a producir el evangelismo local inexistente en ese contexto hipotético. Entonces, para que haya evangelismo local, tiene que haber evangelismo transcultural: no están peleados, no es que dejo de hacer uno porque tengo que hacer otro. No, llevamos a cabo la misión localmente —predicamos el Evangelio en nuestro idioma y cultura, a nuestra gente—, pero también se envían obreros para que comience este evangelismo en otras partes del mundo.
Un maestro lo dijo así: el evangelismo en tu propia comunidad es más efectivo, pero la misión transcultural es estratégica, porque comienza movimientos de conversiones a Cristo, es decir, discípulos que hacen discípulos en ese contexto.

En los últimos años se ha hablado de algunos aspectos culturales o características físicas que les facilitan a los latinoamericanos entrar a lugares donde los anglosajones no son bien recibidos. ¿Qué puedes contarnos acerca de esto?
Los latinos tenemos un rol que desempeñar en la misión global de Dios. Somos parte de Su respuesta a la necesidad del Evangelio en este mundo, a la necesidad de plantación de iglesias en donde no las hay. Ahora, sí es cierto que hay algunas similitudes físicas. Por ejemplo, a latinoamericanos que han estado en Turquía por turismo o haciendo viajes de exploración les han hablado en turco al entrar a una tienda; lo mismo pasa en el norte de África, porque lucen como locales.
También tenemos algunas ventajas. La primera es la de venir de países conquistados. Eso ayuda especialmente en el contexto sociopolítico actual, porque vamos desde una posición más humilde, por decirlo de alguna manera. No somos percibidos como una potencia que va a conquistar o a imponer. También hay asuntos culturales: América Latina ha recibido una herencia idiomática de los árabes debido a que España fue colonizada por ellos (o por los moros), y después conquistó América.
Además, tenemos una cultura más familiar, de relaciones. La forma como nos desenvolvemos nos ayuda mucho, aunque debemos tener cuidado con las generalizaciones, porque aun entre latinoamericanos somos diferentes: no es lo mismo un mexicano, que un colombiano, chileno o un peruano.
El tiempo también lo vemos de manera similar: llegamos un poco antes o después de una hora indicada. Entonces, nos parecemos más a ese tipo de culturas donde la Iglesia es menos visible y hay poco acceso al Evangelio. Todo esto nos permite llegar a lugares donde no son bien recibidas las personas de países que antes eran la fuerza misionera. Estoy convencido de que Dios nos ha dejado un espacio para participar en la misión global.

Tú diste una charla en BITE Talks sobre esto: existe cierta tensión entre las organizaciones misioneras y las iglesias locales. Algunos piensan que las agencias “roban” a los jóvenes de las iglesias, mientras que otros sostienen que las iglesias deberían enviar a sus misioneros sin las organizaciones. Pero tu tesis es que esto funciona como una interdependencia. ¿Podrías ampliar esta propuesta a la luz de lo que hemos conversado?
Hay una gran diversidad de organizaciones especializadas. A mí me gusta llamarlas así porque eso da la idea de que se dedican a algo específico dentro del ministerio cristiano; no son solo unas ONG. Podemos hablar de agencias misioneras, pero también hay ministerios especializados en cuidado a los vulnerables, como personas que viven en las calles, etc.
En cuanto a la movilización misionera, creo que sí es muy importante que las iglesias locales envíen misioneros, y lo digo intencionalmente en plural. ¡Las iglesias locales! Porque uno puede pensar: “Bueno, mi congregación va a responder a esto”. Pero normalmente una iglesia local no tiene la capacidad, la autonomía, los recursos y los contactos para enviar a un joven, a un matrimonio o a una familia a un lugar sin acceso al Evangelio. Eso sería sumamente difícil y costoso, pero puede unirse a otras comunidades eclesiales que tengan la misma carga y que se apoyen entre sí para soportar el peso del envío, y no solo hablo en términos financieros, sino en términos integrales.
Al mismo tiempo, puede apoyarse en organizaciones especializadas que por años se han dedicado a esto. Por ejemplo, TEAM, la organización con la que sirvo, lleva más de 130 años en su labor. Entonces, tiene un buen testimonio en países de acceso creativo —como les llaman algunos— o que ponen dificultades migratorias y legales para entrar. Sí es importante que las iglesias locales se unan y colaboren, pero también que se apoyen en organizaciones especializadas para llevar a cabo la misión que Dios nos ha encomendado.
Una metáfora de esto es que la organización especializada es el puente entre una iglesia local y la futura iglesia que anhelamos que comience en ese contexto. La iglesia local es el inicio de la misión, porque Cristo se la asignó, o podemos decir que fue a la Iglesia con I mayúscula. Pero el final de la misión también es la Iglesia, porque queremos que se multipliquen los adoradores de Dios a través de Cristo en esos contextos. Nosotros nos subimos a ese puente, que es el que lleva el peso de los asuntos legales, migratorios, financieros, etc., con el fin de que se dé la predicación del Evangelio en esos contextos.
Entonces, no necesitamos pelear, sino colaborar. ¿Cuál es la mejor forma de hacerlo? En redes de iglesias que se apoyen en el envío de obreros y que se sirvan de organizaciones especializadas para realizar esa tarea.

Como América Latina ha crecido en su impacto en las misiones globales, han surgido numerosas iniciativas locales para movilizar a jóvenes y adultos a otras naciones. ¿Cómo se integra TEAM, una organización estadounidense tan antigua, en este nuevo movimiento latinoamericano?
TEAM es una organización especializada que nació hace más de 130 años a partir del movimiento de movilización misionero que Hudson Taylor impulsó a mediados del siglo XIX. Él mismo dijo: “Anhelo que sean movilizados 1000 jóvenes para predicar el evangelio en China”, y un hermano con ascendencia escandinava escuchó esto y dijo: “Yo quiero colaborar con el envío de 100 de esos 1000”. Entonces, a finales del siglo XIX, él comenzó en Chicago, en la iglesia de Moody, el primer entrenamiento con un grupo de un poco más de 50 obreros transculturales que después fueron enviados a diferentes partes del mundo. Es fascinante la historia porque se van conectando las piezas, ¿no? Ahora nosotros tenemos más de un siglo haciendo esto, principalmente con obreros que salen de Estados Unidos.
En los últimos cinco años, TEAM ha comenzado a pensar en cómo colaborar con la Iglesia global para enviar obreros de todas las naciones a todas las naciones. La organización quiere colaborar con la Iglesia latinoamericana en el envío de obreros, facilitando, por un lado, todos los procesos que se requieren y, por otro, campos donde ya tenemos presencia legal y equipos multiculturales preparados para recibir a nuevos obreros de distintos países e idiomas.
Entendemos que hay organizaciones en América Latina que ya hacen eso, así que TEAM es parte de la respuesta de Dios para la necesidad de envío de misioneros. Porque, como bien dijo un hermano brasileño, “para lo que Dios está haciendo en América Latina, las organizaciones que ya existen no van a dar abasto”.
Necesitamos más opciones de envío de obreros transculturales para la Iglesia latinoamericana. Nosotros estamos diciendo: “Hermanos, ¿en qué podemos colaborar? Aquí están los recursos que TEAM posee”. Queremos servir al Cuerpo de Cristo en esta región y a organizaciones especializadas que ya estén trabajando para enviar obreros al campo misionero.
Finalmente, si un joven, un profesional o alguien de cualquier edad lee esta entrevista y dice: “Quiero involucrarme en las misiones globales”, ¿qué pasos le recomendarías para que se una a un esfuerzo misionero?
Lo primero sería: no lo hagas solo, intenta hacerlo con alguien. Personalmente, he conocido muy pocas historias de éxito que hayan comenzado y terminado en soledad. Así que comunícalo a otros, pesa ese sentir que tienes, ponlo a prueba con creyentes comprometidos. Tal vez podrías comenzar con tu pastor.
Lo segundo: no intentes huir, porque esta es la otra cara de la moneda. Hay quienes dicen: “Mira, estoy estudiando una carrera que no me gusta, vivo con una familia que no me gusta, tengo un trabajo que no me gusta. Dios me está llamando al campo misionero”. De verdad evalúa qué estás haciendo para ganar personas para Cristo en el lugar donde vives. ¿Estás evangelizando? ¿Estás discipulando? Y no me refiero a activismo, sino a una vida intencional para compartir con otros de Cristo, porque un avión no cambia a las personas.
Entonces, ¿tu carácter está preparado? ¿Estás preparado a nivel espiritual? ¿Estás preparado a nivel moral? ¿Estás viviendo una vida digna del llamado de Dios? ¿Estás preparado académicamente? No solo a nivel bíblico y teológico, lo cual es importante, ¿pero tienes una carrera técnica? A la mayoría de estos países no se puede llegar y decir: “Mire, soy misionero. Tengo un título de seminario, me gustaría entrar a predicar el Evangelio a su gente”. Por supuesto, en la mayoría de países te van a decir que no; sí he escuchado historias en las que los dejan entrar, pero son bastante milagrosas.

El punto es que tienes que prepararte. Escoge una carrera universitaria que pueda ser utilizada por el Señor o termina la que ya iniciaste, gradúate. No la escojas solo porque es lo que disfrutas. Ten en cuenta que pueda ser utilizada por el Señor para llevarte a algún lugar donde la Iglesia es menos visible y hay poco acceso al Evangelio.
Investiga organizaciones especializadas que estén enviando obreros. Tal vez dices: “Mi iglesia no envía y no le interesa enviar”. Comienza movilizando a tu congregación, acompaña a otras personas y comparte esta carga que tienes a través de la oración. Hay recursos en línea y aplicaciones gratuitas para nuestros teléfonos inteligentes que invitan y movilizan a la iglesia para orar e involucrarse en las misiones. Contacta a algún misionero que esté en el norte de África, el Medio Oriente o Asia Central; pídele sus peticiones y repártelas en tu grupo pequeño o en casa. Si eres maestro de escuela dominical, pídeles a los niños que oren, recoge una ofrenda para ese obrero y envíala. Da pasos prácticos y moviliza a tu iglesia.
Lo último que diría es: mantente fiel. El Señor nos llama a que, donde estemos, seamos fieles a él, que compartamos las Buenas Nuevas del Evangelio, porque Cristo es el único camino al Padre. No hay ninguna religión, filosofía o pensamiento humanista que abra camino a Dios y que dé esperanza para después de la muerte, solo Cristo. Entonces, comparte y sé fiel al mensaje que estás compartiendo. No permitas que se apague el fuego que hay en tu corazón por predicar el Evangelio en lugares donde la Iglesia no es visible aún.
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
![]() |
Giovanny Gómez Director de BITE |