Imagina un mundo lleno de adultos, solo adultos. No hay niños, bebés o adolescentes. Ninguna persona está en etapa de crecimiento; todos están en la tercera edad.
No hay risas juguetonas, canciones espontáneas, juguetes en el suelo o historias colmadas de imaginación. No hay carritos pequeños ni bicicletas. No hay llantos estruendosos ni pataletas porque escucharon la palabra “no”. No hay ropa de tamaños sorprendentemente diminutos. No hay mujeres embarazadas. Ninguna mujer sufre dolores de parto y ninguna familia disfruta del gozo de tener una nueva vida entre sus brazos. Todo está organizado y limpio. Los juegos infantiles y los colegios parecen cosa del pasado, y los columpios se caen a pedazos.
Esta podría ser una historia de ciencia ficción, como las de las películas o programas de televisión que han predicho el futuro, como La guerra de las galaxias, Sentencia Previa, Volver al Futuro, Los Supersónicos, Star Trek, Kim Possible. En ellas hay situaciones que veíamos lejos de nosotros, pero que hoy son una realidad.
De manera similar, el mundo que describí anteriormente no es solo un producto de mi imaginación: muchos países están cada vez más cerca de convertirse en lugares llenos de ancianos, con pocos o ningún nuño. La tasa de fecundidad —entendida como el número de nacimientos por cada 1000 mujeres en edad reproductiva— y sus variaciones, traen cambios demográficos significativos a largo plazo, ya sea porque una determinada población crece o decrece.
Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, casi la mitad de la población mundial vive en países con baja fecundidad. De hecho, aproximadamente en 97 países –de los 195 reconocidos– cada vez nacen menos bebés y los adultos deciden no tener hijos con mayor vehemencia, incluso si eso implica abortar. De esas naciones, 18 se encuentran en América Latina y el Caribe.
Hoy, nuestro problema es que las tasas de fecundidad son cada vez menores, pues a nivel mundial han venido bajando desde hace décadas. Según un artículo de la revista científica The Lancet publicado este año, “las tasas de fecundidad disminuyeron en todos los países y territorios desde 1950” a más de la mitad, y pasó de 5 hijos por mujer a 2.2 en el 2021. Esto se confirma en el estudio de proyecciones de población (2005-2020) del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) en Colombia:
…a nivel mundial, la tendencia de la Tasa Global de Fecundidad (TGF) registra una caída persistente y heterogénea: mientras que en el quinquenio 1950-1955 la tasa global de fecundidad mundial se estimaba en 5.0 hijos en promedio por mujer, en el quinquenio 2005-2010 esta se redujo a 2.5.
Además, se aclara que “los cambios sucedidos en América Latina fueron más acelerados: “para los años 2005-2010 la tasa se ha calculado en 2.4, es decir, por debajo del promedio mundial”. ¿Cuáles son las razones?
Los motivos no son pura y exclusivamente sociales
De acuerdo con un informe del Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía publicado en el 2005, el descenso en la tasa de fecundidad obedece, entre otras razones, a que más mujeres usan métodos anticonceptivos modernos, incrementan su nivel educativo, se incorporan al mundo del trabajo y tienen mejores condiciones de vida. Por su parte, el último informe de Digna –un proyecto interdisciplinario de investigación sobre trabajo y género de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, en Colombia– sugiere que el descenso en las tasas de fecundidad de diferentes países está relacionado con “sociedades en las que los roles de género femenino y masculino son muy marcados y, por ello, a las mujeres les resulta más costoso tener hijos en términos de carga de trabajo y costo de oportunidad”.
Además, en el informe se explica que “la disminución de la fecundidad a nivel mundial ha venido acompañada con la postergación de la maternidad, especialmente en países desarrollados”. También se afirma que, con frecuencia, la desigualdad de género incide en la decisión de las mujeres de tener hijos.
[Puedes leer: Lo que las tasas de natalidad en China nos muestran sobre el corazón humano].
Aunque estos estudios y otros más apuntan a algunas de las posibles razones para el descenso, la explicación de la situación parece un poco más compleja de lo imaginado. Hegel dijo: “todos somos hijos de nuestro tiempo”, y esto se ve reflejado en que el descenso no ha ocurrido únicamente por factores externos al individuo. También se debe a un cambio significativo en la cosmovisión popular que viene gestándose desde hace varias décadas.
Libros como La falta de hijos en Europa: contextos, causas y consecuencias, del Instituto Max Planck para la investigación demográfica, nos dejan ver algunas de las formas de pensar o filosofías de vida que, en parte, explican el descenso de la fecundidad europea:
El aumento de la falta de hijos es sólo uno de los muchos cambios en el comportamiento demográfico que se han producido en Europa en las últimas décadas, pero, en el debate público, de estos cambios es probablemente el más cargado ideológicamente. Algunos comentaristas han caracterizado el aumento de la falta de hijos como una consecuencia de una sociedad individualista y egocéntrica (...) Mientras tanto, comentaristas del otro lado de este debate han pedido un “estilo de vida sin hijos” y han recomendado “evitar” la paternidad (...). Desde una perspectiva feminista, la decisión de no tener hijos se ha descrito como una expresión de una vida autodeterminada, ya que en generaciones anteriores la vida de una mujer se había construido en torno a los roles de esposa y madre.
Varios autores admiten que las razones para la disminución de hijos por mujer tienen un trasfondo ideológicamente muy cargado. El individualismo, egocentrismo, el “estilo de vida sin hijos”, la evasión general de la paternidad y la maternidad, y la desvinculación de la mujer de sus roles de esposa y madre, son flujos de pensamiento que, como también ellos reconocen, surgen del feminismo. Los postulados de que la mujer debe tomar el control de su propia vida y determinarla, que ha de independizarse del hombre y dejar de lado los roles de esposa y madre, pertenecen específicamente al feminismo de segunda ola, cuya mayor representante es Simone de Beauvoir.
Revolución Industrial y revolución de género
De manera similar, los estudios de la realidad norteamericana y las causas de la baja tasa de fecundidad apuntan hacia varios aspectos históricos, pero sobre todo, a los principios del feminismo. De acuerdo con el artículo científico La revolución de género: un marco para comprender los cambios en el comportamiento familiar y demográfico, la disminución en las tasas de fecundidad han sido el resultado de lo que ellos llaman la primera parte de la revolución de género: la participación de la mujeres en la fuerza laboral.
El aparentemente “simple” hecho de que las mujeres hayan salido de casa ha producido un gran cambio en el comportamiento familiar, denominado la Segunda Transición Demográfica. Al respecto, el artículo dice:
Se ha producido un retroceso en el matrimonio: cada vez más adultos interrumpen, retrasan o evitan los vínculos formales, ya sea entablando relaciones de cohabitación o viviendo fuera de cualquier relación de pareja. Además, la procreación y la crianza de los hijos se han ido separando cada vez más del matrimonio, con un gran aumento en el número de niños nacidos fuera del matrimonio, ya sea en cohabitación o de madres solteras. Estos cambios se han producido en conjunción con el aumento de la participación femenina en la fuerza laboral. Durante su crecimiento inicial, la participación femenina en la fuerza laboral se ha vinculado con tendencias a la postergación del matrimonio y al no matrimonio (…), una fertilidad baja y a menudo bajísima (…), y una mayor disolución de las uniones.
Por supuesto, la revolución de género surgió a raíz de otros tantos sucesos históricos, entre ellos, la Revolución Industrial. De acuerdo con el mismo estudio, esta dividió la actividad humana en dos esferas: la pública y la privada. Así, la economía familiar de subsistencia agrícola que combinaba la producción con la reproducción, se rompió a causa de la urbanización, el crecimiento de las industrias y el comercio:
La esfera pública creció con el aumento de las actividades no familiares, incluido el trabajo remunerado en fábricas y oficinas, así como las actividades de inversión como la política y la educación. Desde el principio, al menos entre los primeros países en industrializarse, la esfera pública estuvo dominada por los hombres; la esfera privada se convirtió en el ámbito exclusivo del hogar y la familia (…). Además, la familia se privatizó cada vez más y quedó en manos de las mujeres. Los hombres ingresaron en actividades más productivas fuera del hogar y los niños ingresaron a una vida dominada por las instituciones educativas.
Según el mismo artículo, esta división de esferas ocasionó grandes cambios en las estructuras familiares; el más significativo de ellos fue la salida de las mujeres del hogar y su ingreso a la esfera pública de trabajo. Ellas empezaron a asumir nuevos roles, en parte porque el cambio demográfico había reconfigurado el curso de la vida femenina y, en tanto las familias eran más pequeñas, las mujeres vivían más. La demanda de su labor remunerada estaba creciendo y la crianza de los hijos ya no era un trabajo de tiempo completo que tomaba toda la vida. Sin embargo, la participación de las mujeres en el mercado laboral afectó significativamente la sociedad:
Lo que se ha denominado la primera mitad de la revolución de género —el aumento dramático de la participación de la mujer en la fuerza laboral (incluidas las madres de niños pequeños)— resultó en un debilitamiento de la familia. Las mujeres habían asumido importantes responsabilidades de apoyo económico, con poco alivio de sus responsabilidades familiares. Añadieron un “segundo turno” (...), lo que las presionó para que llegaran a acuerdos, retrasando los principales roles familiares del matrimonio y la paternidad y reduciendo su fertilidad completa.
Pero esto no es todo. Junto con la disminución de hijos, el retraso del matrimonio y la procreación de hijos fuera del matrimonio, y debido a las labores de las mujeres fuera de casa, también crecieron las negociaciones alrededor de las tareas familiares en la relaciones conyugales, sobre todo cuando ambos asalariados se convertían en padres. A su vez, esto “creó una considerable confusión sobre lo que los hombres y las mujeres esperan el uno del otro, lo que llevó a lo que las parejas experimentan como una negociación interminable”. También hizo disminuir el deseo de las parejas a comprometerse y, mucho más, a optar por una responsabilidad tan grande como la de tener hijos.
Ambas realidades descritas, la norteamericana y la europea, dejan ver que las bajas tasas de fecundidad son solo la superficie de un problema subyacente mayor. Las mujeres no comenzaron a tener hijos de la noche a la mañana; este fenómeno fue causado por el feminismo, que ha venido a reconfigurar el pensamiento popular. Si bien esta ideología abogó por los derechos de la mujer frente a un machismo social muy real, con el tiempo comenzó a destruir el rol mismo de la mujer, y consigo la estructura de la familia y la sociedad; la cura resultó peor que la enfermedad.
¿Qué plantea exactamente el pensamiento feminista?
En un principio, abogaba efectivamente por los derechos de las mujeres. Mary Wollstonecraft alzó su voz o su pluma en libros como Vindicación de los derechos de la mujer (1792) para que las mujeres pudiéramos tener acceso a la educación, la participación política y empleos remunerados. Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton –autora de Declaración de Seneca Falls, (1848)–, entre otras, lucharon por el derecho al voto. En efecto, el feminismo de primera ola emprendió campañas para que las mujeres, iguales en dignidad a los hombres, tuviéramos propiedades y acceso a cosas que solo los hombres tenían, aunque no siempre por la vía pacífica.
Sin embargo, luego de alcanzar con éxito estos logros legislativos, siendo el derecho al voto el mayor de ellos, el movimiento feminista original perdió fuerza. Según el Museo Nacional de Historia de la Mujer, algunas de ellas consideraron que esto no era suficiente y que la lucha debía continuar. Debido a ello, surgieron muchas diferencias ideológicas que dividieron al movimiento y la primera ola llegó a su fin. En la década de los años 60 estalló la segunda ola feminista, que se distanció significativamente de la primera.
Las primeras mujeres luchaban por igualdad de derechos y libertades entre hombres y mujeres, pero reconocían las diferencias biológicas y de roles entre ambos grupos. Por el contrario, desde una perspectiva crítica, el feminismo de segunda ola, y más exactamente la filosofía de Simone de Beauvoir, desdibujó las diferencias entre lo femenino y lo masculino. En su libro El segundo sexo —considerado el ensayo más importante del feminismo—, Beauvoir se cuestionó qué era exactamente una mujer y determinó que “una no nace, sino que se convierte en mujer”. De esa manera, desvinculó a la mujer de su identidad real y tangible.
La autora cristiana Mary A. Kassian, en su libro The Feminist Gospel: The Movement to Unite Feminism With the Church (en español, El evangelio feminista: el movimiento para unir el feminismo con la iglesia), explica que los siguientes fueron los planteamientos de Simone de Beauvoir:
…la mujer debe ser obligada a proveer para sí misma (…); el matrimonio debe estar basado en un acuerdo libre que los esposos puedan romper cuando quieran; la maternidad debe ser voluntaria, lo que significa que la contracepción y el aborto deben ser autorizados y que (…) todas las madres y sus hijos deben tener los mismos derechos, dentro y fuera del matrimonio; el estado debe proveer licencias para las embarazadas y asumir la responsabilidad de los hijos.
Beauvoir presenta la identidad femenina como una construcción social influenciada por normas y expectativas culturales, no como una característica biológica. Cuestiona y critica los mitos que perpetúan la subordinación de las mujeres, tales como la representación de la mujer como madre, esposa y objeto sexual. Así, destaca la importancia de la emancipación a través de la igualdad de oportunidades y la autonomía personal. Desde un enfoque existencialista, enfatiza la necesidad de que las mujeres definan sus propias vidas y desafíen las estructuras patriarcales que limitan su libertad.
Además, toda su obra está basada en el existencialismo que, según el artículo El movimiento Feminista del teólogo Sugel Michelén, “es una filosofía basada en el concepto de que cada individuo debe tomar completa responsabilidad de dar sentido a su vida en un mundo incierto y sin sentido”. Este pastor explica que la tesis primaria de Beauvoir es que a la mujer se le ha asignado un estatus de segunda clase en la sociedad que no le permite asumir completamente la responsabilidad de dar sentido a su vida.
Simone de Beauvoir, ignorando lo que las mujeres y hombres son de manera maravillosamente compleja, engendró una corriente de pensamiento que hoy está rasgando la base de la sociedad y la raza humana. Su filosofía es la base de la ideología de género, definida por el Dr. Jesús Ignacio Carrillo Herrera, del Departamento de Salud Mental de la Universidad de Carabobo, como “una corriente que aboga por un igualitarismo entre la mujer y el hombre, llegando a negar las diferencias biológicas (cromosómicas) de ambos, con consecuencias nocivas para la persona misma, e inclusivamente, para la sociedad al quitar relevancia y significado a la maternidad, paternidad y familia”.
Su anhelo por hacer de las mujeres y los hombres seres iguales, la llevó al extremo de ver nuestras diferencias en diseño y roles como algo digno de eliminar. El pensamiento feminista que engendró la ideología de género no solo daña a las mujeres sino también a los niños. Cada vez son más los países que legislan en torno a esta ideología y ven el crecimiento de los casos de niños transgénero, los cuales, según la Academia Americana de Pediatría, tienen altas tasas de problemas de salud mental y luchan con el suicidio, porque perciben que su identidad de “género” no se alinea con su sexo biológico.
El feminismo: un cáliz envenenado
La autora Rebecca McLaughlin explica el feminismo en términos del deporte de clavados: la revolución sexual de los años 60 es el soporte que está en el piso, y el aborto es la plataforma de clavados que las impulsa en el salto. Ella dice que este movimiento les entregó a las mujeres un “cáliz envenenado”: aunque sus ideas son vendidas como “nuestra liberación”, han hecho todo lo contrario al destruir las familias, los hijos y los matrimonios. De paso, también han hecho a las mujeres más infelices.
Según McLaughlin, parte de la razón es que el sexo sin compromiso —promovido por la revolución sexual— es una trampa. Para demostrar su punto, en su libro El credo secular, cita varios estudios que demuestran que, a pesar de que las mujeres en Estados Unidos tienen más libertades y oportunidades de toda clase, los niveles de su felicidad autopercibida han caído:
…el matrimonio estable se correlaciona con beneficios para la salud mental y física tanto para los hombres como para las mujeres. Pero estar casado parece ser un factor particularmente significativo en la felicidad de las mujeres. Por el contrario, múltiples estudios han demostrado que, en el caso particular de las mujeres, aumentar el número de parejas sexuales se correlaciona con una peor salud mental, incluidos niveles más altos de tristeza, ideación suicida, depresión y abuso de drogas.
A pesar de la veracidad de estos hechos, respaldados por medio de investigaciones científicas, muchas mujeres han sido engañadas por el pensamiento feminista aun sin saberlo. Las han hecho creer que pueden ser lo que perciban que son (diferente a ser mujer), que no necesitan en lo absoluto a los hombres, que el sexo sin compromiso es una libertad, que tener hijos es una responsabilidad del Estado y que no tenerlos es sinónimo de una mejor vida, por lo cual pueden llegar a matarlos en el vientre.
Persiguiendo esta falsa y mal llamada libertad y emancipación de las mujeres, cada vez más personas abandonan el diseño femenino y masculino, tanto físico como de roles y, por ende, el de la familia, yendo de manera acelerada hacia la destrucción de la raza humana. De acuerdo con el diario español ABC, la tasa de fecundidad mundial se hundió y caerá en 2050 por debajo del nivel de reemplazo poblacional. En otras palabras, si las tasas siguen bajando, será imposible asegurar que haya la reposición necesaria de mujeres en edades reproductivas para que una población permanezca en el tiempo.
¿Hacia dónde podemos mirar y de quién vendrá nuestra ayuda?
Aunque el pensamiento feminista sugiere que el cristianismo es una amenaza que reduce los derechos de las mujeres, de hecho, es el movimiento religioso que más los fomenta. Como explica McLaughlin, el cristianismo está de acuerdo con que las mujeres y los hombres son iguales en dignidad, hechos a imagen de Dios; que las mujeres, y no solo los hombres, tenemos el sello divino. Pero también que las mujeres somos como los hombres en un sentido: somos carne de su carne y hueso de sus huesos, esenciales para el proyecto dado a la humanidad y, de manera preciosa, una ayuda idónea (en hebreo “ezer kenegdo”), que no debe entenderse como un rol inferior, sino como uno que Dios mismo se atribuye en la Biblia (“ezer” se emplea para describir que es ayudador de Israel).
Sin embargo, así como el cristianismo nos muestra en qué somos iguales, también nos deja claras nuestras diferencias en diseño y roles. McLaughlin explica que los cristianos podemos afirmar una parte de la lucha feminista: nuestro derecho al voto, a poseer propiedades, a ser pagadas de la misma manera que un hombre por hacer el mismo trabajo y a tener las oportunidades que históricamente nos han negado; pero también debemos reconocer que ni la revolución sexual ni el aborto nos hicieron ningún bien. De hecho, el último hace pedazos todo el movimiento feminista que lucha por los derechos de las mujeres, pero las mata antes de nacer.
Ahora, no debe pensarse que las mujeres no deben trabajar o que es pecado hacerlo, pues como explica la misma autora: “si bien la Biblia valora claramente el trabajo de criar a los hijos que a menudo realizan las mujeres, también valora enormemente el ministerio del evangelio de las mujeres fuera del hogar, y nos da ejemplos positivos de mujeres que trabajan por un salario”. El llamado es, más bien, a volver nuestro corazones hacia el Dios que nos diseñó y, por ende, a nuestros hogares.
El problema no es simplemente que las mujeres trabajemos, sino que nuestra prioridad y corazón se vayan de casa y que abandonemos la primera labor para la que fuimos diseñadas. Sea que estemos casadas, con hijos o solteras, Dios nos llama a cuidar nuestra familia o a ayudar a cuidar la de otros a nuestro alrededor. El asunto no es solo dejar de tener hijos, sino que ya no logramos ver la bendición que son. El problema no es que las mujeres y los hombres no se casen; más bien es que ya no ven la belleza de esta imagen que apunta a un matrimonio perfecto. El punto no son las bajas tasas de fecundidad; es nuestro corazón sediento que bebe de ideologías destructivas que prometen saciarnos, pero que solo nos dejan más insatisfechos y lejos del bien que nos quiere hacer nuestro Dios.
El llamado es a la contrarrevolución, como la llama Nancy Leigh De Moss, quien mientras consideraba el crecimiento del feminismo moderno, empezó a preguntarse qué pasaría si un pequeño número de mujeres devotas e intencionales empezaran a orar y a creerle a Dios por una revolución diferente, una contrarrevolución, dentro del mundo evangélico. Ella pregunta:
¿Qué sucedería si hubiera un “remanente” de mujeres que estuvieran dispuestas a volver a la autoridad de la Palabra de Dios, a abrazar las prioridades y el propósito de Dios para sus vidas y hogares, y vivir la belleza y la maravilla de la feminidad como Dios la creó? A diferencia de la mayoría de las revoluciones, esta contrarrevolución no exige que marchemos en las calles ni que enviemos cartas al Congreso o nos unamos a una organización. No nos exige que salgamos de nuestras casas; de hecho, para muchas mujeres es un llamado a que regresen a sus hogares. Solo exige que nos humillemos, que aprendamos, afirmemos y vivamos el patrón bíblico de la feminidad, y que enseñemos los caminos de Dios a la próxima generación. Es una revolución que tendrá lugar en nuestras rodillas.
¿Te has cuestionado por qué muchas personas a tu alrededor ya no quieren tener hijos? ¿Te unirás a la contrarrevolución?
Referencias y bibliografía
The Secular Creed: Engaging Five Contemporary Claims de Rebecca McLaughlin
La Tasa Global de Fecundidad | DANE
Boletín técnico: nacimientos | DANE
Aborto libre y seguro ¡La decisión es tuya! | Profamilia
U.S. Abortion Policy and Fertility | RAND
Hispanic and teen fertility rates increase after abortion restrictions | Texas Tribune
Le « Manifeste des 343 » paru dans « le Nouvel Observateur » en 1971 | Nouvelobs
El Movimiento Feminista | Coalición por el Evangelio
Feminismo: La Segunda Ola | National Women's History Museum
La declaración de derechos de la mujer de Olympe de Gouges 1791 | Cátedra UNESCO de Derechos Humanos
Declaration of Sentiments | Women's History
Get To Know Us | Me Too Movement
Revista SALUS de la Facultad de Ciencias de la Salud, Volumen 28, No. 1, Enero-Abril 2024
General Resources | Biological Integrity
The Myth About Suicide and Gender Dysphoric Children | Biological Integrity
The second demographic transition theory: a review and appraisal | National Library of Medicine
Two-Income Trap, Elizabeth Warren’s book, explained | Vox
Childlessness in Europe: Contexts, Causes, and Consequences | Research Gates
Recuperando la feminidad bíblica | Coalición por el Evangelio
Las mujeres, la vocación y el tenerlo todo | Coalición por el Evangelio
Why Women Still Can’t Have It All | The Atlantic
La mujer cristiana y el feminismo | Coalición por el Evangelio
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