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Karl Barth (1886-1968) fue uno de los teólogos más influyentes del siglo XX y una figura central en la renovación del pensamiento cristiano. Su obra desafió las corrientes dominantes de la teología liberal de su época y sentó las bases de lo que se conocería como teología dialéctica o neorreformada. A través de su monumental Kirchliche Dogmatik (Dogmática eclesiástica), Barth ofreció una visión profundamente cristocéntrica de la revelación, enfatizando la soberanía de Dios y la centralidad de Cristo en la teología. Su impacto sigue vigente en la teología contemporánea, el diálogo ecuménico y el pensamiento social cristiano, lo que lo convierte en una referencia ineludible para quienes buscan comprender el desarrollo de la fe en tiempos modernos.
Este artículo busca presentar una semblanza puramente histórica de la vida de este teólogo, pastor, profesor universitario y escritor suizo. De manera general, queremos narrar lo que vivió y lo llevó a convertirse en un personaje decisivo no sólo para su época, sino para muchas generaciones. El lector que quiera profundizar puede consultar las obras de referencia que se citan al final del artículo.

Una familia para la Iglesia
Los “Barth” son una familia antigua. En los anales alemanes se pueden encontrar registros del siglo XVIII que permiten presumir una mayor antigüedad. Los antepasados relevantes de Karl Barth son, por el lado paterno, su abuelo Franz Alberth Barth (1816-1879), quien fue pastor o párroco luterano de la comunidad de Budendorf. Contrajo matrimonio con Sara Lotz cerca de 1840, con quien tuvo cuatro hijos; uno de ellos fue Johann (1856-1912), el padre de Barth, quien también siguió el camino eclesiástico. Fue pastor en Reitnau y teólogo universitario en Berna.
Anna Katharina Sartorius (1863-1938), la madre de Barth, también contaba con antepasados ligados a la Iglesia. Su padre y abuelo de Karl, Aquiles Wilhelm (1824-1893), fue pastor en Bretzwil y Basilea. Su abuelo, Johannes Burckhadrt (1798-1869), fue párroco en las localidades de Bretzwil y Schaffhausen. Su bisabuelo, Johann Rudolf (1739-1820), también lo fue en Basilea. En fin, logramos ver una clara herencia ministerial en la genealogía de Barth, tanto por la familia de su padre, como por la de su madre. Johann y Anna contrajeron matrimonio en 1884. Tuvieron cinco hijos, de los cuales dos siguieron el camino eclesiástico: Karl y Peter (1888-1940). Este último estudió teología en Berna y sirvió como pastor en Laupen. El hermano menor, Heinrich (1890-1965), fue profesor de filosofía en Basilea. Con estos antecedentes contamos con una familia muy peculiar.

El despertar teológico de un reformador moderno
Karl Barth fue el primogénito del matrimonio de Johann y Anna. Nació en Basilea el 10 de mayo de 1886. En 1904, a sus 18 años, ingresó a la Universidad de Berna para iniciar su formación teológica, y fue alumno de su propio padre. Prosiguió sus estudios en Berlín, Tubinga y Marburgo hasta 1908. ¿Por qué eligió el camino de la teología? Dos años antes de ingresar a Berna, mientras recibía la educación religiosa para su confirmación, Barth fue convencido de esto por Robert Aeschbacher, el pastor de Nydegg. Mencionó que gracias a él cada vez tenía más claros los asuntos de la religión que en ese entonces le iban causando un mayor interés. Tomó la decisión de ingresar a Berna la misma noche de su confirmación, como menciona Christiane Tietz, autora de la biografía Karl Barth: A Life in Conflict (Karl Barth: Una vida en conflicto).


En Berlín recibió la enseñanza del prestigioso teólogo e historiador Adolf von Harnack; en Tubinga, del erudito del Nuevo Testamento Adolf Schlatter, y en Marburgo, de Wilhelm Herrmann en dogmática y ética. El primero y el último lo formaron en la tradición teológica liberal alemana. Sin embargo, como apunta el teólogo John Webster en The Cambridge Companion to Karl Barth (Guía de Cambridge sobre Karl Barth), fue Herrmann quien lo influyó de forma decisiva en torno a su vocación ministerial y comprensión de la religión cristiana. Gracias a él se familiarizó profundamente con pensadores como Kant y Schleiermacher; a este último lo elogiaba como el gran teólogo reformado.
En 1908, tras finalizar sus estudios en Marburgo, sin llegar a recibir el grado de doctor, se dedicó a trabajar en la famosa revista teológica Christliche Welt, que publicaba monografías sobre temas teológicos relevantes por parte de influyentes profesores como Harnack, Herrmann, Schultz, entre otros. Este año fue fundamental en la vida de Barth, no solo porque ya se había graduado y estaba en una prestigiosa revista, sino también porque pudo formar profundas amistades con teólogos como Thurneysen y Bultmann. Adicional a esto, logró contribuir en la importante revista Zeitschrift für Theologie und Kirche (Revista de Teología e Iglesia) con un artículo sobre la relación entre el reino de Dios y la propuesta de la teología moderna de aquel entonces, donde dejó ver la fuerte influencia liberal que había recibido. Con los años, Karl afirmó sus diferencias con lo que había escrito en aquel tiempo.

Un joven pastor: vocación, matrimonio y desafíos ministeriales
Con todo, la hora decisiva del llamado al ministerio estaba en camino. En septiembre de 1909, fue ordenado como pastor asistente en Ginebra, justamente donde hace unos siglos había predicado Calvino. Barth siguió en el ministerio de la Palabra y trabajó en el proceso de confirmación. En sus sermones fue evidente la fuerte influencia liberal que había recibido un par de años antes: insistía en la realización del ideal humano y el llamado a experimentar la moralidad en la mejor versión posible de existencia.
La iglesia anteriormente liderada por Calvino estaba inmersa en el gran plano de la ciudad; era todo menos una parroquia de aldea. Pero ese no fue su lugar definitivo: en 1911, su lugar de servicio cambió. Pasó a la pequeña aldea de Safenwil, y antes de llegar allí, ya era un hombre diferente. En Ginebra, en el contexto de su apoyo en las tareas pastorales, conoció a una joven de 17 años llamada Nelly Hoffman. Algo más que su belleza logró atraerlo: su gran talento musical. Ambos fueron condescendiendo entre sí y ese mismo año se comprometieron. Llegó a Safenwil a sus 24 años, a puertas de casarse.
La nueva iglesia estaba situada en una aldea profundamente protestante. Sin embargo, era a la vez un lugar bajo tensión, pues los pobladores de Safenwil habían sido criados bajo el mundo agrícola y, al ver la fuerte influencia industrial, no titubearon en entrar en rivalidades de carácter social. Ante este contexto, Barth debía tomar una posición política. Pero, ¿qué pasó con su compromiso con Nelly? Luego de tomar un poco de experiencia en su cargo, finalmente contrajeron matrimonio en julio de 1913. Tuvieron cinco hijos.

El nuevo pastor no se estaba ciego ante las problemáticas de su gente. En 1915, se involucró con el partido socialdemócrata y se inclinó a favor de los trabajadores y contra los propietarios que favorecían la industrialización del campesinado. Como apuntan los biógrafos, por haberse involucrado en la causa social, así como por su participación sindical y en el partido socialdemócrata, recibió el apelativo de “pastor rojo” y “pastor camarada”. Para entonces, Barth no solo se dedicó a estudiar la teoría marxista; influido por su profundo liberalismo, también llegó a asimilar la causa cristiana con el socialismo.
Es famosa su frase: “El verdadero cristianismo es el verdadero socialismo”. En este contexto ideológico y bajo algunos cambios dentro de la Iglesia, Barth desarrolló una predicación que con el paso de los años lo dejó insatisfecho; tras unos años en la localidad de Safenwil, experimentó cambios importantes. En 1935, dijo: “Ahora puedo ver que no les prediqué el Evangelio con suficiente claridad durante el tiempo en que fui su pastor”.

La guerra y su impacto teológico
La teología liberal alemana del tiempo de Barth estaba íntimamente comprometida con la causa moral, el progreso social humano y el desarrollo de la cultura. Habría sido un poco desconcertante hallar un profesor liberal que justificara algo como la guerra. Sin embargo, Barth se encontró con decepcionantes sorpresas en 1914. Alemania le declaró la guerra a Francia y a Rusia, y aunque esto no lo sacudió hasta el punto de llevarlo a una crisis, sí lo impactó. Sin embargo, el verdadero golpe lo recibió cuando vio que sus exprofesores habían firmado un manifiesto en el que demostraban su apoyo a la causa bélica alemana: “entre los firmantes, descubrí los nombres de casi todos mis profesores”. Esto lo desconcertó completamente.
Los mismos que le enseñaron en Berlín y Marburgo, ahora se situaban del lado contrario. Sus maestros de altos ideales liberales ahora estaban cayendo en lo más bajo al justificar la guerra. Barth no demoró en escribirle a uno de ellos, su exprofesor Herrmann, quien tanto le enseñó sobre el significado de la “experiencia” divina de Jesús en el interior del hombre, pero que ahora defendía la causa de una “experiencia religiosa” de la guerra. Todo parecía una gran contradicción. Barth se vio afectado en la médula de su formación liberal; vio ante sus ojos el fracaso vivo de la ética de la teología que le habían enseñado. Al respecto escribió:
…la enseñanza de todos mis maestros de teología en Alemania (...) parecían haberse visto irremediablemente comprometida, por lo que yo consideraba su fracaso frente a la ideología de la guerra (...); todo un mundo de exégesis, ética, dogmática y predicación fue sacudido hasta los cimientos, y con él, todos los demás escritos de los teólogos alemanes.
¿Qué hacer ante esta crisis? No solo debía poner en duda su ministerio, lo cual hizo fuertemente; necesitaba comenzar desde cero. Como dice Johnson, “los movimientos teológicos y políticos que se habían vuelto lo más central de su vida ya no le parecían viables (...) comenzó a buscar una nueva comunidad y un nuevo comienzo en su teología”. Ahora Barth debía experimentar un cambio, que terminó dándose a partir de su nueva comprensión de la Biblia.

La carta a los Romanos y un nuevo Barth
A inicios de 1914, Barth era un fiel representante de la teología liberal y las ideas socialistas, pero luego cedió ante lo que llamó “el nuevo mundo”. Poco a poco fue dejando su herencia liberal y “se dio cuenta de lo arruinada que estaba la teología que había aprendido”, según el teólogo anglicano Daniel W. Hardy. Ahora el centro de su teología no era el hombre, sus ideales de progreso social y el criterio de la experiencia humana, sino Dios. En compañía de su amigo Thurneysen, también pastor, se abrió a un nuevo descubrimiento de la mano de autores clásicos, sobre todo de Kierkegaard y el apóstol Pablo. Barth comprendió que no podía volver a lo que hasta entonces se entendía por teología. Escribió: “sabíamos que ya no podíamos hacer teología en el estilo tradicional de la disciplina”. Por lo tanto, empezó a oír lo que decía la Palabra de Dios.
A sus 30 años, “Barth pasó varios meses intensos estudiando la Epístola a los Romanos, acompañada de sus propias notas, un comentario bíblico furiosamente escrito que resultó bastante diferente a la mayoría de los comentarios de la época”, dice el teólogo canadiense David Guretzki. Fue “como si nunca la hubiera leído antes”. Ahora el centro de su nueva perspectiva era Dios.

La teología liberal llevó a Barth a centrarse en el hombre y su realización personal y social en el mundo. El énfasis estaba en las ideas y causas humanas, en el compromiso con los proyectos del progreso. Dios tenía lugar, sí, pero no el que decía la revelación en la Palabra. Por lo cual, con una nueva comprensión de lo que realmente enseñaba la Escritura, pasó a afirmar que la trascendencia de Dios significaba que Él era el centro, lo realmente importante, lo totalmente diferente, y Su causa, lo verdaderamente decisivo para el hombre.
También habló de la diferencia y contradicción que hay entre el hombre y sus causas y Dios y Sus proyectos. Para Barth, las fuerzas humanas, religiosas, morales y sociales no tenían el lugar central. Por eso acabó rechazando lo que años antes había escrito cuando vinculó el reino de Dios, el cristianismo y la causa del socialismo. Empezó a entender el reino de otra forma y era tiempo de manifestar el nuevo despertar que había experimentado a partir de la Palabra.
Desde 1916 hasta 1918, Barth construyó un gran edificio teológico a partir de la Epístola a los Romanos. Acabó su comentario y buscó quién lo quisiera publicar. Ninguno de los primeros consultados accedió. Parece que, a los ojos de los editores, el trabajo de Barth no tenía mucha relación con la teología del momento y sus temas dominantes. Finalmente, bajo la mediación de un amigo, logró publicar su obra. Sin embargo, rápidamente recibió críticas. Los eruditos y teólogos no se demoraron en hacer sentir su extrañeza hacia su comentario. El rechazo fue tal que Harnack, quien había sido su profesor, le dijo que acabaría formando una secta. Otros simplemente lo criticaban por cierta ambigüedad.

El mensaje que Barth estaba interpretando en Romanos resultó ser una molestia para el statu quo teológico de aquel entonces. Él decidió editar su obra y en tiempo récord lanzó otra edición en 1922. Este nuevo comentario (que tuvo más ediciones por los cambios que él le siguió haciendo) volvió con mayor fuerza para destruir los fundamentos de la teología liberal y así exponer la “otredad” de Dios frente a los hombres; la distancia entre Dios y los ideales humanos, y la infinitud que hay entre Dios y las aspiraciones religiosas que para Barth eran solo idolatría. Como diría el teólogo alemán Karl Adam, el comentario a Romanos “cayó como una bomba en el patio de recreo de los teólogos desde el primer momento”.
El pensamiento de Barth estaba resultando llamativo; una nueva era se estaba formando en el campo de la teología. Hasta el mismo método teológico estaba cambiando: ya no se trataba de buscar, en el espíritu humano, la unión con el absoluto divino como fuente del bien moral a partir del ejemplo de Jesús, visto como la realización definitiva del hombre. En su lugar, había una presentación dialéctica de la verdad de Dios y la existencia humana, marcada por la crisis y la paradoja de la contradicción fundamental entre Dios y el hombre. Así se formó un nuevo movimiento, representado por varios teólogos cercanos a Barth, que los estudiosos llaman Dialektische Theologie (Teología dialéctica) o Theologie der Krise (Teología de la crisis).

Profesor universitario y un nuevo amor
El nuevo teólogo ya no era el desconocido pastor de la aldea. Barth era un pensador que estaba literalmente causando una revolución contra las ideas habituales de su tiempo sobre Dios, los hombres, el mundo y el destino. Ahora el terreno de su servicio estaría en la universidad. Dejó el pastorado y, en 1921, fue llamado para formar parte de la Universidad de Göttingen.
Como profesor, se sintió extraño, “como un gitano errante” según llegó a decir. ¿Por qué? A diferencia de los otros teólogos de la Universidad, él fue sin requisitos formales y sin el grado académico de doctor. Fueron su creciente fama y su gran carácter teológico los que lo llevaron a Göttingen. Allí pudo dar conferencias sobre exégesis y profundizar en una temática importante que sabía que sus antiguos profesores no le habían brindado del todo: la dogmática. En este periodo, en 1924, sus conferencias sobre ese tema lo llevaron a escribir un importante texto: Unterricht in der christlichen Religiom (Instrucción en la religión cristiana, luego conocido como La dogmática de Göttingen), un extenso manual de teología que con el tiempo se convirtió en la base de una obra aún más grande.

En 1924, Barth conoció a una de las personas que colaboró con su trabajo de una manera única. Era la enfermera y teóloga Charlotte von Kirschbaum (1899-1975), a quien conoció en Zúrich y le gustaba llamarla “Lollo”. Ella fue algo así como su secretaria en temas editoriales, pero su cercanía terminó en un enamoramiento. Esta no es una historia nueva ni que Barth negara. Sin embargo, acabó siendo una zona oscura tanto para sus críticos teológicos como para sus círculos más cercanos. No están de más las palabras de Renate Koebler al decir que la figura de Charlotte ha servido ante todo como “mero material para los chismes teológicos”. En 1929, Barth llevó a Charlotte a vivir a su casa, junto a su esposa Nelly. Pero ya antes en 1925 los tres habían celebrado Año Nuevo en Göttingen. De hecho, Barth no negó a su esposa su cercanía y sentimientos para con Charlotte; para él era una relación tanto atrayente como llena de tensiones.
En 1926, le escribió una carta a Charlotte: “Quiero escribirte muchas cosas (...) pero las dejaré sin escribir (...) lucho con el gran rompecabezas que significas para mí”. Por su parte, Charlotte le confesó: “sé desde el miércoles pasado que te amo más de lo que puedo comprender (...) ahora es así, y es difícil”. Barth le respondió que podía permitir que todo se desarrollara “en el contexto de una hermosa amistad”, y que si él estuviera soltero, la realidad sería “como esos momentos de primavera, alegría y vida”, pero ahora “este descubrimiento es un momento de dolor y renuncia”. También le escribió que su matrimonio no era el mejor ni el más feliz, pero habían logrado superar muchos problemas y formar una familia, por lo que esta nueva situación generaba una gran tensión: “no estábamos preparados para un incidente como este”.

Barth tomó la decisión de contarle la compleja situación a su esposa. También le dijo a Charlotte que no podrían mantener una relación “espiritual” ni alejarse, pues la ausencia los dañaría más todavía. No querían separarse, no podían negar su amor, pero tampoco debían seguir desarrollando sus sentimientos. Barth afirmó que seguir el juego sería infidelidad. Como dice Tietz, “Esto significaba un fracaso, no solo para su esposa, sino también hacia sus deberes en la Iglesia y la teología”. Barth comprendía que esto era una “incongruencia entre lo que estoy diciendo y lo que soy”.
La realidad era innegable por ambos lados, entre Barth y su esposa, y entre él y su secretaria. Acabaron tomando una decisión: limitarían sus encuentros, se escribirían menos, y debían mantener todo lo relacionado a este caso entre ellos tres. Pero la historia siguió y la resolución no fue tan efectiva. Desde 1929, los tres –Charlotte, Nelly y Karl– convivieron en la misma casa junto a los hijos del matrimonio Barth. Fueron 35 años llenos de situaciones complejas. Las cartas existentes y el testimonio de un amigo del teólogo, Eberhard Busch, nos dejan ver la situación: “Surgieron tensiones que los sacudieron hasta la médula”. La imagen de Barth se vio decisivamente afectada por esta situación.
Desde 1925 hasta 1930, Barth sirvió como profesor en la Universidad de Münster. Allí logró recibir un doctorado. En Münster fue maestro de teología dogmática y estudios del Nuevo Testamento. En 1930 ingresó a la Universidad de Bonn, donde enseñó teología sistemática hasta 1935. Sus clases eran aclamadas y los salones se llenaban de estudiantes ansiosos por escucharlo. Durante esa época, comenzó a escribir una de las obras más importantes dentro de la literatura teológica en toda la historia del cristianismo: Kirchliche Dogmatik (Dogmática eclesial), que tiene más de 9000 páginas, a pesar de que no la terminó de escribir. En este periodo, Barth también fue galardonado con varios reconocimientos universitarios.

Resistencia a Hitler
Para 1933, el nazismo ya era un hecho. Lo que realmente afectaba a Barth era el lugar que esta ideología estaba tomando dentro de la Iglesia, pero no era fácil hacer protestas. Al menos resolvió no comenzar sus clases en Bonn al estilo hitleriano. Ese año, Barth y su amigo Thurneysen fundaron una revista teológica cuyo nombre en español sería “Existencia teológica hoy” (Theologische Existensz heute), en la que escribieron contra al nacionalsocialismo, afirmaron su rechazo a la ideología nazi y su oposición a Hitler. Barth quería que la teología y la Iglesia alemana siguieran su propio camino, no bajo la agenda política del momento, sino que cada una viviera en su “límite natural”.
Para 1943, el rechazo al nacismo fue hecho público. Un grupo de pastores se unió para organizar una comunidad que resistiera a Hitler y su ideología, no como habían hecho otras. Se llamó la Iglesia Confesante (Bekennende Kirche), conformada por los Cristianos alemanes (Deutsche Christen), marcando así una diferencia evidente con los otros grupos cristianos que cedieron ante Hitler.

Barth se unió a ese movimiento de resistencia eclesial. De hecho, cuando la Iglesia Confesante se reunió en mayo de 1934, su papel fue relevante, ya que, en medio de las amenazas, sus miembros establecieron una confesión de fe. Se trató de la Declaración de Barmen, cuyo gestor principal fue él. Un año después, sufrió las consecuencias de esto, pues le quitaron su calidad de profesor, tuvo que salir de Alemania y volver a su tierra, Basilea. Con los años, volvió a Alemania, pero en viajes breves y esporádicos.
Conferencias, dogmática y última trayectoria
Aunque no estaba enseñando en una universidad, sus clases no acabaron: expuso diversas conferencias teológicas en Basilea. Tras la guerra, entre 1946 y 1948, volvió a Bonn, donde logró dictar conferencias sobre el Credo y, como señala un autor, ayudó a reconstruir Alemania. Desde 1946 hasta 1966, pudo seguir trabajando de lleno en su obra magna, su Dogmática eclesial, aunque ya había iniciado su publicación desde 1932. La obra está conformada por cinco tomos, aunque no quedó completa porque Barth nunca llegó a redactar una sección sobre escatología:
- El tomo I tiene dos partes y se titula La Doctrina de la Palabra de Dios.
- El tomo II es el de La Doctrina de Dios y lo conforman dos partes.
- El tomo III es La Doctrina de la creación y consta de cuatro partes.
- El tomo IV se titula La Doctrina de la Reconciliación y contiene cinco partes, aunque está incompleto. También contiene el índice general de toda la obra. Algunas ediciones incluyen textos de Barth sobre escatología y los consideran un tomo V.

En 1948, Barth fue invitado a Ámsterdam. Allí se dio comienzo a la primera reunión del Consejo Mundial de Iglesias, en donde él tuvo la oportunidad –junto al erudito Charles Dodd– de pronunciar un discurso en la sesión inaugural. Expuso un tema directo, casi profético: “El desorden humano y el designio de Dios”. En pocas palabras, enfatizó en que los planes y proyectos de los hombres irán al fracaso total si primero, y antes que todo, no conocen el designio de Dios, que es solo de Él y no de los hombres. Dijo:
No quiero debilitar la seriedad, la buena voluntad y las esperanzas que nos han traído aquí (...) sino fundamentarlas en un fundamento adecuado, cuando digo ahora: debemos abandonar todo pensamiento de que el cuidado de la Iglesia y el cuidado del mundo es nuestro cuidado (...). Porque esta es la raíz de todo desorden humano; la terrible, impía y ridícula opinión de que el hombre es el Atlas que está destinado a soportar la cúpula del cielo sobre sus hombros.
En 1954, volvió a participar en otra reunión del Consejo Mundial de Iglesias, en Evanston (EE. UU.). Mientras tanto, siguió avanzando en su Dogmática.

En cuanto a su núcleo familiar, en 1941 experimentó el dolor de la muerte de su hijo Matías, quien cursaba estudios en teología y sufrió un mortal accidente mientras escalaba una montaña de más de 3000 metros. Con todo, podía contar con sus otros hijos (Marcos y Cristofer), quienes le habían dado nietos. Para 1965, con 79 años y diagnosticado desde hacía tres años con diabetes, podía decir: “Me siento como un viejo abeto desgastado, marchito por el sol, la lluvia, el viento y ocasionalmente golpeado por un rayo (...) pero todavía en pie en el mismo lugar”.
En sus últimos años, Barth se volvió un hombre gozador de la vida. ¿En qué sentido? Comenzó a tomarle un gusto peculiar a aquellas cosas “que la gente pasa por alto”, como él mismo dijo. Sus últimos años fueron de profunda reflexión. No quería morir, pero a la vez pensaba en el significado de todo lo teológico que había hecho. Realmente era una trayectoria única, poco común. El 9 de diciembre de 1968, escribió durante el día el contenido de una conferencia, y en la noche, mientras dormía, murió. Ahora solo quedaban sus textos. Como escribió el teólogo y profesor David L. Mueller: “con su muerte (...) la Iglesia cristiana perdió a uno de sus maestros más eruditos, pintorescos y devotos”.
La relevancia de Barth ha trascendido el tiempo de una manera poco habitual entre los teólogos. Los estudios sobre sus contribuciones son cada vez más frecuentes. Su pensamiento ha sido objeto de análisis (positivos o negativos) por diversas tradiciones dentro de todo el mundo cristiano. Su influencia se ha hecho sentir, directa o indirectamente, en toda la cristiandad. Su obra queda como un legado fundamental de erudición, contemplación y contextualización de la teología.
Pocas vidas de teólogos han sido tan atrayentes y objeto de tanta investigación. En Barth encontramos a un pensador cristiano, con sus altos y bajos, que comparte un lugar central en compañía con personajes como Agustín, Aquino, Lutero, Calvino, Schleiermacher y el mismo Bavinck. Karl Barth es un personaje cuya vida es digna de conocer y sus obras son dignas de leer. Los nuevos y futuros teólogos no deberían morir sin antes haber conocido a Karl.

Notas del autor
- Para los datos cronológicos, ver: The Willey Blackwell Companion to Karl Barth (2020), editado por George Hussinger y Keith L. Johnson. John Wiley & Sons Ltd: River Street, Vol. 1, 1-8.
- Algunos consejos para leer a Barth: primero, comienza por una introducción a su vida y obra; segundo, considera partir por sus textos más breves, como Esbozo de Dogmática (2000) y Introducción a la Teología (2006); tercero, léelo a él o a otro teólogo con espíritu de asombro, es decir, déjate sorprender por lo que dice la Palabra y la ayuda que brinda la reflexión del teólogo (ver: Karl Barth’s Church Dogmatics: An introduction and reader (2012) por R. Michael Allen. T&T Clark: New York, cap. 1).
Referencias y bibliografía
Karl Barth. A Life in Conflict (2021) por Christiane Tietz. Oxford University Press: United Kingdom, p. 23, 182.
Introducing Barth en The Cambridge Companion to Karl Barth (2000) por John Webster (Cambridge University Press: United Kingdom, pp. 2-3.
Karl Barth. An Introductory Biography for Evangelicals (2017) por Mark Galli. Wm. B. Eerdmans Publishing Co: Grand Rapids, cap. 4.
Karl Barth’s Critically Realistic Dialectical Theology: Its Genesis and Development, 1909–1936 (1997) por Bruce McCormack. Oxford: Clarendon.
The Essential Karl Barth. A Reader and Commentary (2019) por Keith L. Johnson. Backer Academic: Grand Rapids, Michigan, cap. 1.
The Future of Theology in the Modern Period por Daniel W. Hardy en The Modern Theologians: An Introduction to Christian Theology since 1918 (2005). Blackwell Publishing: United Kingdom, p. 22.
An Explorer’s Guide to Karl Barth por David Guretzki (2016). IVP Academic: Downers Grove, Illinois, cap. 1.
Karl Barths Theologie der Krise Heute. Transfer-Versuche zum 50. Todestag (2018) editado por Werner Thiede. Evangelische Verlagsanstalt: Leipzig, sobre todo 13ss y 31ss.
Karl Barth. Theologian (1983) John Bowden. SCM Press Ltd: London, 36ss.
In the Shadow of Karl Barth: Charlotte von Kirschbaum (1987) por Renate Köbler. Westminster John Knox Press: Louisville, p. 11.
Karl Barth: His Life from Letters and Autobiographical Texts (1976) por Eberhard Busch. Philadelphia: Fortress, p. 186.
Intellectual and Personal Biography III: Barth the Elder (1935-1968) por Hans Anton Drewes en The Oxford Handbook of Karl Barth (2019), editado por Paul. D. Jones y Paul. T. Nimo. Oxford University Press: United Kingdom, pp. 55-58.
Cristianos Alemanes | Wikipedia
Karl Barth. Theologian of Christian Witness (2004) por Joseph L. Mangina. Routledge: London, pp. 20-21.
Karl Barth J. Dowden. SMC Press Ltd: 71 Bloomsbury, 19, 94-95.
Karl Barth (1975) por David L. Mueller. Word Books: Waco, Texas, p. 13.
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