Por Juan José Correa O.
Escucha esta charla en audio:
“Las personas ‘espirituales’ no juegan; son demasiado serias para eso.” “Una prueba de espiritualidad es no descansar de las actividades ‘espirituales’.” “¿Cómo podemos ‘perder el tiempo’ jugando cuando hay personas alrededor de todo el mundo que se están yendo al infierno?”. Esas son algunas de las expresiones que recoge Dallas Willard (2010), profesor de filosofía de la Universidad del Sur de California, para exponer el pensamiento generalizado que los cristianos sostienen acerca del juego y la recreación; y, por extensión, del deporte también.
Esto se debe a que, en su esencia más básica, todos los deportes son una forma más o menos elaborada de juego (o recreación) que, restringida dentro de límites específicos, permite la competencia y la hace interesante. No nos emocionaría que un atleta cruzara la línea de llegada antes que los demás si empieza a correr a mitad de camino. Es la restricción de correr distancias iguales lo que hace que un deportista se destaque sobre el resto. Tampoco nos emocionaría que un futbolista marque un gol con la mano, porque es precisamente la limitación de no usar las manos lo que hace que la competencia sea pareja y emocionante.
Como representantes de la imagen del Creador, los seres humanos fuimos hechos para jugar. Tal como lo afirma el escritor cristiano Tony Reinke (2018), el juego no es producto de ninguna cultura en particular. Dios lo puso directamente en nosotros de forma tan inherente que aprendemos a reír, correr y retorcernos por el suelo antes de aprender a leer o hablar.
La creación entera expresa esta predisposición hacia el juego: los animales salvajes corretean en el bosque (Job 40:20), el leviatán fue puesto por Dios en las aguas para jugar con Él (Sal. 104:26), David brinca y canta en su peculiar adoración (2 Sam. 6:14).

El acto de Dios al crear el universo se presenta en Proverbios capítulo 8 como el resultado de la alegre y productiva comunión entre los miembros de la Trinidad. La imagen de los niños disfrutando junto con criaturas peligrosas en las profecías del Antiguo Testamento nos confirman que, cuando la justicia y la paz reinen sobre la tierra, el juego seguirá siendo una irremplazable expresión de la libertad, la espontaneidad y la deleitosa armonía de Dios con los hombres (Zac. 8:5; Is. 11:8).
Entonces el deporte es parte de lo que somos y no solamente parte de lo que hacemos como criaturas a imagen del Creador. Pero, al ponerlo en la balanza versus actividades “más espirituales”, la mayoría de los creyentes diría que el deporte es la segunda mejor opción que se puede elegir, pues, aunque el ejercicio físico trae algún provecho, la piedad es útil para todo (1 Ti 4:8).
Sin embargo, el deporte es un don de Dios que recibimos para nuestro bien y nuestro disfrute (1 Ti. 4:4). El deporte hace parte del conjunto de “todas las cosas” que fueron creadas por medio de él (Cristo) y para él (Col. 1:16).
Por lo tanto, el deporte no es algo que se deba despreciar. ¡Al contrario! No debe catalogarse como una actividad “no espiritual”, pues tiene su origen y su sustento en Dios, quien es espíritu (Jn 4:24). Además, para el creyente absolutamente todo lo que existe, incluso el comer y beber, debe hacerse para la gloria de Dios o no hacerse en absoluto, lo que implica que todo puede ser usado para la gloria de Dios (1Co 10:31), ¡Incluyendo, por supuesto, el deporte!
Asumido correctamente, el deporte es una ventana hacia la eternidad y un medio para conocer, apreciar, disfrutar y adorar a Cristo, quien es el inicio y el fin de todas las cosas creadas.
Existe un principio fundamental para que el deporte cumpla con este propósito. Se trata de la transposición, acuñado por el pensador cristiano C.S. Lewis. Veremos que es más sencillo de lo que suena. Lewis entendió que la realidad visible, es decir, la existencia presente a este nivel físico o material es una representación de la realidad suprema, que es espiritual y eterna, y que se centra en Dios y en su propósito de salvación consumado en Jesucristo.
En palabras más simples, Lewis argumenta que Dios llenó su creación con señales que apuntan a él y a la realidad suprema o espiritual. Entonces, para que el deporte cumpla con ese propósito, debe ser visto como una puesta en escena a través de la cual contemplamos las verdades que existen a otro nivel de la realidad. Debe asumirse como una ventana a la eternidad.
Al parecer el apóstol Pablo tenía en mente este mismo principio. Lo resume en su epístola a los corintios cuando escribe que todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre (1 Co. 9:25). Como lo explica John Piper (1992), Pablo estaba ayudándoles a los corintios a entender que los deportistas compiten, se sacrifican y se esfuerzan a este nivel de la realidad, pero que los creyentes, al verlos, debían llevar sus triunfos y luchas terrenales al plano espiritual y eterno de Dios.
Tomemos como ejemplo uno de los más grandes eventos deportivos del mundo: los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Cuando los vimos por televisión, quedamos asombrados ante la cantidad de deportistas, países, periodistas, cámaras, luces, transmisiones, artículos, noticias y recursos de todo tipo que se invierten en su desarrollo. Parece que no hubo lugar para nada más en el mundo durante los días de competición.
Sin embargo, si hiciéramos unzoomhacia afuera nos daríamos cuenta de lo pequeño que es Río de Janeiro en comparación con el gigante Brasil. Si continuamos yendo hacia afuera nos asombraría la pequeñez de Brasil en comparación con el resto del planeta. Y si seguimos adelante, aun la tierra entera se vería como una pelota de golf en comparación con el sol; como un grano de arena en comparación con la Vía Láctea; y totalmente insignificante a la luz del resto del universo. Pero el Creador, el que ordena la multitud de estrellas una por una y llama a cada una por su nombre (Is. 40:26), hace que toda esa grandeza olímpica palidezca ante Su majestad. Así es como la enormidad de los Juegos Olímpicos nos recuerda lo incomparablemente inmenso que es nuestro Dios. Una realidad existente a este nivel físico nos apunta a una realidad superior que descansa en Dios y que es espiritual.
Veamos un ejemplo de cómo puede apuntar directamente a la obra salvadora de Cristo. Si recordamos a Francia, el flamante campeón de la última Copa Mundial de la FIFA en Rusia, seguramente pensaremos en Hugo Lloris, su portero y capitán durante toda la competición. Será inolvidable el momento de euforia cuando levantó la copa en sus manos ante la mirada de millones de aficionados alrededor del mundo.
Pues bien, tanto el apóstol Pablo como C.S. Lewis nos animarían a ver mucho más de lo que todas esas personas vieron en ese instante: el triunfo que Jesucristo logró en la cruz del Calvario al morir por nuestros pecados, la derrota de todos nuestros enemigos eternos, el gozo que, no solamente durará cuatro años, sino por los siglos de los siglos, la adoración que Él y solo Él recibirá cuando toda rodilla se doble y toda lengua lo confiese como el Señor (Fil 2:11) y la gran multitud que lo exaltará para siempre. Así es como la gloria terrenal, pasajera y efímera, nos lleva a ver la gloria eterna y la incomparable belleza del triunfo del Salvador.
Pero el principio de transposición también puede aplicarse a la práctica del deporte. Según argumenta el mismo Dallas Willard en su libro El espíritu de las disciplinas, el cuerpo humano es el vehículo para la espiritualidad. De hecho, escribe Willard, la vida espiritual, cuando es restaurada y reconciliada con Dios a través de Jesucristo, trae orden y plenitud a la existencia humana, la cual no puede darse en separación de un cuerpo físico.
Entonces, al ejercitar nuestros cuerpos, no solamente los recargamos con los beneficios que la actividad física otorga a la salud, sino que contemplamos realidades superiores. La mejor manera de lograrlo es la que describe Jonathan Parnell, pastor en Minnesota: enfocando nuestra postura mental en los momentos de mayor esfuerzo físico para recordar la relación de la gracia divina con el esfuerzo humano (Parnell, 2014). A pesar de que todo nos es dado por la gracia de Dios (1 Co. 4:7), incluyendo la fuerza de nuestros músculos, la capacidad de moverlos y la agilidad mental, en los momentos de ejercicio físico nosotros estamos trabajando y obrando.
Exactamente igual ocurre en la vida espiritual que Dios infunde en nosotros a través de su Espíritu Santo en el momento de nuestra conversión. La gracia de Dios nos capacita para esforzarnos y ocuparnos completamente en correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús (Heb. 12:1-2). Él nos habilita y nos sustenta, pero nosotros corremos. Es como cuando un padre levanta en brazos a su hijo para cambiar un bombillo que no puede alcanzar por sí mismo. Es el niño el que lo cambia, pero no lo lograría sin la ayuda de su padre.
Entonces, queridos hermanos, mantener esto en mente debería cambiar la manera en que asumimos el deporte en todas sus formas. La verdadera espiritualidad reemplaza los deseos y asuntos inferiores por el bien de los mayores. Los deseos y los asuntos físicos de este nivel de la realidad son reemplazados por los deseos y asuntos mayores de la realidad superior o espiritual.
Evidentemente el deporte puede ser mal utilizado e idolatrado como todo lo que existe “debajo del sol”, pero la cura para la vanidad es llenar de tal manera el corazón con las bendiciones eternas que Dios representa para nosotros en Cristo Jesús, que haya una preocupación o desatención gozosa de las cosas que “no son espirituales” cuando fuera el momento apropiado (Tit 1:15). En palabras más simples: todo en la realidad inferior (material) debería servir a la realidad superior (espiritual).
Gracias a Dios por su don inefable en Cristo Jesús (2 Co. 9:15). Gracias sean dadas a Dios por la bendición que el deporte representa para nosotros, por la incomparable conexión que genera entre las personas y por las incontables posibilidades de usarlo como una ventana hacia la eternidad.
Bibliografía:
Parnell, J. (2014). Strengthen Your Faith Through Physical Exercise.Disponible en: https://www.desiringgod.org/articles/strengthen-your-faith-through-physical-exercise.
Piper, J. (1992). Olympic Spirituality, Beyond the Gold. Disponible en: https://www.desiringgod.org/messages/olympic-spirituality.
Reinke, T. (2018). You were made to play.Disponible en: https://www.desiringgod.org/articles/you-were-made-to-play.
Willard, D. (2010). El espíritu de las disciplinas.Chicago, Illinois. Editorial Vida. P. 49. [Publicación original en inglés en 1999]
Apoya a nuestra causa
Espero que este artículo te haya sido útil. Antes de que saltes a la próxima página, quería preguntarte si considerarías apoyar la misión de BITE.
Cada vez hay más voces alrededor de nosotros tratando de dirigir nuestros ojos a lo que el mundo considera valioso e importante. Por más de 10 años, en BITE hemos tratado de informar a nuestros lectores sobre la situación de la iglesia en el mundo, y sobre cómo ha lidiado con casos similares a través de la historia. Todo desde una cosmovisión bíblica. Espero que a través de los años hayas podido usar nuestros videos y artículos para tu propio crecimiento y en tu discipulado de otros.
Lo que tal vez no sabías es que BITE siempre ha sido sin fines de lucro y depende de lectores cómo tú. Si te gustaría seguir consultando los recursos de BITE en los años que vienen, ¿considerarías apoyarnos? ¿Cuánto gastas en un café o en un refresco? Con ese tipo de compromiso mensual, nos ayudarás a seguir sirviendo a ti, y a la iglesia del mundo hispanohablante. ¡Gracias por considerarlo!
En Cristo,
![]() |
Giovanny Gómez Director de BITE |