Por Jairo Suárez
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Todos estamos de acuerdo en que se necesita un cambio. Un cambio de gobierno, un cambio de política económica, un cambio en el sistema de valores, en el sistema educativo, etc. Pero qué tal si el cambio que se necesita no es el de algo sino el de alguien, y que tal si ese alguien no es el otro, sino tú.
Nuestra tendencia cuando pensamos en el cambio es tomar la perspectiva de observadores: vemos cómo está el mundo y la gente que vive en él, y pensamos “¡Claro que se necesita un cambio!”. Culpamos directa o indirectamente a las personas o circunstancias por nuestra condición actual. Decimos cosas como “si tan solo yo hubiera tenido la oportunidad de educarme en tal lugar”, “si hubiera nacido en”, “si no hubiera quedado embarazada”, “si mi jefe no fuera tan injusto”. Si tan solo ‘esto’ fuera distinto, yo sería distinto.
Manifestamos esos pensamientos en dichos cotidianos, como “usted me saca la piedra”, “no me dejas de otra”, “hijo de tigre sale pintado”. Nuestras acciones son tan solo respuestas ‘obvias’ a las circunstancias o a lo que otros hacen.
Pero la Biblia tiene un concepto diferente del cambio que Dios quiere operar. Hay alguien que tiene la autoridad real para mirarnos a los ojos y decirnos “necesitas cambiar”, y es ese alguien quien define dónde se necesita el cambio y en qué nos convertiremos.
Un problema de autoridad y expectativa
¿Cuál es el problema de autoridad? Vivimos en una sociedad dominada por la opinión. Cada uno es libre de pensar lo que quiere, ver la vida desee. Sin embargo, nadie debería decirle a otro que está mal y que necesita cambiar. Pero la Biblia señala la soberanía de Dios sobre todas las cosas. Dios nos creó y nos asignó un propósito al crearnos: reflejar su gloria y carácter en lo que somos y hacemos. El problema es que los seres humanos cambiamos ese propósito de reflejar a Dios y quisimos ser Dios; redefinir el bien y el mal, y ser nosotros mismos soberanos. El resultado: relaciones rotas con Dios, con la naturaleza y con otros, y son precisamente estas relaciones rotas las que nos hacen conscientes de que necesitamos cambiar. Hay, entonces, una autoridad que nos dice que debemos cambiar. Ahora, ¿qué necesita cambiar y en qué se supone que nos debemos convertir? Esto nos lleva al problema de las expectativas.
¿Cuál es el problema de las expectativas? Una cosa es lo que Dios (el soberano) quiere cambiar y en lo que nos quiere convertir, y otra lo que creemos que debe cambiar y en lo que queremos convertirnos. Cuando hablamos del cambio, con frecuencia nos referimos a las circunstancias, a las demás personas, y, en el mejor de los casos, a cambiar cómo nos sentimos. Pero cuando Dios habla del cambio, habla del corazón. “Les daré un nuevo corazón.”
El corazón del problema es el problema del corazón. Jesús dijo en Mateo 15: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias. Estas son las cosas que contaminan a la persona…”. Dios quiere cambiar el corazón. Las circunstancias y las personas son, como nos lleva a pensar Paul Tripp en Instrumentos en las manos del redentor (Tripp, 2002), el sol que pega sobre la planta tan solo colabora para que salga lo que hay en el interior de esa planta, ya sean espinas o buen fruto. El sol no es responsable del fruto; solo saca lo que hay.
Así que el cambio que Dios quiere operar es uno a nivel de mi corazón, no de las circunstancias ni de los demás. Ahora, eso suena muy bonito, pero es abstracto; suena a cliché: “Dios quiere cambiar tu corazón”. ¿Cómo nos damos cuenta de que estamos cambiando? La intuición nos lleva inmediatamente a pensar en cambios de conducta. Cosas como: el que era borracho, ya no toma. El que era violento, ya no lo es.
Pero en realidad, ¿es la conducta un elemento fiable para evaluar el cambio de corazón? No necesariamente, por lo menos no el cambio que Dios quiere. Jesús llama la atención sobre un grupo de personas que son lobos disfrazados de ovejas. La advertencia es “tengan cuidado”, y la razón para esta advertencia es que aparentarán piedad. En otras palabras, parecerán ser algo, pero no lo son. Muchos de nosotros hemos intentado cambios, tratamos en ocasiones de parecernos a algo o alguien, adoptamos patrones, disciplinas, pero al pasar del tiempo nos damos cuenta de que volvemos a lo mismo. El fruto nos delata. El tiempo probará la verdadera identidad.
Por otro lado, no se necesita del Evangelio ni al Señor para dejar de tomar, fumar, ser violento. Una buena terapia, Alcohólicos Anónimos, podría causar este efecto, pero ¿es acaso esa la meta del cambio bíblico?
Esto nos lleva al otro problema respecto a las expectativas. ¿En qué nos quiere convertir el Señor? ¿Cuál es la meta del cambio del corazón? Romanos 8:29-30 dice que Dios nos predestinó para ser transformados según la imagen de su hijo. La meta del cambio que Dios quiere operar es la formación de Cristo en nosotros. Pablo describe su ministerio en Gálatas como uno en el que sufre dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ellos; en Colosenses lo describe como un trabajo arduo de proclamación para presentar a todo hombre perfecto en Cristo. El problema es que nuestra expectativa al venir a Cristo es nuestra felicidad, pero la expectativa de Dios al traernos a Cristo es que su imagen sea restaurada en nosotros. La meta es la santificación, no la satisfacción. Así, Dios quiere cambiar nuestro corazón para conformarnos a la imagen de su hijo.
¿Cómo nos cambia Dios?
Déjenme ilustrarles esto con la siguiente analogía. Imagina que tu vida es un árbol, un árbol que no da buen fruto. Cambiar solo a nivel de la conducta es como ir al mercado, comprar naranjas buenas, jugosas, grandes y ponérselas con cinta al árbol de tu vida. Inicialmente lucirás bien, pero con el tiempo ese fruto se caerá y de nuevo saldrá el mal fruto. Para que ese fruto cambie de manera genuina, el árbol debe cambiar en su interior. El fruto no es el problema, solo muestra el estado del árbol. La Biblia nos da una lista de los frutos del Espíritu y los frutos u obras de la naturaleza pecaminosa. Esas son las cosas que hacemos, pero no son el problema; solo son lo que nos deja ver cuando hay un problema.
El corazón del problema es el problema del corazón, por lo que, para poder experimentar un cambio real y bíblico en nuestra vida, requerimos un cambio de corazón. El Evangelio es la buena noticia de lo que Dios hizo por nosotros en Cristo. Jesús hace posible que seres humanos que viven para ser como Dios puedan tener un nuevo corazón y regresar al diseño original de ser imagen su Creador. Dios en Cristo está restaurando su imagen en los que ha salvado. La Biblia describe la conversión como un nuevo nacimiento, como una nueva creación y ¡en verdad lo es! Aquellos que, como se nos dice en Romanos 8, han sido conocidos por Dios, predestinados por Dios, son los que pueden experimentar esa transformación a la imagen de Cristo.
Lo primero que opera Dios es un cambio de identidad. Identidad precede a destino. No puedo llegar a ser como Cristo si primero no estoy en Cristo. Podemos cambiar porque tenemos un nuevo corazón y gobernante. Esto es obra exclusiva de Dios; solo Cristo, solo por Gracia y solo por la Fe. Pero ¿acaso habrá algo que yo pueda hacer para llevar buen fruto?
Sí. La obra de transformación que sólo Dios inicia él mismo la perfecciona, involucrándonos en lo que llamamos santificación progresiva. La Biblia nos compara a nosotros con ramas de una vid. Jesús es la vid, así que, si estamos en Cristo, somos un buen árbol; nosotros somos las ramas. Las ramas no producen el fruto, solo lo cargan, lo llevan. Lo único que tienen que hacer las ramas para llevar ese buen fruto es permanecer en la vid.
El Salmo 1 dice que la persona que se deleita en la ley de Dios y medita en ella de día y de noche (permanece constantemente) es como árbol plantado junto a corrientes de agua que da fruto a su tiempo y su hoja no cae, y todo lo que hace prospera. ¿Quieres lucir así? ¿Puedes? Permanece cerca del agua (su Palabra, su Espíritu) y mantente en él. Quien permanece en Él lleva buen fruto.
Bibliografía
Tripp, P. (2012). Instrumentos en las manos del Redentor.Graham, NC. Faro de Gracia. [Obra original publicada en inglés en 2002].
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