Antes de convertirse en la figura más importante de la Iglesia católica de su tiempo, Gregorio encontró a unos esclavos anglosajones en un mercado de Roma. Al indagar sobre su origen y recibir como respuesta que eran “anglos”, él comentó: “No anglos, sino ángeles”, lo que posteriormente lo motivó a organizar misiones a Inglaterra. Aunque la veracidad de este relato es discutida, refleja el fervor de este personaje por difundir el cristianismo, aspecto que solo abarcaba una parte de su interesante capacidad y dinamismo.
Hijo de la nobleza
Gregorio nació en Roma en el año 540 d.C. (aprox.). Provenía de la nobleza romana, más específicamente de una rica familia patricia, y tenía vínculos familiares con dos obispos de Roma, Félix III y Agapito I. Sus tías eran monjas y sus padres, interesantemente, ingresaron a la vida monástica al final de sus vidas. Se crió en una Roma decadente, lejos de su antiguo esplendor, lo cual, sin duda, formó su carácter.
A la edad de 30, Gregorio ya era un político con una carrera muy prometedora, ocupaba el cargo más alto en la administración municipal, supervisando finanzas, seguridad, suministros y proyectos urbanísticos. Esta posición le permitió afianzar su capacidad de gestión y utilizar su fortuna para fundar seis monasterios.
Pese a su éxito, no encontraba satisfacción y, tras el fallecimiento de su padre en el 574, transformó su hogar en un monasterio para dedicarse a la meditación y la oración. Durante este periodo, que él consideró el más pleno de su vida, se sumergió en el estudio de las Escrituras, aunque su salud se vio comprometida por prácticas ascéticas extremas, lo que contribuyó al debilitamiento de su salud.

Ingreso al sacerdocio
Las habilidades administrativas de Gregorio captaron la atención de altos cargos en la Iglesia. Así que, en el 577, fue designado diácono en Roma por el Obispo Benedicto, y, en el 578, Pelagio II lo delegó como embajador en Constantinopla, asignándole posteriormente un papel como uno de sus asesores más cercanos.
En el año 589, Roma sufrió una devastadora inundación que aniquiló sus reservas de grano, desencadenando una hambruna y una peste tan mortal que llegó a cobrar la vida del Obispo Pelagio. Gregorio, elegido como su sucesor a pesar de sus reticencias iniciales, asumió el cargo y se abocó de lleno a sus responsabilidades. Ante la situación, estableció una penitencia general, distribuyó alimentos desde los almacenes eclesiásticos y coordinó un programa de asistencia para los necesitados.

Además, emprendió importantes reformas eclesiásticas: destituyó a líderes que eran considerados corruptos, impuso el celibato, reemplazó en puestos clave a laicos por monjes, y reorganizó las propiedades de la Iglesia. Su administración eficiente de estos activos generó ingresos cruciales para las operaciones de la institución y suplió las deficiencias del gobierno imperial.
En el año 592, la incursión lombarda y la pasividad del emisario imperial llevaron a Gregorio a mediar la finalización del sitio a Roma. Tras la violación de la tregua en el 593 por parte del delegado imperial, Gregorio aseguró una nueva paz financiando un tratado con fondos eclesiásticos. Durante ese periodo, el obispo de Roma emergió como líder civil de facto en Italia, asumiendo responsabilidades como nombrar militares, coordinar ayudas, movilizar ciudades para la defensa y financiar a las tropas.

Organizador de la Iglesia
Gregorio dedicó atención al desempeño sacerdotal. Por eso, redactó un manual para obispos –Regula pastoralis (Regla pastoral)– que aboga por equilibrar humildad y autoridad en la gestión eclesiástica. Este texto se consolidó como referencia esencial en la espiritualidad medieval.
Gregorio consideraba esencial la predicación para el clero, así que predicó una serie de sermones en una gira por las iglesias de la zona. Sus Homilías sobre los Evangelios, publicadas en el 591, se mantuvieron como textos clave por siglos.
En el año 593, lanzó el Libro de Los Diálogos, relatando vidas de santos italianos, y sus interpretaciones sobre Ezequiel y el Cantar de los Cantares. Dos años después, divulgó Moralia, sive Expositio in Job (un análisis de Job). En ese tiempo, también reformó la liturgia. Su influencia en la música eclesiástica dio origen al término “canto gregoriano”.
Su amplia correspondencia evidencia su interés en que el cristianismo llegara a Gran Bretaña, lugar al que llamaba “este lejano rincón del mundo”. Dicha inclinación desencadenó el envío de Agustín de Canterbury y 40 monjes en el año 596 a esa región.
Gregorio murió en Roma el 12 de marzo del año 604.

Legado
Gregorio estableció nuevos estándares para el posterior papado medieval, abogando firmemente por la autoridad de la cátedra de Pedro. También logró la reconciliación de numerosos obispos independientes con Roma, priorizando los intereses de la institución sobre los personales. Se destacó por adoptar el epíteto Servus Servorum Dei (Siervo de los siervos de Dios), que permanece vigente hasta hoy como un título papal.
La estructura administrativa que implementó para las propiedades eclesiásticas facilitó la creación de los Estados Pontificios, lo que separó definitivamente al papado del Imperio romano. Su promoción del monacato, sus vínculos con monarcas de España y Galia, y su trato amable pero autónomo con el emperador, establecieron las bases de la interacción Iglesia-Estado por siglos.
Quizá uno de sus legados más interesantes e importantes fue el hecho de defender la primacía de la cátedra de Pedro o la Silla de San Pedro, frente a las demás sedes de la Iglesia de entonces. Con ello, marcó un hito para el papado medieval.
Gregorio figura hoy entre los cuatro destacados doctores latinos de la Iglesia católica, junto a Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán.
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